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sábado, 14 de diciembre de 2019

ESOS ADORABLES PEQUEÑUELOS. Introducción.


Mientras me decido a arrancar nuevamente la serie de "La Cultura de los Pueblos", que la habíamos dejado hace ya largo tiempo en el final de los episodios dedicados a la etnia massai, hoy comienzo una nueva serie de entregas sobre los niños pequeños, más bien sobre mi hija pequeña.

Todas las personas con las que hablo me comentan, teniendo en cuenta su experiencia, que no deje pasar en lo posible estos años, que son los mejores (mi hija tiene casi 3 años). Pues después crecen y ya nada vuelve a ser igual.



Había comenzado una serie en otro blog distinto a éste, sobre las sensaciones que experimenté como padre primerizo y lo feliz que me hacía ver, no ya los adelantos, sino las anécdotas que me ocurrían con mi bebé. Quizá en algún momento me decida a trasladarlos aquí. La razón de hacer otro blog distinto a éste con ese objetivo era dejar éste única y exclusivamente para los temas de cultura que fuera desarrollando. Sin embargo, debido a que aquél terminó cerrándose, después de darle muchas vueltas, he decidido abrir aquí una ventana para escribir esos pensamientos y sensaciones que me vienen a la cabeza. La serie se denomina "Esos Adorables Pequeñuelos" porque, a pesar de que sea personal, también pretende transmitir experiencias que pueden ser comunes a un montón de padres.

No pretendo que mi progenie sea la más alta, la más lista, la más trabajadora, la más inteligente. Lejos de todo ello mi intención. Sólo pretendo compartir el sentimiento paternal que pueda mostrar a través de estas líneas.


Algo que me dijo mi mujer, y que hoy me hace que comience esta serie, es que más adelante, cuando mi hija tenga uso de razón, pueda leer estas páginas, y vea que su padre no sólo era esa persona que estaba a su lado en una serie de circunstancias y que la cuidaba, sino, además, pueda apreciar lo que la quería.

Para acabar sólo me queda saludar a todos aquellos padres y madres que disfrutan en el momento actual de esa "maravilla de la naturaleza" del crecimiento de un retoño humano.

Una última nota. Cualquier foto que salga con niños, ni será mi hija, ni hijos cercanos de amigos o conocidos. Estará obtenida de forma legal y será una generalización de los comentarios del texto. Todo por bien de nuestros niños y del Reglamento General de Protección de Datos (RGPD).

Queridos amigos. Nos volvemos a ver en la red.



viernes, 10 de abril de 2015

DESARROLLO CEREBRAL HUMANO (VI)


Tras la Semana Santa, que ha traído acontecimientos trágicos que no nos hubiera gustado a ninguno haber presenciado, retomamos hoy nuestra serie de entradas sobre el desarrollo cerebral humano. Un tema totalmente contrapuesto a aquel del que trataba nuestro post anterior. 

Justamente este conjunto de entradas quiere hacer hincapié en la necesidad de la educación desde la más tierna edad para conseguir que el fanatismo y la necedad humanas no sean las características esenciales en el comportamiento de esa gran especie, con todos sus defectos, que enseñorea la Tierra en estos momentos. Me refiero, como no, al Homo sapiens.



Acabábamos el último post de esta serie sobre el cerebro humano en sus primeras etapas de crecimiento hablando de la Hipótesis de la clave social. Y hoy vamos a ahondar un poco más en ella. Y esta vez nos iremos hacia atrás en el tiempo. Y nos mantendremos en Estados Unidos, pero del estado de Washington, en la costa oeste, nos iremos a Kansas, a las llanuras centrales. Allí, en los años 60 del siglo XX, una joven graduada en psicología infantil trataba de ayudar a niños de preescolar a superar sus déficits de vocabulario y de dicción.


Se llamaba Betty Hart (1927-2012). Ella y sus compañeras se fueron dando cuenta que sus esfuerzos comenzaban muy tarde en la vida de los pequeños. Que éstos no eran capaces de captar aquello que querían transmitirles simplemente con la intervención "extra" que ellas les podían suministrar. En los años 60 y 70 se achacaban estos déficits a factores inalterables como las circunstancias sociales o la herencia, lo cual hacía que no se pudiera intervenir de forma adecuada frente a ellos. Sin embargo, ni la Dra. Hart ni sus colegas se dieron por vencidos y durante la década de los 80 revisaron un montón de casos para intentar encontrar una nexo en común.

Al final, encontraron algo: "necesitabamos saber que ocurría con los niños en casa y el principio del crecimiento de su vocabulario." De este sencillo razonamiento surgió un estudio del cual, junto con su antiguo supervisor durante los estudios de carrera, el Dr.Todd Risley, actual profesor emérito de psicología en la Universidad de Alaska, publicó un libro en 1995: "Meaningful differences in the everyday experience of young american children" en el que se detallan todas las peripecias por las que pasó su estudio hasta conseguir los resultados que encontraron.

Y uno de los principales resultados fue que, tal como se podía ver en el post número V de ésta serie, la influencia de los padres en el bebé es mucho mayor de lo que se podría suponer en un primer momento.

Para llevar a cabo su estudio, Betty y Todd agruparon a las familias en tres categorías distintas, según su nivel socioeconómico: aquellas que tenían estudios universitarios, aquellas que eran trabajadoras, y las que se encontraban recibiendo un subsidio por desempleo. Hicieron un seguimiento de sus hijos, desde que tenían 10 meses hasta que cumplían los 3 años y descubrieron lo siguiente:

1.- En los tres grupos de familias, los niños comenzaban a hablar a la misma edad y la estructura del lenguaje se desarrollaba adecuadamente.

2.- En las familias de mayor nivel cultural, el niño oía una media de 2.153 palabras/hora, los niños cuyos padres trabajaban bajaba la media a 1.251, y los que sus padres se encontraban en situación de paro era de tan sólo 616 palabras.

3.- A la edad de 3 años, el vocabulario acumulado por los hijos de padres universitarios era de 1.100 palabras, los de padres de clase trabajadora 750, y los de padres en paro 500.

4.- A la edad de 3 años, los resultados de test de inteligencia eran mejores en los niños del primer grupo y sus resultados escolares a los 9 años de edad fueron mejores.

Con este estudio, los autores se dieron cuenta que las diferencias con las que llegaban los niños en la escuela eran mayores y más intratables de lo que en un primer momento se hubiera creído. Los tres primeros años de vida en el hogar, en contacto con los padres, son mucho más importantes para el desarrollo cognitivo e intelectual del niño de lo que pudiera parecernos a los adultos. En ese periodo de su vida son especialmente maleables y dependen del adulto para "modelar" sus experiencias.

Desde el punto de vista del conocimiento, la experiencia es secuencial: la experiencia establece un hábito, éste lleva a una búsqueda que da lugar a una nueva experiencia y de esta manera se llega a experiencias más complejas que dan lugar a procesos de pensamiento más o menos complejos. Por otro lado, neurológicamente, el desarrollo de la corteza cerebral en la infancia, y sobre todo en la infancia temprana, se ve influenciado por la cantidad de tejido cerebral que se encuentre activado. Y esa activación se lleva a cabo gracias a la cantidad de experiencia a la que se enfrenta el niño y las opciones con las que tiene que "jugar". Por último, respecto al comportamiento, en la infancia temprana, casi toda la experiencia está mediada por la interacción con los adultos, sobre todo con los progenitores, en donde juega un papel fundamental el afecto que muestren hacia su bebé.


¿Qué nos quiere decir todo ésto? Que el niño, ya desde su más tierna infancia, desde que es bebé, es un ser complejo, necesitado de ayuda, sí, por supuesto, pero al mismo tiempo, con una gran cantidad de potencialidades que los padres podemos ayudar a que se expresen con algo tan sencillo como la atención, el cuidado, el afecto.

Nos queda aún un estudio más. Hasta que llegue, un afectuoso saludo.