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Grupo Sam |
Si en nuestro recorrido
nos topábamos con otro grupo de sam, nos saludábamos con gran alegría. En las
condiciones duras del desierto, siempre es agradable encontrar a otros como tú.
A veces, nos juntábamos con otro grupo durante unos días. Entonces repartíamos
por igual los resultados de nuestras correrías y de la caza de los hombres.
Como si fuéramos un solo grupo.
Cooperamos entre nosotros para salir adelante.
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I Guerra Mundial |
Al llegar al internado, me enteré que esta conducta no es muy común entre los
hombres de otros pueblos. Suelen pelear de forma frecuente. Y me han contado
que hay enfrentamientos entre multitud de hombres, formando grandes grupos,
cuyo objetivo es matar al mayor número de hombres que hay enfrente y que el que
lo consigue, gana.
Son las guerras. A nosotros no se nos ocurriría algo así. Ya
es suficientemente complicada la vida en el desierto, como para que nosotros la
compliquemos más. Me dicen que es debido a que unos quieren tener lo que tienen
los otros, y estos otros no quieren dárselo. Es curioso, hasta llegar al
internado no entendí que las cosas que tenía eran propias mías. Hasta entonces
yo entendía que tenía algo para que lo usara todo el grupo, aunque yo lo
guardara. Pero parece que esa no es la forma en que se piensa fuera del
Kalahari.
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Danza a contraluz |
Ese día, a la vuelta de
la recolección, mi madre nos tenía que dar una gran noticia. Mi hermana mayor
había alcanzado la pubertad. Y en unas semanas realizaría la
“danza del
antílope”, siendo
reconocida desde ese momento como mujer por el resto del
grupo. Había avanzado un escalón más en su crecimiento, y ahora podría
comportarse como una adulta. Se relacionaría de tú a tú con el resto de los
mayores del grupo. Podría tomar decisiones propias. También podría ver a los hombres
de otra manera, y un buen día casarse, tener hijos y cuidarlos, como había
hecho mi madre con nosotras. Pero todo ocurrió más rápido de lo que yo me había
imaginado.
Tras la “danza del
antílope”, mi hermana, junto con sus amigas, comenzaron los paseos de
recolección por sí mismas. Yo continuaba con mi abuela y su grupo. Me gustaba
aprender mucho. Mi abuela y sus amigas eran la mejor fuente de conocimientos.
No solamente para encontrar frutos, raíces, huevos u otras cosas; sino, sobre
todo,
para evitar encuentros peliagudos con leones, chacales o hienas. Aunque
los hombres son los que tienen mayor probabilidad de encontrarlos, pues van
detrás de las mismas piezas, eso no quita que en nuestros paseos nos podamos
encontrar con alguna de estas fieras. De ellas, la que más temor me dan son las
hienas.
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León |
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Chacal |
Los leones suelen huir al distinguir nuestro olor y, a no ser que algo
se lo impida, prefieren no cruzarse con nosotros. Los chacales son asustadizos
por naturaleza, al lanzarles unas cuantas piedras salen corriendo y se retiran.
Pero las
hienas no. Son animales muy cabezones, físicamente y de
comportamiento, y si creen que van a sacar tajada te siguen a dónde quiera que
vayas, aunque sea muy lejos. He oído a los hombres muchas historias de sus
lances de caza. Con los leones en ocasiones se atreven a intentar quitarles la
presa. Sobre todo si se trata de un león solitario. Pero con las hienas no.
Siempre van en manadas, y por las que se dejan ver, hay otras tantas escondidas
en las cercanías expectantes, preparadas para intervenir cuando les
corresponda. Por ello, si los hombres ven que su presa ha sido descubierta por
una jauría de hienas, suelen retirarse sin reclamarla. Tienen un mordisco muy
fuerte, que puede partir incluso los huesos. Son unos bichos de cuidado.
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Grupo de hienas devorando la presa |