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jueves, 2 de marzo de 2017

LCP Cap. 53: LA ADAPTACIÓN A LA VIRUELA DE LOS MAASAI (I)

Amanecer en el Masai Mara. Fotografía de Xavier Jubierre

Hubo un día que a Makutule se le dijo que no fuera con el rebaño sino que se presentara a primera hora en la choza de Obago. De esta forma, al rayar el sol en el horizonte, en pleno amanecer, ya estaba Makutule esperando en la puerta de la choza. Obago, desde dentro, podía vislumbrar su figura, a contraluz. Makutule estaba creciendo, se estaba haciendo mayor. Obago sonrió y salió donde le esperaba el muchacho.

-¡Buenos días, Makutule! -saludó Obago.

-¡Buenos días, padre! -contestó Makutule, que ya usaba la fórmula "padre" con familiaridad.

-He querido que hoy estés conmigo, porque tengo que ir a un sitio a recoger un antídoto para una enfermedad. Y tú tienes que aprender a recogerlo.

Obago, al contrario que Ikoneti, le solía explicar a Makutule paso por paso todo lo que iban a hacer y las razones por lo que lo hacían. Su forma de comportarse contrastaba vivamente con la del serio jefe maasai que había sido su anterior padre.

-Sí, padre. ¿De qué enfermedad se trata?

La curiosidad de Makutule, la capacidad de asombro, el poder de interrogarse acerca de las cosas que veía, todo ello había sido potenciado por Obago. Todo aquello que Ikoneti había reprimido, Obago lo había dejado florecer y desarrollarse, para ir dándole forma adecuada.

-¿Recuerdas esa enfermedad con ampollas llenas de pus por todo el cuerpo que termina con la vida de algunos de nuestros más poderosos guerreros?

Obago se estaba refiriendo a la viruela. Obago había vivido en su infancia uno de los grandes brotes que diezmó a la población Maasai. Después de ese episodio, la enfermedad daba la cara solamente en casos sueltos, sobre todo en personas que eran débiles o estaban previamente enfermos. Estos últimos casos son los que había visto Makutule. Sin embargo, Obago se refería a la gran epidemia de su niñez.

Viriones de la viruela.
-Que termina con la vida de nuestros más poderosos guerreros. -repitió Makutule tratando de recordar- Lo siento, no recuerdo la muerte de ningún morani por enfermedad en los últimos tiempos.

Obago sonrió. No pretendía que se acordara.

-No me refiero a nuestro tiempo, Makutule. Me refiero a mi niñez. Recuerda todo lo que te he contado sobre mi niñez.

Makutule volvió a pensar, a intentar recordar, a dar vueltas a su cabeza, pero nada. Al final tuvo que rendirse.

-Lo siento, no recuerdo. -reconoció algo compungido.

-Un buen laibón no sólo debe conocer lo que pasó en su tiempo. O lo que sucederá mediante los sueños. Un buen laibón debe saber todo lo que pueda sobre el pueblo Maasai. -dijo Obago en tono serio, rayando el enfado.

Makutule quedó cabizbajo. No le gustaba fallar, y menos ante preguntas de Obago, y de esa forma. Obago dejó pasar unos momentos y añadió en un tono más cordial:

-No te preocupes. La próxima vez pon un poco más de atención. Sólo quería hacerte ver lo difícil que es ser laibón. -le revolvió el pelo con la mano- Y que siempre se nos pueden pasar cosas. Te lo vuelvo a contar, estate atento.

Y Obago le repitió la historia de la viruela y del daño que causó en el pueblo Maasai, así como la forma que habían descubierto para defenderse de ella. Así siguieron durante todo el camino, que les ocupó la mitad de la mañana.