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domingo, 7 de agosto de 2016

LCP XXX: EL UKULI BULA Y LA FLAGELACIÓN RITUAL

Queridos amigos de La Cultura de los Pueblos, saludos desde la red. Quedábamos hace unos días en que sería ahora cuando hablaríamos de uno de los rituales más dramáticos, más duros, y más sacrificados que una mujer realiza en la tribu Hamer por alguien de su familia, concretamente por su hermano. Hablamos de la flagelación ritual que tiene lugar como primera parte, o paso previo al Ukuli-Bula o ceremonia del salto del ganado en la que el joven Hamer se convierte en individuo adulto con plenos derechos dentro de la tribu, como son los de casarse y formar una familia. Pero vayamos por partes.

El rito del Ukuli-Bula es muy parecido al rito Pilla del pueblo Karo; pero algo más complejo. Cuando tratamos al pueblo Karo, fue a través del recuerdo del anciano Molu la manera que tuvimos para adentrarnos en los entresijos de dicho rito. En esta ocasión, sin embargo, quisiera que más que una narración, fuera una descripción la que nos permitiera vivir todo este rito. Por tanto, quedará en tercera persona. Si logro o no la intensidad que me  he propuesto, seréis vosotros; serán ustedes, quienes decidirán si lo he conseguido o no.
Joven Hamer antes de la ceremonia del Ukuli-Bula
Para empezar, tal como señalé anteriormente el Ukuli-Bula permite el paso del joven Hamer al estatus de adulto, lo cual le va a abrir las puertas al matrimonio y a formar una familia. Más que al matrimonio en sí, habría que hablar de pactos matrimoniales, entre las familias del que adquiere el estatus de adulto y de la joven casadera.

El joven aspirante recibe distintos nombres. Hasta que realiza la ceremonia del salto del toro, se le llama Ukuli. Una vez que ha conseguido pasar la prueba, se le llama Cherkali. Y transcurridos ocho días, adquiere la categoría de Maz, que es el estatus al cual aspira.

Terreno preparado para el Ukuli-Bula
Para realizar la ceremonia del Ukuli-Bula se buscan lugares amplios, planos, despejados de arbustos, en pleno campo. Al tener que manejar reses de ganado vacuno y realizar varias ceremonias, es necesario que el sitio cumpla estas características de amplitud y limpieza de vegetación. Allí van a acudir la familia, los distintos parientes y los allegados del ukuli, junto a un número variable de maz del poblado, de los adultos que ya han pasado la prueba y cuya aportación a la ceremonia va a ser muy importante, como comprobaremos más adelante.

Estos maz se adornan con plumas, collares, brazaletes, en suma, con sus mejores prendas. Y portan en sus manos unas ramas largas, delgadas y flexibles. Ramas largas, delgadas y flexibles que se usarán a modo de látigos.

Las mujeres de la familia del ukuli, excepto la madre, van ataviadas profusamente con adornos y se encuentran embadurnadas de grasa, tanto el cabello como la totalidad de su cuerpo. Esta grasa será de suma importancia para lo que va a venir a continuación.

LA FLAGELACIÓN RITUAL

Una vez que todo el personal que va a participar en el Ukuli-Bula está preparado, comienza la ceremonia, pero no serán los hombres los que "abran el fuego", digámoslo así. Van a ser las mujeres, las parientes del ukuli, quien formando grandes corros, danzando y cantando en sentido circular, con trompetas y con pitos se van a ir acercando hacia donde se encuentran los maz.
Corro de mujeres Hamer danzando y cantando. Nótense las trompetas que llevan algunas en sus manos. En la imágen
de abajo, el grupo se dirige hacia dónde se encuentran los hombres adultos, los maz.
Los maz, por su parte, están sentados a la sombra de los pocos árboles que hay en la zona. Se encuentran como cohibidos, como remisos, ante la llegada del grupo de mujeres que danzan y cantan ante ellos, cada vez con más fuerza, cada vez con más intensidad.

En un momento dado, una de ellas, la más de las veces una hermana del ukuli, se coloca delante de los maz, y comienza a hablar ensalzando al ukuli. La muchacha declara el cariño que le profesa, y que como muestra de ese cariño, desea que uno de los maz la marque con su látigo. En un primer momento, hay un rechazo, luego una reticencia; pero al final, ante la insistencia de la muchacha, el maz accede, elige el mejor látigo, el que tenga menos nudos, el que sea más liso. ¿Para qué? Para causar a la muchacha el mínimo dolor y para que la marca quede más limpia.
Una vez decidido el lance, el maz se levanta, la muchacha lo sigue unos pasos, se coloca frente a él, levanta la mano derecha manteniéndola en alto en todo momento, mientras que con la izquierda hace sonar bien una trompeta o bien un pito. El maz lanza su látigo, que recorre la espalda de la muchacha. Ésta intenta no quejarse, intenta mostrar todo su valor. La grasa con que se ha untado, permite que el látigo resbale y hace que el dolor se atenúe, pero aun así las marcas son profundas, las cicatrices recorren de un lado a otro la espalda de la muchacha y prueban la entereza, el valor y el amor de la muchacha por su hermano.
Esta ceremonia puede repetirse varias veces, según las hermanas que tenga el ukuli, y según el valor de las muchachas, las cuales intentarán en todo momento demostrar lo dignas que son como mujer Hamer. Porque las cicatrices serán las marcas que también permitirán a la muchacha Hamer distinguirse como buen partido para contraer matrimonio. Permitirá a la joven Hamer demostrar su valor y su dignidad ante aquellos que la pretendan como pareja y como madre de la siguiente generación del pueblo Hamer.

Una vez acabada esta ceremonia, los maz degustan café mientras se pintan, preparándose para el "salto sobre el ganado" que esta vez tiene que hacer el ukuli. Pero esto quedará para la próxima entrada.

Mientras, recordando el valor de la mujer Hamer, y haciéndolo extensivo a todas las mujeres, me despido hasta la próxima entrada. Allí nos volveremos a encontrar.

sábado, 9 de julio de 2016

LCP XXVII: LOS HAMER, EL ENTRAÑABLE PUEBLO MEDIO

Mujer casada de la tribu Hamer

Queridos amigos de "La Cultura de los Pueblos". Retomamos nuestro recorrido por los distintos grupos étnicos que viven a las orillas del río Omo, en el suroeste de Etiopía. Y lo retomamos para hablar de un pueblo al que vengo a denominar, con permiso de todos aquellos seguidores de Tolkien, "pueblo medio". No lo hago por su baja estatura, o por su distribución de vello corporal, o por una supuesta morfología puntiaguda de sus orejas, tal como describía el escritor británico a los pobladores de la tierra Media. No, no es ese el caso. Me refiero a ellos como el pueblo medio, por encontrarse justo "en el medio" de la encrucijada de pueblos que habitan los márgenes del río Omo. ¿Qué no me creéis? Juzgad por vosotros mismos:

Posición de la etnia Hamer y de sus dos pueblos importantes, Dimeka y Turmi, dentro del valle del Omo

Los Hamer tienen al norte como vecinos a los Banna y a los Bashada. Al sur se encuentran los Dassanetch, de los cuales nos ocupabamos en entradas pasadas. Si nos dirigimos al oeste desde donde ellos viven, nos encontraremos con el pueblo Karo, al que acabamos de seguir en las últimas entregas, y a los Nyangatom. Y por último, si nos dirigimos al este, y salimos de los límites de lo que hemos dado en llamar riberas del río Omo, nos encontraremos con los grupos étnicos Arbere y Tsamako. Como podéis apreciar, nuestros amigos Hamer están rodeados por todos los lados por distintos pueblos, con distintas costumbres y tradiciones; o quizá no tanto, aunque eso lo dejaremos para más adelante.
Madre con hijo, pertenecientes a la tribu Arbere

Se suelen relacionar con todos ellos, aunque estas relaciones difieren de unas tribus respecto a otras. La tribu de los Banna es con la que comparten una mayor afinidad, pues tanto su cultura como su lengua es similar. Ambas lenguas corresponden al tronco de las lenguas omóticas que veíamos tiempo atrás. Los Hamer son aproximadamente unos 15.000 personas y suelen encontrarse repartidos alrededor de los pueblos de Dimeka y Turmi, en dónde se encuentran los mercados principales, en los cuales intercambian sus productos con las otras etnias de la zona, obteniendo utensilios como, por ejemplo, vasijas de barro de gran calidad, en este caso del pueblo de los Bashada.

Los mercados son puntos de encuentro con las otras tribus. En ellos se da el intercambio de distintos productos propios de la zona como lo son frutos, miel, mantequilla, sorgo o café. También podemos encontrar otro tipo de enseres que han ido apareciendo procedente de la civilización exterior como telas, mantas, o utensilios de plástico que han entrado poco a poco a formar parte del día a día de este pueblo.

El mercado de ganado se encuentra en la misma población, pero apartado en otro lugar distinto, para no mezclar las dos clases diferentes de productos. En este caso, lo que se intercambian son cabras, ovejas y en algunas ocasiones algún bovino.
Mercado en la población de Turmi

Estos mercados suelen ser sencillos. Normalmente permiten dar salida al excedente familiar y de esa forma cubrir otras carencias de las familias cubriendo de esta manera las necesidades de las mismas. Las transacciones que se realizan en estos intercambios suelen ser de poca cuantía. Sobre todo, la mañana de mercado sirve para, por un lado la supervivencia semanal; pero por otro, y quizá más importante, para la creación y mantenimiento de lazos sociales y de amistad entre distintas familias, grupos familiares e incluso clanes de distintas tribus.

Normalmente, en estos mercados nos encontraremos a las vendedoras luciendo los vestidos y adornos más elaborados de la zona. Pero quizá eso sea tema para la próxima entrega.

Mientras tanto, queridos amigos, un saludo desde la red.


miércoles, 22 de junio de 2016

LCP XXVI: EL LADO OSCURO DE LOS KARO


Tras la ceremonia del pilla, una vez que el joven karo ha saltado sobre los cuatro bueyes y ha conseguido su estatus de adulto dentro de la gente de la aldea, este joven ya podrá casarse. La elegida puede ser alguien que haya sido escogida por los padres previamente, o bien alguien con quien ya ha mantenido relaciones sexuales o con quien mantiene una relación de convivencia de mayor o menor tiempo de duración. Pero para unirse en matrimonio, precisaba pasar la ceremonia del pilla.

La unión de ambos se da por hecha, no siendo la dote que tiene que entregar el novio a la familia de la novia un problema. En primer lugar porque es fija: 127 cabras, ni una más, ni una menos. En segundo lugar, porque no la tiene que entregar de golpe. Puede entregarla poco a poco, a lo largo del tiempo. A partir de ese momento, los dos jóvenes son bendecidos por ambas familias y sus descendientes son aceptados como parte de las familias y del poblado.

Pero, ¿por qué, Jesús, nos hablas del lado oscuro de los karo? Hasta ahora, y desde que se pasa el pilla, sólo hemos visto cosas positivas. Se les allana el camino a los jóvenes, a la feliz pareja que, por fin, se pueden unir sin problemas. ¿Por qué nos titulas la entrada de hoy "El lado oscuro"?

Porque, queridos amigos de "La cultura de los pueblos", cualquier acercamiento a estos pueblos quedaría cojo si no me refiriera también a una de las costumbres que a nosotros, como occidentales y desde una cultura "humanística", nos puede resultar repulsiva.


Los karo, queridos amigos, practican el amor libre. Cualquier individuo, llegada la madurez sexual, puede tener encuentros sexuales con otro miembro del poblado. No importa y no va a influir para nada en su futura unión con un hipotético marido o una hipotética esposa. Pero, si de esas relaciones surge un descendiente, éste es declarado "mingi", maldito. Al ser maldito, es preciso deshacerse de él. Y, por tanto, el recién nacido es abandonado en la naturaleza para que el frío, el hambre, o los animales salvajes le conduzcan a la muerte. Si no se hace así, no sólo la familia, sino el poblado entero se llenará de mala suerte y de desgracias. Por tanto, los karo practicaban, parecer ser que hasta 2012, el infanticidio ritual. Pero no solamente son mingi, malditos, los niños nacidos fuera del matrimonio. Los que presentan alguna deformidad, los que presentan problemas en su desarrollo también son declarados mingi, y deben ser abandonados en la naturaleza.

He encontrado un video en youtube correspondiente a un reportaje sobre este problema fechado el 30/07/2014. Está en francés. Lo he traducido al español para aquellos que no lo entendieran y transcribo el texto debajo de él. En este caso, no comentaré. Simplemente dejaré que cada uno de nosotros saque sus propias conclusiones. Pues todas y cada una de ellas serán válidas.

Queridos amigos, nos seguimos viendo en la red.


Varias tribus en Etiopía como la Karo, Hamer y Bana, matan a los gemelos recién nacidos y a los niños ilegítimos que consideran que son una maldición.
Además de matar a los niños nacidos de padres no casados, los bebés gemelos, o los niños cuyos dientes superiores crecen antes que los inferiores también son considerados malditos.
Se ha informado de que si sus hijos malditos no se matan, la tribu se verá afectada por la sequía o las enfermedades.

El esposo de Buko Balguda, de 45 años, no ha realizado un ritual tribal que consiste en saltar sobre los bueyes antes de su matrimonio.
La reunión de la aldea, por tanto, no le ha reconocido oficialmente como marido, y 15 niños de la pareja han sido considerados ilegítimos.
Los descendientes de Balguda fueron arrojados al río para ser devorados por los cocodrilos o fueron abandonados en la naturaleza.

La tradición de matar a los "hijos de maldición" de la tribu Karo terminó en 2012 después de que una organización benéfica llamada "Omo Infancia Intervenida" lo denunciara.
Sin embargo, otras tribus como Hamer y Bana habrían matado cerca de 300 niños cada año a causa de la superstición.

martes, 7 de junio de 2016

LCP XXV: LA ESTÉTICA DEL PUEBLO KARO


Queridos amigos de "La cultura de los pueblos". Veíamos en la última entrada dedicada al pueblo Karo, cómo el joven Molu conseguía saltar los cuatro bueyes, tal como mandaba el ritual en el pueblo Karo, en su etnia, y de esta forma obtenía el rango, el estatus, de adulto, de persona madura. Y junto a él, todo el poblado lo celebraba. Pero dejemos por un momento disfrutando al joven con su recién conseguido nivel social y pasemos a hablar de algo que, si hemos sido un poco avispados, hemos podido observar en las distintas fotos que han ido apareciendo en las entradas correspondientes a este pueblo: su estética.


Los Karo se caracterizan por presentar una manera muy representativa de adornarse el cuerpo. Su pintura es ornamental y simbólica, y se realiza en los rostros y en los cuerpos, a veces cubriendo casi por completo toda la superficie de la piel, sin dejar ni un minúsculo poro de la misma libre de color. Nos podemos encontrar en ellos desde finos detalles muy elaborados, realizados con gran cuidado con los dedos, y que destacan por su belleza y armonía; hasta toscas pinturas, extendidas con las palmas de las manos, en las cuales más parece que les hayan dado brochazos de pintura para cubrir el cuerpo, sin ningún tipo de finalidad, que el que hayan intentado realizar algún tipo de dibujo ritual.


Cuando los dibujos son más delicados y finos, suelen cubrir la zona de la cara y el pecho, y se muestran de forma orgullosa al resto de los individuos de la aldea. Combinan varios colores: el blanco que lo obtienen del yeso de los terraplenes de la zona, el negro que lo sacan del carbón, y el amarillo ocre y el rojizo a partir de minerales que suelen encontrar en zonas cercanas a la orilla del río Omo. Sin embargo, el usado con más profusión, y por el que suelen ser más conocidos, es el blanco, con el que suelen ocupar la mayor parte de su piel.


martes, 24 de mayo de 2016

LCP XXIV: LA CELEBRACION DEL RITO "PILLA" DE MOLU (2ª parte)


El joven Molu estaba preparado para ese día. Se había ejercitado durante mucho tiempo en los riscos, al lado del río, saltando de una a otra de las rocas, salvando las distancias que había entre ellas, de cresta en cresta de las piedras que remarcaban el borde del río Omo, el cual transcurría al lado de su poblado. También se había entrenado con los troncos caídos que se podían encontrar en los bordes del bosque ribereño, con sus ramas retorcidas. 


Pero su padre siempre le había avisado que no era lo mismo saltar sobre algo inerme, algo quieto, que sobre un animal, sobre un ser vivo, que estaba en continuo movimiento, aunque estuviera sujeto por alguno de sus compañeros. Por ello Molu también ensayó con alguna de las cabras que tenía su padre. Los pobres animales, al sentir el peso del muchacho encima de su cuerpo, habían salido corriendo y balando espantadas, y Molu había terminado con sus huesos por los suelos con gran regocijo por parte de su grupo de amigos. Cuando lo vio su padre, sacudió la cabeza y le volvió a decir:

-Hijo, cuando aprenderás. Una cabra no es un buey. Nunca se está lo suficientemente preparado. No te obsesiones.-y, sonriendo, le daba un pequeño pescozón en la cabeza. 

En su interior, sin embargo, su padre se sentía orgulloso de la tenacidad y entrega del muchacho. Sabía que lo lograría. Por eso dispuso los medios para que la ceremonia se celebrara de forma pronta, sin escatimar en gastos. No pudo obtener prestados, como era lo habitual, los bueyes de los Hamer; no al menos para la fecha que quería realizar el rito de la pilla. Se decidió, por tanto, comprarlos a los Dassanetch, que era otra de las formas que tenían los Karo de obtener dichos bueyes para la ceremonia. Y el día había llegado.

Cuando Molu salió de la choza, del ono, se vio rodeado de las jóvenes del poblado que con sus cánticos y bailes le agasajaban. Es la manera que tienen en la tribu Karo de desear buena suerte al muchacho en la pilla. Molu se sintió algo aturdido, con tanto ruido ensordecedor, pues al cántico había que sumarle el ruido de los collares, pulseras, brazaletes, de los que pueden colgar distintos tipos de campanillas, y toda clase de abalorios que provocan un ruido que hacía que el jolgorio atronara los oídos del joven Molu. A éste le vinieron a rescatar sus compañeros y entre enfrentamientos verbales, más fingidos que reales, se fueron dirigiendo al lugar dónde se iba a celebrar la pilla. Conforme Molu se acercaba al lugar, iba olvidando el ambiente que le rodeaba e iba notando como el temblor que le había nacido en el estómago se convertía en nudo y éste ascendía hacía la garganta.

De pronto los vio frente a él. Había cuatro bueyes. Eran cuatro cebúes, con sus gibas y sus cuernos característicos. Estaban preparados, juntos. Sólo quedaba alinearlos. Para ello era necesario que él se preparara, diera la señal de estar listo. Ya no oía todo el griterío de su alrededor. Se había congregado casi todo el poblado. El pilla era el principal acontecimiento del pueblo, y solía acudir toda la gente. Molu sólo tenía la mente puesta en su reto: saltar los cuatro bueyes.

Lentamente, se fueron colocando en fila. Costado junto a costado. Molu se deshizo de todo lo superfluo. Tenía hasta cuatro intentos, y conque lo consiguiera una vez era suficiente. Miró el lomo del primer animal. Levantó el brazo. Dio un paso atrás y comenzó la carrera. Saltó. Uno, dos...al tercer salto se le resbaló el pie entre el lomo del tercer y cuarto buey. Los compañeros le sujetaron. Había fallado. La algarabía aumentó. Miró a su padre. Éste le mantuvo la mirada, serena, con una leve sonrisa.


Volvió al punto de partida. Fijó su vista en los lomos de los animales. Arrancó la carrera, saltó. Uno, dos...y se escurrió. Esta vez en el segundo animal. La algarabía disminuyó, y un rumor de desencanto planeó por el lugar. Molu bajó la cabeza. Estaba avergonzado. Dio la vuelta. Casi no quería, pero volvió a mirar a su padre. Éste le miraba de forma serena, y le hizo un gesto de asentimiento con la cabeza, manteniendo la sonrisa. Molu se le quedó mirando.

Llegó al punto de salida. Seguía mirando a su padre. De pronto, le comprendió, le devolvió el gesto de asentimiento, y se dispuso a saltar sobre los bueyes. Miró el lomo del primero y emprendió la marcha. Uno, dos, tres, cuatro. Un grito de cientos de voces llenó el cielo africano. Molu lo había conseguido. Todos le estaban abrazando. Todos le felicitaban. Ya había subido de estatus. Ya era un adulto. Un hombre. Molu miró a su padre. Éste se acercó a él. Y los dos se fundieron en un abrazo.



martes, 17 de mayo de 2016

LCP XXIII: LA CELEBRACION DEL RITO "PILLA" DE MOLU (1ª parte)


Queridos amigos, nuestro viaje de hoy no sólo se va a circunscribir a un espacio determinado, el suroeste de Etiopía, el valle del río Omo; no sólo nos vamos a introducir en la vida y costumbres de un pueblo que habita las orillas más fértiles de dicho río, el pueblo Karo; sino que, además, vamos a realizar un viaje en el tiempo. Vamos a acompañar a nuestro protagonista, el anciano Molu, al que conocíamos en entradas pasadas, en uno de los momentos más importantes en la vida de un varón karo: la ceremonia del "pilla". ¿Qué es el pilla? El pilla es la ceremonia de iniciación en el que el joven karo adquiere el estatus de miembro de pleno derecho en la sociedad karo. Pero dejemos que el relato protagonizado por Molu sea el que nos guíe.


Molu notó como la luz comenzaba a entrar entre el entramado de troncos que formaban la pared del "ono", de la choza que pertenecía a su padre. Poco a poco, conforme iba iluminándose la estancia circular, Molu iba intentando desperezarse, desembarazarse del poco sueño que aún le quedaba. Sonrió. ¡Sueño! Se había pasado la mitad de la noche en vela pensando en el acontecimiento de ese día. Le había dado tiempo a repasar muchas escenas de su vida. Los recuerdos le venían a saltos. Unos detrás de otros.


Ono (choza) vivienda karo, junto al cobertizo para la estación seca


Uno de ellos, de los más tempranos en su vida, era cuando jugaba frente al ono, frente a la vivienda, en un cobertizo que tenía su padre, y que usaban en la estación seca para dormir. Allí revolvía los pocos utensilios que tenía su madre, le escondía cosas, le tiraba otras, se reía, y su madre le reprendía. Pero su sonrisa siempre podía con ella. Y la reprimenda nunca pasaba de una voz más o menos alta y un amago de golpe, que no llegaba a materializarse. Otra de sus travesuras era jugar con las termitas, cuando sus padres y otra gente del poblado trataban de exterminarlas. Las termitas solían dañar los ono, sus chozas, por lo que había que renovar los troncos de las paredes dos veces por año. Al niño le gustaba observarlas, sobre todo a las termitas soldado. Sus amplias cabezas con las enormes tenazas le dejaban boquiabierto. Molu sonreía al recordar esos ratos.

Después le llegaron los recuerdos de más mayor, cuando ya era un niño preguntón. Así se lo decía su madre. Su padre en cambio, siempre le contestaba. Y siempre le llevaba consigo.
-Padre. Eso que tenemos al principio de la casa, ¿qué es? -y el padre contestaba.
-Eso Molu, se llama "mulda". Es un armazón de troncos en forma de Y donde colgamos distintas cosas. Rabos, orejas y hasta las pezuñas de los búfalos. Se hace de una manera distinta según cada familia. Sirve para distinguirnos unos a otros.
-Pero padre, hay también una a la entrada del poblado.
-Esa sirve para distinguirnos como clan. Hay muldas que son familiares y muldas que pertenecen al clan.-y Molu quedaba satisfecho de aprender algo nuevo.


Un día que Molu estaba paseando con su padre llegaron a un extremo del poblado. Allí había un terreno cuya entrada estaba señalada de forma especial y ante la cual el padre de Molu se paró.
-Padre, ¿por qué paramos?
-Porque no podemos pasar.
-¿Y por qué no? -Molu estaba en esa edad en que los niños se vuelven insistentes en sus cuestiones. Su padre se arrodilló frente a él, fijó sus ojos en los suyos y le dijo:
-Molu, ¿ves este sitio que hay aquí? -el niño miró fijamente el lugar.
-Sí, padre.
-Pues bien. Se trata de un espacio sagrado. Se llama "marmar", y solamente pueden entrar los adultos de nuestro pueblo que estén casados. Aquí se ofician las ceremonias más importantes.
-Entonces, ¿yo no puedo entrar? -preguntó Molu con un tono de decepción.
-No, Molu, hasta que no seas adulto y no estés casado, no.-la respuesta de su padre fue firme. El niño le miró a los ojos y le dijo:
-¿Y cómo se consigue eso? -su padre se rio a carcajadas.
-No te preocupes Molu. No te preocupes. Ya te llegará.

Molu, en el ono, ese amanecer, ya sabía cómo se conseguía hacerse adulto. De hecho, se iba a hacer adulto a través de la ceremonia de ese día.

Pero vamos a dejar que sea en la próxima entrada dónde veamos cómo Molu alcanza el estatus de madurez dentro del pueblo karo. Hasta ese momento, queridos amigos, nos vemos en la red.

martes, 3 de mayo de 2016

LCP XXII: LA RELACIÓN DE LOS KARO CON SUS VECINOS


Queridos amigos de "La cultura de los pueblos", y del pueblo Karo. Dejábamos en la entrada anterior a nuestro orgulloso abuelo Molu con su nieto entre los brazos, acurrucado, mirando el firmamento y soñando con el momento en que sus antepasados descubrieron las orillas del río Omo, ese río en el cual está transcurriendo toda nuestra aventura desde finales del año pasado.

Mosca tse-tsé
Molu nos contaba que cuando bajaron los Karo con su ganado al río Omo, en busca de los pastos que allí crecían de forma tan abundante, comenzó a ocurrirles una tragedia. Ellos, que se habían trasladado para que sus ganados crecieran mejor y más fuertes, engordaran y fueran más suculentos tanto para el consumo propio como para la venta a los grupos étnicos vecinos, vieron como sus reses, tal como lo describe Molu, morían presas de una enfermedad que las diezmó. Esta enfermedad es la nagana, producida por la mosca tse-tsé, que en el hombre provoca la enfermedad del sueño. La nagana es similar en características clínicas a la enfermedad del sueño, sólo que se da en animales. Y eso fue lo que hizo desaparecer la cabaña ganadera de los Karo, y lo que les obligó a hacerse agricultores y a aprender a cultivar el sorgo, el maíz y las judías.

El joven Karo nos mira desde las orillas del Omo
Esta economía agrícola es completada con la apicultura, para acompañar todos los beneficios de la miel a una dieta que sería demasiado pobre si sólo se basara en los cultivos que obtienen de las tierras ribereñas del Omo. Porque la pesca era tabú hasta hace muy poco tiempo. Se vieron obligados por las últimas sequías, que llevaron a malas cosechas, a romper ese tabú. Aún así, la pesca solamente la pueden realizar los solteros jóvenes, y después de ella deben pasar por un rito de purificación. Con la caza ocurre algo similar, no llegaba a ser tabú, pero también estaba limitada por sus costumbres.

Pero hoy quiero hablarles de la relación del grupo Karo, que recordemos no suman más de 1.000 individuos, con sus vecinos. Algo muy importante para un grupo humano si quiere sobrevivir, sobre todo al ser tan pequeño, es mantener buenas relaciones con sus vecinos. Y así les ocurre a los Karo con los otros dos pueblos vecinos suyos: los Hamer y los Dassanetch. 

Varón Hamer preparando a un joven para la fiesta del salto de la vaca

Los Hamer, de los cuales habla Molu en la historia que le cuenta a su nieto, con los que compartían tierras en las lejanas montañas, se encuentran situados al norte y al este del emplazamiento del pueblo Karo. Su relación con ellos se basa en lazos familiares y alianzas guerreras. También entre ellos el comercio y el intercambio de bienes es fluido. De ellos obtienen cabras y ovejas junto con los productos derivados de las mismas, a cambio de las cuales les entregan cantidades de maíz y sorgo.

Ceremonia Dimi de la etnia Dassanetch 

Con los Dassanetch, que están situados al sur, la relación se puede calificar como mucho más estrecha. De hecho, los Karo los consideran como "los hermanos" que decidieron ir más hacia el sur, siguiendo el cauce del río Omo. Tanto es así que el conflicto entre ambos pueblos es "tabú", no existe. Muy difícilmente habrá ni tan siquiera un conato de discusión entre miembros de ambas tribus.

Pero existen otros pueblos, otras tribus con las que los Karo no están tan cómodos. Más bien se llevan bastante mal. Se trata de los Mursi y los Nyangatom. Las relaciones entre estos dos últimos y los Karo son conflictivas en la mayoría de las ocasiones y en muchas ocasiones han llegado a enfrentamientos abiertos, que en los últimos tiempos han empeorado con la aparición en el escenario del valle del Omo de las armas de fuego. Uno de estos enfrentamientos ocurrió en 1993 y se debió a la disputa de unas tierras arables, fértiles, en el margen occidental del río Omo.

Como vemos, el enfrentamiento entre estos pueblos se debe a una de las necesidades básicas del ser humano: la alimentación. Y suele enfrentar a dos modos de ver la vida, el pastor nómada y el agricultor sedentario. Pero esto daría lugar a otro tipo de reflexiones. Nosotros nos quedaremos en la orilla del río Omo, acompañando a Molu y disfrutando de la noche en este rincón perdido, aunque ya no tanto, de África.

Río Omo desde Kortcho (poblado Karo),

Hasta la próxima entrada, queridos amigos. Nos vemos en la red.

martes, 26 de abril de 2016

LCP XXI: LOS KARO. A LAS ORILLAS DEL RIO OMO


Queridos amigos. Tras algún tiempo, volvemos a retomar nuestro viaje, volvemos a surcar el río Omo, en el suroeste de Etiopía y hoy vamos a entrar en contacto con una nueva tribu, con un nuevo pueblo que vive en sus orillas. 

En este mapa el pueblo Karo
viene con el nombre "KARA"
En este caso, es literal. Porque el pueblo al que hoy conocemos vive literalmente en sus orillas. Se trata del pueblo Karo. Se asienta en la orilla izquierda del río Omo, a mitad de su trayecto, donde el río forma amplios meandros que dan lugar a orillas fértiles que permiten una agricultura y una ganadería  mucho más pujante que en las zonas más alejadas a este y oeste de la corriente fluvial. Pero, me estoy adelantando. Por el momento, sepamos que el pueblo Omo corresponde al tronco de las lenguas omóticas, y está emparentado con el pueblo Hamer, al que ya veremos más adelante, en próximas entregas, y al pueblo Dassanetch, al que vimos en las últimas entregas.

Se trata de una pequeña población, que no llega a superar los 1.000 individuos, con dos núcleos de población importantes: Dous y Korcho, y que se dedican principalmente a la agricultura. ¿Por qué? Dejemos que Molu, el anciano Karo nos lo cuente.

Molu estaba sentado a la entrada de la choza. La noche era cálida. La estación seca había empezado hacía poco. Pronto tocaría recoger la cosecha de sorgo que se había sembrado hacía ya dos meses. Los granos estaban llegando a su punto justo de maduración y con ello se podrían obtener muy buenos beneficios, no sólo alimenticios, sino también económicos. Parte de esa cosecha iría destinada a ser cambiada por cabras de tribus vecinas y así poder pagar la dote de su hijo. ¡Ah, su hijo! De pronto, el anciano karo bajó la mirada del cielo estrellado y miró frente a él. Vio a un grupo de niños jugando. Uno de ellos era su nieto. No le llegaba siquiera a la cintura. Pero era vivaracho. Le alegraba con su risa, su vocecita y su media lengua. Tardó en aprender su nombre: Molu. "Olu, Olu" decía. Pero al fin, lo consiguió. Y Molu, el anciano karo sonrió ese día, orgulloso de esa segunda generación que había dado a la madre naturaleza.
De pronto, su nieto se acercó.
-Molu. -le dijo mientras se echaba a sus brazos.
-Dime, leoncillo. -era el apodo cariñoso que usaba Molu para dirigirse a su nieto.
-Cuéntame cómo surgió nuestro pueblo.
-Pero si ya te lo he contado miles de veces. -protestó el anciano.
-¡Anda! -suplicó el niño con ojos entornados- Quiero oírlo otra vez.
-¿Seguro que no te vas a aburrir? -preguntó el abuelo con una sonrisa pícara en la cara.
-¡Seguro! -gritó el niño, enderezando todo su cuerpo, poniendo su cara frente a la del anciano. Éste le miró orgulloso y le dijo:
-De acuerdo. Allá va.
Y mientras Molu se disponía a contar la historia del pueblo karo, su nieto se acurrucó en sus brazos y se dispuso a escuchar el origen de su pueblo. Molu comenzó a hablar:
-Hace mucho, mucho tiempo, nuestro pueblo era pastor. Teníamos rebaños de cabras y de ovejas. Grandes rebaños.
-Y de vacas. -añadió el nieto. Molu sonrió.
-Sí, y de vacas. Además, como el resto de los pueblos que nos rodean, practicábamos lo que llamamos nomadeo. Íbamos de un sitio a otro buscando los pastos mejores para nuestro ganado. Y descubrimos una zona que era tan buena, tan buena en pastos que nos quedamos mucho tiempo.
-Las montañas, ¿verdad?
-Sí, las montañas. Fíjate si sería buena zona, que no sólo vivíamos nosotros allí, sino que también vivía el pueblo Hamer, nuestros vecinos, con los que nos llevamos tan bien. Pues estuvimos allí durante mucho tiempo compartiendo los pastos, como si fuéramos todos de una misma familia. De vez en cuando se nos perdía alguna que otra cabra, pero fíjate qué curioso que a los dos o tres días volvían.
-Y no ibais a buscarlas, ¿a qué no?
-No, qué va. -se rió Molu- Siempre volvían. Y no hacíamos el menor caso. Hasta que el clima empezó a cambiar. Y empezó a ser más seco. La tierra empezó a no ser suficiente para todos y a uno de nosotros se le ocurrió seguir a las cabras. ¿Y sabes lo que descubrió?
-Sí. Pero cuéntalo tú, anda. -le suplicó a Molu su nieto.
-Que había un gran río a la falda de las montañas y que allí había pastos suficientes para todos, para los Hamer, para nosotros, para todos. Y nos pusimos en camino. Nosotros ocupamos la orilla izquierda de ese gran río, los Hamer se fueron un poco más allá. El caso es que nuestro pueblo estaba gozando de un auténtico paraíso hasta que llegó el desastre. Los animales empezaron a morir. Primero fueron unos pocos. Se quedaban como atontados, atolondrados. Luego medio dormidos. Por fin, morían. Y perdimos todo el ganado. Vimos que ahí no podíamos tener ganado. Trajimos más ganado y pasó igual. ¿Qué podíamos hacer?
-¿El qué? -preguntó el nieto con los ojos muy abiertos. Molu sonrió al verle tan sorprendido.
-¿Qué? Esta parte no te la sabes, ¿eh?
-No. -dijo contrariado el niño- es que no me acuerdo de todo. -y puso cara de enfurruñado.
-No te preocupes. Llegará el día en que te acuerdes de todo. Atiende.
-Nuestro ganado se moría. No podíamos tener más ganado. Las tierras de alrededor más sanas estaban ya ocupadas. No nos quedó otra que aprender a cultivar la tierra. Aprender a hacer que creciera el sorgo, el maíz, las alubias. Y de esa manera salimos adelante. Con el producto de estas tierras pronto salimos del atolladero. No sólo sirvió para que nos alimentáramos, sino que además lo podíamos intercambiar con nuestros vecinos por otras cosas como cabras, recipientes de barro, utensilios que necesitáramos y un montón de otras cosas. Y hasta hoy. ¿Qué te parece, mi leoncillo?
-¿Sabes? Me hubiera gustado ser de los que descubrieron el río.
-Y a mí, mi leoncillo. Y a mí. -Molu se quedó mirando el firmamento.

Queridos amigos. Hasta la próxima entrega. Nos vemos en la red.


viernes, 26 de febrero de 2016

LCP XVI: LA ESTÉTICA DE LOS HABITANTES DEL RÍO OMO

Guerrero mursi con sus nietos

Queridos amigos, en la entrada anterior dejábamos a Maji justo en el momento en que iba a comenzar a contarnos cómo su pueblo, y todos sus vecinos, se adornaban el cuerpo y cuáles eran las distintas formas que tenían de entender la estética dentro de su cultura. Os invito a que sigamos escuchándola:

Muchacha Hamer
Entre las distintas tribus que vivimos en las orillas del río Omo, nos gusta mucho adornarnos. Coincidimos en muchos aspectos de nuestro vestuario, peinados, pendientes, collares, etc. Pero siempre unos pueblos destacamos sobre otros en las distintas maneras  de ponernos guapos. Así, el pueblo karo presume sobre todo de sus pinturas corporales; los dassanetch sobresalen por la perfección de sus peinados; los nyangatom tienen una peculiar maestría en piercings, escarificaciones y collares; los hamer saben muy bien como decorarse profusamente todo el cuerpo para llamar la atención; los mursi son los más conocidos más allá de nuestras tierras, por el plato labial que tienen sus mujeres, pero también conocen trucos para lucir el cabello. Total, que aunque todos sabemos de todo, cada uno es maestro en algún aspecto importante. Os voy a hablar de alguno de estos aspectos.

Joven surma
Las escarificaciones son unos cortes que se hacen, normalmente los hombres, en la piel. Se los hacen con cuchillas afiladas y se aplican en esos cortes una mezcla de hierbas para que dejen una cicatriz elevada y gruesa. Se suelen hacer en todos los grupos, aunque los especialistas en este arte sean los nyangatom. Suelen ser de motivos geométricos, con cortes pequeños, repetitivos, que recorren la parte del cuerpo elegida. Puede ser el hombro, el brazo, el vientre, el pecho o la espalda. Pueden ser de tipo ornamental, para lucir en ceremonias; otras se hacen para aliviar dolencias, como si se tratara de una medicina. Pero las más espectaculares, las que dan más prestigio social, las que se llevan con más orgullo son aquellas que se hacen los hombres que han demostrado su valor al matar a un enemigo o al cazar a un animal peligroso. Como podéis imaginar, las portan los guerreros de la tribu, y las exhiben, tal como he dicho antes, con gran orgullo en fiestas y ceremonias.

Joven mursi con labio inferior hipertrofiado por el plato labial y con ausencia
de los incisivos inferiores.
Hay algo que solíamos hacer antes con más frecuencia, y que ahora se hace menos. Es el corte de los dientes delanteros inferiores. Se hacía por belleza. Nos veíamos así más guapos. ¿Os cuento algo? Los primeros occidentales que vieron esta costumbre nuestra la tildaron de salvajada. Pero cuando se encontraron con que al coger una enfermedad grave, que ellos llamaban "tétanos" y que para ellos era mortal, nosotros la superábamos, porque conseguíamos alimentar a los enfermos a través del orificio de esos dientes cortados, entonces empezaron a apreciar nuestro sentido de la belleza. Bueno, paso a los peinados.

Joven dassanetch

Los peinados pueden señalar el estado social; bien la situación del que lleva el peinado dentro del grupo, o bien que el que lleva un peinado tiene cerca la celebración de una ceremonia o rito, solo o de todo el grupo, y que se esta preparando para ello. Pero también nos peinamos por coquetería, no os creáis. También nos peinamos para atraer al chico o chica que nos gusta. Sí, porque los peinados tanto son de hombre como de mujer.

Hombres dassanetch preparándose para una celebración

Los de los hombres son más llamativos. Suelen rasurarse parte del cabello. Uno de los más comunes es el que deja cortos los cabellos de la parte central de la cabeza, los apelmazan y los tintan de color tierra o blanco. Pueden insertar cilindros de madera o hueso. Y en esos cilindros poner plumas de avestruz. Todo depende de la coquetería que quiera lucir el chico.

Las mujeres suelen preferir pequeñas trenzas, o cortado y apelmazado en pequeñas bolitas que se pueden untar de mantequilla y tintar de color tierra. También se pueden rasurar. Y a veces se realizan trenzados artísticos.

Mujer joven de la tribu bashada

Tengo que decir que los materiales que usamos para todos nuestros adornos y para ponernos guapos suelen proceder del medio natural. La excepción suelen ser piezas metálicas o de vidrio, que las obtenemos de los distintos mercados. Uno de los materiales más apreciados son las conchas de caurí que provienen del Océano Índico y del Mar Rojo. Estos mercados nos ponen en contacto con pueblos que existen más allá del río Omo, y nos cuentan historias como las que yo os estoy contando ahora. Espero hayáis aprendido cosas conmigo, y améis un poco más a mi pueblo.

Con este último deseo de Maji, sin más que añadir, me despido. Hasta la próxima entrega. Nos vemos en la red.