Hubo un día que la pequeña, hace no mucho tiempo, entró con su madre en la casa y se marchó hacia su habitación.
Su habitación está en el extremo opuesto de la puerta de
entrada, y normalmente, cuando llega ella suele quedarse en el recibidor o en
la cocina, que es la parte de la casa pegada a la puerta, alrededor de
nosotros, sus progenitores. En otras ocasiones, se dirige hacia el salón, que
es dónde tiene en estos momentos todos sus juguetes.
En estos casos, me quedo hablando con su
madre en la cocina. Tras un rato de charla, no sé si por instinto paternal o por otra razón
más “civilizada”, me dirijo a ver dónde ha ido la pequeña y lo qué esta haciendo, y suelo ponerme a jugar con ella un poco.
Ese día, después de hablar un rato con su madre, y darme
cuenta que no estaba alrededor, ni con los juguetes, decidí ir a buscarla.
Cuando llegué a la puerta de su habitación, que suele estar siempre abierta, me
encontré con un espectáculo impresionante para un padre.
La niña estaba sacando su cama de debajo de la otra, es una
cama nido, y estaba estirando su sábana y remetiendo el edredón de la cama que
hay arriba, después de haber dejado su abrigo y su mochilita en el sitio
correspondiente para ella. Le costó algo de trabajo, pues es una cama de 180 x 90 cm.
Pero me dejó totalmente asombrado.
Tal como me había visto hacer varias noches, ella
misma estaba preparando su cama para dormir esa noche.