A los 50 años el hombre empieza a plantearse qué ha hecho con su vida y qué será de su vida tras su muerte. Paradójico ¿no? Eso es el sentido de la trascendencia a la que me refería en mi última entrada de esta serie sobre las crisis de la edad. Y el nacimiento del sentimiento religioso. ¡Pero cuidado! No para dar explicación a esa necesidad de trascendencia. Sería demasiado simple. Y el Homo sapiens es la especie más compleja que ha pisado la superficie de la Tierra en toda la historia de la vida.
El sentimiento religioso no es la explicación que da el chamán de la tribu, el sacerdote egipcio, griego o romano, el rabí judío, el cura cristiano, el imán musulmán, el lama tibetano, ni cualquier otro representante de la divinidad en la Tierra. Todos ellos poseen una serie de doctrinas, creencias, ritos y liturgias que surgen de ese sentimiento religioso. Pero, aunque esas doctrinas tratan de explicarlo, ese sentimiento les sobrepasa.
El sentimiento religioso nace a la par e indefectiblemente unido al sentimiento de trascendencia en el ser humano. Incluso hoy mismo. Todo aquél que crea en una trascendencia cree en una vida más allá. Y si cree en una vida más allá esa vida no sólo es mejor, sino óptima. Y si esa vida es óptima es porque existe algo, o alguien, que vela y es responsable de que así sea. El hombre, como ser consciente de su propia vida y como ser consciente de su propia existencia no puede aceptar, en la mayoría de los casos, que todo acabe en la muerte biológica, en la podredumbre y desmenuzamiento de su ser en partículas. Esa propia consciencia y esa propia razón le lleva al sentido de trascendencia y al sentimiento religioso.
Aquel que, por el contrario no posee ese sentido de trascendencia, como decíamos más arriba, no posee tampoco el sentimiento religioso. Cree que muestro cuerpo comenzará a destruirse con la muerte cerebral. Que ese es el final. Y no sólo ridiculizará en mayor o menor medida; quizá en ninguna, pues puede ser persona muy respetuosa; cualquier manifestación religiosa, sino que no pensara en ningún momento en la existencia de un mas allá, aunque este más allá no tengan ninguna de las características de las religiones que existen o han existido en nuestro planeta.
El sentido de trascendencia implica, por tanto, que el hombre es algo más que el cuerpo biológico. Que el cuerpo es algo así como el vehículo en el que nos encontramos, la casa que habitamos; pero, sin embargo, somos algo distinto que va más allá, que perdura en el tiempo y que, un detalle importante, merecemos la felicidad. Merecemos un "más allá" feliz. Libre de todos los sinsabores, penalidades y sufrimientos que padecemos en esta vida. Y lo queremos para nosotros y para nuestros seres queridos. No nos basta con nosotros solos. Si alguna de las personas a las que hemos querido durante nuestra vida "terrena" no estuviera con nosotros disfrutando de ese "más allá" ya no seríamos felices. El "paraíso" ya no sería tal para nosotros. Aquí se muestra al mismo tiempo la grandeza y la mediocridad del ser humano. Mediocridad, porque ofreciéndole un paraíso, es aún capaz de rechazarlo si no se aceptan sus condiciones. Grandeza porque esas condiciones son precisamente el compartir el paraíso con sus seres queridos.