San Agustín de Hipona |
Aquellos que hayan seguido de forma más o menos contínua o sistemática este blog, bien porque lo pillaran desde el principio o bien porque hayan buceado en las distintas entradas que he realizado a lo largo de estos años, sabrán que una de mis primeras entradas se refería a una frase de San Agustín, que siempre ha sido malinterpretada, tergiversada y que ha justificado en algunas personas su elección por la vida libertina. Dicha frase era: "Ama y haz lo que quieras".
No voy a hablar hoy de dicha frase, ya lo hice. Voy a contaros otra de mis experiencias "veraniegas", a las que estamos dando rienda en estos días de caluroso verano. Bien. Allá va.
Hace poco tiempo he acabado de leer el libro "Las Confesiones" de San Agustín, por segunda vez. Es un relato estructurado en 13 libros, en los que, durante los 10 primeros, nos confiesa su vida y su recorrido en busca de la verdad. Y en el que, dirigiéndose a Dios en todo momento, confiesa al lector que esa verdad la encontró en Dios, en Jesucristo. Alguien al cual rechazaba en un primer momento, pero que, poco a poco, al ver que el resto de doctrinas no llenaban sus ansías de auténtico conocimiento de la verdad, se fue acercando. Primero como simple observador. Segundo como catecúmeno. Y tercero, por fin, como bautizado a los treinta y pico años.
En su libro menciona, casi de pasada, a su hijo Adeodato. Y me resultó curioso este detalle, sobre todo en un relato que pretende confesar todos los sentimientos del autor. Adeodato fue un hijo que tuvo con una mujer que le acompañó durante mucho tiempo. Se podría decir que, sin casarse, era su mujer. Formaban pareja. Como muchas de las actuales relaciones entre personas. De ella habla más que de su hijo. Se trataba de una sirvienta, que le sigue hasta que, al ver que puede ser un estorbo para él, porque le impide un matrimonio ventajoso con la hija de un prócer de la ciudad de Milán, desaparece. Huye, dejando atrás incluso al hijo que ha tenido con Agustín. Ya la historia no dirá más de ella. Imposible, pues no sabemos ni su nombre. Agustín no lo menciona.
Pero sí el de su hijo. Adeodato ("Dádiva a Dios"). Al ponerle ese nombre, con ese significado tan profundo, la pareja debería quererle mucho. La madre, sin embargo, le abandona junto al que cree le puede dar un mejor futuro, junto a Agustín. Pero San Agustín prácticamente no lo menciona en "Las Confesiones", aunque sí mencione el hecho de la desaparición de su pareja como algo desgarrador, que le sume en la tristeza, en el dolor, y todo ello le impulsa a tomar el camino fácil de la lujuria y el desenfreno para intentar mitigar dicha desgracia. Raro en alguien que no sólo será santo, sino además será considerado Padre de la Iglesia. Y esa situación de desenfreno la explica claramente en "Las Confesiones". Explica su causa, se avergüenza de su comportamiento, y nos habla de su salida de dicha situación, que no fue nada fácil, porque él mismo no veía en lo que se había convertido su vida, y no aceptaba consejos de nadie.
Por eso, y vuelvo al tema, me resulta mucho más curioso el que no hable de Adeodato, de su hijo, a lo largo del libro. Más aún cuando tuvo que hacerse cargo del mismo. Y empiezan las preguntas. ¿No quería a Adeodato? ¿Le culpaba de su situación en ese momento? ¿Perdió el interés por su hijo, que era fruto del amor que había tenido con aquella mujer que le abandonó?
Para quién somos padres nos resulta muy difícil contestar afirmativamente a esas preguntas. El cariño que nos une a nuestros hijos haría que fueran una parte importante de un libro en que nos confesáramos. Entonces, ¿por qué el Padre de la Iglesia no habla de su hijo? No puede ser por vergüenza, pues bien nos describe todas las situaciones de lujuria que cometió antes de su bautizo, sobre todo en esta parte de su vida, y además lo reconoce de sin obviar nada. Por tanto, no cabe que pudiera avergonzarse de su hijo.
San Posidio de Calama. Autor de "Vida de San Agustín" |
Adeodato había fallecido a los 16 años. Ésa era la razón de no hablar de Adeodato, sino simplemente mencionarlo de forma lo más sucinta posible. San Agustín sufrió la muerte de su hijo. No es que no lo quisiera, todo lo contrario. No es que considerara que era un estorbo o fruto de su relación ilícita, todo lo contrario. Simplemente, el dolor de vivir la muerte de su propio, y único, hijo le impidió hablar de él en su obra cumbre, "Las Confesiones". Quizá fue eso lo único que no confesó en su libro. ¿Por qué? Porque el dolor era tan grande que no podía reflejarlo con palabras.
Queridos amigos de CULTURA Y SERENIDAD, hasta la próxima entrada. Nos vemos en la red.