Con toda esta conversación habían llegado al arroyo. Éste corría salvaje, raudo, hacia la planicie. Sus aguas eran cristalinas. Provenían de un manantial que se hallaba mucho más arriba, cerca de la cumbre. Lengwesi recordaba haber ascendido la corriente del arroyo, junto con alguno de sus amigos, en busca del manantial, hacía ya algún tiempo. En uno de los recodos del arroyo, un muro de rocas no les permitió continuar el camino, por lo que no consiguieron alcanzar la fuente del mismo. Pero la excursión les sirvió para conocer otro tipo de fauna diferente a la que estaban acostumbrados.
Los colobos, monos que vivían en los árboles, avisaban de su paso al resto de los habitantes del bosque.
Dik-diks de bosque, más pequeños que los de sabana. Y multitud de
paseriformes, pájaros de vivos colores, mucho más abundantes y variados que en el llano; y que precisamente necesitan los colores para comunicarse en el sotobosque.
Una voz le sacó a Lengwesi de sus recuerdos. Era la de su tío.
-¡Vamos, muchacho! ¡Desnúdate! ¡Qué hay que lavarte de la cabeza al dedo gordo del pie!
Ya se oían las primeras quejas seguidas de los primeros reproches. El agua, como era de esperar por el lugar y el momento del día, estaba bastante fría. Y los acompañantes les estaban afeando la conducta a sus jóvenes aspirantes a circuncisos.
-¡Pues buenos estamos si os quejáis por un poco de agua fría!
-¡Menudo papelón vais a hacer mañana!
-¿Y así estáis de preparados para la ceremonia de mañana?
Lengwesi, a pesar de que el agua fría le penetraba por todos los poros de su piel como agujas, procuró en todo momento no quejarse ni ofrecer el menor atisbo de dolor o impresión.
-Tranquilo, chico. -le decía su tío mientras le restregaba fuertemente la piel- No pasa nada porque ahora se muestre uno quejica. Lo importante es mañana, en la circuncisión. ¡Ahí es donde se acrisola el valor! -esto último lo había dicho en un tono serio y triste al mismo tiempo.
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Calabazas Maasai |
Lengwesi tenía los dos pies metidos en un recipiente, de tal forma que toda el agua usada para limpiarlo caía y se recogía en dicho recipiente. Una vez quedó lavado, ese agua que había sido usada para su aseo y que estaba sucia
se guardó en la calabaza que había cogido Lengwesi al salir de la choza. En el viaje de vuelta fue nuevamente su tío quien explicó al muchacho el significado de esa agua:
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Hacha Maasai de mediados s. XX |
-El agua que llevas en la calabaza, Lengwesi,
es el agua de la limpieza de toda tu juventud incircuncisa. Se llama
"Engare Endolu" (agua del hacha) porque cuando llegues a tu choza
la guardarás toda la noche junto con un hacha. Este agua
simboliza el lavado y al limpieza de todas las transgresiones que hayas hecho desde tu niñez hasta el día de hoy.
-De acuerdo, tío. -respondió el muchacho.
-Porque mañana, Lengwesi, recuérdalo bien, el corte de la carne te convertirá de muchacho a hombre. Te hará un auténtico Maasai.
Tío y sobrino se miraron con complicidad. Ya se hallaban cerca del enkang. En la entrada al mismo, expectantes, se encontraban los niños de menor edad, que estaban atentos a todo lo que suponía la preparación para la gran fiesta del Emorata que se iba a celebrar al día siguiente. Entre el barullo formado por los pilluelos entraron los aspirantes a morani, y cada uno de ellos se dirigió a su cabaña. Allí les esperaba su madre. A Lengwesi le recibió la suya.
-Madre, aquí estoy con la Engare Endolu. -le dijo el muchacho alargándole la calabaza que contenía el agua de su limpieza ritual. Su madre sonrió. Era una sonrisa franca, en la que dejaba ver su dentadura que, a pesar del paso de los años y los embarazos que había sufrido, se conservaba sana. Estaba orgullosa de que otro de sus hijos fuera a hacerse morani, guerrero maasai.
-Vamos, entra. Encontrarás el hacha en el rincón más alejado de la puerta. -le indicó a Lengwesi- Y luego vuelve fuera, que hay que continuar con la preparación.
-¡Sí, madre!
Lengwesi entró sin que se lo repitieran dos veces. Su madre quedó sola por un momento, y miró las navajas que tenía preparadas para afeitar la cabeza de su hijo, para que después él mismo se afeitara el resto del cuerpo, así como el vestido nuevo y las sandalias que debía usar a partir de ahora y que serían las primeras posesiones que tendría, pues todo lo que le había pertenecido hasta ahora debía abandonarlo.
Lengwesi salió rápidamente.
-¡Ya estoy aquí, madre!
-Muy bien. Pues empecemos. -y cogiendo uno de los cuchillos comenzó a rapar cuidadosamente la cabeza de su hijo.
-Madre.
-El tío me ha contado que el Emorata de la mujer es más duro que el del hombre.
-¿Y por qué cree él que es más duro? -se interesó la madre.
-Porque dice que os cortan más carne y de la parte más sensible del cuerpo.
La madre de Lengwesi quedó paralizada. Siempre le había dado gracias a Ngai (Dios) por haber tenido sólo varones, y no tener que someter a ningún retoño suyo a lo que ella sufrió en el Emorata. Pero nunca imaginó que uno de sus hijos pudiera preguntarle precisamente eso. Tras unos segundos, siguió rasurando la cabeza de su hijo.
-¿Por qué te ha contado eso?
-No sé. -dijo Lengwesi tranquilamente- Surgió en la conversación.
-Me imagino que quería hablarte como si fueras ya un morani. -dijo su madre más relajadamente- Sus razones tendría.
-Entonces, ¿es verdad? -Lengwesi insistió. Su madre creyó que ya no era ningún niño y que no debía zafarse de la pregunta, por mucho que a ella le resultara dolorosa.
-Sí, Lengwesi. Sí es verdad. -y cambiando el tono de voz a uno totalmente autoritario- Y ahora, aspirante a morani, eres tú el que te tienes que rapar el resto del cuerpo. Y recuerda que después debes limpiarte adecuadamente, sin dejarte un sólo pelo.
Lengwesi aseguró a su madre que así lo haría y cogió otro de los cuchillos que había, comenzando a rasurarse adecuadamente todos los pelos que quedaban en su cuerpo. Cuando toda su piel quedó bien limpia de ningún pelo, se dirigió a su madre. Ésta le revisó de arriba a abajo.
-Bien. Ahora te toca ponerte este vestido y estas sandalias nuevas, que son signo de tu nueva etapa. -Lengwesi se puso la vestimenta y las sandalias. Su madre añadió:
-Ahora tienes que buscar el árbol "Alatim". Es el árbol que vas a plantar mañana por la mañana, y que será símbolo de tu hombría. Así que ya sabes, -y se acercó a él para darle un abrazo, tras lo cual completó la frase- ya sabes, busca el más fuerte y el que mejor arraigue.
-Así lo haré, madre.
Ella vio como Lengwesi salía del enkang. Estaba segura que lo lograría. Era un muchacho valiente e inteligente. Pero ésta era la prueba más fácil de todas a las que se tenía que enfrentar a partir de ahora.