Eland común |
Nkosi estaba nervioso. El
antílope eland estaba frente a él. Era un magnífico ejemplar. Superaba con
creces la media tonelada. Nkosi miró su flecha, armada en el arco que le había
ayudado a construir su padre, y que tantas veces le había permitido clavar
acertadamente la presa que perseguían. Primero presas menores. Pájaros,
lagartijas, dik-diks, que eran pequeños antílopes del tamaño de un conejo.
Pocas veces había fallado. De hecho, era uno de los jóvenes con mejor puntería
del grupo al que pertenecía. Después vino el uso del veneno.
Nkosi aún se acordaba
de la primera vez que vio cómo se extraía el veneno de la larva de un
escarabajo, más bien de la crisálida. La crisálida era la fase de la vida del
insecto en la cual se encerraba en una especie de coraza o piel y dormitaba
hasta que la larva se convertía en escarabajo. Su padre se lo había contado
cuándo Nkosi le descubrió aplastando dichas larvas.
Crisálidas de escarabajo |
-¡Padre! ¿Qué estás
haciendo? –preguntó Nkosi mientras miraba fijamente como su padre, en el fondo
de una escudilla, aplastaba ayudándose de un palo romo unas criaturas
redondeadas. Su padre levantó la cabeza.
-Te preparo el material
para el siguiente paso en tu crecimiento. Ven. Acércate.
-¿Qué es?
-Se trata de las bubas
del escarabajo que te enseñé ayer. ¿Te acuerdas?
-Sí. –respondió Nkosi sin
dejar de mirar la labor de su padre. Poco a poco el fondo de la escudilla se
iba llenando de una sustancia pastosa.
-Pues bien, debes
aplastarlas y removerlas una y otra vez hasta que quede un unte como el que
está quedando ahora. –el padre de Nkosi sonrió al ver cómo la sustancia del
fondo iba quedando homogénea y adquiría el carácter untuoso que buscaba.
-¿Para qué? ¿Es una
pintura? ¿Un remedio para algo?
Su padre sonrió
nuevamente y, mirándole a los ojos, le dijo:
-No, Nkosi. Es veneno.
Sirve para matar.
Nkosi se quedó
sorprendido.
-¿Para matar? –preguntó.
Sam untando con veneno la punta de flecha |
-Sí, Nkosi. Esta
sustancia la debes untar en la punta de tus flechas. Una vez que las dispares y
se claven en el animal, éste morirá. No importa lo grande que sea. Tardará más,
tardará menos. Pero morirá. Lo único que tendrás que hacer será seguir su
rastro hasta encontrar el cadáver. Y cuando lo encuentres lo podrás disfrutar
con todo tu grupo. El veneno no pasa a la carne. Podrás comer tan tranquilo de
él.
-¡Es estupendo! ¡Ningún
animal se me resistirá! –exclamó Nkosi con una amplia sonrisa.
Su padre volvió la cabeza
y le miró. Era la mirada severa que le dirigía cuando había hecho alguna
travesura. El muchacho comprendió que había algo más. Su padre le dijo:
-Cuidado, Nkosi. El poder
de esta sustancia puede matar a cualquiera de nosotros. No duraríamos nada si
entrara en nuestra sangre. Debes utilizarla única y exclusivamente –subrayó estas
dos últimas palabras- para los animales. Nunca para cualquier otro sam.
La expresión de su padre
era seria. Nkosi sabía que no sólo le estaba transmitiendo un conocimiento. Le
estaba trasmitiendo una responsabilidad. Una gran responsabilidad.
Nkosi recordaba este
episodio conforme se acercaba, agachado, procurando disminuir la distancia que
existía entre él y el joven eland.
Y ahí dejáremos al joven sam, hasta que en la próxima entrega sigamos descubriendo su historia. Muchas gracias a todos y os espero en la siguiente entrada. Desde la red que nos une, un saludo cordial.