Alrededores del Parque Nacional del Serengeti, al final de la estación seca. Tanzania. |
La estación seca estaba llegando a su final. Pronto llegarían las lluvias y la hierba nuevamente volvería a crecer en la sabana, produciendo y renovando, como cada año, el milagro de la vida. También, pasado algún tiempo, vendrían las grandes manadas de herbívoros, principalmente ñús y cebras; y con ellos los leones, el gran animal que sirve de símbolo al pueblo Maasai.
Grandes manadas de ñus con algunos rebaños de cebras entre ellos. Parque Nacional del Serengeti, Tanzania. |
Pero aún quedaba algo de tiempo para que ocurriera todo eso, y mientras tanto había que conducir el ganado a los charcos y a los arroyos que, desde el tiempo de los antepasados, los Maasai sabían que todavía gozaban de suficiente cantidad de agua para que sus reses abrevaran adecuadamente.
Ikoneti, con sus hijos, iba dirigiendo de esta forma su ganado cuando notó una pequeña presencia a su lado. Era su hijo Lengwesi.
-¿Qué quieres, Lengwesi? ¿Tienes algún problema con el ganado?
-Ninguno. -contestó el niño.
Durante el tiempo que llevaba de pastor había ganado en audacia, aunque también sabía que a su padre debía tratarle con respeto.
-Entonces, ¿por qué estás aquí? -la pregunta que le hizo su padre sonó más a un reproche.
-El ganado que cuido está estupendamente. -afirmó Lengwesi sin hacer caso al tono de su padre- Por eso me permito abandonarlo un momento para comentarle, padre, -remarcó la palabra "padre"- un problema que me preocupa bastante.
-¿Tan importante es? -preguntó Ikoneti sin cambiar el tono de voz.
-Sí, padre. -volvió a repetir "padre" como fórmula de respeto.
-Espero que así sea. -esta vez el tono era de enfado- Vamos, cuenta.
-Se trata de Makutule. Tiene sueños en los que adivina el futuro.
Ikoneti se quedó paralizado como una estatua. De todas las reacciones que había previsto Lengwesi, ésta era la que menos habría esperado.
-¿Adivina el futuro? -preguntó Ikoneti, sin moverse un ápice.
-Sí, padre.
-¿Estás seguro? ¿No será invención suya?
-No, padre. Eso creí yo también, pero no. Le viene en sueños lo que va a suceder al día siguiente o a los pocos días.
Ikoneti suspiró. Todo su cuerpo se relajó.
-Y lo peor -continuó Lengwesi- es que está muy preocupado porque cree que es malo, que al no pertenecer al clan del laibón, eso no puede ser más que una mala señal.
-¿Una mala señal? -preguntó el padre.
-Sí, padre. Que esa capacidad que tiene es porque está destinado para el mal. -el tono del muchacho paso a ser de súplica- No habría alguna forma de convencerle de lo contrario, o de que no volviera a tener esos sueños. Tú sabes mucho. Seguro que sabes también como resolver esto y quitarle esas ideas de la cabeza a Makutule, porque yo lo he intentado pero no he podido. -Lengwesi tenía los ojos enrojecidos y estaba luchando por no llorar. Un Maasai no llora.
Ikoneti se acuclilló frente a él y le sujetó con sus fuertes manos por sus hombros.
-Escucha, Lengwesi. Has hecho lo que debías. Hablaré con tu hermano. Y haré lo posible por arreglar su problema, ¿de acuerdo?
Lengwesi afirmó con un movimiento de cabeza, empezó a sonreír. Ikoneti, que por un momento se había mostrado tierno, se alzó sobre sus piernas, adoptó nuevamente una pose seria y le dijo:
-Y ahora a tu ganado. Que ya lo has dejado mucho tiempo sin cuidar.
Lengwesi le lanzó una sonrisa en la que resaltaba la blancura de su dentadura.
-Sí, padre. Por supuesto.
Y se marchó, corriendo hacía donde estaba su parte del ganado.