Mostrando entradas con la etiqueta Dios. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Dios. Mostrar todas las entradas

jueves, 2 de febrero de 2023

LAS MORADAS o EL CASTILLO INTERIOR. 1577. Santa Teresa de Jesús

Las Moradas, también titulado El Castillo Interior, por lo que las distintas ediciones que se han hecho del mismo libro presentan pequeñas variaciones en cuanto al título, viene a ser escrito por Santa Teresa a lo largo del año 1577, por orden del padre Gracián, su confesor y en él nos narra las distintas "moradas" por las que va pasando la persona en su peregrinar hacia Dios. También llamado Castillo interior porque la Santa lo compara a un castillo que tiene siete moradas, rodeadas por siete murallas concéntricas, cada una en el interior de otra, y que, de esa manera nos van acercando a Dios, conforme el creyente va superando las murallas, o pasando las puertas que hay en ellas.

Pero ese acercamiento se realiza mediante un ejercicio diríamos ahora de introspección, y diríamos mal, tal como señala muchas veces Teresa, pues ella misma dice que las comparaciones que pone son para que "sus hijas", las monjas descalzas del Carmelo, puedan comprender más adecuadamente lo que ella misma ha ido experimentando en ese "camino interior". Santa Teresa nos muestra el camino para ir pasando por las puertas de esas murallas, los instrumentos necesarios, que sobre todo son la oración y la humildad, y, en último lugar, el método de oración y de acercamiento a Dios, que es, en resumen, lo que lleva el atravesar las distintas murallas. Sería un proceso similar a nuestra "meditación Occidental" que está tan en boga ahora, pero sin los objetivos "materiales" de dicha meditación moderna. No busca reducir nuestras pulsaciones cardiacas, alcanzar un estado de "identificación" o "integración" con el Universo, o, lo que es mucho más orgánico, conseguir un estado de tranquilidad mental que permite enfrentarte a tus problemas de una forma "estoica".

Nada de eso. La auténtica meditación es la que busca la unión del ser creado con su creador, el sentirse uno con Él, el sentirse unido o formando parte de Él mismo. Pero Santa Teresa nos avisa: No a todos se le da este don, este regalo. Puedes pasar toda tu vida "meditando" y no pasar de un leve sopor vespertino. No. Ese sentirse unido con el Creador se da, según Santa Teresa, sólo a algunas almas escogidas, por lo que no se debe ambicionar como se ambicionan los tesoros materiales, es decir, que queremos tener siempre más y mejor. No.

Y aquí entra a jugar un papel fundamental la humildad. La humildad nos permite aceptar que no seamos los grandes elegidos por Dios, por el Ser Supremo, para formar parte de un Uno con Él. La humildad nos ayuda a aceptar los sinsabores de la vida, y nos ayuda a no creernos meritorios a ningún bien ni a ningún mal. En fin, la humildad, si la practicáramos, nos ayudaría a conocernos mejor a nosotros mismos. Pero la humildad es muy difícil de comprender, de practicar y, mucho más, de lograr.

sábado, 2 de julio de 2016

EL MISTERIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD


APUNTES A PARTIR DE UNA IDEA INSPIRADA DURANTE LA LECTURA DE LA ENCÍCLICA “LAUDATO SI” DEL PAPA FRANCISCO.

Partimos de la existencia de Dios. Si no, no tiene mucho sentido que nos preguntemos por la Santísima Trinidad. Para la demostración de Su existencia dejo a los Padres y Doctores de la Iglesia que, en su sabiduría, intentaron demostrar de forma razonada la existencia de Dios. A mí me basta con la creencia en Él. Pues está comprobado empíricamente, y aquí caigo en contradicción, que por muy científicamente demostrada que esté una verdad, aquél que no cree en ella no hará caso ni a la verdad científica ni a las conclusiones que puedan derivarse de ella. Por lo tanto, mi razonamiento acerca de la Santísima Trinidad será filosófico, teológico incluso, pero no científico. Por eso parto directamente de la existencia de Dios e intento razonar una de sus consecuencias.

La Santísima Trinidad es un dogma de la Iglesia Católica. Se debe creer sin más. Dios es único, pero posee tres personas: el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo. Un solo Dios, tres Personas distintas. Pero si Dios es un único Ser, ¿cómo es posible que se “divida” en tres? ¿Y esas tres personas tener vida propia? A ello la Iglesia Católica contesta que precisamente por eso se trata de un misterio. Algo que el ser humano, creatura de Dios, no alcanza a comprender; algo que sobrepasa la capacidad de entendimiento humano. Por eso se habla de Misterio. Y como es algo que sobrepasa ese entendimiento del hombre, creado por Dios, debe ser creído sin más; por ello se decidió que fuera dogma de fe. Es decir, que tenía que ser creído a pie juntillas.


Bien. Repasemos ahora la actuación de las Tres Personas de la Santísima Trinidad a lo largo de la historia de la humanidad. En términos religiosos y católicos, por supuesto; recordemos que estamos hablando de un Misterio y un Dogma de la Iglesia Católica. Por tanto, hay que jugar en su campo. Igual que para hablar de algún dogma de fe de otra creencia habría que jugar también dentro de las reglas de la creencia a la que nos refiriéramos.


Durante todo el Antiguo Testamento, Dios se manifiesta al hombre de múltiples maneras. Según el relato de la creación de la humanidad, el de Adán y Eva, se manifiesta directamente Él mismo. También ocurre lo mismo con el relato de Caín y Abel, incluso en el de Noé. Parece que la comunicación de la humanidad antediluviana con Dios es directa, sin intermediarios. Con la humanidad postdiluviana ya es otro cantar. Dios se manifiesta ante el hombre a través de catástrofes, como la destrucción de la Torre de Babel, la destrucción de Sodoma y Gomorra, o bien de fenómenos naturales, como pudieran considerarse las plagas de Egipto, la zarza ardiendo, la columna de fuego, etc. A partir de la elección de los hijos de Abrahám como su pueblo elegido, Dios suele usar mediadores entre Él y su pueblo: los profetas. Los profetas serán personas escogidas que, a través de sueños o de otro tipo de sensaciones o percepciones, que hoy podríamos llamar alucinaciones, transmiten el deseo de Dios a su pueblo. Actúan como intermediarios. Dios les envía señales de distintos tipos y ellos las transmiten a su pueblo, al pueblo de Israel. Así durante todo el Antiguo Testamento.


Pero llega el Nuevo Testamente. Y llega Jesús. Jesús habla de Dios como Padre. Y dice ser su Hijo y ser la Palabra de Dios encarnada, hecha carne. Dice que sólo Él conoce al Padre, a Dios. Y que sólo se llega al Padre, a Dios, a través de Él. En todo su mensaje destaca el deseo de presentarnos a Dios de la forma más clara, y al mismo tiempo más sencilla posible. De presentárnoslo como Alguien que ama al hombre. De presentárnoslo como Padre. Nos dice que su labor es comunicar “la voluntad del Padre”, que para eso es para lo que ha venido al mundo. San Juan, en su evangelio, ya habla de Jesús como la palabra, que existía desde el principio, que era Dios y que bajó a la Tierra y se encarnó para la salvación del hombre. Esta salvación era el acercamiento del hombre a Dios, después que aquel se hubiera alejado de Dios por el pecado. Y en ese acercamiento de Dios era necesario que Dios se “diera a conocer” de forma más directa, más personal, más íntima, si se quiere decir.


Por último, antes de la ascensión a los cielos, Jesús dice a sus apóstoles que reciban al Espíritu y exhala su aliento sobre ellos. San Lucas contará en el libro de los Hechos de los Apóstoles que el Espíritu lo recibirían después de la ascensión de Jesús, una vez que Jesús hubiera desaparecido de entre ellos. Sea de una o de otra manera, el Espíritu que reciben les hace comprender en toda su profundidad lo que Jesús les había ido contando durante su vida. Los Apóstoles ya no necesitan tener a Jesús para saber qué es lo que Dios quiere. Jesús ya se lo dijo, y con la ayuda del Espíritu lo han comprendido.


Estos tres últimos párrafos son un resumen de la actuación, dentro de la Biblia, de las Tres Personas de la Santísima Trinidad. Parecen tres entidades bien diferenciadas: Padre, Hijo y Espíritu. ¿Cómo pueden ser una sola sin dejar de ser las tres? O más bien, ¿cómo pueden constituir las tres por entero un único Dios? La clave está en la comunicación entre Dios y los hombres; y más concretamente en la manifestación de Dios a los hombres.

Durante el Antiguo Testamento vemos que Dios se manifiesta a través de intermediarios, bien fenómenos de la propia naturaleza como las catástrofes mencionadas antes, o bien mediante hombres que reciben Su mensaje por sueños, alucinaciones u otros fenómenos, y que interpretan este mensaje: los profetas. La comunicación tiene un único momento en que Dios se manifiesta directamente al hombre: en el relato de la creación y en los primeros relatos anteriores al Diluvio Universal. Después se pierde esa relación directa. Por tanto, en la mayoría de la historia bíblica, Dios escoge intermediarios para su manifestación a la humanidad. Diríamos que es como el jefe de una empresa que sólo se comunica con sus empleados a través de correo, pero que no se deja ver.

En el Nuevo Testamento, tal como nos cuenta San Juan en su evangelio, el Logos, la Palabra de Dios se hace carne. El mensaje de Dios a la humanidad toma forma humana. ¿Por qué? Porque Dios quiere hablar directamente al hombre. No han servido los intermediarios, ni fenómenos de la naturaleza, ni profetas. Y quiere que su Voz se oiga y la escuchen los hombres. Esa Voz es la que se hará hombre, esa Voz es lo que conocemos como Hijo, como Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Sigue siendo Dios, sigue siendo el mismo Ser, pero ya son dos personas, el Padre que hasta entonces se había manifestado por intermediarios, y el Hijo que es la manifestación oral del mismo Padre. Al ser la Voz del Padre, siempre ha existido con Él, siempre ha sido Él, siempre ha sido Dios, de igual manera que el Padre. Por eso Jesús dice: “nadie va al Padre sino por mí.” Igual que a una persona no la conoces hasta que “hablas” con ella, por mucho que antes te hayan contado cosas de esa persona, así el hombre no conoce a Dios hasta que se enfrenta con su Palabra. Dios no se manifiesta “a través” de Jesús. Dios se manifiesta directamente al hombre a través de su Voz, de su Palabra, de lo que hemos dado en llamar la Segunda Persona, el Hijo. Por eso Jesús habla de Dios como Padre, no porque Le conozca, sino porque es Él mismo, y está transmitiéndose y manifestándose en ese momento la Voz de Dios. Dios está hablando directamente al hombre.

Tras la muerte y resurrección de Jesús, antes o después de su ascensión, los Apóstoles reciben el Espíritu, la Tercera Persona. Pero, ¿en qué consiste esa Tercera Persona? ¿Cómo puede ser también Dios? ¿Se infunde el Espíritu de Dios de forma “mágica” a los Apóstoles? No. La explicación es mucho más sencilla. Quién acepta que Jesús es Hijo de Dios, quién cree en su Palabra, quién comprende en la profundidad de la misma, en resumen, quién piensa en Jesús como en el Verbo, en la Voz del mismo Dios, llegará a un estado de íntimo conocimiento que le permitirá saber, sin necesidad de que nadie se lo diga, el pensamiento de Dios. Igual que las parejas que se quieren y llevan una vida juntos no necesitan casi hablarse para saber lo que piensan, así ocurre a aquel que ha llegado a ese punto de conocimiento de Jesús. Los Apóstoles son los primeros que experimentan la existencia de ese Espíritu. Han visto directamente a Jesús, el Hijo de Dios, la Segunda Persona. Y, a partir de Pentecostés, a partir que Jesús exhala su Espíritu, no necesitan el Verbo, la Voz de Dios. Su nivel de “complicidad” es tan grande que no necesitan la voz física de la vida pública de Jesús, para transmitir y comunicar los sentimientos de Dios hacia ellos y hacia los hombres. Pero todo aquel que haya alcanzado esa capacidad de apreciación, se verá “invadido” por ese Espíritu, por la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, de la misma forma que experimentaron los apóstoles. Se establece un grado de relación entre Dios y los hombres en el que, como en la pareja de enamorados que pasan toda su vida juntos, no es necesaria ninguna manifestación física, ni siquiera el Verbo, para saber lo que piensan cada uno y para “sintonizar” sus pensamientos.

¿Y aquellos que no “sienten” ese Espíritu? ¿Y aquellos que no experimentan esa Tercera Persona? Hemos puesto el ejemplo de una pareja que sabe lo que piensa el uno del otro sin necesidad de mirarse siquiera. Sigamos con el mismo ejemplo. Esa misma pareja que está tan bien compenetrada en el momento actual, habrá necesitado de mucho tiempo para llegar a ese punto. Una relación así no se forja de la noche a la mañana. Habrá necesitado tiempo, y trabajo, mucho trabajo, por parte de los dos. Por ello, hay parejas que no alcanzan esos niveles de intimidad, incluso parejas que no son tales, sino simples uniones de conveniencia. Es necesario ese trabajo mutuo. Y la historia bíblica puede ser también un reflejo de la historia de cada uno de nosotros. Siendo cada uno de nosotros quien decidamos si abrimos la Biblia o no; si llegamos al Nuevo Testamento o nos quedamos en el Antiguo; si queremos que el Espíritu llegue a nosotros o nos conformamos con reducir el Verbo de Dios a unas palabras dichas hace 2.000 años y lo tomamos como discursos de la historia humana.

Las Tres Personas de la Santísima Trinidad son las tres formas de comunicarse, de manifestarse Dios a los hombres a lo largo de la historia de la humanidad. Su Presencia, su Verbo, su Espíritu. Son tres personas, no son partes de un ser, son la misma esencia de ese mismo Ser que es Dios y que es único.

Para acabar, sólo hacer constar un detalle: Dios hizo al hombre libre. Por ello, depende del hombre mismo el experimentar a Dios como la Santísima Trinidad, como un Todo; como una parte tan sólo; o como una Biblia cerrada que no abrirá.

Escrito a las 02:45 horas del 19 de julio de 2015, por Jesús Alfonso Gallego Moreno.


sábado, 26 de diciembre de 2015

EN BELÉN NO HABÍA CAMPANAS...

En Belén no había campanassss.
En Belén no había alegríaaaa.
En Belén un Niño llorabaaa.
Mientras su Madre sufríaaa.
Y sin embargo, en Belén
era Dios el que nacíaa.
Y sin embargo, en Belén
era Dios el que nacíaa.

En 2015, en Belén si hay campanas.
En 2015, en Belén si quiere haber alegría.
Pero, en Belén, en 2015, aún existe el llanto.
Pero, en Belén, en 2015, aún existe el sufrimiento.


jueves, 25 de junio de 2015

LAS CRISIS DE EDAD (VI): EL DILEMA DE LA CRISIS DE LOS 50


Hablábamos hace ya algún tiempo que la crisis de los 50 años, y lo repetíamos varias veces, era una crisis existencial. En ella el hombre se planteaba el sentido de su existencia, el porqué de su vida. Y ese plantearse la razón profunda de su existir surgía de enfrentarse a la sensación que iba surgiendo, cada vez más intensa, de la finitud de su vida.

Frente a esta finitud de su vida, el hombre se rebelaba y veíamos que en una gran mayoría aparecía el sentimiento de trascendencia; el sentimiento de que la vida no acaba con la muerte, sino que existe algo más allá y que la muerte es un mero tránsito por el que hay que pasar.


Una vez asentada la creencia en la trascendencia, en la vida más allá de la muerte, esta vida debería ser mejor a la actual. Nadie se siente satisfecho con su vida, muy poca gente aceptará vivir una vida excelente. Antes bien, todos, en mayor o menor mediad, destacaremos, y aquí me incluyo, todos los sinsabores que hemos pasado, todos los puntos negativos y todo lo que podríamos tener mejor en nuestras vidas. Por tanto, si existe una vida más allá de la muerte, por lógica, debemos pensar, que debe ser mejor. Y aquí entra el sentimiento religioso. El que nos hace creer en un trascendencia mejor para todos. El que nos permite confiar que más allá de ese tránsito que es la muerte entraremos un mundo mejor.


He dicho en el párrafo anterior que si existe una vida tras la muerte lo lógico es que sea mejor. ¿Seguro? ¿En qué me baso? ¿Qué me garantiza que eso es así? El que se haya mantenido escéptico a lo que decía tenía razón. No había nada que me lo garantizara. El que exista una vida ulterior no significa que vaya a ser mejor. Salvo por una cosa. Por el sentimiento religioso del que hablábamos antes. Ese sentimiento religioso implica la trascendencia, implica la vida más allá, implica que esa vida más allá es mejor que la actual e implica que existe alguien o algo que rige y garantiza que todo ello es así, y de esta forma el hombre, el Homo sapiens, llega al concepto de Dios. No se trata de la denominación de Dios, ni de la definición de Dios, pues todo ello es constreñir un concepto universal dentro de los límites concretos del ser humano. Se trata de captar la esencia de un concepto global universal.


Por todo ello, hay personas que se vuelven más religiosas cuando envejecen; y al contrario, personas que reafirman sus creencias en la pura biología del ser humano conforme pasan los años. Por tanto la crisis de los 50 es la crisis en la que el hombre debe decidir, sin poderlo retrasar por más tiempo, su actitud frente al mundo que le rodea. Si adopta una postura biologicista y decide que todo acaba con la muerte y la fusión con la naturaleza que le rodea; o si adopta una postura trascendental y decide que la muerte es tan sólo un tránsito hacia otra vida en donde disfrutará de su propio ser en toda su plenitud. Sea una u otra cosa, es una decisión que únicamente podrá tomarla él.



domingo, 9 de noviembre de 2014

EL LIBRO DE JOB

     "Tienes más paciencia que el santo Job".
     
     ¿Cuántas veces hemos oído distintas versiones de esta frase? Solemos usarla cuando es necesario armarse de paciencia ante un acontecimiento, un hecho, un obstáculo o un problema que surge en nuestra vida y al cual debemos hacerle frente con un poco de inteligencia y un mucho de paciencia. Solemos acordarnos de este varón de virtudes que nos presenta la Biblia, concretamente el Antiguo Testamento, creyendo que la característica fundamental de su carácter es, era, la paciencia. Sin embargo, nada más lejos de la realidad.




     Vayamos por partes. El libro de Job forma parte del conjunto de libros sapienciales que tiene el Antiguo Testamento. Dentro de este grupo se incluyen libros como el de la Sabiduría o el libro del Eclesiastés, en los cuales se pretende dar una serie de consejos para vivir de forma virtuosa y alcanzar la felicidad. Otros grupos son los libros históricos, los proféticos y otros más que no vienen al caso.
     ¿Por qué se incluye al libro de Job dentro del grupo de los sapienciales? Al ser Job un varón virtuoso, ¿no estaría mejor agrupado dentro de los proféticos? ¿O quizá, dentro de los históricos?
     


     Quién haya leído el libro de Job, se habrá dado cuenta que no relata ninguna historia. Salvo al principio en que hace una introducción al personaje de Job, contando quién es y como ha llegado a la situación de la que parte el relato; y al final en que, de forma muy sucinta, comenta la conclusión de la historia y su vida después del episodio al que se refiere el libro. Todo el libro es una discusión entre Job y tres amigos suyos. En esta discusión Job no para de lamentarse un momento de su situación de abandono. Y se interroga; por otra parte como hace el hombre de hoy; que si Dios, si Yahvé, es justo, porqué le ha dejado llegar a la situación de desamparo en que se encuentra: pobre, despreciado por todos, llagado y enfermo.
     


     Sus amigos tratan de razonar con él. Conforme se lee lo que le dicen los amigos, uno se va dando cuenta de que se trata de las mismas explicaciones que nosotros, en el s. XXI, damos a esa constante pregunta: si Dios existe ¿por qué permite el mal?
     Cada uno de los tres amigos le presenta un aspecto distinto de la supuesta "justicia divina". Cada uno de ellos trata de rebatir los pensamientos que surgen de un hombre cansado, repudiado, desesperado. Porque Job no se muestra paciente en ningún momento. Da la réplica a sus interlocutores, y les desarma con deducciones contundentes. Y siempre acaba con un lamento de desesperanza hacia Dios, hacia Yahvé.




     La supuesta "paciencia" de Job brilla por su ausencia. Job no se conforma con sus suerte. No ve que Dios, que Yahvé, le corresponda al comportamiento que Job tuvo cuando le iban bien las cosas. Cree ser merecedor de un premio, no de un castigo como el que sufre. Cree que Dios ha sido injusto con él, y le reclama a Dios justicia, le reclama a Yahvé el "lícito" y correspondiente intercambio: "Yo me he portado bien, Tú me tienes que favorecer".
     Al llegar a este punto, un joven, que ha estado observando, entra en escena. El lector cree que está llegando a la conclusión. Pero no es así. Job también rebate, e incluso recrimina, el razonamiento del joven. Job no está de acuerdo con todo lo que ha oído y su queja continúa, ahora creyendo de forma indiscutible que tiene razón y que no existe derecho para que él sufra la suerte que está viviendo en ese momento.

     Será por sus brillantes razonamientos, será por su continua reclamación de mejor suerte, o será por su continuo dirigirse a Dios, a Yahvé, para pedirle explicaciones; sea por lo que fuere, Dios, Yahvé aparece al final de la obra para responder a Job. 




     Y no se presenta como conciliador. Le rebate todas sus quejas de forma categórica. Con una única idea: Dios no pide permiso para hacer lo que hace. Dios no es un comerciante que intercambia favores. Nadie, ni siquiera el hombre más justo sobre la faz de la Tierra, nadie puede pedirle cuentas a Dios.
     Dios amonesta a Job, no por sus pensamientos, ni por sus reclamaciones, ni siquiera por su desesperanza. Dios amonesta a Job por querer ponerse a Su altura, por pensar que la relación con Él, con Yahvé, consiste en un trueque de mercancías en que una parte está obligada por la otra a cumplir el contrato. Job quiere que Dios actúe según él considera justo y Yahvé le recuerda a Job que nadie puede juzgar las acciones divinas, y mucho menos establecer con Él una relación de trueques, una relación comercial.

     El libro de Job nos viene a enseñar, entre otras cosas, que el hombre es criatura de Dios, y como tal, no puede pretender comprender el porqué del comportamiento divino.
     Al final del libro, y cuando Job reconoce su arrogancia, al haber querido pedir cuentas a Dios, y pide disculpas, le es devuelta su salud, su familia y su fortuna. Se trata de un final "feliz" añadido en los últimos renglones del libro, pero que no altera para nada el mensaje sapiencial de la historia de Job.