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martes, 10 de mayo de 2016

VERSOS TERAPÉUTICOS PARA MUJERES QUE NO SE AMAN de Mayte González Gallego


Siempre es agradable leer poesía. En los tiempos que corren, con la velocidad, las prisas, la ansiedad, los agobios; es bueno pararse, reservar cinco o diez minutos de tu tiempo y leer por el simple placer de leer, de escuchar la palabra bien escogida, unida una a otra como los ladrillos de una bella obra arquitectónica.

Mayte González Gallego
Si esa obra poética proviene además de alguien auténtico y sin ningún tipo de artificio, que es capaz de plasmar un sentimiento común a todo un género, y consigue alcanzar una calidad que no tiene nada que envidiar a ninguna de las plumas actuales, es de agradecer. De agradecer porque no viene respaldada por ninguna firma comercial ni ningún marketing potente. Sólo pretende ser una gota más de agua en ese inmenso mar que constituye la literatura actual.

Y, sin embargo, es una obra poética con un cuerpo. Nos muestra cómo una persona puede levantarse, crecer y madurar. A pesar de su título, no va dirigido solamente a mujeres. Va dirigido a cualquier ser humano que no se cree lo suficientemente digno para amarse. Si fuera su caso, léalo. Verá cómo se dará cuenta que la dignidad del ser humano radica, precisa y sencillamente, en serlo.

La autora de este libro ha nacido en el mismo pueblo en que nací yo. Somos amigos desde hace bastantes años. Y, aunque conozco su valía, nunca pensé que me encontraría con un talento así dentro de mis amistades. Para aquellos suspicaces lo he de confesar: es amiga y paisana mía, no es mi prima, a pesar de que compartamos apellidos. Pero el realizar esta entrada se debe a la gran impresión que me ha causado su obra. Os dejo a todos la presentación que se realizó de la misma en Madridejos. Desde el minuto 28 comienzan las lecturas de fragmentos de la obra, para los que no queráis ver el vídeo entero. Espero que su fuerza narrativa y poética os atrape como hizo conmigo. Y disfrutéis de ello.


miércoles, 3 de junio de 2015

¿ME CONMUEVE EL SUFRIMIENTO DE OTRA PERSONA?


Leyendo esta mañana el texto de un artículo, encontré la siguiente afirmación:

"Nos quedamos helados delante de una tragedia y conmovidos hasta las lágrimas cuando vemos sufrir a otra persona."

Ese texto impactó en mí. Me pregunté lo que da título a esta entrada y el resultado me llenó de temor. La respuesta era "no". Un "no" rotundo. Traté de recordar los momentos en que había visto el sufrimiento de los demás en los últimos tiempos. Y me dí cuenta que era cierto. El sufrimiento de los demás no me llevaba a las lágrimas. No me emocionaba. No me conmovía.


Llegados a este punto me hice dos preguntas:
¿Qué hacía, qué sentía yo cuando veía el sufrimiento de otra persona?
¿Cuándo era la última vez que me había conmovido hasta llegar a las lágrimas?

La primera pregunta me llevó a multitud de situaciones que, debido a mi profesión, he vivido. Me he enfrentado multitud de veces con el sufrimiento del ser humano. Y mi respuesta, en una gran mayoría de casos, se ha dirigido a intentar reducir el sufrimiento de la persona. A tratar de mejorar esa situación que provocaba dicho sufrimiento. Si no podía hacerlo, mi segunda opción era acompañar a la persona en esa situación. No siempre lo he conseguido. Y he fallado muchas veces. Pero analizando este comportamiento, esta mañana me he dado cuenta que "sí". Que sí me conmuevo. Quizá no hacia la emoción y hacia la lágrima. Pero "sí". La situación de sufrimiento del ser humano hace que "me mueva", que "me mueva con" la persona que experimenta esa sensación. Al fin y al cabo, "con-moverse" es mover el comportamiento de uno mismo "con" el ser humano que provoca esa reacción.



Pero falta la segunda respuesta. Empecé a ir hacia atrás en la memoria, y no tuve que retroceder mucho. De hecho, menos de veinticuatro horas. Fue viendo una serie de televisión que discurre en un hospital.

Un hombre ingresado en un hospital encuentra que allí mismo está ingresada una antigua novia suya. Después de saludarse ambos, el hombre discurre una sorpresa para ella. Se pone sus mejores galas y la invita a salir a las fiestas. Ella acaba de recibir la noticia de que le quedan pocos días de vida. Él no lo sabe. Al invitarla, ella lo rechaza dando a entender de forma sutil que no quiere ir a las que serían sus últimas fiestas. Él se da cuenta enseguida, y en lugar de insistir en que salga, como posiblemente haríamos cualquiera de nosotros, respeta su decisión. Se da cuenta que la mejor forma de ayudarla es dejar que haga lo que ha decidido. Y de manera también muy sutil, le hace llegar, manteniendo el tono jovial, su sentimiento de acompañamiento. De que la va a dejar sola en su habitación porque eso es precisamente, y no la algarabía de las fiestas, lo que más va a hacer que la acompañe en su sufrimiento, lo que más va a hacer que se sienta acompañada en ese instante.



Las ganas de transmitir alegría de él hacia ella; la forma en que capta la situación, el sentimiento y el deseo de la mujer; y la forma tan sutil y elegante de "acompañarla" en su dolor, me conmovieron. Me conmovieron hasta humedecer mis ojos. Las lágrimas no brotaron, pero sí estuvieron ahí. ¿Cuál es la conclusión de todo esto? Podría ser la que sigue.

Sí, me conmueve el sufrimiento de las personas. No tengo un corazón seco o mecánico. Pero me conmueve mucho más la capacidad de aquellos seres humanos que acompañan ese sufrimiento respetando a la persona, a su dignidad. Y si, además, saben hacerlo de forma sutil y elegante, me llega mucho más. A veces es mucho más importante el saber acompañar, que el saber hacer. Que no se nos olvide con las prisas de la sociedad en la que vivimos.