El sol se encontraba ya alto en el horizonte, e Ikoneti había adoptado un ritmo alto a su paso, por lo que los niños debían seguirlo sin descuidarse. No podían casi hablar entre ellos, pues si se paraban un momento, luego les tocaba correr un buen trecho, tanto era el terreno que les adelantaba su padre. Una vez pasado un rato, Makutule preguntó a su padre:
-¿Y el laibón sabía qué le pasaba a la mujer a través de las piedras?
-Puede ser. -la respuesta de Ikoneti fue no solo corta. El tono fue cortante. Sin embargo, Makutule no se arredró y volvió a la carga.
-¿Y solamente por el dibujo de las piedras en la piel de cabra podía saber cuál era el mejor remedio para los males de la mujer?
-Quizá. -Ikoneti contestaba de forma lacónica, y sin bajar el ritmo de la caminata. Había vuelto a la seriedad que le caracterizaba. Makutule aceleraba el paso para ponerse a su lado, dispuesto a preguntarle una vez más.
-¿Entonces basta con saber los dibujos de las piedras para aprender a ser un laibón?
-No. -Ikoneti iba acortando las respuestas e iba acelerando el paso. Lengwesi se acercó a Makutule.
-Le estás enfadando hermano. No creo que sea muy prudente que sigas preguntando.
-Pero es que me ha gustado todo lo que he visto, y ha dicho que nos iba a enseñar.
-¿Qué estáis cuchicheando? -preguntó Ikoneti en tono de enfado.
-Nada, -dijo esta vez Lengwesi- que nos ha gustado tanto la choza del laibón que nos preguntábamos si nos traerías alguna vez más.
Ikoneti se paró de repente. Todo su cuerpo se tensó. Los niños, que le estaban viendo desde la espalda sintieron un temor atávico, que les surgía desde el interior de su mente, fruto de las historias contadas por su madre sobre sus antepasados. Estaban ellos solos, en medio de la sabana africana, dos niños de pocos años frente a un adulto que les doblaba en tamaño y que tenía todos los músculos de su cuerpo definidos por años de duro trabajo con el ganado y al aire libre. Al final, Ikoneti respiró hondo, todo su cuerpo se relajó, se volvió hacia los niños, se acuclilló y les dijo:
-Hijos míos. Acercaros un momento. Os voy a contar el origen del laibón.
Y se dispuso a contarles la historia del primer laibón.
-Un día, dos de nuestros guerreros, uno del clan de Ilmolelian y otro del clan de Ilaiser, decidieron salir a cazar. Llevaban ya mucho tiempo de batida, y no conseguían nada. De pronto, descubrieron en el bosque a un niño que se encontraba solo. No encontraron a nadie en los alrededores a quién pudiera pertenecer el niño. No había signo de que hubiera habido presencia humana y, sin embargo, el niño estaba allí. El niño tampoco les daba ninguna pista de nada.
"Decidieron llevárselo al poblado. Al poco el guerrero del clan de Ilmolelian, que era quién realmente había descubierto al niño, tuvo que marcharse, y lo dejó al cuidado del otro guerrero, del clan de Ilaiser. Este guerrero lo cuidó como si fuera hijo suyo. Tanto es así que lo convirtió en su hijo, y lo educó como tal.
"Al cabo del tiempo, el muchacho demostró tener poderes maravillosos. Sacaba el ganado en tiempos de sequía y las vacas volvían bien alimentadas. Caía la lluvia y la hierba crecía en las tierras dónde el muchacho cuidaba el ganado. Después empezaron a darse cuenta de sus dotes para la curación, y por último de sus capacidades para ver el futuro. Este muchacho fue el primer laibón.
-¡Qué historia más bonita! -dijo Lengwesi.
-¿Y qué le pasó, padre? -preguntó Makutule.
-Pues que tomó a sus mujeres, tuvo hijos y éstos heredaron sus poderes, ¿entendéis? -Ikoneti hizo esta pregunta en un tono insinuante.
-¡Qué tienes que heredar esos poderes! -dijo Makutule.
-Que los heredan ellos solamente. -añadió Lengwesi entristecido.
-¿Cómo? -preguntó inmediatamente Makutule
-Eso es lo que os quiero hacer ver. -concluyó Ikoneti- El laibón hereda sus poderes, porque todos pertenecen al clan de Ilaiser. A nosotros nos está encargado el ganado, y vosotros, como yo, como mi padre, y como el padre de mi padre, deberéis ser buenos pastores y buenos guerreros. Pero laibón solamente se puede ser si se ha nacido en ese clan. Al resto de los clanes les está vetado.
-Pero, ¿por qué? ¿No hay ninguna otra forma?
-No. -dijo tajante Ikoneti.
-Pero padre, si yo quisiera...-insistió Makutule.
-Te deberías de olvidar. -cortó nuevamente Ikoneti- Tú serás pastor, morani, y maasai. Te casarás y tendrás hijos, como yo. Y pertenecerás al consejo del poblado, como yo, que es algo tan importante o más que el laibón.
-¡Vaya mier...
-¡Makutule! -riñó Ikoneti a su hijo.
-Sí, padre. -dijo con tono resignado el niño.
-Es mejor que sepáis desde ya lo que podéis y no podéis esperar de la vida. Vuestro lugar en ella y todo lo que os está permitido alcanzar. -Ikoneti miró a los niños. Quizá les estaba dando una lección demasiado compleja para su edad- Cuanto más tardéis en saber hasta dónde podéis llegar, más tardaréis en frustraros y más tardaréis en seguir adelante como auténticos Maasais. Y seáis pastores, morani, ancianos o laibón, por encima de todo quiero que no olvidéis nunca lo que sois. Sois Maasais.
-Sí, padre. -dijeron ambos niños.
-Y ahora vayamos al ganado, que os tengo que dar los primeros conocimientos sobre el ganado. ¿O os creéis que sólo los laibones tienen conocimientos?
-¡Makutule! -riñó Ikoneti a su hijo.
-Sí, padre. -dijo con tono resignado el niño.
Padre Maasai con sus hijos pequeños. Arusha. 2011. |
-Es mejor que sepáis desde ya lo que podéis y no podéis esperar de la vida. Vuestro lugar en ella y todo lo que os está permitido alcanzar. -Ikoneti miró a los niños. Quizá les estaba dando una lección demasiado compleja para su edad- Cuanto más tardéis en saber hasta dónde podéis llegar, más tardaréis en frustraros y más tardaréis en seguir adelante como auténticos Maasais. Y seáis pastores, morani, ancianos o laibón, por encima de todo quiero que no olvidéis nunca lo que sois. Sois Maasais.
-Sí, padre. -dijeron ambos niños.
-Y ahora vayamos al ganado, que os tengo que dar los primeros conocimientos sobre el ganado. ¿O os creéis que sólo los laibones tienen conocimientos?