Esta novela viene de la mano de un personaje que Galdós caracteriza muy bien como el típico trepa, que no le importa la corrupción del régimen que dice defender, siempre y cuando le beneficie a él, que intenta ascender en la escala social de todas las maneras posibles, que llega a formar parte incluso de la camarilla del rey y que por eso se cree que es alguien con influencia, cuando, en realidad, es un ser servil, tal como tildan a los de su calaña la otra parte de la sociedad española decimonónica, que asciende haciendo favores, despreciando al más débil que él y que, sin embargo, no consigue la posición real que cree tener, pues cuando es necesario, se prescinde de él sin ningún tipo de miramiento.
El protagonista se llama Juan Bragas, amigo de Salvador Monsalud, que ya apareció en "El equipaje del rey José" en sus primeras páginas, y que aquí se muestra relator de su historia a lo largo de 2014 y 2015, que acaba en un hilarante baño en el lago de la Casa de Campo. Pero quizá me he adelantado demasiado. D. Juan Bragas, consciente que su apellido hace que la risa salga nada más mentarlo, lo cambia por D. Juan de Pipaón.
Esta novela es un panegírico, una oda al absolutismo de Fernando VII, que se instauró en 1814 mediante "El manifiesto de los persas" y los acontecimientos del 4 de mayo de dicho año, en Madrid y que acabaron con la suspensión de la Constitución de Cádiz y la restauración de la monarquía absolutista, totalmente calcada de los reinados del siglo XVIII. Pero, sin embargo, las ideas ya no eran las mismas. Muchos se habían dejado convencer o se habían convencido de que las ideas liberales, traídas a España por los ejércitos Napoleónicos, eran mucho más naturales, y, por tanto, más justas, que el dominio absoluto de un hombre por mor de su nacimiento o por gloria de Dios.
Aunque lo que prima en esta novela, siendo un elogio de la monarquía absolutista por parte del narrador, es la suave ironía y la crítica más mordaz que aplica Galdós a este sistema de gobierno, pues saca a la luz todos los fallos, defectos y corrupciones a las que se llega. Hay un capítulo muy destacado: D. Gabriel Araceli, el protagonista de la serie de novelas anteriores, por petición del narrador, lee y crítica el manuscrito de sus memorias. Y el discurso que le suelta a D. Juan de Pipaón deja bien claro que la lucha del pueblo español contra el ejército francés no tenía por objetivo la instauración de un régimen tan corrupto y tan de espaldas al pueblo. Por supuesto, la respuesta de Pipaón a esto, en una persona tan cínica como él, es la indiferencia ante dichas críticas, suponiéndolas, incluso, originadas de una envidia a su persona. Nada más lejos de la realidad.