Obago vio venir a Ikoneti por el camino. Desde lejos le saludó. Ikoneti devolvió el saludo. Al llegar a la entrada de la choza, fue el primero en hablar, con la fórmula de rigor.
-Espero que tu ganado esté bien.
-Y yo espero que el tuyo esté bien. -respondió Obago- ¿A qué se debe tu visita?
-Laibón, tengo un problema con uno de mis hijos y vengo a pedirte consejo. -expuso respetuosamente Ikoneti.
-Pasemos dentro.
Obago le indicó la entrada y al mismo tiempo le dijo a uno de sus hijos que le ayudaban que no vería a nadie más mientras estuviera dentro de la choza.
La disposición de la choza había variado poco desde la vez que estuvo Ikoneti allí con sus dos hijos. La sencillez y la simplicidad presidía toda la decoración del lugar, si es que se podía hablar de decoración al referirse a ladisposición de las distintas hierbas, raíces, frutas y a los utensilios que usaba el laibón en su día a día. Obago le invitó a sentarse a Ikoneti y le dijo:
-Has tardado. Esperaba tu visita con anterioridad en el tiempo.
Ikoneti quedó algo sorprendido.
-¿Por qué? -acertó a preguntar.
-No, no, esta vez no han sido mis dotes de laibón, de veedor del futuro. -Obago sonrió- Simplemente un hijo tan curioso y audaz como el tuyo tarde o temprano te metería en un tipo de problema de esos de los que necesitas mi ayuda. Pero creí que iba a ser mucho antes.
-No, no es así exactamente. -respondió Ikoneti.
-Bien, cuéntame entonces y veremos qué tipo de ayuda necesitas.
Ikoneti comenzó a hablar.
-Has acertado en cuanto al niño. Sí, se trata de Makutule. Es el que fue tan impertinente preguntándote esas cosas la última vez que estuvimos aquí. Me alegro que te acuerdes de él. Desde aquel día trabaja conmigo con el ganado, y es aplicado, inteligente, laborioso. No ha dado problemas.
-¿Entonces? -preguntó Obago.
Ikoneti, que hasta ese momento había mantenido la mirada baja, alzó sus ojos y miró directamente a los de Obago.
-Tiene sueños en los que ve el futuro.
El silencio se hizo entre los dos. La expresión amable, casi risueña, de Obago, se transformó. Su cara se mostraba seria, preocupada. Había dejado por un momento de mirar a Ikoneti, para poder digerir mejor la noticia que éste le acababa de dar. Volvió a enfrentar su mirada.
-Eso es muy serio. ¿Estás seguro?
-No estaría aquí si no lo estuviera.
-¿Y qué pretendes? -interrogó Obago.
-Esos sueños le están produciendo un gran sufrimiento a mi hijo. -contestó Ikoneti- Como laibón, haz lo que consideres más adecuado. No me importa que deje de tenerlos. Yo, como padre, únicamente te pido que hagas lo posible para que mi hijo deje de sufrir por esos sueños.
El silencio volvió a instalarse entre los dos hombres. Obago reflexionó. Si Ikoneti le estaba pidiendo ésto, era porque el don de los sueños sería muy fuerte en el niño y estaría interfiriendo en su labor como pastor. Pero la solución podía traer al niño tanto sufrimiento como el que tenía ahora. De pronto se dio cuenta que no lo había preguntado:
-¿Por qué sufre el niño?
-Porque como no pertenece a vuestro clan, y sin embargo tiene esos sueños, -explicó el padre- cree que los tiene por alguna razón maligna o bien que le destinan a algo malo.
-En ese caso, la solución que puedo darte acabará con el problema, pero te dejará sin un hijo.
A Ikoneti se le heló la sangre. No podía ser que el laibón le estuviera proponiendo algo tan horrendo. Casi no se atrevía a preguntar. Pero había ido allí para ayudar a su hijo, y llegaría hasta donde hiciera falta.
-¿Cómo?
-Puedo adoptarle, -Ikoneti suspiró tranquilo- y tratarle como a uno de mis hijos. Por lo curioso que es y lo inteligente que dices que es, puede ser candidato incluso a ser un buen laibón.
-Pero, ¿puede ser? Quiero decir, ¿es posible? -a Ikoneti se le iluminaba la cara por momentos.
-Puede ser. -explicó Obago- Por lo general sólo hacemos adopciones entre miembros de nuestra familia inmediata, pero con tu hijo haré una excepción.
-¿Y cómo vivirá? -preguntaba Ikoneti, que aún no podía creerlo.
-Pues como cualquiera que es adoptado por un laibón. Se le tratará como a un hijo, se le dará ganado, se le arreglará su circuncisión y su matrimonio. A tales personas se les suele llamar "ol-onito".
-¿Cómo podría agradecértelo?
-Espera. -le indicó Obago- Él debe querer. Porque esta relación es terminable a voluntad. Si el adoptado decide romper la relación, se afeita el pelo y se va, pero tiene que dejar atrás todo, -remarcó esta última palabra- todo lo que se le ha dado. Esto último lo tiene que tener muy, muy claro.
Las últimas palabras del laibón devolvieron seriedad a todo el interior de la choza. Pasados unos segundos, Ikoneti contestó:
-Hablaré con Makutule y te traeré su respuesta. Por mi parte, si esa es la manera de mejorar a mi hijo, estoy dispuesto a prescindir de él.
Ikoneti se inclinó y salió por la puerta de la choza. Obago le vio salir. Sentía curiosidad. Makutule con sus sueños que se cumplían. Makutule, un "veedor". ¿Sería capaz de ser un laibón? En ese momento no lo sabía. El tiempo se encargaría de mostrárselo.
Paisaje Maasai, fotografiado por Chris Minihane |