Rafa se dispuso a cenar. Había hecho la ronda, como todos los días, y la obra estaba tranquila. ¡Cómo no iba a estar tranquila! ¡Era Nochebuena! Prácticamente toda la gente estaría en su casa, celebrándola. Toda la gente, excepto gente como él. Le había pedido a su jefe permiso para esa noche, pero éste se mostró inflexible. No quería que por un descuido de un día, pudiera ocurrir algo que retrasara el ritmo de construcción de la edificación y no se pudiera entregar a tiempo. La respuesta, por tanto, fue un rotundo no. Por eso, cuando esa noche, sobre las ocho, vio cómo se marchaban los obreros felicitándole las Fiestas y cómo se quedaba solo, un vacío fue surgiendo en su corazón.
A
pesar de ello, tenía que dar las gracias. Llevaba mes y medio en el trabajo.
Había firmado un contrato para seis meses, lo cual era un auténtico triunfo,
teniendo en cuenta como estaba el mercado de trabajo. Su mujer le había dicho
que le acompañaría en la distancia; que, aunque separados, estarían juntos en
el pensamiento.
Con
el recuerdo de su mujer, se sentó a la mesa del contenedor que servía de garita
de guardia, abrió los “tupper” que había traído y encendió el televisor.
Recorrió las distintas cadenas, no encontrando nada que le apeteciera. El
programa de un cantante famoso; una antología de villancicos; la típica
película pastelera de Navidad; reparó en que una cadena retransmitía la misa
del gallo. “¿Por qué no?” Hacía años que no iba. Le traía recuerdos de su niñez
y su juventud. “No me hará daño, y así sí que será una Navidad distinta.” Se
puso a verla cuando llamaron a la puerta de la garita.
Rafa
se sobresaltó. “¿Quién será a estas horas? Como sean unos mocosos la vamos a
tener. Ya no respetan ni días como hoy.” Se dirigió a la puerta y la abrió.
Frente a él un joven, con barba de varios días, vestido con un chaquetón de
paño, bajo el que se vislumbraba un jersey de lana. Tras él una joven, con un
abrigo que le llegaba hasta los pies, y que tenía el pelo cubierto, le miraba
con una mezcla de temor y de tristeza. Rafa se quedó callado. No esperaba
encontrarse tal cuadro. Ante su silencio, el joven habló:
-Perdone,
señor. –tenía acento árabe, y hablaba entrecortadamente- Se nos ha roto el
coche y no tenemos dónde ir.
Rafa
enseguida creyó entender la situación.
-¡Ah!
No hay problema. –el joven sonrió- Ahora mismo llamo a una grúa para que os
lleve al taller más cercano y…
-¡No,
por favor! ¡No, señor! –la expresión suplicante del joven le dejó sorprendido a
Rafa- Por favor, coche roto. No dinero para reparar.
-Pero
al menos el coche tendrá seguro, ¿no?
Los
dos jóvenes se miraron entre sí, e hicieron un gesto de no haber entendido qué
les decía Rafa.
-Se…gu…ro.
–volvió a decir Rafa- Papeles coche. Para reparar.
El
joven entendió esta vez.
-No,
señor. No seguro. Coche de mi padre. Yo cogérselo.
-Pues
si no tenéis seguro ni dinero para reparar el coche, yo no os puedo ayudar.
¿Vosotros diréis qué queréis entonces?
-Señor.
Sólo pedir usted pasar noche. Mañana nosotros marchar. –le dijo el joven.
-¡¿Un
ocupa?! ¡¿En la obra?! Mi jefe me mata. –Rafa hablaba para sí- No, no puede
ser.
-No
molestar. –el muchacho insistió- En una de esas casas. –señaló a los barracones
prefabricados dónde los obreros se cambiaban de ropa.
-¿Casas?
¡Pues sí que estamos buenos! Ahora llama casas a esos cuchitriles. A ver
muchacho. Vosotros, ¿de dónde venís? –preguntó Rafa.
-¿Nosotros?
-Sí.
–insistió Rafa.
-De
Gaza.
Rafa
se quedó helado. ¿Cómo era posible? Venían de Palestina, habían cruzado el
Mediterráneo, y ahora estaban aquí pidiéndole alojamiento.
-¿Venís
de Gaza? ¿Con el coche de tu padre? –preguntó incrédulo.
-Sí,
a través de Egipto, Libia, Túnez, Argelia, Marruecos y hasta aquí ha aguantado
el coche.
En
ese momento, la joven lanzó un tímido gemido, se dobló mínimamente hacia
delante y recuperó rápidamente la compostura.
-¿Le
pasa algo? –preguntó Rafa al muchacho. Éste sonrió, la miró y ella devolvió la
sonrisa.
-Está
embarazada.
Rafa
estaba cada vez más asombrado. Inmediatamente les hizo subir a los dos a la
garita. Cuando la muchacha se deshizo del abrigo pudo comprobar el avanzado
estado de gestación de la misma.
-¡Dios
mío! Pero si está casi a punto. ¡Alma de Dios! ¿Por qué viajáis así?
El
muchacho árabe dio a entender que no había comprendido esto último. Rafa
corrigió.
-Primero,
ante todo. ¿Por qué viajar así?
-¡Ah,
ya! Mi familia es árabe, de Gaza. La suya es judía ortodoxa. Nos queríamos.
Tanto que quedó embarazada. Queríamos evitar enfrentamientos. Y nos marchamos.
-Ya.
Bueno. Evitar enfrentamientos. Como que hay mucha paz por allí. –dijo Rafa para
sí- Bien, aun no nos hemos presentado. Mi nombre es Rafael. Pero me podéis
llamar Rafa.
El
muchacho cogió la mano que le extendió Rafa y se dieron un apretón. Después
pasó a presentarse.
-El
mío es Yusuf. Y…
-Y
el mío es Miryam. –dijo la muchacha que se había arrellanado en el sillón del
fondo de la garita. Su voz le sonó a Rafa muy dulce y melodiosa.
Rafa
repartió su cena de Nochebuena entre los tres y tras una charla en la que Yusuf
le explicó más ampliamente la historia de amor entre él y Miryam y su huida,
fue terminando la velada. Los tres intentaron pasar la noche lo mejor posible,
acomodándose a las pocas posibilidades que ofrecía la garita.
No
sabía cuánto tiempo llevaba durmiendo Rafa, pero un grito de mujer le despertó.
En un primer momento no supo bien dónde se encontraba. Estaba sentado, con la
cabeza entre las manos, las cuales estaban entrelazadas y apoyadas sobre la
mesa. La mesa de la garita. Ya recordaba. Era Nochebuena. Tenía la guardia de
la obra. Había llegado una pareja de inmigrantes. Un muchacho joven con una…
¡No! ¡No podía ser! ¡Allí no! Se jugaba el puesto. El sueño se le fue de repente.
Se levantó y se giró, justo cuando Yusuf le pedía:
-¡Por
favor, Rafa! ¡Ayuda!
Rafa
se acercó, cuando un nuevo grito de dolor cruzó el habitáculo de la garita y se
perdió en la noche. Rafa confirmó sus peores sospechas. La muchacha estaba
pariendo. ¿Cómo era posible? Bueno, eso no importaba en esos momentos, había
que hacer algo. Yusuf le miraba con ojos suplicantes, Miryam respiraba
agitadamente entre contracción y contracción.
-No
os preocupéis, llamaré al 112. –dijo Rafa.
-¡No!
–cortó Yusuf- No, por favor.
Rafa
le miró sorprendido. ¿Qué pretendía que hiciera entonces? Él sabía muy poco de
estas cosas. Cuatro nociones básicas que había aprendido del curso que siguió
con su mujer antes que naciera su hijo, y del momento del parto, pero poco más.
-Yusuf,
yo no sé de partos. Miryam necesita profesionales. Yo no lo soy.
-No
dinero. No atenderán.
-No
te preocupes. Aquí siempre atienden en una urgencia. Y ésto te aseguro que lo
es.
Una
nueva contracción, y un grito ahogado de Miryam pareció corroborar la
aseveración de Rafa. Este volvió a coger el móvil, pero Yusuf insistió.
-Rafa, no. No tener papeles.
Rafa
le miró, sacudió la cabeza en señal de desaprobación.
-No
papeles, ¿eh? Pero sí cojones para preñarla y hacerla miles de kilómetros en su
estado. –Yusuf se quedó perplejo- Perdona, estoy nervioso. No importan, os
atenderán sin papeles. Lo único es que tendréis que aclarar más tarde la
situación con vuestras familias.
-No.
No ser posible. Tú no entiendes. –insistía Yusuf, con tono de súplica.
-Os
aseguro que en el momento que les mostréis a su nieto, todos los enfados
desaparecerán como por encanto. Sólo tendrán ojos para el bebé.
-No…
-dijo nuevamente Yusuf.
Rafa,
sin hacer caso ya al muchacho, cogió el móvil y marcó el 112, se lo puso en la
oreja cuando oyó a Miryam:
-Mi
padre le ha acusado de pertenecer a Hamas.
A
Rafa estuvo a punto de caérsele el móvil. Hizo caso omiso a la locutora que en
ese momento le preguntaba qué quería y cortó la comunicación. Una nueva
contracción hizo que Miryam se retorciera y lanzara un gemido. Rafa miró a
Miryam. En su cara vio una mezcla de ternura, amor, sinceridad. Hubo algo que
le conmovió. No supo qué.
-¡Joder
con tu padre! –y dirigiéndose a Yusuf- ¿Es verdad?
Yusuf
respiró hondo.
-Sí,
me acusó. Y no, no soy de Hamas.
Rafa
dejó el móvil en la mesa, pidió a Yusuf que en los recipientes que viera por la
garita se pusiera a calentar agua en el microondas lo más rápido posible. No
había tiempo para fogatas. Buscó ropa de lana gruesa. Salió a los barracones
dónde se cambiaban los obreros y cogió todas las toallas que pudo. “Ya las
repondré y mientras me inventaré algo.” Volvió a la garita y se dirigió hacia
Miryam. Le preguntó si había estado en algún parto antes. Afortunadamente,
había presenciado el de alguna de sus primas. De esta forma, entre lo que
recordaba la muchacha y él intentarían que el parto fuera lo mejor posible.
Miryam
empezó a empujar cuando le venían las contracciones y a respirar en los
descansos. Poco a poco el niño fue apareciendo por su seno. Yusuf se mantenía a
la cabecera de Miryam, tal como le había pedido Rafa. Tras grandes esfuerzos,
por fin salió la cabeza del bebé. Rafa, tal como dijeron en el curso, y con
mucha delicadeza, la giró hacia uno de los lados, permitiendo que saliera un
hombro y luego el otro. Con ello, terminó de salir el cuerpo del bebé. Miryam
emitió un sollozo de alivio. Rafa entregó a Yusuf el bebé para que se lo
pusiera a Miryam sobre su pecho, sin cortar aun el cordón, tal como se lo
habían hecho a él en el hospital. Mientras estaba esperando para cortar el
cordón y que saliera la placenta, miró a la pareja con el niño, pues había
nacido varón. Vio la felicidad en sus rostros y Rafa se llenó de gozo.
La
mañana siguiente, Rafa se despertó muy tarde. Le despertaron unos golpes en la
puerta de la garita. ¿Qué había pasado? Miró a su alrededor. ¿Y Yusuf? ¿Y
Miryam? ¿Y su hijo? Los golpes en la puerta eran insistentes y fuertes. Fue a abrir.
Era su compañero, que le venía a relevar.
-¿Qué
te pasaba, tío? ¿Tanto te pasaste ayer con la cena? –Rafa estaba aún medio
confuso- He hecho la primera ronda y he revisado los barracones. Está todo en
orden, salvo que faltan un montón de toallas. ¿Sabes tú algo de eso?
Rafa
sonrió. “Entonces no fue un sueño”.
-Sí,
he sido yo. Las necesité para una urgencia.
-Pues
sí que tuvo que ser fuerte tío, porque faltan un montón.
-Sí
que lo fue. Una pregunta. ¿No habrás visto a nadie por aquí cerca? O mientras
venías de camino.
-A
nadie. Ni un alma. ¿A quién iba a ver la mañana de Navidad, tío? ¿A Papa Noel
de resaca? Has dormido más de la cuenta.
-Nada,
nada, cosas mías. Ahora mismo recojo y te dejo la garita limpia.
-Sin
prisa, tío. Total, no me tengo que ir hasta mañana.
Su
compañero se sentó en una de las sillas. Rafa empezó a recoger, cuando se dio
cuenta de que todo estaba limpio. No había rastro del acontecimiento de la
noche pasada. “Ha debido ser Yusuf”. Pensó. Y volvió a su mente el recuerdo de
la pareja y de lo vivido en esas pocas horas. Cuando ya se disponía a marchar,
su compañero le dijo:
-Creo
que ésto es para ti. –le alargó un sobre- Estaba bajo el mando de la tele. Por
eso no le has visto. Al menos lleva tu nombre.
Rafa
se extrañó, pero cogió el sobre. En efecto, en él ponía en letras mayúsculas:
PARA RAFA.
-Sí,
gracias.
-De
nada, tío. A mandar. Feliz Navidad.
-Feliz
Navidad. –y Rafa salió de la garita en dirección a su coche. Al meterse en el
vehículo y antes de arrancarlo, abrió el sobre. Había un papel, y en él,
garabateado, un mensaje para él.