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lunes, 16 de noviembre de 2015

...Y PARÍS AMANECIÓ EN SILENCIO.


La ciudad estaba tomada por las fuerzas del orden. En la noche anterior, París había sufrido el mayor ataque terrorista de su historia. Ciento veintinueve personas habían perdido la vida, y trescientas cincuenta estaban siendo atendidas en los hospitales, noventa y nueve de ellas graves. La masacre la había perpetrado una célula terrorista islámica, perteneciente al DAESH. Se había dividido en tres grupos. Uno intentó introducir su carga de muerte en el estadio de fútbol Saint Denis dónde se estaba celebrando el amistoso Francia-Alemania. Los tres hombres que lo intentaron fueron interceptados en las entradas al estadio. Detonaron sus bombas, pero sólo uno de ellos consiguió causar muertos, cinco en concreto. Otro grupo se dedicó a disparar a aquellos que estaban sentados en las terrazas de bares, y consiguieron una mayor "efectividad". Las terrazas estaban situadas a kilómetro y medio aproximadamente del estadio. Y el grupo más mortífero se introdujo en la sala de fiestas Bataclán, disparando a la multitud que se encontraba allí escuchando un concierto de música del grupo Eagles of Death Metal. El resultado: ochenta y nueve muertos. De los ocho terroristas que formaban los tres grupos, seis se autoinmolaron con los cinturones de explosivos que llevaban en el cuerpo, uno cayó abatido por las fuerzas del orden francesas, y otro consiguió escapar de la zona. En el momento que estoy escribiendo esto sigue la búsqueda de este último.


He tardado estos tres días en decir algo sobre lo ocurrido la noche del 13 de noviembre. Me quedé estupefacto al comenzar a oír lo sucedido. A través de una de las cadenas de televisión lo pude seguir desde las once de la noche. De pura chiripa, la conecté en ese momento y estaban dando la noticia con una cifra provisional de muertos de treinta y cinco, que iría subiendo paulatinamente. Después he oído las reacciones de las distintas autoridades, de los distintos medios de comunicación, y de la gente.

Es la tercera vez que escribo este año sobre el terrorismo yihadista. La primera hablé de la reacción de la gente. La segunda traté de transmitir los momentos que se vivieron durante la masacre. Ahora no acierto a saber qué escribir para poder manifestar lo que siento.


Han sido 129 los muertos en París, veinticuatro horas antes habían sido 43 en Beirut. Dos semanas antes 225 personas que sobrevolaban la península del Sinai. La guerra en Siria, Irak, Yemen está causando miles de víctimas. En octubre vivimos un episodio de ataques indiscriminados en las calles de Jerusalem, simplemente un cuchillo servía para matar a personas "del otro bando". 7.000.000 de refugiados de la guerra de Siria están esperando en campos a que en el primer mundo se les ocurra aceptarlos o parar la guerra. He oído en las noticias de televisión de este mediodía que el DAESH consigue más de 1.000.000 de dólares diario gracias a las ventas de petroleo. Y mientras intentó ver si existe algo nuevo para mencionarlo en esta entrada me encuentro que sí, que varios de los integrantes del G-20, los veinte países más poderosos del mundo, los que están reunidos hoy en Antaliya (Turquía) y se encuentran tan "consternados", financian al DAESH. ¿Por qué?

Esta vez es una denuncia. Denuncia a todos aquellos poderosos que hacen que la gente normal sufra. Denuncia a todos aquellos poderosos que hacen que gente desesperada se radicalice y "baile al son" que ellos tocan. Denuncia a todos aquellos poderosos que nos presentan los acontecimientos como "malos y buenos", que hacen que nos movilicemos ante una masacre en pleno corazón del primer mundo, pero que no hacen nada para resolver el problema de origen de dicha masacre: la pobreza y la falta de futuro de una parte muy importante de esta humanidad que el día 13 sufrió una vez más la mezquindad de esos poderosos.