Cuando yo cursaba el bachillerato, que en mi época se
denominaba BUP, empecé a oír hablar de un monje jesuita que durante la primera
mitad del s. XX se había dedicado a estudiar la evolución de las especies a lo
largo de la historia natural de nuestro planeta. He de reconocer que me resultó
muy curioso que alguien religioso se preocupara por los temas de la evolución,
tanto más cuando la Iglesia siempre ha defendido que el hombre ha sido creado
por Dios a su imagen y semejanza.
Fue otro religioso quien me explicó algo mejor la
filosofía de este monje. En el instituto me daban clase de religión y uno de
los sacerdotes de mi pueblo era el encargado de ello. Nos enseñó a todos que el
jesuita Teilhard de Chardin había tratado de descubrir la conjunción entre fe y
ciencia. Y había dirigido sus pasos hacia una de las ramas más polémicas de la
ciencia, no solo entonces, sino también ahora en nuestros días: la evolución.
Trató la evolución desde el punto de vista de la
paleoantropología. Como antropólogo, su mayor preocupación fue hallar el
sentido de la aparición del ser humano en nuestro planeta. Y conseguir que ese
sentido se encontrara en última instancia en la existencia de Dios. De esta
forma, comenzó a desarrollar un pensamiento y un conjunto de teorías de las que
hoy en día pocos se acuerdan pero que, sin embargo, en su momento causaron un
gran revuelo en los círculos religiosos y científicos de mediados del s. XX.
Ese revuelo fue debido a que quizás, y tan sólo quizás, consiguió fundir
ciencia y fe en un terreno tan resbaladizo como la evolución humana.
Teilhard de Chardin reconocía la historia de la
evolución humana. Aceptaba que antes del Homo
sapiens había habido otras especies distintas de hombres, de homínidos, en
nuestro planeta y que el hombre moderno provenía del desarrollo y evolución de
una de ellas. ¡Peligroso pensamiento para una persona religiosa de los años
treinta y cuarenta del siglo pasado! Estas afirmaciones le granjearon la
enemistad de no pocos de sus compañeros y la incomprensión en el seno de la
Iglesia. Fue forzado a retirarse de la vida pública y muchos de sus escritos
vieron la luz después de su muerte. A pesar de ello fue reconocido en los años
setenta y ochenta como uno de los pensadores más importantes de la primera
mitad de siglo. Sin embargo, sus teorías aparecen hoy como anticuadas y la
ciencia, por la que luchó durante toda su vida, actualmente le ha dado la
espalda.
¿A qué viene toda esta disgresión sobre su persona?
He
guardado siempre un buen recuerdo de alguien que ha tratado de conciliar
posturas contrarias y de encontrar puntos en común y de unión entre personas.
Creo que se trata de una de las características más loables y útiles del ser
humano. El buscar acuerdos, llegar a compromisos y trabajar juntos es una de
las razones del avance de la convivencia de los distintos pueblos entre sí. Y
Teilhard de Chardin trabajó toda su vida para ello. Gracias a las maravillas de
la técnica actual, hace un tiempo estaba yo oyendo un podcast de un programa de
radio en donde hicieron referencia a este pensador y señalaron uno de sus
libros en donde explicaba la base de su pensamiento sobre la razón última de la
evolución, no sólo la del hombre, ni siquiera se limitaba a los seres vivos,
sino que la hacía extensiva a todo el Universo. El título del libro es "El
grupo zoológico humano". Por supuesto, llevado de la curiosidad y del
deseo de conocer auténticamente el pensamiento del sabio jesuita, me decidí a
comprarlo.
¡No lo busquen! ¡No lo hallarán! Al menos por los
cauces normales. El libro se encuentra desclasificado. Tuve que dar varias
vueltas hasta encontrarlo de segunda mano en una librería de libros antiguos. Y
con mi pequeña joya bajo el brazo me dirigí a casa para comenzar a leer y
disfrutar, descubriendo cómo explicaba el sabio jesuita el resultado de sus
sesudos razonamientos.
Pero eso será el tema a tratar en un próximo post. Por
el momento, me conformo con haber despertado la curiosidad de alguien que haya
leído este post sobre uno de los sabios menos conocidos del s. XX, que mereció
mejor trato por parte de sus correligionarios y que está siendo injustamente
olvidado.