Tras la ceremonia de adopción, Makutule pasó a vivir en el enkang de Obago. Formó parte de aquellos que cuidaban su ganado. Allí continuó aprendiendo y curtiéndose en la labor de pastor maasai. Pero estaba algo decepcionado. Makutule pensaba que al ser adoptado por el laibón, éste le iba a enseñar todo lo que sabía sobre hierbas, curaciones y demás artes de dominio de la adivinación y de la interpretación de los sueños. Sueños que, por otro lado, seguía teniendo y seguían cumpliéndose. A pesar de todo ello, Makutule trabajaba como el que más.
No quería dejar en mal lugar a la estirpe de su padre. Estaba en manos de Obago. Debía tener paciencia.
Un día, bien avanzado el sol en el horizonte, vino Nyange a la zona del rebaño que cuidada por Makutule.
-Te llama nuestro padre. -le dijo.
Desde que Makutule había sido adoptado, Nyange era uno de los hijos de Obago que más cerca estaba siempre de él, no sólo ayudándole, sino también haciéndole sentir parte de la familia. De ahí que siempre usara el plural entre ellos a la hora de referirse a Obago, al contrario que otros hijos, ya mayores, ya morani, que dejaban claro su filiación natural al laibón.
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Fotografía de Naomi Stolow |
-¿Para qué me quiere?
Nyange sonrió de oreja a oreja. Sus blancos dientes brillaron con el sol.
-Siempre tan preguntón. Deja las vacas a mi cargo y vete a dónde está Obago. No creo que te arrepientas.
Así lo hizo Makutule, que en esos momentos no acertaba a qué era debida la solicitud de su presencia en la choza de Obago en una hora tan impropia. Marchaba cavilando para sus adentros, intentando recordar si había hecho algo tan malo que mereciera el ser retirado de inmediato de su labor y el presentarse ante su padre. Llegó a la choza, tomó aire y arrestos, y entró.
-Padre, laibón. -titubeó en la forma de dirigirse a Obago- Aquí estoy. Me has llamado, ¿no?
Obago estaba colocando algunas ramas y separando otras, se volvió un momento, le miró y le dijo de forma relajada.
-Sí. Enseguida estoy contigo. -y como solía ser su costumbre cuando trabajaba con plantas, empezó a hablar para sí mismo- Éste va... aquí, eso es. Esta otra, no, no, que no hay que confundirla con... Eso es. Aquí mejor. Mucho mejor. Ya está. Y ahora... tú te quedarás aquí, vieja cascarrabias. Bien. No me deis la lata, que tengo una tarea muy importante.
-¿Hablas con las plantas de verdad? -Makutule no pudo resistir la pregunta, al ver a Obago tan profundamente concentrado en su tarea. Éste al oír la pregunta del niño le miró y tras una exclamación, comenzó a reír, lo cual hizo que Makutule quedara entre confuso y avergonzado. Obago, al ver el azoramiento del muchacho, reaccionó de inmediato.
-¡No, Makutule, no! No hablo con las plantas. -se acercó al chico- Y gracias por pensar que puedo hablar con ellas. Cualquier otro pensaría que estaba loco, hablando a solas. -le pellizcó suavemente la mejilla, a lo que Makutule respondió con una sonrisa- Pero solamente tú y yo sabemos cosas que el resto de los humanos no saben, ¿verdad?
Obago se separó de Makutule esperando su reacción. Éste se quedó parado. No había hecho ningún gesto, ni a favor ni en contra de la pregunta planteada por el laibón. Le miró con unos ojos llenos de inocencia y le lanzó a su vez otra pregunta:
-¿Se refiere, padre, a los sueños?
Esta vez Makutule había usado la expresión de padre, pero más como señal de respeto que como de familiaridad o de cariño. Obago afirmó con la cabeza y añadió:
-Sí. A los sueños. A su cumplimiento.
Y a todo lo que, a partir de hoy te enseñaré, si tú quieres.
-Padre, para eso vine aquí. -respondió Makutule lleno de alegría.
-Pero no deberás descuidar tus tareas como pastor maasai. -terció Obago- Seguirás cumpliendo todas ellas. Te circuncidarás. Cumplirás tu etapa como morani. Y cuando estés preparado, podrás ser laibón. El camino que vas a empezar hoy es muy largo. ¿Estás dispuesto a realizarlo?
-Es lo que más deseo. -Makutule no mentía.
-Pues hoy mismo empezamos. Todos los días, cuando recojas el ganado, vendrás a mi choza y yo te iré enseñando todo lo que debes saber sobre hojas, ramas, raíces, plantas, hierbas y sobre las dolencias de los hombres y del ganado. Cuando haya algo importante que debas ver, Nyange te llamará para que vengas conmigo y mientras él se quedará cuidando tu ganado. Al acabar por lo que te ha llamado, deberás volver a donde esté tu ganado y cuidar de él. ¿Entendido?
Makutule afirmó varias veces con movimientos de cabeza que denotaban la emoción que sentía.
-Y para comenzar hoy te voy a hablar de Ngai, de Dios. ¿Te habló Ikoneti de Ngai?
-Sí, padre. -esta última palabra la dijo dudando. Aun echaba de menos a su padre, pero no quería demostrarlo delante de Obago, y menos ahora que iba a comenzar su enseñanza como laibón. Obago, que lo notó, volvió a sonreir.
-No te preocupes. Es normal que eches de menos a tu anterior padre, a Ikoneti. Pero tanto él como yo, y tú también, sabemos que este cambio ha sido para bien tuyo y estamos totalmente conformes. -y cambiando el tono por otro más distendido- Bueno, cuéntame qué te dijo Ikoneti sobre Ngai.
Makutule le narró cómo les había llevado a lo alto de una loma a contarles el inicio del mundo mientras veían el atardecer; cómo les había contado a su hermano y a él el origen del pueblo Maasai, la razón por la que eran pastores y el resto de las historias. Al acabar, Obago exclamó:
-¡Vaya! Ya veo que me ha dejado poco que contarte sobre Ngai. -Makutule sonreía orgulloso- Pero aun así, voy a intentar contarte algo sobre Él, sobre Dios. Escucha atentamente.
Makutule prestó atención.
-Ngai habita en el cielo, su vida es la vida del cielo. El viento es su alimento; el relámpago, -conforme Obago mencionaba los distintos elementos atmosféricos, se movía delante del niño, intentando representarlos- el relámpago es el brillo de sus ojos; el trueno, su grito de alegría cuando ve algo que le gusta. Durante la estación de las lluvias, cuando los rebaños prosperan y los animales engordan, las gotas de lluvia son sus lágrimas de alegría. Ngai se desdobla en dos. El negro, el bueno; como es bueno el cielo oscuro, cubierto de nubes que traen la lluvia. El rojo, el malo; como es malo el cielo rojo de sol, que provoca la sequía. En la tormenta, los dos combaten entre sí; y cuando por fin llueve es señal que Ngai negro ha vencido, y nosotros somos bendecidos con la riqueza de los pastos para nuestros ganados.
Makutule había quedado embobado con la representación y con la historia que le había contado Obago. Éste le despidió para su choza, emplazándole para el siguiente día, después de que hubiera recogido el ganado en el interior del enkang.
Queridos amigos de LA CULTURA DE LOS
PUEBLOS. De esta forma comienza Makutule su formación como futuro laibón, como
futuro veedor y sanador, del pueblo Maasai.
En las siguientes entregas le
acompañaremos y nos encontraremos con los distintos métodos que usaban los
maasai para hacer frente a las diferentes enfermedades que les surgían en su
vida diaria, en la inmensa sabana africana.
Hasta esa nueva entrega, queridos
amigos, nos vemos en la red.