Hoy nos trasladamos al Departamento de Neuropsicología del Instituto Max Planck de Neurociencias y Cognición Humana en Leipzig. Allí existe otra investigadora, la Dra. Angela Friederici, neuropsicóloga y actualmente vicepresidenta de la Sociedad Max Planck que está realizando un estudio sobre la sintaxis y su modo de regulación desde el tejido cerebral.
De hecho, uno de los componentes fundamentales en el lenguaje humano es la sintaxis. La capacidad de mezclar las distintas palabras, los distintos sonidos para convertirlos en un lenguaje comprensible por parte del congénere que recibe dicha cadena de sonidos. Esta sintaxis establece las reglas en que se deben combinar las palabras para formar oraciones correctas.
Las bases neuroanatómicas, es decir, las zonas del cerebro en dónde se hallan las capacidades para poder realizar adecuadamente ese ejercicio de sintaxis que nos permite comunicarnos de una forma precisa, se encuentran bien localizadas en el individuo adulto. Forman lo que los científicos han dado en llamar el área de Broca y el área de Wernicke. Pero, sin embargo, los científicos aún no están de acuerdo en la aparición de las mismas en el cerebro en maduración del niño, del bebé.
Y aquí entra en juego el estudio que está llevando a cabo la Dra. Angela Friederici. Con minúsculos electrodos colocados en el cuero cabelludo, que producen una nula molestia para el niño, se registra las reacciones cerebrales del infante ante distintas frases que se le dan.
Pero el truco está en darles frases correctas e incorrectas en un idioma que no es el materno y que, por tanto, no conocen su sintaxis, ni han tenido posibilidad de conocer sus reglas previamente. ¿Qué es lo que se han ido encontrando la Dra. Friederici y sus colaboradores durante sus investigaciones? Pues bien, al principio, como era de esperar, las reacciones ante las frases que se les presentaban al bebé y al niño eran similares, no existía diferencia. Pero, sin embargo, tras varias rondas, en el transcurso de un tiempo tan escaso como de diez a quince minutos, las reacciones cerebrales empezaban a ser diferentes entre aquellas frases que eran correctas sintácticamente y aquellas otras que eran incorrectas.
¿Quería esto decir que el niño era capaz, por sí mismo, de comprender las reglas gramaticales de cualquier lengua, aunque no la hubiera aprendido? La Dra. Friederici, en las conclusiones a su trabajo nos razona más bien en otro sentido. Ella nos explica que la distinción que es capaz de hacer el cerebro del niño entre frases correctas e incorrectas en un idioma extraño no se debe a un conocimiento innato de sintaxis sino más bien a una "regularidad codificada fonológicamente". El cerebro tendría una plasticidad adecuada a esas edades tempranas de la vida que permitiría absorber los cambios y distinguir diferencias mínimas entre cadenas de sonidos aparentemente iguales, lo que facilitaría el aprendizaje.
Se ha podido observar que los niños, a los dos años y medio son capaces de corregir los errores gramaticales. Y que con tres años tienen un dominio más que adecuado de las reglas gramaticales, así como se de un aumento acelerado del vocabulario lo cual se vería favorecido por la creación de nuevas conexiones interneuronales que facilitarían la explosión lingüística que se da a partir de esa edad en los niños.
¿Pero es todo cuestión técnica, neuronal? ¿Bastaría con exponer a los niños a unos estímulos físicos? ¿O habría que tener en cuenta algún otro factor? Si me siguen en mi próxima entrada, en el próximo estudio que les mostraré, entenderán lo que quiero decir.