Después del paréntesis vacacional, comienzo esta nueva andadura con un cuento que inventé hace mucho, mucho tiempo, paseando por un jardín. No pretende ser más que eso. Un cuento que se pueda contar a los niños para que se duerman. Si es que aún existiera esa costumbre...
Una princesa se vio obligada por su padre, el rey, a casarse para asegurar la continuidad del reino. La princesa estaba triste porque no quería casarse por obligación. Y entonces decidió recorrer el reino de incógnito, pero sin que lo supiera su padre, y saber si había alguien que le gustara. Y en una parada del camino se le rompió un zapato.
Encontró a un zapatero y decidió que se lo arreglara. El zapatero aceptó el encargo sin saber que era la princesa, y le pidió que volviera a la semana siguiente. Cuando volvió se encontró con una par de zapatos nuevos que el joven zapatero le había hecho. Eran más bonitos que nos anteriores. Cuando la princesa quiso pagarlos, el joven insistió en que los había hecho para regalárselos, en sustitución de los viejos, y para que le recordara allí donde fuera. Al final, la princesa aceptó y se los puso. Nunca se había puesto unos zapatos tan cómodos y con ellos volvió a palacio.
Durante las siguientes semanas, estuvo pensando en todos aquellos que había conocido y siempre acababa por mirarse los zapatos y sonreír.
Dado que su hija no se decidía, el rey organizó un gran baile, al que invitó a todos los buenos partidos que había en el reino. Con ello quería que su hija se decidiera. Tenía la esperanza que el gran baile acabara con el compromiso de la princesa con alguno de loso nobles jóvenes que acudirían al mismo.
El baile transcurrió como es normal en esos casos y cuando al final del mismo la princesa le dijo a su padre que ya había decidido, éste se llenó de tanto júbilo que, sin mediar más, hizo parar la música para dar la gran noticia. todos quedaron muy atentos, y cuando la princesa dijo quién era el elegido, a su padre, el rey, casi le da un soponcio.
La princesa había escogido el humilde zapatero que tan gentilmente la había hecho aquel par de zapatos. Y aunque el rey intentó impedir el enlace, pues no quería ver a su hija casada con un simple artesano, al final, ante la determinación de la princesa y su disposición a abandonar el palacio si no respetaban su decisión, tuvo que aceptar al sencillo zapatero.
No es necesario contar la sorpresa del zapatero cuando el heraldo real llegó a su humilde cabaña. Y mayor sorpresa aún cuando fue solicitado a ir a palacio para ser recibido por el rey. Y cada vez fue a más su sorpresa al darse cuenta que la bella joven a la que había hecho los zapatos, y de la que se había enamorado, era la princesa.
Los esponsales se celebraron con gran júbilo de todos los habitantes del reino. Y el rey, al ver a la princesa feliz, dió por buena la decisión y firmeza de su hija, que tantas preocupaciones le había dado.
Y colorín colorado... Os dejo pensando, y con la fantasía volando.
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