Y aquí viene la guinda del pastel. Una de las cosas a la que no llegamos fue a recibir a mi madre, que vino a pasar la Nochebuena el 23 de diciembre y se encontró conque tuvo que esperar con sus cosuegros en nuestra casa a que nos dijeran si la fiebre que tenía nuestra hija de 11 meses era por infección de orina y se iba para casa o pielonefritis y quedaba ingresada. Afortunadamente fue lo segundo y pasamos la Nochebuena en casa. Pero como no podía ser de otra manera, y a mí me gustan “una montón” los hospitales, repetimos el día 26 con la misma protagonista, que aunque volvimos también para casa, también nos puso casi todo el día el susto en el cuerpo, porque creímos que esta vez sí se quedaba.
Me servía de alivio. Su sonrisa me hacía sentir que al menos ella vive y tiene una personalidad propia, fuerte y determinada.
Porque así es. La pequeña diablilla, se ha transformado un montón en los últimos tiempos. Llevo dos meses sin hablar de ella y en estos dos meses ha adquirido unas habilidades sociales, de comprensión y de comunicación fantásticas. Quizá diréis que es amor de padre, puede ser. Y si es así, ¡bienvenido sea! Os cuento.
La pequeña, que cumplirá en 6 días su primer año de vida ya es capaz de decir no moviendo la cabeza de un lado para otro. La he enseñado durante la comida. Al acabar la comida solía gritar, llorar o hacer pedorretas, pero al observar que ya decía no con la cabeza, sin que supiera muy bien lo que era, la estoy enseñando a decir no, con resultados muy positivos. Ya se pone de pie por sí misma, y no anda sola porque aún tiene un poco de miedo, pero agarrándose a las cosas se puede recorrer todo el salón de casa. Por supuesto, ya empiezan a peligrar un montón de objetos que antes estaban seguros, sin ir más lejos el otro día me rompió la portada de una revista que tenía encima de la mesa del salón, que yo creía tener a buen recaudo.
Otro apartado es a la hora de hacerle la papilla. Su forma de pedir algo es “Am!” Antes lo usaba tan sólo para comer, pero ahora lo utiliza siempre que quiere algo, con lo cual nos vuelve locos. Bien, siempre que le hago la papilla procuro que esté conmigo en la cocina. No hay peligro, por el momento para ella, y mientras se la hago, la controlo, el resto de la casa queda libre y le hablo, aumentando el lazo paterno-filial (o eso me creo yo, ya habrá tiempo de disminuirlo cuando me pida dinero para salir). Con eso, creo que aumenta el deseo de comerse la papilla, cosa que no siempre consigo.
Me sorprende muchas veces. Hoy mismo. Le he dicho, sin creer siquiera que lo iba a hacer y más bien diciéndolo a mí mismo: “Vamos a ayudar a mamá a recoger la cocina.” Estábamos en la otra punta del piso y en distintas habitaciones. Pues bien, cuando me dirigía hacia la cocina, de pronto veo una cosa pequeña, gateando de forma rápida en dirección a la cocina. Era la niña que había decidido que lo que decía papá tenía sentido y que realmente iba a ayudarle a recoger la cocina.
Ahora podéis comprender porqué he estado tanto tiempo sin escribir una sola letra.
Escrito en el año de Nuestro Señor de 2018, el 13 de enero, en la festividad de San Hilario.
|
San Hilario de Poitiers |