viernes, 17 de julio de 2015

CUEVAS (V): UN HUMILDE PROTAGONISTA

La cueva de Nerja, de la que venimos hablando en las últimas entradas; la cueva de las Maravillas como la bautizaron en los años de su descubrimiento, allá por finales de los cincuenta y principios de los sesenta del pasado siglo; tiene una longitud de más de siete kilómetros (7.129'28 metros para ser exactos). Y posee un volumen interior de más de 250.000 metros cúbicos. Tiene salas amplísimas, donde incluso se ha llegado a representar el ballet de "El lago de los cisnes" de Tchaikovsky. En esas salas se pueden admirar formaciones de una belleza y complejidad tales que, para que el hombre pudiera igualarlas mínimamente, deberíamos esperar a la llegada del Gótico que producirá en los siglos XIII y XIV las catedrales que se reparten por toda Europa, y que provocan la admiración de propios y extraños. ¿Dónde quiero llegar? Ahora les explico.

Lo que me ha llevado a comenzar la entrada de hoy destacando las dimensiones de la cueva de Nerja, y a compararla, dando un salto en el tiempo de cientos de miles de años, con las catedrales europeas, es el origen de dichas cuevas kársticas. Y más que el origen, el responsable de la formación de dichas estructuras geológicas. Porque, si bien es verdad que en su formación las cavidades kársticas precisan de desplomes de tierra, de agua, de terremotos; el protagonista de todas estas formaciones, que tanto nos llaman la atención, es humilde y sencillo. Si hay por ahí algún chaval que esté leyendo este blog, soltará eufórico: "Lo sé, se trata del agua. Gota a gota produce las formaciones que se ven en las cuevas." Y en parte tendrá razón. Pero yo no me refiero al agua. El agua es uno de los elementos más poderosos de que dispone la Tierra para modelar las formas de la superficie del planeta. El agua es tan importante que es la base de la vida. Sin agua, la vida en nuestro planeta, mal llamado Tierra, no existiría. Pero no, querido amigo, no me refiero al agua.

El responsable de la formación de las cavidades kársticas, y de su modelado posterior con la aparición de todos los elementos que conocemos -estalactitas, estalagmitas, etc.- es una sal. Es el carbonato cálcico. Para que nos entendamos, es un pariente más o menos lejano de nuestra sal común, de nuestra sal de mesa. Y como ella, se disuelve en el agua. Esta sal está compuesta de dos elementos diferentes, con caracteres distintos.
El carbonato, que es el que permite la disolución necesaria para que los elementos que forman la sal, el carbono y el calcio, se separen en contacto con el agua. Este carbonato es el que permite que el agua arrastre, poco a poco pedacitos minúsculos, microscópicos, de roca. Cuando el sol cae de plano sobre el horizonte, y calienta la tierra, basta una corriente de agua que fluya a través de una superficie formada por roca calcárea, por roca de carbonato cálcico, para que el agua provoque pequeños "pozos" de disolución, microscópicas fisuras que se irán agrandando hasta formar grietas en la roca y el agua vaya penetrando, cada vez más profundamente, en la misma.

Pero nos queda el calcio. El calcio es un elemento duro. ¿Qué pasa con él cuando es arrastrado por el agua hacia las profundidades de la tierra? Pues el calcio es el que va a constituir los ladrillos, microscópicos, de las grandes formaciones que veremos en las cuevas de origen kárstico. Cuando alcancen una determinada profundidad, el calcio precipitará. Conforme ha ido bajando, también ha bajado la temperatura. El ambiente cálido de la superficie, facilitado por el sol del mediodía, ha ido dejando paso al fresco, y al frío. A una determinada temperatura, el calcio comienza a unirse, lo que se llama precipitación. Y poco a poco, gota a gota, comienza a formar todos los extraordinarios elementos de que podemos disfrutar en nuestra visita a una cueva de este tipo.

Curioso, ¿no? Un elemento pequeño, tan pequeño que aún ni siquiera con microscopio llegaríamos a ver, es el responsable de formaciones que compiten en belleza y magnificencia con las catedrales. No es ni siquiera un ser vivo, sino un simple, sencillo y humilde compuesto químico, compite con el ser más complejo que habita el planeta y que ha tenido la osadía de llamarse a sí mismo sapiens.



viernes, 10 de julio de 2015

CUEVAS (IV): AVENTURA DE CHAVALILLOS



En la última entrega de "Cuevas" dejábamos a un grupo de mozalbetes rompiendo unas piedras, concretamente unas estalagmitas, que les impedían atravesar un hueco que habían encontrado en una antigua mina.

Pues bien, nada más quedar libre el paso, nuestros protagonistas, ni cortos ni perezosos, se introdujeron por aquel agujero, que ahora sí les permitía acceder al interior de las entrañas de la tierra. Lo primero que encontraron fue una especie de túnel, con una pendiente pronunciada. La excitación de entrar en un lugar donde nadie antes había estado les hizo lanzarse al interior, prácticamente deslizándose como si se tratara de un tobogán. Al final del trayecto, les esperaba una enorme sala.

Dibujo realizado por el autor

La sala, que medía cien metros de larga, se alzaba a una altura de unos treinta metros. Los muchachos quedaron extasiados, y cuando sus ojos se fueron haciendo a la oscuridad reinante, comenzaron a distinguir las distintas formas que, gota a gota, el agua había esculpido a través de la roca. Estalactitas y estalagmitas habían ido formando columnas, bloques que parecían los tubos de enormes órganos, y formas caprichosas que hacían volar la imaginación de los chicos. Éstos empezaron a jugar, compitiendo por ver cuál era el más ingenioso a la hora de dar nombre a las distintas formaciones de roca que veían ante ellos.

Dibujo realizado por el autor
Tan absortos estaban en las distintas formas que adquiría la piedra que no se dieron cuenta de algo que también contenía la cueva. Hasta que oyeron un crujido proveniente de sus pies. Habían pisado algo y lo habían cascado. Miraron hacia donde provenía el sonido y distinguieron en la penumbra unos huesos. En un primer momento pensaron que pudieran pertenecer a algún animal que hubiera entrado en la cueva que acababan de descubrir y que, al no encontrar la salida, hubiera muerto de inanición. Uno de ellos, llevado de la curiosidad cogió uno de los huesos.
-¡Pedazo animal! Debía ser grande por el tamaño del hueso.
-¡Y tan grande! -respondió su compañero que se había quedado petrificado ante la visión que se ofrecía ante él- Mira ahí, ¿veis lo que yo veo?
Unas calaveras yacían en el suelo de la cueva, ante los chavales. Definitivamente no se trataba de ningún animal. Eran restos de seres humanos.

Los muchachos decidieron no proseguir la exploración de la cueva. Volvieron por sus pasos y salieron al exterior. Cuando volvieron al pueblo se lo contaron a sus padres y allegados. En un principio chocaron con la incredulidad de la gente. ¡Una cueva grande, hermosa y con restos humanos! Podía ser parte de la excusa de los pilluelos para justificar sus faltas a clase. La inventiva es muy fuerte en los chavales a esa edad. Pero hubo un fotógrafo y un médico de la localidad que les creyeron. O, al menos, pensaron que valía la pena descubrir si los chicos decían la verdad. Unos días después fueron a la mina, y entraron por el orificio que habían dejado libre los niños al romper las estalagmitas. Y comprobaron que lo que decían los chiquillos era verdad.

Sala del Cataclismo (Cueva de Nerja)

La noticia saltó a los medios de comunicación. La Delegación de Excavaciones Arqueológicas de Málaga tomó cartas en el asunto. Al descubrir la excepcionalidad de la cueva, comenzó a estudiarla, habilitando una entrada más fácil que la que usaron los chicos. Se empezaron los trabajos de mejoras y acondicionamiento. El 15 de junio de 1961 fue declarada Monumento Histórico Artístico. La Cueva de Nerja abría al público sus maravillas.

¿Y los chiquillos que protagonizaron esta aventura? Una escultura en piedra, a la entrada de las instalaciones, recuerda su hazaña. Una hazaña que comenzó un mes de enero de 1959, con un grupo de alegres mozalbetes que únicamente trataban de cazar murciélagos en un lugar de la sierra de Almijara. No imaginaban, ni por un momento, que ellos descubrirían la Cueva de Nerja.

Entrada a la Cueva de Nerja

jueves, 2 de julio de 2015

CUEVAS (III): UNOS "NOVILLOS" DE ENERO

Once de enero de 1959. Un grupo de chiquillos se han saltado la clase ese día. Habían decidido ampliar sus correrías por la zona de la sierra que se extendía a las afueras del pueblo. Esta zona escarpada surgía desde el mar y ascendía hasta formar un grupo de montes y montañas que constituían la sierra de Almijara. Los chicos habían oído, de boca de sus mayores, las aventuras y desventuras de los bandoleros que las usaban como refugio durante el siglo anterior. También les había contado alguno de sus abuelos, más versado en la historia del lugar, como en época de los moros, los distintos emires, visires e incluso el gran califa de Córdoba, habían bajado hasta la zona para disfrutar de la conjunción de montaña y playa de que se podía gozar en aquellos lugares.


Dibujo del autor del blog

Pero los niños no estaban interesados en esos momentos por esas historias. De hecho, no habían ido a clase para evitar ese tipo de rollos. En su mente había algo más emocionante. El primo de uno de ellos les había dicho que en la Mina, una oquedad del terreno donde se arrojaban las basuras, había un montón de murciélagos. Y este mismo primo les había enseñado como cazarlos.

Murciélagos durmiendo
"Se localizan donde están. Con mucho cuidado de no hacer ruido, se coloca la red alrededor del agujero de salida. Uno o dos del grupo se introduce a eso del mediodía, que es cuando están más atolondrados por el calor. Se les asusta y ¡zas! cuando quieran salir chocan con la red y se les atrapa." Les había explicado el crío.

Y allí se dirigían con la red, tomada "prestada" al padre de uno de ellos sin que éste lo supiera. Caminaban alegres, descuidados, hablando entre ellos de los que iban a cazar y de lo que iban a presumir delante de sus compañeros y de las chicas. Incluso esconderían algún murciélago para dar un buen susto a alguna de las chicas más remilgadas. Y acabaron riendo sonoramente, al contarse entre sí lo bien que lo iban a pasar.

Dibujo del autor del blog

Cuando colocaron la red, y se disponían a entrar y a asustar a los murciélagos, notaron una corriente de aire frío. "¡Qué raro!" pensaron. El soplo venía de lo profundo de la oquedad. Uno de ellos, el mayor, mandó callar a los otros y se acercó al lugar. Vio un orificio que estaba atravesado por una especie de "ramos de piedra", estalagmitas, que les impedían el paso. Si hay algo más fuerte en la mente de un crío que el afán de aventuras es la curiosidad. Y llevada por ella, intentaron cruzar el orificio, pero debido a las estalagmitas no pudieron. Sin embargo, no se dejaron vencer por ese obstáculo. Decidieron regresar al día siguiente con los útiles necesarios para romper las estalagmitas y tener libre el paso.

Dibujo del autor del blog

El día siguiente fue claro como el anterior. La sierra de Almijara se recortaba en el horizonte. Los niños llegaron a la Mina. Rompieron los obstáculos que les impedían introducirse en el agujero y se deslizaron en su interior. ¿Qué les ocurrió?

Creo que lo siguiente merece una nueva entrega. Hasta entonces, queridos amigos, muy buenas tardes.

jueves, 25 de junio de 2015

LAS CRISIS DE EDAD (VI): EL DILEMA DE LA CRISIS DE LOS 50


Hablábamos hace ya algún tiempo que la crisis de los 50 años, y lo repetíamos varias veces, era una crisis existencial. En ella el hombre se planteaba el sentido de su existencia, el porqué de su vida. Y ese plantearse la razón profunda de su existir surgía de enfrentarse a la sensación que iba surgiendo, cada vez más intensa, de la finitud de su vida.

Frente a esta finitud de su vida, el hombre se rebelaba y veíamos que en una gran mayoría aparecía el sentimiento de trascendencia; el sentimiento de que la vida no acaba con la muerte, sino que existe algo más allá y que la muerte es un mero tránsito por el que hay que pasar.


Una vez asentada la creencia en la trascendencia, en la vida más allá de la muerte, esta vida debería ser mejor a la actual. Nadie se siente satisfecho con su vida, muy poca gente aceptará vivir una vida excelente. Antes bien, todos, en mayor o menor mediad, destacaremos, y aquí me incluyo, todos los sinsabores que hemos pasado, todos los puntos negativos y todo lo que podríamos tener mejor en nuestras vidas. Por tanto, si existe una vida más allá de la muerte, por lógica, debemos pensar, que debe ser mejor. Y aquí entra el sentimiento religioso. El que nos hace creer en un trascendencia mejor para todos. El que nos permite confiar que más allá de ese tránsito que es la muerte entraremos un mundo mejor.


He dicho en el párrafo anterior que si existe una vida tras la muerte lo lógico es que sea mejor. ¿Seguro? ¿En qué me baso? ¿Qué me garantiza que eso es así? El que se haya mantenido escéptico a lo que decía tenía razón. No había nada que me lo garantizara. El que exista una vida ulterior no significa que vaya a ser mejor. Salvo por una cosa. Por el sentimiento religioso del que hablábamos antes. Ese sentimiento religioso implica la trascendencia, implica la vida más allá, implica que esa vida más allá es mejor que la actual e implica que existe alguien o algo que rige y garantiza que todo ello es así, y de esta forma el hombre, el Homo sapiens, llega al concepto de Dios. No se trata de la denominación de Dios, ni de la definición de Dios, pues todo ello es constreñir un concepto universal dentro de los límites concretos del ser humano. Se trata de captar la esencia de un concepto global universal.


Por todo ello, hay personas que se vuelven más religiosas cuando envejecen; y al contrario, personas que reafirman sus creencias en la pura biología del ser humano conforme pasan los años. Por tanto la crisis de los 50 es la crisis en la que el hombre debe decidir, sin poderlo retrasar por más tiempo, su actitud frente al mundo que le rodea. Si adopta una postura biologicista y decide que todo acaba con la muerte y la fusión con la naturaleza que le rodea; o si adopta una postura trascendental y decide que la muerte es tan sólo un tránsito hacia otra vida en donde disfrutará de su propio ser en toda su plenitud. Sea una u otra cosa, es una decisión que únicamente podrá tomarla él.



sábado, 20 de junio de 2015

LAS CRISIS DE EDAD (V): EL SENTIDO DE TRASCENDENCIA Y EL SENTIMIENTO RELIGIOSO


A los 50 años el hombre empieza a plantearse qué ha hecho con su vida y qué será de su vida tras su muerte. Paradójico ¿no? Eso es el sentido de la trascendencia a la que me refería en mi última entrada de esta serie sobre las crisis de la edad. Y el nacimiento del sentimiento religioso. ¡Pero cuidado! No para dar explicación a esa necesidad de trascendencia. Sería demasiado simple. Y el Homo sapiens es la especie más compleja que ha pisado la superficie de la Tierra en toda la historia de la vida.


El sentimiento religioso no es la explicación que da el chamán de la tribu, el sacerdote egipcio, griego o romano, el rabí judío, el cura cristiano, el imán musulmán, el lama tibetano, ni cualquier otro representante de la divinidad en la Tierra. Todos ellos poseen una serie de doctrinas, creencias, ritos y liturgias que surgen de ese sentimiento religioso. Pero, aunque esas doctrinas tratan de explicarlo, ese sentimiento les sobrepasa.


El sentimiento religioso nace a la par e indefectiblemente unido al sentimiento de trascendencia en el ser humano. Incluso hoy mismo. Todo aquél que crea en una trascendencia cree en una vida más allá. Y si cree en una vida más allá esa vida no sólo es mejor, sino óptima. Y si esa vida es óptima es porque existe algo, o alguien, que vela y es responsable de que así sea. El hombre, como ser consciente de su propia vida y como ser consciente de su propia existencia no puede aceptar, en la mayoría de los casos, que todo acabe en la muerte biológica, en la podredumbre y desmenuzamiento de su ser en partículas. Esa propia consciencia y esa propia razón le lleva al sentido de trascendencia y al sentimiento religioso.


Aquel que, por el contrario no posee ese sentido de trascendencia, como decíamos más arriba, no posee tampoco el sentimiento religioso. Cree que muestro cuerpo comenzará a destruirse con la muerte cerebral. Que ese es el final. Y no sólo ridiculizará en mayor o menor medida; quizá en ninguna, pues puede ser persona muy respetuosa; cualquier manifestación religiosa, sino que no pensara en ningún momento en la existencia de un mas allá, aunque este más allá no tengan ninguna de las características de las religiones que existen o han existido en nuestro planeta.

El sentido de trascendencia implica, por tanto, que el hombre es algo más que el cuerpo biológico. Que el cuerpo es algo así como el vehículo en el que nos encontramos, la casa que habitamos; pero, sin embargo, somos algo distinto que va más allá, que perdura en el tiempo y que, un detalle importante, merecemos la felicidad. Merecemos un "más allá" feliz. Libre de todos los sinsabores, penalidades y sufrimientos que padecemos en esta vida. Y lo queremos para nosotros y para nuestros seres queridos. No nos basta con nosotros solos. Si alguna de las personas a las que hemos querido durante nuestra vida "terrena" no estuviera con nosotros disfrutando de ese "más allá" ya no seríamos felices. El "paraíso" ya no sería tal para nosotros. Aquí se muestra al mismo tiempo la grandeza y la mediocridad del ser humano. Mediocridad, porque ofreciéndole un paraíso, es aún capaz de rechazarlo si no se aceptan sus condiciones. Grandeza porque esas condiciones son precisamente el compartir el paraíso con sus seres queridos.