Regreso a esta serie porque de vez en cuando, surge una anécdota que da gusto contar, escribir y que uno, dentro de sus fantasías, espera que sea leída por su hija cuando ésta tenga "uso de razón" como se decía antes, o, al menos, sea lo suficientemente madura como para valorar estas pequeñas historias que reflejan el cariño que sus progenitores tienen hacía ella.
El caso es que en estas fechas, tras un principio de junio con mucho calor, estamos sufriendo unos días de lluvias y tormentas muy fuertes en toda la Península Ibérica. Y ha ocurrido que esta noche comenzó, sobre las cuatro de la madrugada a diluviar. Lo primero que ocurrió y que dio paso a esa lluvia intensa, fue un relámpago seguido de un trueno enorme y "áspero", es decir, con gran estrépito y esa sensación que transmiten algunos truenos de que "puede caerse el firmamento".
El caso es que su madre y yo nos despertamos asustados, e inmediatamente fuimos a cerrar las ventanas que estaban abiertas. En el intervalo de tiempo entre nuestro despertar y el cierre de las ventanas, algunas de las puertas de casa dieron portazo, por el viento que recorría la casa.
Pues bien, después de cerrar la ventana del dormitorio, al salir al pasillo, me la encuentro en la puerta de su habitación, restregándose un ojo medio dormida. "Lástima", pienso, "se habrá despertado con miedo por el trueno". Menudo pensamiento, lógico pero equivocado. Su exclamación fue:
-¡Con el ruido de las puertas no puedo dormir!
Señores, no se había asustado del trueno, ni de los relámpagos que siguieron al gran trueno. No. Lo único que le pasaba es que "no podía dormir" por los portazos de las puertas.
Me reí, le revolví el pelo con una sonrisa y le dije:
-¡Sí señor! ¡Así me gusta mi niña!
¿Qué otra cosa podía hacer ante su reacción de indiferencia a la tormenta?
Un saludo, nos vemos en la red.
Son la locura en nuestro "mundo de cuerdos" 👍
ResponderEliminar