En el año sin verano de 1816, los Shelley visitaron a lord Byron en su casa de suiza, y una noche los tres, junto al doctor del lord, se retaron a escribir una historia de terror, tras haber leído historias y leyendas alemanas de fantasmas. Sólo Polidori, el doctor de lord Byron consiguió acabar su historia, ganando el reto. Pero de aquella noche nació la idea, o el primer boceto si de una obra de pintura se tratara, de lo que más adelante desarrollará Mary y que publicará un día muy señalado por ser el 1 de enero, al alba de 1818. Se trataba de la historia del monstruo de Frankenstein, a quién ella subtituló "El moderno Prometeo".
Por lo tanto, la obra no fue escrita en una sola noche, pero sí ha sido la que ha permanecido en el acervo cultural del hombre a lo largo de los últimos dos siglos. Sin embargo, las interpretaciones dadas a la obra mediante el cine, la radio, la televisión e incluso los dibujos animados han desvirtuado, casi más que a cualquier otro ser de las historias de terror, a Frankenstein. Y, de esa forma, han desvirtuado la obra que creo Mary Shelley.
Para empezar, en la obra no se describe la figura del monstruo que crea Frankenstein. Simplemente sabemos que es gigantesco, desproporcionado y tremendamente horrible, causando espanto a cualquier individuo que lo ve. Pero no describe más. Por lo que nos deja llevar la imaginación hacia aquellos lugares más feos y deformados de nuestra mente.
El monstruo nace "bueno", digámoslo así, pero es el contacto con la humanidad el que le transforma en un asesino vengativo. Esa es otra de las diferencias con el mito que se formó hacia la figura del monstruo a lo largo del siglo XX. No es un ser sin alma y sin entendimiento. De hecho, llega a tener cariño de los seres humanos. Hasta que ve que no tiene ninguna posibilidad de poder convivir con ellos de forma pacífica. Es entonces cuando surge lo que creo que es la esencia de este relato. El monstruo se dirige a su creador, a Frankenstein, para que le acepte o, al menos, le cree una compañera como él, para que pueda vivir feliz. Es algo así como cuando Adán le dice a Dios que echa de menos una compañera, pues los animales son distintos a él.
Y aquí llega el gran conflicto. Frankenstein, el creador del monstruo, en lugar de sentir compasión y amor hacia su creatura, tal como lo hace el Dios del Génesis, reniega de ella. No le da ningún margen de humanidad. Cree que es una aberración la que ha creado y a la que tiene el deber de matar. Curiosa reacción de un hombre que, al principio de su relato, se dice amante de la ciencia y del avance para el bien de la humanidad. No se quiere dar cuenta que los asesinatos que realiza el monstruo, en realidad son responsabilidad suya por partida doble. Primero, porque él le ha creado. Segundo, porque le ha abandonado. Y para rematar la desgracia del monstruo, le reniega una y otra vez.
Pero es que las características de Frankenstein permiten adivinar su actitud. Como digno representante de la corriente romántica del siglo XIX, el personaje de Frankenstein es exagerado en todo, es egocéntrico, lleva los sentimientos al extremo. Es tan estúpido que incluso la amenaza del monstruo "estaré en tu noche de bodas" se cree que es porque el monstruo le va a matar a él y no a su novia recién desposada, cuando ya ha matado a su hermano, criada, amigo del alma. Necesita más pruebas nuestro "héroe" de pacotilla. Es un autorreferencial, se cree que el mundo es mejor o peor por sus acciones, cuando lo es porque ha adoptado la actitud de mirarse el ombligo, por supuesto, sin mediar ningún tipo de razonamiento.
Y como colofón, cuando el monstruo le dice que se va a las regiones más desérticas del mundo, para no cruzarse con ningún humano, todavía se cree en la obligación sagrada de perseguir a su criatura para destruirla, cuando no ha sabido comprenderla, cuidarla y atenderla como debía ser. Por ello, el villano de este libro no es el monstruo, es su creador. Es más, el monstruo es el creador del mismo, Frankenstein. Pues el monstruo en sí muestra señales de humanidad y bondad que no aparecen por ningún lado en la persona de Frankenstein.
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