sábado, 29 de febrero de 2020

ESOS ADORABLES PEQUEÑUELOS Cap. 16: El Padrenuestro

Imagen de COVID-19
Hoy, 29 de febrero, como día que tan solo se repite cada 4 años, y enmedio de la psicosis generalizada provocada por una nueva pandemia vírica, cuya mortalidad es menor que la de la gripe, os voy a contar una historia de mi hija cuando tenía 2 años y pico y comenzaba a hablar.

Kenneth David Kaunda
Siguiendo la máxima del dirigente africano Kenneth David Kaunda, presidente de Zambia durante los años 70 y 80 del pasado siglo, que dice: "...hay que enseñar a los hijos aquello que crees mejor para ellos, porque más tarde, cuando sean jóvenes y se hagan adultos, ya tendrán tiempo de decidir por sí mismos lo que es bueno para ellos...", me dispuse a enseñar a mi hija una oración que, no por ser común, es menos importante: El padrenuestro.

Decir que la cita a la que me he referido viene en el libro "Carta a mis hijos", escrito por el dignatario zambiano en la mitad de su carrera política. Si doy la referencia de este libro es porque creo que es una lectura muy recomendable para cualquier persona que se interese por conocer el pensamiento y filosofía de vida de uno de los dirigentes africanos más destacables.

Pues bien, siguiendo, como digo, esta máxima, me puse a enseñar a mi hija de dos años y medio aproximadamente el Padrenuestro. Estábamos en la cama, intentando que se durmiera y, antes de dormir, le dije que le quería enseñar una nueva oración. Dijo que sí y empecé a decírsela. Ella iba repitiendo lo que yo decía y en algún momento se intentaba adelantar y adivinar lo que seguía. Y aquí vino la anécdota.

Cuando yo llegaba a la parte que decía: "... no nos dejes caer..." ella siguió la frase con una espontaneidad que yo no hubiera esperado, y saltó diciendo:
-Al suelo.
No puede aguantar la risa. La oración, para quién no lo sepa, dice así: "...no nos dejes caer en tentación..." Ella por supuesto ni se imaginaba que uno pudiera caerse en cualquier otro sitio distinto que el suelo, y mucho menos en "tentación" porque, como muy niña que era, no sabía que era eso. Con lo que su oración quedó en "...no nos dejes caer al suelo..."

Posteriormente, tras acabar de reír, le corregí el fallo, aunque más bien era la continuación más lógica a esa frase.

Hasta aquí mi episodio de hoy de "Esos adorables pequeñuelos". Nos vemos en la red.


jueves, 20 de febrero de 2020

ESOS ADORABLES PEQUEÑUELOS. Cap. 15: El cuidado en las expresiones


Hubo un domingo en que yo salí a dar un paseo. Suelo hacerlo siempre que puedo. Tengo la suerte de que cerca de casa hay un parque lo suficientemente amplio como para pasear, correr, disfrutar de un libro bajo las copas de los árboles, hacer gimnasia con aparatos que han puesto desde hace ya algún tiempo los ayuntamientos para sumarse a lo de “la vida en forma”, y más cosas.

Ese día mi mujer, junto a mi hija, se iban a ir de casa porque habían quedado a comer. Como salí tarde, me despedí de ellas, pues al volver al cabo de una hora aproximadamente, no esperaba encontrármelas.

Total, que cuando volví y abrí la puerta, ahí estaba la niña. No se habían marchado todavía. Me estaba mirando con una cara entre alegre y pícara. Y tanto me sorprendió que le dije:

-¡Pero bueno! ¿Qué haces aquí?

Lo dije con cara alegre y en un tono jovial y alegre.

De pronto, la cara de mi hija, con 2 años y 9 meses, pasó, de esa alegría que tenía inmediatamente antes, a la seriedad; y en lugar de ir hacía mí para darme un abrazo, como solía hacer, se volvió a los juguetes que tenía esparcidos por casa, se puso seria y me dio la espalda. Tanta fue su reacción, que por mucho que yo la decía algo, ella no me contestaba. No sabiendo muy bien porque tenía ese extraño comportamiento, seguí como si tal cosa. “Ya se le pasará”, pensé. Pero no se le pasaba.

Entre mi mujer y yo caímos en la cuenta. ¡Había entendido literalmente mis palabras! Creía que en lugar de alegrarme de que ella estuviera allí, me suponía un disgusto, o un fastidio el que ella anduviera todavía por casa.

Tratando de desandar lo andado, mi mujer y yo le explicamos que lo que yo había dicho era porque me sorprendía y me alegraba mucho, no lo que ella había pensado. ¡Abracadabra! Nada más oír la explicación, a la que no tenía yo mucha fe que digamos, pues no pensaba que fuera a entenderla, se puso a jugar conmigo a estar a mi lado y allí se mantuvo hasta que se fueron.

Así que, desde entonces, tengo muy en cuenta que ella, la niña, de solamente 2 años, entiende perfectamente todas las expresiones y el significado de lo que decimos, por mucho que ella no sea capaz de explicarlo.


miércoles, 19 de febrero de 2020

ESOS ADORABLE PEQUEÑUELOS. Cap. 14: Preparar una cama nido.


Hubo un día que la pequeña, hace no mucho tiempo, entró con su madre en la casa y se marchó hacia su habitación.

Su habitación está en el extremo opuesto de la puerta de entrada, y normalmente, cuando llega ella suele quedarse en el recibidor o en la cocina, que es la parte de la casa pegada a la puerta, alrededor de nosotros, sus progenitores. En otras ocasiones, se dirige hacia el salón, que es dónde tiene en estos momentos todos sus juguetes.

En estos casos, me quedo hablando con su madre en la cocina. Tras un rato de charla, no sé si por instinto paternal o por otra razón más “civilizada”, me dirijo a ver dónde ha ido la pequeña y lo qué esta haciendo, y suelo ponerme a jugar con ella un poco.

Ese día, después de hablar un rato con su madre, y darme cuenta que no estaba alrededor, ni con los juguetes, decidí ir a buscarla. Cuando llegué a la puerta de su habitación, que suele estar siempre abierta, me encontré con un espectáculo impresionante para un padre.

La niña estaba sacando su cama de debajo de la otra, es una cama nido, y estaba estirando su sábana y remetiendo el edredón de la cama que hay arriba, después de haber dejado su abrigo y su mochilita en el sitio correspondiente para ella. Le costó algo de trabajo, pues es una cama de 180 x 90 cm. Pero me dejó totalmente asombrado.

Tal como me había visto hacer varias noches, ella misma estaba preparando su cama para dormir esa noche.



martes, 18 de febrero de 2020

ESOS ADORABLES PEQUEÑUELOS. Cap. 13: Ahorro energético


Muy bien. Hoy toca una nueva entrada de esos adorables pequeñuelos. Y hoy voy a contar la historia de un enanito iluminado y de un deber de ahorro energético. Empezamos.

Todo ocurrió hace unas noches. Mi hija está pasando por una época en que tiene terrores nocturnos o pesadillas, no sabría muy bien a qué achacarlo. Pero casi todas las noches, sobre las 3 de la madrugada se despierta, a veces dando un grito, y viene a nuestra cama, que está en la habitación de al lado, para que durmamos con ella. Nosotros hemos adoptado la costumbre de levantarnos y volverla a llevar a su cama, acostarla y quizá contarle algún cuento mientras se duerme.

Una noche que me tocó a mí, no se dormía, y la opción que tuve más adecuada para poder yo descansar algo, ya que al día siguiente iba a trabajar, fue preguntarla si nos íbamos a ir al sofá a dormir. Decir que, en el momento que ocurre todo esto que estoy narrando, la única luz que existe en toda la casa es la de un enanito de goma dura, con una bombilla en su interior y que sirve para dar un ambiente de penumbra en la habitación de la niña, y así pueda dormir sin oscuridad total. Es otra de las técnicas que hemos usado para intentar que estuviera tranquila en su cama, si se despertaba por la noche, y como se puede apreciar, sin éxito ninguno. La niña me dijo que sí, que íbamos al sofá, y se levantó de su cama.

Pues bien, mientras me dirigía al sofá, y al darme cuenta que no me seguía, me di la vuelta para ver en que se estaba entreteniendo. Resultado: la vi apagando el enanito mientras me miraba sonriente.

Y ahora diréis, ¿qué tiene de especial? Lo que tiene de especial es que yo le había estado enseñando durante los últimos 2 ó 3 días que el enanito se encendía solamente por la noche y siempre y cuando ella estuviera en la cama. No creí que lo había entendido. La mirada pícara quería decir algo así como: “Lo ves, lo he aprendido. Hay que apagar el enanito”.


lunes, 17 de febrero de 2020

ESOS ADORABLES PEQUEÑUELOS. Cap. 12: Una clase de pintura.

Lápices de colores
Hoy toca pintar. Para ello tengo un cuaderno de hojas blancas, sin líneas ni cuadrículas, para que pueda dibujar a sus anchas. Tanto es así que empezó con rayas, después círculos y ahora le van saliendo medio en condiciones los caracoles. Pero no es de las “habilidades artísticas” de lo que os quiero hablar hoy. Es de una conversación mantenida con ella, que aún me tiene anonadado.

Bien, era una tarde en la cual yo tenía los lápices de colores y ella dibujaba. Conforme quería un color distinto, me daba el que tenía ella en ese momento y después elegía el color con el que quería hacer el dibujo. Yo le preguntaba qué iba a dibujar y, después de su respuesta, le decía si era adecuado el color y por qué.

Paso a transcribir la conversación:

Papá: -¿Qué color quieres ahora?

Hija: -El negro.

Papá: -¿Y qué vas a pintar?

Hija: -El cielo.

Papá: -Pero el cielo es azul, no negro.

Hija: -Sí lo es. Por la noche.

Después de esa lógica tan rotunda, decidí tener más cuidado con mis observaciones, pues me di cuenta que la mente de un pequeño es un auténtico saco de sorpresas. Y te puede vencer con una lógica aplastante.

Cielo nocturno