Hay que agradecer a Manuel Muñoz Heras la traducción que ha realizado, a través de Amazon KDP, del libro del teniente John Henry Patterson. Se trata de una de las hazañas más fascinantes, al mismo tiempo que se ha ido convirtiendo en una leyenda de la época colonial británica. La eliminación de dos devoradores de hombres, de dos leones, que consiguieron paralizar la construcción de la principal vía de acceso del Imperio Británico de finales del siglo XIX al interior del África Oriental, a un reino importante que estaba situado al lado de los grandes lagos, el reino de Buganda. El ferrocarril partía desde el puerto de Mombasa y se dirigía hacia el interior del continente para enlazar dicho reino de Buganda con el exterior. Por supuesto, todo este esfuerzo era para mejorar el comercio inglés, así como para mayor gloria del Imperio.
Pero la aventura de estos dos leones del Tsavo merecía ser narrada, como en su momento se lo propusieron al teniente Patterson, y merece ser leída actualmente, cuando el hombre urbanita está tan alejado de la naturaleza que cree que todos los lujos del día a día que disfruta es algo tan consustancial con la vida que no se pone a pensar lo que costó conseguirlos.
Junto a la aventura de los leones del Tsavo, Patterson relata la historia de otro devorador de hombres, de otro león, el asesino de Kima (The Kima killer). Kima es una región cercana al Tsavo, pero con una vegetación distinta. Mientras en el Tsavo predomina la estepa arbustiva, con vegetación llena de espinos, arbustos, y tierra reseca, Kima era una zona en aquel entonces en la que predominaba la sabana. Grandes extensiones de terreno, con abundante hierba, jalonada aquí y allá de bosques galería en las orillas de los ríos y arroyos que la surcaban, y con árboles aislados. Allí, en un vagón de tren preparado para la ocasión, se aprestaron tres cazadores para acabar con la vida de un devorador de hombres que había estado aterrorizando a la población de la región. Sin embargo, fue el león el que, entrando en el vagón del tren, cazó y devoró a uno de ellos, y, debido a los gritos de terror de otro de ellos, escapó con su víctima entre las fauces, saltando a través de una ventana del vagón.
Pero es mejor que lo lean en las palabras del teniente Patterson tan bien traducidas por Manuel Muñoz Heras.