lunes, 22 de diciembre de 2014
LOS ESTUDIOS DE JANE GOODALL
Cuando Jane Goodall comenzó el estudio del comportamiento de los chimpancés, en la reserva de Gombe, allá por los años sesenta del pasado siglo, lo primero en que se fijó fue en el comportamiento intragrupal. El comportamiento intragrupal, como su propio nombre indica, se refiere a las conductas de cada uno de los individuos con sus congéneres que forman el propio grupo familiar. Son relaciones, por tanto, cercanas. Se trata de individuos interdependientes, incluso unidos por lazos de sangre de forma directa. Todo ello provocó un "sesgo", una contaminación en esas primeras observaciones.
En estas primeras observaciones, Jane Goodall consideró el comportamiento de los distintos miembros del grupo. La conducta solícita de las madres, y de las hembras en general, hacía las crías. Los juegos protagonizados por los más jóvenes, que en alguna que otra ocasión recibían una reprimenda de los adultos, que a veces se parecía bastante a la riña de un progenitor humano, madre o padre, hacia su cría, hacia su hijo, cuando este último se había portado mal. También la mirada displicente, vigilante del macho o machos dominantes, que cuidaban que al grupo no sólo no le faltara el alimento, sino además, protegerlo frente a los peligros del ambiente en que se movía.
En resumen, su descripción de la vida de un grupo de chimpancés se asemejaba mucho a la del paraíso perdido por el hombre, a la vida idílica que deseábamos que tuviera la especie humana en sus orígenes, se asemejaba a la vida ideal de una familia humana estructurada de los años sesenta. Y sin darse cuenta, llevada de su amor por estos primates, respondiendo al deseo del ser humano de vivir feliz, antropomorfizó a los chimpancés. Hizo lo que los buenos fabulistas de siglos pasados hacían con el burro, el perro, el gato y tantos otros animales. Estos fabulistas les daban caracteres que hasta entonces sólo se atribuían a los humanos. El habla, el pensamiento, los sentimientos, la capacidad de comunicarse hablando une perro con un gato, un lobo con un oso, e incluso, el sol y el viento. De esto se trata cuando hablamos de antropomorfizar. Y esto fue lo que Jane Goodall, de forma sutil, tan sutil que ni ella misma se dio cuenta, hizo con los chimpancés que vivían en la reserva de Gombe.
Pero los estudios sobre el comportamiento de nuestros primos en la aventura evolutiva continuaron. Jane Goodall publicó varios libros, protagonizó documentales y todo ello le permitió, no sólo una fama a nivel mundial, sino la obtención de los fondos necesarios para continuar su proyecto de investigación. En esos libros Jane Goodall mostraba la comunidad familiar de los chimpancés de la reserva de Gombe tal como ella la había visto durante esos años.
Ahora, frente a ella surgía un nuevo reto. Era preciso conocer la relación entre grupos. La investigación daba un nuevo paso adelante. Quería conocer qué tipo de relaciones mantenían los distintos grupos entre sí. Quería saber si eran territoriales, si establecían alianzas frente a enemigos comunes como el leopardo, si existía el cambio de individuos de unos grupos a otros. Jane había observado alguna escaramuza de alguno de sus chimpancés con otro "extranjero" que aparecía de forma temporal y que se marchaba al cabo de pocos días. Pero lo que descubrió en esa fase del estudio fue mucho más terrible de lo que nunca hubiera podido imaginar.
Pero eso, por su extensión e importancia, lo dejaremos para el próximo post.
Mientras tanto, queridos amigos de "culturayserenidad", les deseo a todos: Feliz Navidad.
domingo, 7 de diciembre de 2014
LA HISTORIA DEL "AGUA DE FUEGO"
El "agua de fuego", famosa por el uso y abuso que se muestra en las películas del Oeste, siempre por parte de los indios, tiene un origen muy curioso. Y éste origen nos muestra que la funesta adicción que tuvieron todas las tribus indias no sólo tenía bases biológicas, por necesidad fisiológica de seguir consumiendo, sino que en un primer momento fue cultural. Me explico.
Cuando las poblaciones indígenas de América del Norte no conocían aún al hombre blanco, al rostro pálido; cuando estos pueblos no habían contactado con el mundo occidental, vivían según sus tradiciones. Tradiciones ancestrales, que habían ido pasando de generación en generación. Y en todos los poblados de las distintas tribus había unas personas que eran las depositarias del saber ancestral. Y, según sus creencias, eran las encargadas de contactar con el mundo de los espíritus; con el espíritu del lobo, del oso, del águila, del bisonte, de sus antepasados. Estas personas eran los chamanes.
Los chamanes eran respetados en toda la tribu, pues eran los que en todo momento sabían lo que le convenía al poblado. Y llegaban a saberlo a través del contacto con el más allá. Para conseguir entrar en trance, y para conseguir hablar con los espíritus, se ayudaban de una serie de plantas, -"plantas de poder" son llamadas en los círculos esotéricos- que le permitían, tras un proceso de fermentación, entrar en un estado "alterado de conciencia" en el que le era más fácil hablar con los antepasados. Este proceso hacía que el chamán fuera uno de los poderes fácticos de la tribu. Pero llegó el hombre blanco.
Los españoles primero, y los anglosajones después, se dieron cuenta de las posibilidades que se abrían a su conquista si usaban como armas, no los sables, ni las balas, ni los mosquetes, sino otra arma mucho más sutil y aparentemente inocua: el alcohol.
Con los primeros contactos llegaron los primeros intercambios. En esos intercambios comerciales realizados en territorio indio, éstos le ofrecían al hombre occidental, de forma hospitalaria, aquello que tenían. ¿A quién, recibiendo una visita de gente forastera, no le gusta presumir de sus tradiciones, de su cultura? ¿A quién, a poco orgulloso que se sea, no le gusta presumir de su tierra? Y los indios, orgullosos de su tierra, de su cultura y de sus raíces, le ofrecieron al hombre blanco la bebida fermentada de sus chamanes, le ofrecieron uno de los secretos guardados durante generaciones, como muestra de amistad.
Y el hombre blanco, como casi siempre ha hecho en los lugares a donde ha llegado, se rió de su bebida, se mofó de sus costumbres, ridiculizó sus tradiciones. "Nosotros tenemos bebida más potente", tronó la voz del hombre blanco con orgullo y desprecio. "Nosotros, con una aparato llamado alambique, destilamos una bebida mucho más fuerte", sentenció el hombre blanco. "Nosotros os daremos a beber <<agua de fuego>>".
Y los indios la probaron. Y vieron que era cierto lo que les decía el hombre blanco. Ese agua era más potente que su bebida fermentada. Ese "agua" quemaba la boca, el paladar, la garganta; quemaba allá por donde iba pasando en el interior del organismo del indio.
Pero lo que más le atrajo al indio de aquella bebida que había traído el hombre blanco no era que quemara; no era que fuera más potente que la suya; no era aceptar una "supuesta" superioridad cultural del visitante extranjero. Lo que más le atrajo al indio es que podía alcanzar el estado "alterado de conciencia" mucho más rápidamente que con su bebida fermentada. Era que podía alcanzar antes, y con mayor intensidad, el mundo de los espíritus; el mundo de sus antepasados. Pero, además, para el indio de la tribu, para el sencillo componente del pueblo, que aún hacía labores de cazador y recolector, tenía otra ventaja. Esta ventaja era quizá más importante que la anterior. Esta ventaja era la facilidad de acceso al "agua de fuego".
Mientras la obtención de bebidas fermentadas requería un arduo y costoso proceso -selección de hierbas, recogida, secado, mezclado y espera- el "agua de fuego" era tan fácil de conseguir como que bastaba simplemente acordar con el hombre blanco un precio; que solía consistir en pieles de bisonte, de castor o de algún otro animal que caía en las redes del cazador recolector; para que este extranjero le trajera una remesa más o menos amplia de ese "agua de fuego" que les permitiría acceder a un mundo que hasta ahora les había sido vedado y que, hasta ahora, sólo pertenecía a los chamanes.
El pueblo indio de Norteamérica se aficionó al "agua de fuego" no porque fueran estúpidos, que no lo eran. Se aficionó no porque comenzaran a beber sin sentido de la medida. Se aficionó no sólo por razones fisiológicas, aunque el alcohol les producía la misma dependencia física que a los europeos. El pueblo indio se aficionó al "agua de fuego" porque les permitía acceder al mundo de los ancestros. Porque les permitía alcanzar un lugar que hasta entonces había estado vedado sólo a unos pocos escogidos entre su pueblo. Se aficionó, en suma, por una razón cultural.
Y, por supuesto, porque el hombre blanco usó la cultura de un pueblo para su propio beneficio, que pasaba por la destrucción de ese mismo pueblo.
Un débil rayo de esperanza aparece en el horizonte para la Nación India en este siglo XXI. Parece ser que en las reservas donde se encuentran los últimos descendientes de esa raza de hombres valientes y orgullosos, estos descendientes están devolviendo también, de modo muy sutil, como venganza poética, la jugada. Ante la codicia del hombre blanco, el pueblo indio ha puesto en marcha un negocio de casinos, y gracias a esa misma codicia, está usándola para conseguir los fondos necesarios para el resurgir de su cultura.
viernes, 5 de diciembre de 2014
NO FUE LA MANZANA, FUE EDMUND HALLEY
¿Sabíais que el científico más famoso de la era moderna, aquél que sentó las bases del pensamiento científico racional, estuvo a punto de quedar relegado al olvido más miserable?
¿Y sabíais que fue gracias a la curiosidad y honestidad de otro científico el que en el día de hoy se le rinda el justo homenaje que merece?
Todo empezó allá a mediados del s. XVII.
Trinity Collegue. Cambridge University. 1690. |
Isaac Newton estudiaba desde 1661 en el Trinity College de la Universidad de Cambridge. Aunque no destacó como alumno aventajado, sus esfuerzos se dirigieron hacia la investigación de la naturaleza, y dentro de ella, al estudio sobre los fenómenos físicos y astronómicos. Andando el tiempo fue avanzando en sus estudios y conocimientos, algo que le reportó algo de fama entre los círculos científicos. Eso hizo que Robert Hooke -director de experimentación en la Royal Society de Londres en 1662 y secretario de la misma en 1677- comenzara a mantener una correspondencia científica que fue abandonada y retomada en varios momentos. Hasta que en 1679 Hooke trató de retomar la relación de Isaac Newton haciendo que éste comentara las conclusiones a las que el propio Hooke había llegado sobre el movimiento de los planetas. Los comentarios no se correspondían a lo que Hooke esperaba, lo que hizo que ambos científicos se enfrentaran. Robert Hooke era un científico ya mayor, ya reputado, ya con la influencia suficiente como para encumbrar o para hundir a alguien. Y eso es lo que hizo con Isaac Newton.
Robert Hooke |
Los dos hombres de ciencia, uno mayor, el otro más joven, tuvieron desavenencias -decir desavenencias es poco, tuvieron un auténtico enfrentamiento- sobre la forma de abordar uno de los problemas que en esos momentos más acuciaba al mundo científico en general y al anglosajón en particular.
Ya era aceptada la teoría heliocéntrica. Los sacrificios de sabios anteriores, como Copérnico, Galileo Galilei y Giordano Bruno -a este último le costó la vida-, habían abierto las puertas al estudio del Universo tal como hoy lo conocemos.
Pero había una dificultad que vencer. Había un vacío en esa teoría que había que completar. Cómo se movían los distintos planetas alrededor del astro rey. Y cómo se movía este último en el espacio, con respecto a los otros cuerpos estelares que poco a poco se iban descubriendo.
Sobre este tema fue sobre el que se produjo el enfrentamiento. Y como suele suceder, el viejo y reputado venció al joven y éste tuvo que conformarse y abandonar la relación con la Royal Society de Londres, en donde aquél era por aquellos años secretario.
Y así tenemos a un joven Isaac Newton, confinado en un departamento de matemáticas y física de la Universidad de Cambridge, con una teoría revolucionaria en el fondo de un baúl porque la cerrazón y miopía de los poderes fácticos de ese momento no aceptaban sus razonamientos.
Edmund Halley |
Y aquí aparece la figura de Edmund Halley. El hombre que calcularía la órbita de un cometa por primera vez, lo que le permitiría adivinar su próximo paso cerca de la Tierra, estaba interesado en las matemáticas y la astronomía. Halley frecuentaba los mismos círculos científicos que Robert Hooke y se sintió atraído por los trabajos de éste sobre el movimiento de los planetas. Pero, sin embargo, cada vez que Edmund Halley le pedía una demostración matemática a Robert Hooke de sus conclusiones científicas, éste no sólo no conseguía dar ninguna explicación convincente sino que acababa esgrimiendo el principio de autoridad académica.
Un día, Halley fue informado que existía un joven en la universidad de Cambridge que sí había logrado la demostración matemática del movimiento de los astros. Pero como esta demostración difería de la de Hooke, este último se las había arreglado para apartarle de los círculos científicos londinenses.
Isaac Newton |
Halley se acercó a Cambridge a visitar a esa persona. Lo encontró en su estudio y consiguió, no sin esfuerzo, que Isaac Newton le mostrara los cálculos matemáticos. Halley quedó tan impresionado con la exactitud de los resultados que inmediatamente instó a Newton para que publicara sus hallazgos. Y no sólo se conformó con animarle para publicar su obra, sino que se encargó de pagar de su propio bolsillo la publicación de "Philosophiae naturalis principia mathematica", la obra donde Isaac Newton plantea su Ley de Gravitación Universal, dando paso con ello a una nueva era del conocimiento científico.
Todo esto ocurría allá por 1687.
sábado, 29 de noviembre de 2014
LA NADA FINANCIERA
Esta mañana, en una emisora de radio, una economista reconocía que el conjunto de su profesión no había sido capaz de pronosticar la gran crisis económica que afecta al mundo occidental desde el año 2008.
Y uno se pregunta cómo es posible que personas formadas, que sabe; o al menos creen saber; cómo funcionan los entresijos de un entramado tan complejo como es el de las finanzas del mundo occidental, no se hallan dado cuenta de lo que iba a ocurrir cuando alguien, en algún sitio quisiera materializar los beneficios de una transacciones financieras, y al hacerlo descubriera que había estado comprando y vendiendo la nada.
La nada es uno de los principales personajes del libro "La historia interminable" de Michael Ende. Una recomendación literaria magnífica para niños de 10 a 20 años -sí, hasta 20 años, e incluso para adultos- y que en estas fechas puede suponer un regalo fuera de lo normal. En el libro, el protagonista, Bastian, debe luchar para que la Nada no se apropie del país de Fantasía. No descubro el final para que aquellos que no lo han leído disfruten de esta obra.
Nosotros, por desgracia, en nuestro mundo real no hemos tenido ningún "Bastian". No hemos tenido ningún héroe o ningún niño; pues a veces para comprender las cosas más complicadas hay que ser tan simple como una niño; que se diera cuenta de esa "nada" financiera que estaba creciendo con el beneplácito de toda la comunidad de expertos en economía del primer mundo. Que nos avisara que esa "nada" terminaría mostrándose como realmente es y acabaría con los sueños de riqueza y opulencia de las sociedades de ese primer mundo al que pertenecemos.
Porque no nos llamemos a engaño. Aquello que nos mantenía ciegos ante la enorme bola de vacío que se estaba creando, era nuestro afán de riqueza y opulencia, no el estado de bienestar, como algunos sectores de opinión quieren hacernos creer. Quisimos tener mucho; cuando tuvimos mucho quisimos tener más; y así fuimos alimentando el enorme edificio de opulencia hasta que éste no pudo sostenerse y se desmoronó. Porque eso es lo que le ocurre a los edificios que se construyen sin cimientos: Que al alcanzar un cierto tamaño, caen por su propio peso.
Así ocurrió en la crisis del 2008. En los años anteriores se jugo tanto con la ambición humana que al final lo que se construyó fue un castillo en el aire. Y los castillos en el aire son muy bonitos, pero sólo se sostienen en los cuentos.
Y uno se pregunta cómo es posible que personas formadas, que sabe; o al menos creen saber; cómo funcionan los entresijos de un entramado tan complejo como es el de las finanzas del mundo occidental, no se hallan dado cuenta de lo que iba a ocurrir cuando alguien, en algún sitio quisiera materializar los beneficios de una transacciones financieras, y al hacerlo descubriera que había estado comprando y vendiendo la nada.
La nada es uno de los principales personajes del libro "La historia interminable" de Michael Ende. Una recomendación literaria magnífica para niños de 10 a 20 años -sí, hasta 20 años, e incluso para adultos- y que en estas fechas puede suponer un regalo fuera de lo normal. En el libro, el protagonista, Bastian, debe luchar para que la Nada no se apropie del país de Fantasía. No descubro el final para que aquellos que no lo han leído disfruten de esta obra.
Nosotros, por desgracia, en nuestro mundo real no hemos tenido ningún "Bastian". No hemos tenido ningún héroe o ningún niño; pues a veces para comprender las cosas más complicadas hay que ser tan simple como una niño; que se diera cuenta de esa "nada" financiera que estaba creciendo con el beneplácito de toda la comunidad de expertos en economía del primer mundo. Que nos avisara que esa "nada" terminaría mostrándose como realmente es y acabaría con los sueños de riqueza y opulencia de las sociedades de ese primer mundo al que pertenecemos.
Porque no nos llamemos a engaño. Aquello que nos mantenía ciegos ante la enorme bola de vacío que se estaba creando, era nuestro afán de riqueza y opulencia, no el estado de bienestar, como algunos sectores de opinión quieren hacernos creer. Quisimos tener mucho; cuando tuvimos mucho quisimos tener más; y así fuimos alimentando el enorme edificio de opulencia hasta que éste no pudo sostenerse y se desmoronó. Porque eso es lo que le ocurre a los edificios que se construyen sin cimientos: Que al alcanzar un cierto tamaño, caen por su propio peso.
Así ocurrió en la crisis del 2008. En los años anteriores se jugo tanto con la ambición humana que al final lo que se construyó fue un castillo en el aire. Y los castillos en el aire son muy bonitos, pero sólo se sostienen en los cuentos.
viernes, 28 de noviembre de 2014
PENSAMIENTO EN BLANCO
Ahora y siempre, el conseguir una buena expresión corporal y personal deviene en algo sutil y hasta a veces estrambótico. Eso se suele pensar cuando la tinta azul se deja fluir dibujando las palabras que forma la mente sin que lo expresen de viva voz las cuerdas vocales.
Que por qué he empezado así este comentario del día de hoy. Quizá porque este lleno de melancolía, al haber sido sustituido el rasgueo de una pluma estilográfica o de un lápiz sobre una papel, pro el mecánico tecleo de un aparato que sirve para consumir, cada día más rápido, los pensamientos -o los "no pensamientos", quien sabe- de la persona que escribe.
Quizá porque tenga un terrible dolor de cabeza y ésta es la forma de intentar olvidarlo y jugarle la trastada de no hacerle el caso que viene solicitando desde la mañana. Quizá sea producto del delirio que me provoca una fiebre que se está adueñando de mí, poco a poco, y que hará que esté enfermo los próximos días.
Quizá simplemente porque quiero comprobar el funcionamiento de un utensilio de escritura que ha llegado a mí esta mañana y estoy ansioso por darle vida. O quizá, pura y simplemente, tenga algo que decir, o no.
Que por qué he empezado así este comentario del día de hoy. Quizá porque este lleno de melancolía, al haber sido sustituido el rasgueo de una pluma estilográfica o de un lápiz sobre una papel, pro el mecánico tecleo de un aparato que sirve para consumir, cada día más rápido, los pensamientos -o los "no pensamientos", quien sabe- de la persona que escribe.
Quizá porque tenga un terrible dolor de cabeza y ésta es la forma de intentar olvidarlo y jugarle la trastada de no hacerle el caso que viene solicitando desde la mañana. Quizá sea producto del delirio que me provoca una fiebre que se está adueñando de mí, poco a poco, y que hará que esté enfermo los próximos días.
Quizá simplemente porque quiero comprobar el funcionamiento de un utensilio de escritura que ha llegado a mí esta mañana y estoy ansioso por darle vida. O quizá, pura y simplemente, tenga algo que decir, o no.
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