"Tienes más paciencia que el santo Job".
¿Cuántas veces hemos oído distintas versiones de esta frase? Solemos usarla cuando es necesario armarse de paciencia ante un acontecimiento, un hecho, un obstáculo o un problema que surge en nuestra vida y al cual debemos hacerle frente con un poco de inteligencia y un mucho de paciencia. Solemos acordarnos de este varón de virtudes que nos presenta la Biblia, concretamente el Antiguo Testamento, creyendo que la característica fundamental de su carácter es, era, la paciencia. Sin embargo, nada más lejos de la realidad.
Vayamos por partes. El libro de Job forma parte del conjunto de libros sapienciales que tiene el Antiguo Testamento. Dentro de este grupo se incluyen libros como el de la Sabiduría o el libro del Eclesiastés, en los cuales se pretende dar una serie de consejos para vivir de forma virtuosa y alcanzar la felicidad. Otros grupos son los libros históricos, los proféticos y otros más que no vienen al caso.
¿Por qué se incluye al libro de Job dentro del grupo de los sapienciales? Al ser Job un varón virtuoso, ¿no estaría mejor agrupado dentro de los proféticos? ¿O quizá, dentro de los históricos?
Quién haya leído el libro de Job, se habrá dado cuenta que no relata ninguna historia. Salvo al principio en que hace una introducción al personaje de Job, contando quién es y como ha llegado a la situación de la que parte el relato; y al final en que, de forma muy sucinta, comenta la conclusión de la historia y su vida después del episodio al que se refiere el libro. Todo el libro es una discusión entre Job y tres amigos suyos. En esta discusión Job no para de lamentarse un momento de su situación de abandono. Y se interroga; por otra parte como hace el hombre de hoy; que si Dios, si Yahvé, es justo, porqué le ha dejado llegar a la situación de desamparo en que se encuentra: pobre, despreciado por todos, llagado y enfermo.
Sus amigos tratan de razonar con él. Conforme se lee lo que le dicen los amigos, uno se va dando cuenta de que se trata de las mismas explicaciones que nosotros, en el s. XXI, damos a esa constante pregunta: si Dios existe ¿por qué permite el mal?
Cada uno de los tres amigos le presenta un aspecto distinto de la supuesta "justicia divina". Cada uno de ellos trata de rebatir los pensamientos que surgen de un hombre cansado, repudiado, desesperado. Porque Job no se muestra paciente en ningún momento. Da la réplica a sus interlocutores, y les desarma con deducciones contundentes. Y siempre acaba con un lamento de desesperanza hacia Dios, hacia Yahvé.
La supuesta "paciencia" de Job brilla por su ausencia. Job no se conforma con sus suerte. No ve que Dios, que Yahvé, le corresponda al comportamiento que Job tuvo cuando le iban bien las cosas. Cree ser merecedor de un premio, no de un castigo como el que sufre. Cree que Dios ha sido injusto con él, y le reclama a Dios justicia, le reclama a Yahvé el "lícito" y correspondiente intercambio: "Yo me he portado bien, Tú me tienes que favorecer".
Al llegar a este punto, un joven, que ha estado observando, entra en escena. El lector cree que está llegando a la conclusión. Pero no es así. Job también rebate, e incluso recrimina, el razonamiento del joven. Job no está de acuerdo con todo lo que ha oído y su queja continúa, ahora creyendo de forma indiscutible que tiene razón y que no existe derecho para que él sufra la suerte que está viviendo en ese momento.
Será por sus brillantes razonamientos, será por su continua reclamación de mejor suerte, o será por su continuo dirigirse a Dios, a Yahvé, para pedirle explicaciones; sea por lo que fuere, Dios, Yahvé aparece al final de la obra para responder a Job.
Y no se presenta como conciliador. Le rebate todas sus quejas de forma categórica. Con una única idea: Dios no pide permiso para hacer lo que hace. Dios no es un comerciante que intercambia favores. Nadie, ni siquiera el hombre más justo sobre la faz de la Tierra, nadie puede pedirle cuentas a Dios.
Dios amonesta a Job, no por sus pensamientos, ni por sus reclamaciones, ni siquiera por su desesperanza. Dios amonesta a Job por querer ponerse a Su altura, por pensar que la relación con Él, con Yahvé, consiste en un trueque de mercancías en que una parte está obligada por la otra a cumplir el contrato. Job quiere que Dios actúe según él considera justo y Yahvé le recuerda a Job que nadie puede juzgar las acciones divinas, y mucho menos establecer con Él una relación de trueques, una relación comercial.
El libro de Job nos viene a enseñar, entre otras cosas, que el hombre es criatura de Dios, y como tal, no puede pretender comprender el porqué del comportamiento divino.
Al final del libro, y cuando Job reconoce su arrogancia, al haber querido pedir cuentas a Dios, y pide disculpas, le es devuelta su salud, su familia y su fortuna. Se trata de un final "feliz" añadido en los últimos renglones del libro, pero que no altera para nada el mensaje sapiencial de la historia de Job.
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