martes, 25 de junio de 2024

MEDICINA: Apendicitis aguda

  


El inicio del intestino grueso se conoce como ciego, al que llega el intestino delgado, su parte conocida como íleon, no en la zona en que empieza dicho intestino grueso, como sería lógico, sino en la pared lateral. Debajo de la entrada del íleon queda el ciego, que acaba en forma de saco, y de él, de manera postero-interna, surge un tubo pequeño y estrecho que se conoce como apéndice y que también acaba en forma de saco.

El apéndice es variable en cuanto a su tamaño, que puede ir de 2 a 20 cm, y también es muy variable en cuanto a la posición que ocupa en el abdomen, así como en su relación con los distintos órganos adyacentes [1]. Debido a la falta de acuerdo, se han propuesto numerosas clasificaciones según la posición del apéndice en el abdomen.

En cuanto a la apendicitis aguda, es una de las urgencias quirúrgicas más comunes en todo el mundo, habiéndose estimado un riesgo de 7-8% de sufrirla a lo largo de la vida. A pesar de ser tan común, aún existe una ausencia de parámetros que identifiquen en la valoración inicial la severidad de la apendicitis, por lo que la obtención de un diagnóstico fiable sigue siendo un reto [9]. El pico de incidencia (es decir, donde existe una mayor frecuencia de aparición) se da entre los 10 y los 30 años.

La presentación típica [2] incluye dolor epigástrico o periumbilical, junto a náuseas, vómitos y anorexia. Tras unas cuantas horas, el dolor se desplaza al cuadrante inferior derecho del abdomen, zona conocida como Fosa Ilíaca Derecha (FID). El paciente presenta hipertermia o fiebre (de 37,3 a 38,3ºC), y dolor al palpar el punto de McBurney, situado en la unión de los tercios medio y externo de una línea imaginaria que uniría el ombligo con la espina ilíaca anterosuperior. En ese mismo punto existe dolor al descomprimirlo súbitamente, lo que se conoce como signo de Blumberg.

Sin embargo, esta presentación típica solamente ocurre en el 50% de los pacientes. La apendicitis que ocurre en un adulto [8] puede empezar de una forma atípica e insidiosa, con temperatura normal, disminución de ruidos intestinales y una masa en cuadrante inferior derecho. No es frecuente la presencia de leucocitosis (cifras elevadas de leucocitos) y hay que buscar signos irritación abdominal. De hecho, en aquellos pacientes que presenten sólo dolor o sólo irritación peritoneal, debe pedirse análisis de sangre y orina, junto al test de embarazo si es mujer, para descartar las alternativas diagnósticas de infección de orina o la existencia de un embarazo ectópico (fuera de la cavidad uterina). Según la Guía Práctica Clínica del Instituto Mexicano del Seguro Social, la hipersensibilidad al rebote, que es en lo que consiste el signo de Blumberg, sólo aparece en el 26% de los casos. La misma guía indica que en los pacientes de 20 a64 años, la rigidez abdominal está presente en el 43% de los mismos y el diagnóstico correcto al ingreso hospitalario solamente alcanza el 61% [8].

Un dolor localizado puede orientar hacia una peritonitis circunscrita que tanto puede ser una apendicitis, como una colecistitis o una diverticulitis [11].

Todos y cada uno de los signos clínicos por separado tienen un valor predictivo escaso. En combinación, se acercan más al diagnóstico, aunque no llegan a ser exactamente precisos. Debido a esta circunstancia, se han desarrollado varios índices de riesgo clínico. El más usado es el de Alvarado, que valora síntomas, signos y resultados de laboratorio [9].

Las apendicitis que ocurren en un apéndice localizado en zonas inusuales pueden presentar síntomas atípicos y signos que pueden llevar a una ausencia de diagnóstico o a un diagnóstico erróneo, con una mayor incidencia de complicaciones, como la perforación [3]. De hecho, la apendicitis puede simular a otro tipo de dolores abdominales agudos, tales como adenitis mesentérica, infección del tracto urinario, divertículo de Meckel, colecistitis o patología ginecológica [1]. Cuando el dolor de la apendicitis es de tipo sordo, se puede confundir con una diverticulitis o con una pielonefritis [6].

El signo de Blumberg lo que indica es irritación peritoneal en FID, pero no es exclusivo de apendicitis, sino que se debe a patologías que estén irritando el peritoneo en dicha FID.

Los estudios de laboratorio, en el caso de apendicitis, suelen mostrar una leucocitosis que va de 12.000 a 15.000 leucos/mml [2]. La patología urológica no da signos de irritación peritoneal. Los síntomas urinarios, en el caso de una apendicitis, se asocian con un apéndice difícil de diagnosticar y que con más frecuencia causa complicaciones [7].

El uso de la ecografía ha resultado tener una sensibilidad del 86% (de 100 casos en que se diagnostica apendicitis por la ecografía, 86 son apendicitis). Si damos la vuelta a las cifras, de 100 casos en los que el diagnóstico de apendicitis se realizó basándose en los hallazgos de la ecografía y que acabaron en apendicectomía, 14 casos no lo eran. Lo que indica que la precisión diagnóstica se encuentra limitada, no es completa. Los mejores resultados se obtienen en niños, que tienen típicamente una piel abdominal más fina, con menos grasa abdominal. Los adultos, en cambio, tienen un panículo adiposo a nivel abdominal que en ocasiones dificulta la exploración ecográfica, y, por tanto, dicha precisión diagnóstica [9].

Incluso ni el TAC, ni la RMN de urgencia son capaces de discriminar entre apendicitis perforada y no perforada, lo cual limita a los médicos a la hora de aplicar el tratamiento más adecuado, pues en algunos casos de apendicitis, ésta responde adecuadamente a una terapia antibiótica [9] y no llega a ser necesaria la apendicectomía.

El abordaje laparoscópico permite a los cirujanos inspeccionar la cavidad abdominal y excluir los distintos diagnósticos [4]. Además, la apendicectomía laparoscópica para aquellos apéndices que presentan una posición anatómica infrecuente es mejor opción que la técnica de laparotomía (intervención quirúrgica clásica), ya que permite la localización del apéndice con una única incisión individual y pequeña para la cámara, y una vez localizado el mismo, es cuando se realizan las correspondientes incisiones para los trócares que extirparán dicho apéndice [5]. El sistema de clipaje mediante Hemolock es uno de los más avanzados en el momento de la intervención de la paciente [12].

Por último, la presentación puede variar a lo largo del día. Retrasos de 12 a 24 horas en pacientes estables hemodinámicamente (es decir, con buena Frecuencia Cardíaca, Tensión Arterial y Saturación de O2) no se asocian a un incremento en el riesgo de perforación [10]. Por ello, un tiempo de observación amplio en pacientes con signos confusos, junto a la revisión de la situación clínica por intervalos, incrementa la precisión diagnóstica sin incrementar el riesgo de perforación en una apendicitis aguda.

De hecho, se ha podido asociar un incremento de la morbilidad (aparición de complicaciones) en la cirugía inmediata con una Odds Ratio de 3,3 (valor estadístico que representa la probabilidad de que un fenómeno esté asociado a otro, en este caso la apendicectomía temprana con la aparición de complicaciones), lo que manifiesta un riesgo innecesario de resección ileocecal (7,4%) [9]. Por otro lado, la aparición de un absceso pélvico tiene una frecuencia de 9,4%, es decir, casi en 1 de cada 10 casos de apendicectomía, a pesar de un tratamiento quirúrgico adecuado, surge esta complicación. Como todo médico conoce, un absceso en abdomen puede conllevar la aparición de una perforación intestinal, así como una perforación en tracto gastrointestinal puede dar lugar a un absceso abdominal [9].

Las tasas que se alcanzan de complicación post-apendicectomía varían del 8,2 al 31,4%. Incluso las apendicectomías negativas, es decir, las apendicectomías realizadas y en las que no se han encontrado apendicitis presenta el mismo incremento de mortalidad a los 30 días y a los 5 años que aquellas apendicectomías en que se ha encontrado un apéndice perforado [13].

No debemos olvidar que la apendicitis es, en realidad, un proceso infeccioso intraperitoneal y, por tanto, la posibilidad de aparición de complicaciones en el postoperatorio no se pueden calificar como “raras” o “poco frecuentes” [14]. Las apendicitis agudas complicadas con perforación y peritonitis constituyen un 3,6% del total de apendicectomías. Los abscesos intraperitoneales un 1% [15]. Estos abscesos intraperitoneales hacen que la perforación intestinal aumente de un 1,7 a un 7,5% [16].

En cuanto a las manifestaciones clínicas de una perforación intestinal, el cuadro típico consiste en un dolor brusco, intenso y súbito, describiéndolo el paciente como “una puñalada”; permanecen absolutamente quietos, ya que los movimientos aumentan el dolor; la respiración es superficial y el aspecto es sudoroso. Si la perforación está “encubierta” por estructuras vecinas, la clínica es más moderada, más prolongada en el tiempo, lo que lleva a un retraso diagnóstico de dicha perforación [11].

BIBLIOGRAFÍA

[1] “Impact of the appendiceal position on the diagnosis and treatment of pediatric apendicitis”. Aneiros Castro B., Can Novillo I., García Vázquez A., Yuste García P., Ferrero Herrero E., Gómez Fraile A. Rev Paul Pediatr. 2019; 37(2): 161-165.

[2] “Apendicitis”. Ansari P. Manual MSD para profesionales. Última modificación septiembre-2021. https://www.msdmanuals.com/es-es/professional/trastornos-gastrointestinales/abdomen-agudo-y-gastroenterolog%C3%ADa-quir%C3%BArgica/apendicitis.

[3] “A diagnostic dilemma: Left-sided appendicitis in a 10 year old boy with previously undiagnosed intestinal malrotation. A case report.” Shekhar A, Hendahewa R, Premaratne G. Int J Surg Case Rep. 2015; 14:10-12.

[4] Karakus SC, Kilincaslan H, Koku N, Ertaskin I. “Is single port incisionless- intracorporeal conventional equipmentendoscopic surgery feasible in patients with retrocecal acute appendicitis?” J Korean Surg Soc. 2013; 85:80-3.

[5] Fernandez EM, Favre Rizzo J, Artega González I, Hernández Hernández JR. “Left- sided appendicitis: diagnosis and minimally invasive treatment.” Acta Gastroenterol Latinoam. 2014; 44:62-6.

[6] “Dolor abdominal agudo”. Ansari P. Manual MSD para profesionales. Última modificación septiembre-2021. https://www.msdmanuals.com/es-es/professional/trastornos-gastrointestinales/abdomen-agudo-y-gastroenterolog%C3%ADa-quir%C3%BArgica/dolor-abdominal-agudo?query=Dolor%20abdominal%20agudo

[7] “Síndrome urinario por apendicitis retrocecal.” Vicente Navarro E., Ferrándiz Gutiérrez M., Sánchez Calderón M., Rodríguez Ariza S., Brizzola Andreini N. E., Gutiérrez Férriz G., Fracés Artiga P., Antón Maldonado V., Peiro Muntadas L. Semergen. 2016; 42(Espec Congr 15):136.

[8] “Diagnóstico de Apendicitis Aguda. Guía de referencia rápida.” División de Excelencia Clínica. Coordinación de Unidades Médicas de Alta Especialidad. Unidad de Atención Médica. Dirección de Prestaciones Médicas. Instituto Mexicano del Seguro Social. http://www.imss.gob.mx/sites/all/statics/guiasclinicas/031GER.pdf

[9] “Acute appendicitis: modern understanding of pathogenesis, diagnosis, and management.” Bhangu A., Søreide K, Di Saverio S., Hansson Assarsson J, Thurston Drake F. The Lancet. September 26, 2015; Vol. 386: 1279-1287.

[10] Drake FT, Mottey NE, Farrokhi ET, et al. Time to appendectomy and risk of perforation in acute appendicitis. JAMA Surg 2014; 149: 837–44.

[11] “Abdomen agudo quirúrgico”. Caínzos Fernández M. A., Domínguez Comesaña E., González Rodríguez F. J., Blanco Freire M. N., Parada González P., Lesquereux Martínez L., Fernández López F. Medicine. 2020; 13(10):523-40.

[12] “Grapadora endoscópica en comparación con clip Hem-o-lok® para sujetar el muñón del apéndice y el mesoapéndice durante una apendicectomía laparoscópica.” Al-Temimi MH, Berglin MA, Kim EG, Tessier DJ, Johna SD. Am J Surg. 2017; 214(6):1143-1148.

[13] Andersson RE. “Short and long-term mortality after appendectomy in Sweden 1987 to 2006. Influence of appendectomy diagnosis, sex, age, co-morbidity, surgical method, hospital volume, and time period. A national population-based cohort study”. World J Surg 2013; 37: 974–81.

[14] Aguiló J., Peiró S., Muñoz C., García del Caño J., Garay M., Viciano V., Ferri R., García-Botella M., Medrano J. y Torró J. “Efectos adversos en la cirugía de la apendicitis aguda”. Cir Esp. 2005; 78(5):312-7.

[15] McKellar A, Mackay AJ. “Wound and intraperitoneal infection following appendicectomy for perforated or gangrenous appendicitis.” Aust N Z J Surg. 1986; 56:489-91.

[16] Reid RI, Dobbs BR, Frizelle FA. “Risk factors for post-appendicectomyintra-abdominal abscess”. Aust N Z J Surg. 1999; 69:373-4.

martes, 18 de junio de 2024

MEDICINA: Prolapso de los órganos pélvicos


 

El prolapso de los órganos pélvicos (POP) se define como el descenso de uno o más órganos, entre los que se incluyen el útero, la vagina, la uretra, la vejiga, el recto, el colon sigmoide o el intestino delgado, desde su posición anatómica habitual.

Este desplazamiento se produce como consecuencia del fallo de las estructuras de soporte y puede alcanzar diferentes grados. Según los estudios, un 41% de mujeres no histerectomizadas y un 38% de mujeres histerectomizadas (que se le ha extirpado el útero) tenían algún tipo de POP, siendo el prolapso del compartimento anterior el más frecuente en todas las series de pacientes [1].

En la exploración ginecológica se manifiesta como un descenso del cuello uterino o de las paredes vaginales (anterior, lateral, posterior o superior). En el prolapso de la pared vaginal anterior puede encontrarse la uretra o la vejiga.

Existen factores iniciadores, como es el caso del parto vaginal; factores favorecedores, como la obesidad; y factores descompensadores como el envejecimiento. Dentro de ellos la paridad (el número de partos) es el factor de riesgo que con mayor frecuencia se asocia al POP. Dentro de los factores de riesgo modificables se encuentra la obesidad, en dónde un índice de masa corporal (IMC) por encima de 25 implica un incremento del riesgo [5].

En una gran parte de los casos, las lesiones de los tejidos pélvicos comienzan con los partos. De hecho, está establecido que el riesgo relativo de prolapso genital aumenta de forma significativa con el número de partos [2]. El daño postparto no sólo incluye desgarros en la musculatura perineal, sino también la sobredistensión del hiato genital, lo que favorece el POP [3].

El síntoma fundamental es la sensación de bulto genital y este síntoma es independiente de la gravedad del prolapso. Además, el prolapso genital sintomático puede asociarse a disfunciones sexuales, siendo la más frecuente la dispareunia (dolor con las actividades sexuales). Otra sintomatología puede ser la sensación de peso o dolor en la región genital, dolor lumbar inespecífico o estreñimiento [4].

El tratamiento puede ser conservador. En este caso, lo primero es eliminar o reducir los factores de riesgo, intentando reducir el peso para conseguir niveles de IMC<25. También existen ejercicios para la musculatura del suelo pélvico. Estos ejercicios son efectivos a la hora de reducir los síntomas de disfunción del suelo pélvico, pero no hay evidencia que nos indique su efectividad para reducir la severidad del prolapso. Por último, los pesarios son una opción viable. Son unos dispositivos, normalmente de silicona que se colocan en la vagina para “empujar” el prolapso a la situación anatómica normal. Precisan de vigilancia periódica y del uso de estrógenos tópicos y antisépticos vaginales. También puede usarse el pesario mientras se espera la cirugía, en casos de prolapsos muy avanzados.

El tratamiento quirúrgico está indicado cuando el POP es sintomático y afecta a la calidad de vida [6]. Normalmente, esto ocurre en pacientes con un grado II o superior de POP. Sus objetivos son que el síntoma principal, la sensación de bulto genital, quede resuelto; que haya una mejoría de las disfunciones encontradas en el estudio preoperatorio, y prevenir la recurrencia. Sin embargo, por desgracia no siempre son alcanzables y dependen en gran medida tanto de las características de la paciente como de la presencia de factores de riesgo.

Las técnicas quirúrgicas existentes son:

A. Obliterativas o colpocleisis: en ellas se cierra el orificio genital para evitar que el prolapso salga al exterior. Se emplea en pacientes de edad avanzada, prolapsos importantes, alto riesgo de recidiva, o que acepten la incapacidad de mantener relaciones sexuales coitales.

B. Reconstructivas: son aquellas en que intentan, tal como su nombre indica, reconstruir la “solidez” de la parte del aparato genital afectado. Y se dividen, a su vez en:

1) Reconstructivas del compartimiento anterior. Cuando hay afectación de la pared vaginal anterior.

2) Reconstructivas del compartimento apical. Cuando el prolapso procede de la parte superior de la vagina, zona conocida también como “cúpula vaginal”.

3) Reconstructivas del compartimento posterior. Al afectar a la pared posterior de la vagina.

Las principales complicaciones de esta cirugía son dos: La dispareunia o dolor al mantener relaciones sexuales; y el Dolor Pélvico Crónico (DPC) [7]. Por otro lado, las tasas de recidiva (de que vuelva a aparecer el POP) son muy variables y se han publicado tasas de reintervención entre el 0,7% y el 5,4%.

BIBLIOGRAFÍA

[1] Boyles SH, Weber AM, Meyn L. “Procedures for pelvic organ prolapse in the United States, 1979-1997”. Am J Obstet Gynecol 2003; 188:108-15.

[2] De Lancey JOL. “The hidden epidemia of pelvic floor dysfunction. Achievable goals for improved prevention and treatment”. Am J Obstet Gynecol 2005; 192: 1488-95.

[3] Dietz, H., J. De Leon, and K. Shek “Ballooning of the levator hiatus”. Ultrasound Obstet Gynecol, 2008. 31: p. 676-680.

[4] Barber MD. “Symptoms and outcome measures of pelvic organ prolapse”. Clin Obstet Gynecol 2005; 48:648-61.

[5] Friedman T, Eslick GD, Dietz HP. “Risk factors for prolapse recurrence: Systematic review and meta-analysis”. Int Urogynecol J 2018; 29(1):13-21.

[6] Maher C, Feiner B, Baessler K, Schmid C. “Surgical management of pelvic organ prolapse in women”. Cochrane Database Syst Rev 2013;(4):CD004014.

[7] Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia. “Prolapso de los órganos pélvicos”. Prog Obstet Ginecol 2020; 63(1):54-59.

[8] J. Moore. “Causes of chronic pelvic pain”. Bailliere´s Clinical Obstetric and Gynaecology 2000 Vol 14, No.3, 398-402.

martes, 11 de junio de 2024

MEDICINA: Artritis Reumatoide


  

La Artritis Reumatoide (AR) es una enfermedad sistémica autoinmune que afecta a las articulaciones, en forma de inflamación, y alcanza al 0,5-2% de la población mundial [1]. La AR se caracteriza por una incapacidad funcional, daño en las articulaciones, reducción de la calidad de vida y una muerte temprana. Cuando la enfermedad es severa, la inflamación puede llevar a un daño articular irreparable [2].

En las fases terminales, el único tratamiento posible para este tipo de destrucción es la sustitución quirúrgica mediante una prótesis o bien la fusión de ambos huesos que forman la articulación, esta última técnica denominada artrodesis [3]. En cohortes de pacientes seguidas durante el curso de su enfermedad, la cirugía de las articulaciones es necesaria hasta en un 50% de casos [4]. La mayoría de los últimos estudios sugieren que este tipo de cirugía se ha reducido con la introducción de las nuevas terapias biológicas [3].

Estos nuevos tratamientos, metrotexato inicialmente al que se le unieron las bioterapias posteriormente [5], han conseguido una reducción drástica de las indicaciones quirúrgicas, de tal forma que sólo aquellas que no responden al tratamiento médico, o en las que el paciente presenta intolerabilidad a las mismas, o bien una complicación infecciosa son las que se plantean la cirugía. Las sinovectomías aisladas son cada vez menos frecuentes, siendo las artrodesis de las articulaciones distales una alternativa a las artroplastias protésicas. Por otro lado, también se realizan dichas cirugías en los pacientes más expuestos a las complicaciones infecciosas o mecánicas. Se piensa que, en el futuro, el cirujano sólo se verá enfrentado a dos situaciones particulares, las lesiones articulares antiguas, con daño mecánico; y los pacientes en los que la terapia biológica tuvo que interrumpirse por intolerabilidad o ineficacia.

Las técnicas quirúrgicas [6] que se emplean en las articulaciones MCF suelen ser:

Acceso quirúrgico desde el dorso de la mano, rodeando el aparato extensor.

Sinovectomía de dicho compartimento dorsal y, si es necesario, desinserción de uno de los ligamentos colaterales para acceder al fondo de saco palmar.

Liberación de tejidos blandos, con sección de los músculos intrínsecos cubitales, técnica que se realizó en la paciente.

Retensado de la cara radial, zona del pulgar y del índice.

La cirugía de las articulaciones IFP es mucho más difícil y mucho menos satisfactoria que la de las MCF. La artrodesis se aconseja en caso de afectación unidigital (de un dedo), de actividades de fuerza, clinodactilia intensa (desviación hacia el lado cubital, el de los dedos meñique y anular de la mano), flexo superior a 50º, o una reserva ósea insuficiente.

En el caso del pulgar, cuando la alteración es muy marcada, se aconseja realizar una artrodesis de la MCF.

Por último, señalar que se han descrito una gran variedad de factores de riesgo para la aparición de complicaciones en cualquier procedimiento quirúrgico, tanto debido a las características del paciente como a las de la enfermedad [7]. En el caso de los pacientes con AR hay que destacar que:

La AR una enfermedad inflamatoria, que interfiere con la evolución normal de las lesiones en un postoperatorio.

Muchos de los pacientes tienen osteoporosis, lo que dificulta la adecuada consolidación ósea.

Los pacientes suelen estar inmunodeprimidos, lo que lleva a un mayor riesgo de infecciones en el transcurso de la cirugía y en los días posteriores.

La desnutrición también es otro factor que puede provocar un postoperatorio más difícil.

El tratamiento que reciben estos pacientes para su AR puede influir en el desarrollo de la recuperación posterior, así como las enfermedades acompañantes.

BIBLIOGRAFÍA

[1] Smolen JS, Aletaha D, McInnes IB. Rheumatoid arthritis. Lancet 2016; 388:2023-38.

[2] Nikiphorou E, Norton S, Young A, Carpenter L, Dixey J, Walsh DA, et al; ERAS and ERAN. Association between rheumatoid arthritis disease activity, progression of functional limitation and long-term risk of orthopedic surgery: combined analysis of two prospective cohorts supports EULAR treat to target DAS thresholds. Ann Rheum Dis 2016; 75:2080-6.

[3] Cordtz RL, Hawley S, Prieto-Alhambra D, Højgaard P, Zobbe K, Overgaard S, et al. Incidence of hip and knee replacement in patients with rheumatoid arthritis following the introduction of biological DMARDs: an interrupted time-series analysis using nationwide Danish healthcare registers. Ann Rheum Dis 2018; 77:684-9.

[4] Kapetanovic MC, Lindqvist E, Saxne T, Eberhardt K. Orthopaedic surgery in patients with rheumatoid arthritis over 20 years: prevalence and predictive factors of large joint replacement. AnnRheum Dis 2008; 67:1412-6.

[5] Perdriger A. Actualités thérapeutiques dans les rhumatismes inflammatoires chroniques en 2011. Conférence d’enseignement de la SOFCOT 2011. Paris: Elsevier Masson SAS; 2011.

[6] Fontaine, C. “Cirugía de la artritis reumatoide”. EMC – Aparato locomotor. Volume 47; nº 4; diciembre 2014; E – 14-255.

[7] Ortiz García, A. “Manejo de situaciones clínicas difíciles en pacientes con artritis reumatoide. Cirugía.” Reumatol Clin. 2009; 5(S1):61-65.

martes, 4 de junio de 2024

MEDICINA: Fracturas de la meseta tibial

 


Las fracturas de la meseta tibial tienen una frecuencia del 1-2% dentro del conjunto de fracturas que afectan al aparato locomotor. El periodo de edad de presentación suele variar desde los 30 a los 80 años, alcanzando el 8% de las fracturas en poblaciones ancianas [1, 2, 3, 4, 6].

Dentro de los distintos tipos de fracturas de meseta tibial que podemos distinguir, aquellas que afectan a la meseta tibial externa o lateral suelen ser los más frecuentes, presentándose entre un 65-70% [1], existiendo algunos estudios que presentan series de casos donde la frecuencia alcanza el 80% [3,4].

La clasificación más usada es la clasificación de Schatzker [1,5], pues permite una mejor objetivación y un tratamiento más adecuado a las lesiones que presentan cada una de los 6 tipos de fractura en que las clasifica.

 Clasificación de Schatzker

I. Fractura en cuña pura del cóndilo externo.

II. Fractura en cuña periférica asociada a depresión o hundimiento de la superficie articular central adyacente.

III. Depresión central pura, sin fractura en cuña.

IV. Fractura de cóndilo tibial interno, con un trazo que comienza en el componente femorotibial externo y se dirige hacia abajo y hacia dentro. Suele tener trazo accesorio, desde el compartimento femorotibial interno a la línea de fractura principal que aísla un tercer fragmento que corresponde a la eminencia intercondílea.

V. Fractura bicondílea, compuesta por sendas fracturas en cuña de los dos cóndilos, a ambos lados de la eminencia intercondílea, que permanece indemne.

VI. Fracturas más complejas con separación metafisaria y fractura. Conminución y hundimiento.

Es importante indicar que el tipo II es el más frecuente entre las fracturas de meseta tibial, alcanzando un 75% del total de las mismas [2,3].

Un desplazamiento superior a 3-4 mm [1, 2, 3, 4, 5, 6] y un hundimiento superior a 3 mm precisan un tratamiento de tipo quirúrgico que comienza a realizarse, según todas las guías, nacionales e internacionales, a partir de 3 mm [1, 3, 4, 5, 6] de hundimiento. El tratamiento conservador (reducción cerrada y escayola) no se plantea en estos casos, pues la probabilidad de crear una pseudoartrosis es alta, con una serie de efectos secundarios entre los que se encuentra la artrosis y degeneración precoz de la rodilla [2], con todas las consecuencias negativas que ello supone en la vida diaria de la persona.

El objetivo principal que se busca en el tratamiento quirúrgico de la fractura de meseta tibial es la estabilidad absoluta de la osteosíntesis que se realiza durante la cirugía de meseta tibial [1, 5, 6]. Esa estabilidad es la que permite una adecuada consolidación de los fragmentos de la fractura. Uno de los principales efectos secundarios es el dolor residual que queda en la zona [2].

Todas las guías clínicas y estudios muestran que la cirugía se realiza mediante tornillos o placas de osteosíntesis [2,3,5,6], que precisa una descarga prolongada, de aproximadamente 3 meses [2], y que es necesario comenzar una fisioterapia temprana [2], sin realizar una carga completa, en el caso de estas fracturas, antes de las 12 semanas [3].

Los ejercicios de fisioterapia consisten principalmente en potenciación de la musculatura del músculo cuádriceps [4,5], aconsejando algunos estudios la carga en unas 8 ó 10 semanas [4,5].

La serie de controles a realizar, una vez pasada la operación, consistirían en [5]:

a.- Valoración inicial a 2 semanas de la operación.

b.- Consulta de control a las 6 semanas con estudio radiológico.

c.- A las 12 semanas en el que se derivaría al Sº de Rehabilitación para la programación de su fisioterapia.

El pronóstico dependerá por un lado de la reducción adecuada de la fractura en desplazamiento, y por otro, del equilibrio conseguido entre el periodo de inmovilización y el periodo de movilización durante el postoperatorio [2,4].

En casos en que la lesión fuera irreconstructible [3], sería necesario la sustitución de la articulación de la rodilla por una prótesis, realizando una Artroplastia Total de Rodilla (ATR).


BIBLIOGRAFÍA

[1] “Nuevos enfoques en las fracturas de meseta tibial”. Vaquero M., Vaquero J. Rev Esp Traum Lab. 2020; 3(1): 53-59.

[2] “Fracturas de meseta tibial.” Novillo Casal D. Complexo Hospitalario de Ourense. Sociedad Gallega de Cirugía Ortopédica y Traumatología. 2015. https://sogacot.org/Documentos/Novillo__Fracturas_de_Meseta_Tibial.pdf

[3] “Fracturas de la meseta tibial” Alarcón García L.J., Amigo Liñares L. Revista Sclecarto. 2019; 1: 21-29.

[4] “Fracturas de meseta tibial” Cabrillo Estévez C., Gallego Goyanes A., García Rico G., Caeiro Rey J.R. Guía clínica Fisterra: Lesiones de tibia y peroné. Fecha de revisión: 19/09/2018. https://www.fisterra.com/guias-clinicas/lesiones-tibia-perone/#sec5.

[5] “Diagnóstico y tratamiento de la fractura cerrada de meseta tibial en el adulto. Guía de referencia rápida.” División de Excelencia Clínica. Coordinación de Unidades Médicas de Alta Especialidad. Unidad de Atención Médica. Dirección de Prestaciones Médicas. Instituto Mexicano del Seguro Social. https://www.imss.gob.mx/sites/all/statics/guiasclinicas/578GRR.pdf

[6] “Guía de práctica clínica. Fractura cerrada de la meseta tibial en el adulto.” Ocegueda Sosa M.A., Valenzuela Flores A.A., Aldaco García V.D., Flores Aguilar S., Manilla Lezama N., Pérez Hernández J. Rev Med Inst Mex Seguro Soc. 2013;51(5):592 9.