sábado, 24 de marzo de 2018

LCP Cap. 72: LA GRAN REUNIÓN (3ª parte)


El ambiente era de tremenda expectación. Se habían reunido allí los laibones más respetados de todos los clanes Maasai. Estaban los morani más fuertes, más aguerridos. También alrededor del fuego que se había creado en el enkang que había recibido a todos ellos, se encontraban los sabios más reconocidos dentro de los distintos pueblos que constituían la etnia Maasai. Todos se encontraban con suma expectación, a la espera de que se iniciara la asamblea que les había llevado hasta allí.

Laibon Meshuko. Tarangire National Park. Cortesy by Stuart Butler

Purko, como el laibón más viejo, el más anciano, fue el que comenzó a hablar. Se levantó y dio unos pasos hacia la hoguera, que crepitaba en el centro de la reunión. A pesar de sus muchos años, nadie sabía bien cuantos, mantenía la apostura de los guerreros morani. Era altivo, a pesar de apoyarse en el bastón que indicaba su categoría doble de anciano y laibón. Los lóbulos de sus orejas se encontraban alargados varios centímetros por los abalorios que había portado durante su larga vida. El pelo como se dejaba ver en su cabeza, rapada hacía algún tiempo y no para la ocasión, dejada crecer, quizá a propósito, así como su barba, cerrada y blanca. Echó un vistazo a todos y comenzó su discurso:

Mito Maasai de la creación, con su Dios, Ngai

-Somos los dueños de nuestra tierra. Ngai nos la dio. El ganado nos pertenece por mandato divino. Ngai nos lo dijo. "Cuidad de él." Y lo hemos hecho desde el principio de los tiempos. -murmullos de asentimiento se oyeron en toda la asamblea. Purko esperó que los murmullos desaparecieran para proseguir su discurso.

-Pero desde hace algunas generaciones, hay nuevos pueblos a nuestro alrededor con ideas distintas. Gente con un color de piel distinto al nuestro y, lo que es peor, con armas más poderosas que las nuestras. -en este caso hubo abucheos, e incluso alguna protesta. Purko esperó pacientemente, y elevó las manos en señal de asentimiento y de petición de paciencia al auditorio. Éste fue poco a poco sumiéndose en el silencio para escuchar las siguientes palabras del laibón.

-Hace tres generaciones, muchos de los que estáis aquí aún no habías nacido, se produjo un enfrentamiento directo entre nuestro pueblo y el suyo. -Purko adoptó una postura firme, con el cuerpo recto, actitud digna, como un líder, que lo era, ante sus seguidores- Fue en Elbejet. Nos mataron un buey, y no quisieron pagarnos la parte de nos correspondía por ley. Había acabado la pequeña estación de las lluvias (en la planicie del África Oriental, esa estación se corresponde a los meses de noviembre y primera quincena de diciembre). Nos enfrentamos a ellos con nuestros mejores hombres, nuestros escudos y nuestras lanzas. Teníamos superioridad numérica. Éramos más de tres por cada uno de ellos. -hizo una pausa para observar el efecto que estaba consiguiendo en su público, estaban todos expectantes- Sin embargo, ellos tenían las armas de fuego. 120 de nuestros valientes murieron y solamente pudimos acabar con 7 de los suyos.

Grabado que representa la carga de los Maasai en Elbejet, 1889

Un murmullo de incredulidad y de tristeza recorrió toda la asamblea. Purko acabó diciendo:

-Los actuales dominadores de la tierra, y que nos permiten vivir en la nuestra según nuestras tradiciones tienen armas de fuego mucho mejores que aquellas. Y estoy seguro que un enfrentamiento no nos llevaría a un resultado diferente al que ocurrió aquella vez. Por otro lado, muchas cosas han cambiado desde entonces, mucho he podido ver que ha ido cambiando y que esos cambios han venido para quedarse. Quizá sea necesario pensar en ofrecer este cambio que nos piden, a cambio de conservar el resto de nuestra cultura.

Un silencio denso y triste llenó la asamblea cuando Purko se retiró a sentarse a su lugar entre los ancianos de esa reunión.



domingo, 18 de marzo de 2018

LCP Cap. 71: LA GRAN REUNIÓN (2ª parte)


Ikoneti también acudió a la cita. Iba acompañado de aquellos de sus hijos que eran en aquel momento moranis. Entre ellos se encontraba Lengwesi. Éste no dejaba de ver todo con infinita curiosidad. A pesar de tener ya 22 años, una edad respetable para un guerrero maasai, la gran cantidad de gente congregada, el número tan grande de moranis, los laibones de otras secciones, las distintas secciones de su clan, los distintos clanes todos allí reunidos, hacían que despertara su curiosidad de joven adolescente. Adolescencia que, sin embargo, había dejado atrás en el tiempo y que él creía perdida para siempre.


Y allí se encontró con Makutule, su hermano.

-¡Lengwesi! -oyó como lo llamaban. Al volver la voz vio que era su hermano. Sonrió de oreja a oreja y se dirigió a él.

-¡Makutule! ¡Qué alegría verte! ¡Hace tanto tiempo!

-Desde el león. -dijo su hermano. Vivían en manyattas distintas y su ajetreada vida no les había hecho coincidir en ninguna otra ocasión.

-¿Sabes algo de esta asamblea?

-No. Solo sé que se trata de algo muy importante, pues va a ser una decisión que afectará a todo el pueblo Maasai. -respondió Makutule.

-Creí que como tu padre es laibón podría haberte dicho algo.

-No. A pesar que continuo mi formación como laibón, además de ser morani, no me ha comentado nada más que lo que te he hablado. Nosotros, como morani, estamos aquí solamente para escuchar y aprender, es lo que me ha repetido varias veces mientras viajábamos hacia aquí.

-Pues escucharemos. No me pienso perder nada.

Por su parte Obago había encontrado a Ikoneti.

-¿Qué tal, Ikoneti?

-Bien. -respondió el interpelado en el tono seco que le era característico. Obago no se molestó. Le conocía hacía mucho tiempo, compartía con él muchos recuerdos, buenos y malos; y sabía que no era un hombre de conversación fácil, a pesar de ser honesto. Por eso le sorprendió que le preguntara de seguido:

-Y Makutule, ¿qué tal le va como morani?

Obago no sabía a qué se refería concretamente Ikoneti, si a su formación como guerrero, o si a que no corriera riesgos innecesarios en la lucha frente a los enemigos, así que respondió prudentemente.

-Le va bastante bien. Se está desarrollando como un auténtico morani, es muy querido en su grupo de edad, y es un muchacho inteligente. Estoy seguro que se convertirá en el Laibón que esperamos todos.

-Así lo espero. -fue la única respuesta de Ikoneti. Había vuelto a su personalidad hermética que le caracterizaba. Obago trató de seguir la conversación.

-Estarás orgulloso de él.

Ikoneti le miró a los ojos, sin sonreír.

-Ya estoy orgulloso de él, Obago.

Obago creyó captar en su mirada un brillo de satisfacción, una llama de alegría de una padre hacia su hijo. Ikoneti siguió, serio:

-Y estoy orgulloso de que tú seas su padre adoptivo.

Dijo esto mirando al frente, donde ya se vislumbraba el conjunto de chozas en las que se iba a celebrar la asamblea. Esa asamblea de la cual iba a surgir una de las decisiones más importantes para el pueblo Maasai adoptadas en el siglo XX.


jueves, 8 de marzo de 2018

LCP Cap. 70: EL SISTEMA POLÍTICO MAASAI. LA GRAN REUNIÓN (1ª parte)


El sistema político Maasai es descentralizado. No existe un rey como tal, ni un jefe de tribu. Cuando hay que decidir sobre asuntos generales, éstos se discuten publicamente. Lo más cercano a un órgano administrativo o de autoridad es la reunión de los ancianos, los hombres más viejos del enkang, que por experiencia, se les considera los más sabios y se suele someter a su criterio las cuestiones más peliagudas.

Por eso, cuando se convocó esa reunión de los cinco clanes del pueblo Maasai en los años 50 del siglo XX, todos los que acudieron a la misma sabían que el asunto a tratar era de suma importancia.

Foto cortesía de Daniel Noll y Audrey Scott (Copyright uncornered market) 

El pueblo Maasai se divide, como acabo de decir, en cinco clanes: il-makesen, il-aiser, il-melelian, il-taarroseno e il-ikumai. Cada clan se divide en secciones que se diferencian entre sí por la marca que realizan a sus vacas. Cada sección tiene un laibón.

Y, como tal laibón, allí se dirigía Obago, con toda su gente, entre la que estaban sus hijos, Nyange y Makutule, este último adoptado de Ikoneti. Pertenecía al clan il-ikumai, y empezó a encontrarse con el resto de la gente de su clan.

El primero con el que se topó fue con Olumoto, del grupo de edad de Ikoneti. había protagonizado varias incursiones a aldeas de otras tribus con resultados positivos. Su prudencia y su forma de planificar los ataques hacían que se obtuviera el máximo número de cabezas de ganado con el mínimo número de muertes por parte de los morani que protagonizaban dichas incursiones.


También encontró a Kanyi. Kanyi era un maasai mucho más orgulloso, temerario y osado. Su característica más temida por sus adversarios era su ferocidad. Por eso, en la lucha, en su época de morani, había sido el terror de las incursiones maasai, y bastaba hacer correer la voz, en los momentos previos a un enfrentamiento, de que Kanyi se hallaba entre las filas de uno de los grupos contendientes, para que en el otro grupo cundiera el temor, por no decir el pánico. Ahora retirado de la primera línea de batalla, siempre era el que apostaba por la acción más audaz y, a veces, la más comprometida. Algo que, en algunas ocasiones, les había costado caro el grupo de morani que comandaba. por ello, Obago no disfrutaba con su compañía, y en cuanto pudo, se zafó de él.


jueves, 1 de marzo de 2018

LCP Cap. 69: LA VIDA DEL GUERRERO MAASAI. LA VIDA DEL MORANI


Al joven Lengwesi, ya convertido en morani, en orgulloso guerrero maasai, le tocaba afrontar otros 15 años de una nueva etapa en la que sería el protagonista de grandes lances de caza, en la que realizaría acciones bélicas de suma valentía, que le proporcionarían la fama entre sus compañeros del grupo de edad y entre el resto de la gente de su poblado.

Durante la etapa de morani, de guerreros maasai, los jóvenes viven en una manyatta, que se compone de un grupo de aproximadamente cuarenta o cincuenta cabañas. En cada una de esas cabañas viven los miembros de un grupo de edad, constituyendo la manyatta el conjunto de los morani del mismo grupo de edad de un distrito. Así, de esta forma se volvieron a cruzar las vidas de Lengwesi y Makutule.

Manyatta en las faldas del cráter del Ngorongoro. Cortesía de Mongabay.com. Foto de Rhett A. Butler  (copyright 2007)

Estos jóvenes guerreros están dedicados durante estos años a la defensa del territorio frente a otros grupos rivales. Para ello, aprenden las tradiciones y se ejercitan todos los días en la fuerza y en el valor. Respecto a la comida, aunque gozan de ciertos privilegios, también poseen ciertas limitaciones, como la prohibición de beber el aguamiel y de masticar tabaco. Y para que estén totalmente centrados en su vida guerrera, son las madres las que se ocupan de alimentarlos, llevándoles a las manyattas todas aquellas comidas que no sólo sean de su agrado, sino que sirvan para su desarrollo atlético, para conseguir unos cuerpos fibrosos y musculados, sin un ápice de grasa.

Así, la silueta del guerrero maasai se ha convertido en una de las imágenes icónicas del continente africano.


Y así es como pensaban Makutule y Lengwesi pasar su periodo de guerreros maasai, disfrutando de todos los privilegios adquiridos; soñando con enfrentamientos con otras tribus, a las que vencían; y gozando de los placeres resultantes de la victoria para un guerrero maasai.

Sin embargo, al cabo de unos pocos años serán testigos de una de las reuniones más importantes, de una de las reuniones más trascendentales del pueblo Maasai. En ella decidirán poner fin a una de sus prácticas tradicionales, una de aquellas acciones que les hacía sentir superiores al resto de las tribus, aquello que podían hacer por derecho divino, porque Ngai, Dios, así lo había dispuesto al dejarles como dueños del ganado sobre la tierra.


Pero eso, queridos amigos, sera tema para el próximo capítulo de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS. Hasta entonces, les dejo con Lengwesi y Makutule disfrutando de su posición, ganada a pulso, de guerreros maasai.

Nos vemos en la red. 

lunes, 4 de diciembre de 2017

LCP Cap. 68: LA DANZA DEL PUEBLO MAASAI


Al atardecer del día en que el grupo volvió de la caza del león, comenzaron las danzas de celebración por el regreso de la partida de Lengwesi. Los maasais se agruparon, los morani, y las mujeres maasais, las más jóvenes, distribuyéndose en círculo, y empezaron a moverse de forma cadenciosa, con un movimiento del tórax hacia delante y hacia atrás rítmico, que poco a poco se fue intensificando, haciendo que los pesados collares de cuentas de las muchachas golpearan sus hombros y pechos al compás de la danza. En ese momento, uno a uno, los morani, los guerreros maasai, tanto los nuevos guerreros que habían vuelto de su prueba contra la naturaleza, como los que ya llevaban años disfrutando de su vida como morani, se fueron situando en el centro.


Y es entonces cuando comienza la parte de la danza maasai que conocemos todos por las películas, los relatos de viajes y los documentales. El morani, recto, se diría que rígido como un poste de telégrafos de los de antaño, como un mástil de un barco, las manos pegadas a los costados, las rodillas juntas y un puñado de hierba fresca apretada bajo los sobacos, comienza a saltar. Primero hacia arriba, probando su capacidad para el salto, y en cuanto ha cogido confianza, para lo cual tarda muy poco, empieza a realizar unos saltos verticales alcanzando alturas inverosímiles para cualquier occidental que quisiera probar, o igualar, a dicho guerrero maasai. Estará realizando estos saltos verticales durante algún tiempo, hasta que se canse, o hasta que haya llegado a su altura máxima, o bien hasta que otro morani le desplace para mostrar él sus dotes de salto y de agilidad.


Todo este despliegue de fuerza, armonía, agilidad y precisión -pues los saltos deben ser realizados siguiendo una verticalidad absoluta- puede durar varias horas, y el baile acabará cuando todos queden exhaustos.

Así ocurrió en el enkang de Lengwesi. Se celebró con una gran danza a los supervivientes del encuentro con simba, el león. La fiesta duró hasta cerca del amanecer, y se llegó a la extenuación de todos.


De todos menos de Ikoneti. El patriarca simplemente había adoptado una actitud de observación. Le gustaba el bullicio y la alegría de los niños y de los jóvenes. Le recordaba su juventud. Disfrutaba viendo como reían, se hacían bromas, se perseguían; de los jóvenes lo que le gustaba era la apostura, la gallardía, el orgullo que sentían al verse ya como guerreros maasai. Como cuando él lo había sido. Pero aquel tiempo quedaba ya lejano. Sabía que el tiempo se acababa y que una nueva era estaba a punto de llegar.
Justo, cuando empezaba a despuntar el sol en el horizonte, un muchacho se le acerco y se sentó a su lado.

-Se ha pasado bien la noche, ¿Verdad, padre? -Era Lengwesi, que tras haber descansado unos momentos tumbado junto a sus compañeros, volvía a su lado.

-¿Por qué lo dices?

-Toda la gente de fiesta, alegre, bailando hasta casi el amanecer.

-Sí, siempre es bueno ver a la gente contenta. -fue la respuesta de su padre.

-Padre. He visto a Makutule.

-¿Y?

-Me salvó de morir en las garras del león.

Ikoneti se volvió hacia Lengwesi. Su mirada expresaba una profunda tristeza, al mismo tiempo que intentaba, con todas sus fuerzas, evitar que la humedad que le bañaba en esos momentos sus ojos no saliera al exterior.

-¿Cómo fue? -acertó a preguntar, manteniendo la seriedad en su rostro.

-Había matado al primer león, cuando en ese momento se abalanzó sobre mí un segundo león que nos pilló a todos completamente desprevenidos. No pensábamos que lo hubiera. Conforme saltaba el león, una lanza cruzó el aire y le traspasó el corazón. No sabíamos quien había sido. Hasta que apareció Makutule.

Ikoneti miró al horizonte. El sol empezaba a verse en su primer cuarto, como un plato de loza.

-Un buen hermano. -hizo una pausa para continuar- Un buen hermano y un buen hijo. Siempre lo fue y siempre lo será. -y volviendo su rostro hacia Lengwesi le dijo- Al igual que tú, Lengwesi, al igual que tú.