viernes, 10 de marzo de 2017

LCP Cap. 54: LA ADAPTACIÓN A LA VIRUELA DE LOS MAASAI (II)

Conjunto de chozas Maasai, en el interior de un Enkang o poblado.

Cuando Obago y Makutule se acercaban al enkang que era su destino, el niño notó algo raro:

-Hay mucho silencio, ¿no, padre?

-Así es. -le contestó Obago- Está muriéndose el jefe del enkang, y están todos a la espera. Ni siquiera los niños tienen la algarabía normal. Se están preparando para el luto.

-Entonces, ¿qué hacemos nosotros aquí?

-Tranquilo, Makutule. Ya lo verás. Tú quédate junto a mí, y no pierdas detalle de todo lo que yo haga.

Maasai con su maza y su túnica roja. Fotografía de Rita Willaert

Obago y Makutule alcanzaron la puerta del enkang. Allí les esperaba un maasai, con su maza en la mano, vestido con la túnica a cuadros rojos. Tras los saludos rituales a Obago, les dirigió a una de las chozas. En el pequeño trecho, Makutule se sorprendió al cruzarse con la mirada triste de dos o tres niños. El resto de las personas que veía, estaban en la entrada de sus chozas, con un semblante serio.

Obago y Makutule se introdujeron en el interior de la choza seguidos por el maasai. Una vez que sus ojos se adaptaron a la penumbra que reinaba en el interior, pudieron ver la figura de un hombre tendido en un jergón. Se trataba de un anciano, como se podía adivinar por su pelo cano y las arrugas de su cara. Su mirada estaba clavada en un punto fijo del infinito.

-Aún respira. Por lo demás, creemos que ya ni oye, ni ve, ni siente.

Quién había hablado era el maasai que les había acompañado todo el tiempo.

-¿Eres tú el principal maasai del enkang después de tu padre? -preguntó Obago.

-Sí. Yo tomaré el mando cuando él muera. -respondió- Espero haberte avisado a tiempo.

-Lo has hecho. -le contestó Obago- ¿Sabes que vas a hacer una gran labor para toda la nación Maasai?

-Mi padre y yo siempre nos hemos sentido orgullosos de ser maasais, y de serlo hasta el último momento.

-¿Quieres estar presente? -le preguntó Obago.

-¿Es doloroso?

Ampollas de viruela.
-No lo notará y es muy sencillo. Es sólo pinchar las ampollas.

-Entonces, estaré presente. -el semblante del maasai reflejaba seriedad y determinación.

Obago procedió a sacar una calabaza pequeña, junto con una espina de acacia. Los tres, Obago, Makutule y el hijo del moribundo se acercaron al anciano, el cual no movió un solo músculo. Obago comenzó el procedimiento. Con mucha delicadeza retiró la piel de cabra que cubría al anciano; acercó la boquilla de la calabaza a las ampollas que veía tenían mayor cantidad de pus, y las pinchó con la espina de acacia en un punto de tal forma que, al salir el pus, cayera sobre la boca abierta de la calabaza. Así, de manera meticulosa, fue recorriendo todas las partes del cuerpo del anciano que estaban al alcance, pues decidió no moverlo. Makutule y el maasai, hijo del moribundo, veían cómo Obago recogía delicadamente el pus de las ampollas en la pequeña calabaza, y cómo, pacientemente, iba de una parte a otra para no dejar un resquicio de piel sin inspeccionar.

Espina de Acacia karoo

Cuando Obago dio por terminado el procedimiento, había pasado bastante tiempo, y el sol estaba alto en el horizonte. Al salir de la choza, los rayos del astro rey les cegaron durante unos breves instantes. Una vez recuperados, Obago y Makutule fueron despedidos por el hijo a la entrada del enkang, e iniciaron su camino de vuelta a casa. Poco tardó Makutule en preguntar.

-De todas formas no lo entiendo. ¿Para qué queremos el pus de las ampollas? Es un moribundo. Le ha podido la enfermedad. ¿De qué nos sirve?

Obago sonrió. Esperaba la pregunta. Y le gustaba la forma directa en que la planteaba Makutule. Al muchacho le gustaba hacer las cosas sabiendo la explicación, no le bastaba con una simple afirmación o un simple "porque sí". Sabía que esta vez lo iba a tener más complicado para explicárselo.

-Porque con el pus del moribundo evitamos la enfermedad mortal. -dijo simplemente Obago.

-¿Qué? -preguntó Makutule incrédulo- ¿Cómo va a ser eso?

-¿A qué parece una barbaridad?

-De entrada, sí.

-Pues más barbaridad es lo que vamos a hacer con este pus. -Makutule le miró con semblante inquisitivo- Haremos arañazos en los brazos de los que no los tengan hechos antes esos arañazos y los untaremos con pequeñas cantidades de este pus.

-¿Cómo?

-Lo que me recuerda que tú no lo tienes hecho todavía. -dijo Obago divertido.

-Ni loco. -soltó Makutule en ese momento.

-Tranquilo. -intentó sosegar Obago a Makutule, que se había puesto a negar con la cabeza- ¿No quieres saber cómo funciona?

El muchacho había perdido toda la curiosidad. Obago, viendo que no se tranquilizaba, se paró y le señaló una marca en su brazo.

Cicatriz que dejaba la vacuna de la viruela

-Mira. Aquí está mi señal. Aquí me lo hicieron a mí. Soy uno de los primeros que lo recibí.

El muchacho se acercó a mirar.

-Tú... fuiste...

-¡Sí! Uno de los primeros. Y gracias a ello, aquí estoy. Ahora, ¿quieres saber cómo funciona?

Makutule seguía mirando la marca. Se había quedado embobado. Obago le sacó de su ensimismamiento.

-¡Vamos! ¡Makutule! ¡Qué te lo tengo que contar! ¿Quieres ser laibón o no?

El muchacho respondió de inmediato.

-¡Sí, sí! ¡Cuentámelo!

Y durante el resto del camino Obago le explicó la forma en que, al usar el pus de un enfermo agonizante, la enfermedad que se provocaba en la persona sana era mucho más leve, casi como una gripe y que, al pasarla, habían comprobado que la forma grave de la viruela, la que era capaz de matar a un hombre sano, ya no les atacaba. Hablando de todo esto, alcanzaron su enkang, rayando el atardecer africano.

Atardecer en Maasailand. Fotografía de Robert Mark

sábado, 4 de marzo de 2017

LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN


Me animo a hablar desde aquí de algo tan cacareado últimamente en los distintos medios de comunicación y por las distintas personalidades y los diferentes personajillos mediáticos que han saltado a las pantallas de dichos "mass media", como se decía hace ya demasiado tiempo, para intentar reflexionar sobre ese supuesto "derecho" a la libertad de expresión.


Porque mucha gente cree que la libertad de expresión supone que yo puedo decir lo que me place, emitir la opinión que me de la gana sobre cualquier asunto, esté o no informado sobre el mismo; no hablemos, por supuesto, que sea alguien que tenga conocimiento profundo del tema, eso queda totalmente descartado. Yo tengo mi derecho a opinar sobre lo que sea lo que me venga en gana, y nadie tiene porque poner trabas a mi derecho de dar mi opinión. También, dentro de esa libertad de expresión, puedo expresar mi enfado, mi indignación ante la labor de cierto sector de la sociedad, a la que considero que es la culpable de mi situación o de la situación general de mi colectivo o de la situación del país. Por supuesto, también puedo expresar, como no, mi mofa, mis ganas de reírme de lo mal que andan las cosas, mis ganas de reírme de lo mal que visten ahora los jóvenes, o los mayores, de aquello que me hace gracia, o de aquello que, sinceramente me parece ridículo. Dentro de mi libertad de expresión cabe el poder expresarme sobre todo lo que a mí me parece, en la forma que a mí me parece y sin que nadie me ponga trabas a cómo lo hago o cómo lo expreso, que para eso tengo la libertad de expresión.

Pero, sin embargo, queridos amigos de CULTURAYSERENIDAD, dentro de la libertad de expresión hay una parte tan importante como el derecho, que es la tolerancia ante ese derecho. Y eso va por unos y por otros. La tolerancia a lo siguiente:

1.- Tolerar que haya gente que piense lo contrario a lo que pienso yo.

2.- Tolerar que haya gente que piense que lo que yo expreso es mentira.

3.- Tolerar que haya gente que piense que lo que yo expreso es una aberración.

4.- Tolerar que haya gente que piense que lo que yo expreso va en contra de la decencia y de la moralidad.

5.- Tolerar que haya gente que piense que lo que yo expreso va en contra de mis libertades como persona y como ser humano.

6.- Tolerar que haya gente que piense que lo que yo expreso es un insulto a sus creencias y a su forma de ser.

7.- Tolerar que haya gente que piense que lo que yo expreso es una ridiculización de sus creencias y su forma de vida.

8.- Tolerar que haya gente que no me acepte como soy y que lo diga abiertamiente.

9.- Tolerar que haya gente que, usando la propia libertad de expresión, me rechace.

10.- Tolerar que haya gente que, usando la propia libertad de expresión, me insulte, me ridiculice, me discrimine.

Podría seguir, pero creo que estos diez puntos servirían para que, si realmente están preocupados por la libertad de expresión, piensen un poco que la libertad de expresión no es tanto un derecho que tienen sino un deber de tolerancia que se muestra hacia el que es diferente a todos ustedes, en aras de una convivencia en paz dentro de una sociedad civilizada.


Y un agradecimiento a Drag Sethlas por parte de los cristianos no estaría mal. Cuando a Jesús, a Jesucristo, le crucificaron, hubo muchos como Drag Sethlas, como todos los que han aplaudido la actuación de Drag Sethlas, que se burlaban de Él y le decían que si tan Dios se creía porqué no hacía un milagro y bajaba de la cruz. Una reflexión. Si en los evangelios, escritos por cristianos para cristianos, dejaron "sólo" esta burla, ¿se pueden imaginar la cantidad de chanzas, burlas e insultos que recibiría Jesucristo en los momentos previos a su muerte? Comparado con eso, lo de Drag Sethlas se convierte en una simple, sencilla y, por desgracia, pobre anécdota.


jueves, 2 de marzo de 2017

LCP Cap. 53: LA ADAPTACIÓN A LA VIRUELA DE LOS MAASAI (I)

Amanecer en el Masai Mara. Fotografía de Xavier Jubierre

Hubo un día que a Makutule se le dijo que no fuera con el rebaño sino que se presentara a primera hora en la choza de Obago. De esta forma, al rayar el sol en el horizonte, en pleno amanecer, ya estaba Makutule esperando en la puerta de la choza. Obago, desde dentro, podía vislumbrar su figura, a contraluz. Makutule estaba creciendo, se estaba haciendo mayor. Obago sonrió y salió donde le esperaba el muchacho.

-¡Buenos días, Makutule! -saludó Obago.

-¡Buenos días, padre! -contestó Makutule, que ya usaba la fórmula "padre" con familiaridad.

-He querido que hoy estés conmigo, porque tengo que ir a un sitio a recoger un antídoto para una enfermedad. Y tú tienes que aprender a recogerlo.

Obago, al contrario que Ikoneti, le solía explicar a Makutule paso por paso todo lo que iban a hacer y las razones por lo que lo hacían. Su forma de comportarse contrastaba vivamente con la del serio jefe maasai que había sido su anterior padre.

-Sí, padre. ¿De qué enfermedad se trata?

La curiosidad de Makutule, la capacidad de asombro, el poder de interrogarse acerca de las cosas que veía, todo ello había sido potenciado por Obago. Todo aquello que Ikoneti había reprimido, Obago lo había dejado florecer y desarrollarse, para ir dándole forma adecuada.

-¿Recuerdas esa enfermedad con ampollas llenas de pus por todo el cuerpo que termina con la vida de algunos de nuestros más poderosos guerreros?

Obago se estaba refiriendo a la viruela. Obago había vivido en su infancia uno de los grandes brotes que diezmó a la población Maasai. Después de ese episodio, la enfermedad daba la cara solamente en casos sueltos, sobre todo en personas que eran débiles o estaban previamente enfermos. Estos últimos casos son los que había visto Makutule. Sin embargo, Obago se refería a la gran epidemia de su niñez.

Viriones de la viruela.
-Que termina con la vida de nuestros más poderosos guerreros. -repitió Makutule tratando de recordar- Lo siento, no recuerdo la muerte de ningún morani por enfermedad en los últimos tiempos.

Obago sonrió. No pretendía que se acordara.

-No me refiero a nuestro tiempo, Makutule. Me refiero a mi niñez. Recuerda todo lo que te he contado sobre mi niñez.

Makutule volvió a pensar, a intentar recordar, a dar vueltas a su cabeza, pero nada. Al final tuvo que rendirse.

-Lo siento, no recuerdo. -reconoció algo compungido.

-Un buen laibón no sólo debe conocer lo que pasó en su tiempo. O lo que sucederá mediante los sueños. Un buen laibón debe saber todo lo que pueda sobre el pueblo Maasai. -dijo Obago en tono serio, rayando el enfado.

Makutule quedó cabizbajo. No le gustaba fallar, y menos ante preguntas de Obago, y de esa forma. Obago dejó pasar unos momentos y añadió en un tono más cordial:

-No te preocupes. La próxima vez pon un poco más de atención. Sólo quería hacerte ver lo difícil que es ser laibón. -le revolvió el pelo con la mano- Y que siempre se nos pueden pasar cosas. Te lo vuelvo a contar, estate atento.

Y Obago le repitió la historia de la viruela y del daño que causó en el pueblo Maasai, así como la forma que habían descubierto para defenderse de ella. Así siguieron durante todo el camino, que les ocupó la mitad de la mañana.


lunes, 20 de febrero de 2017

LCP Cap. 52: EL TRACOMA, LA SARNA Y LA MALARIA ENTRE LOS MAASAI


Parque Nacional de Tarangire, durante la estación seca
Tras las lluvias, conforme la sabana se iba secando y las fuentes de agua se reducían en cantidad, al mismo tiempo que la hierba se iba agostando, el número de moscas y de otros pequeños insectos parecía aumentar en el ambiente. Aunque ésto no era verdad, el hecho de la reducción de la humedad hacía que estos dípteros se volvieran más molestos, tanto para el ganado, como para el hombre. Y unos de los que más sufrían estas molestias eran los pastores maasais. Al ir recorriendo la sabana con sus vacas, al tener que cuidarlas; no solamente procurándoles comida, agua y seguridad, sino curando sus heridas, atendiendo sus partos, limpiando sus llagas, se veían en continuo contacto con los molestos insectos. Y estos insectos, como no, les transmitían enfermedades.

León joven en el cráter del Ngorongoro
Una de las más graves tenía por diana los ojos, tanto del ganado como de los humanos. Y entre ellas estaba el tracoma. El tracoma era una bacteria que introducida de forma subrepticia por la mosca en el ojo de la vaca o de la persona, se desarrolla en sus tejidos provocando en primer lugar una inflamación del ojo, para después dar lugar a la aparición de una nube y una cicatrización de la zona afectada. Tras ello, las pestañas suelen curvarse hacia dentro del ojo, y al final raspan el mismo, provocando el cuadro de ceguera, con lo que se pierde por completo la visión del ojo afectado. Para estas dolencias, Obago usaba la savia de tres plantas, el enkilenyai, el olorrondo, y el osuguroi. No siempre conseguía la recuperación de la visión, sobre todo en aquellos casos en los que el daño estaba muy avanzado.

Tracoma. Foto tomada por Andrea Peterson/USAID



Había otra enfermedad que se podía ver de vez en cuando. Cuando aparecía, afectaba a una familia al completo, desde bebés hasta ancianos. Obago insistía al jefe del grupo en que cambiaran el emplazamiento de su enkang y quemaran el antiguo junto a todas sus posesiones. Unas veces era obedecido. Otras le miraban con cara de incredulidad y asombro. Cuando Obago percibía que no le iban a hacer caso; era entonces cuando Obago recurría a su autoridad como laibón, a su parte de "veedor", o para entenderlo mejor, de mago. Soplaba el nkindong, echaba las piedras sobre la piel de cabra y les vaticinaba lo que pasaría si no hacían lo que les estaba pidiendo. No les estaba contando nada más que la verdad. Si no destruían el origen de la enfermedad, ésta continuaría con ellos, por muchos remedios que Obago les diera. Ésta enfermedad era la sarna.
Sarcoptes scabiei. El parásito de la sarna

Para curar la sarna en el ser humano, Obago tenía tres soluciones. La primera era la savia de un árbol, el oltiamae. La segunda, llamada emakat, se trataba de extender ceniza humedecida en las partes afectadas del enfermo. La tercera precisaba de la piel de una oveja matada recientemente; se cubría la piel dañada con ella y se dejaba durante algún tiempo. Todas estas soluciones hacían salir al parásito de la piel y permitían su expulsión al exterior y la muerte del mismo.

Existían otras enfermedades que no se correspondían con la llegada o con el final de ninguna de las estaciones. Una en concreto, provocaba en los hombres, y también en las mujeres, unos cuadros de calentura, sudoración profusa, adormecimiento y confusión o bien agitación en los cuales decían y hacían cosas sin sentido aparente. Estos episodios podían durar tres o cuatro días y dejaban a la persona que los sufría totalmente deshecha, en una situación de profunda debilidad. Makutule vio bastantes casos junto con Obago y descubrió que era una de las enfermedades más difíciles de tratar. Obago usaba indistintamente la savia de esumeita o de los árboles oiti, o bien las raíces del árbol olkinyei. Si se le administraba al enfermo al principio del episodio, éste era mucho más corto, menos intenso, y la recuperación mucho mejor. Se trata de la enfermedad que conocemos en occidente como malaria.

Hojas y frutos del árbol llamado en Maa, idioma maasai, Olkinyei

viernes, 3 de febrero de 2017

LOS AUTÉNTICOS PROGENITORES

Ambulancias Sermas. Fotografía diario 20minutos.

Hace ya algunos días que nació mi hija. Vino a lo grande, queriendo emular a su padre. Ahora estamos todos muy contentos, con las molestias típicas de los primeros días, pero felices por tenerla entre nosotros. Nos llena su cara redonda, sus mofletes, sus ojazos, su boquita que tan pronto se abre ocupando toda la cara como se mantiene pequeña como una pequeña intumescencia bajo la naricilla. Todos la queremos un montón. Y disputamos quien la quiere más. Todos según cada uno entiende el querer a una personita así.

Ha habido tal cúmulo de sentimientos, tal vorágine de sensaciones distintas, que es imposible expresarlas en unas cuantas líneas. Y ahora, pasado este tiempo más. Imposible encontrar cinco minutos de sosiego para poder escribir con serenidad sobre ella, y menos aun que llegue  la madre y espíe lo que escribes, como en este momento.

Es verdad que tener un hijo te cambia la vida. En muchos sentidos. Pero no en el sentido exagerado emocionalmente que te cuenta mucha gente. Te cambia la vida porque quieres a la personita de forma distinta a como has querido hasta entonces. De forma más responsable. Te hace ser más persona. De alguna manera te madura. 

Ahora, eso sí, te madura siempre y cuando te sientas realmente el padre de esa persona. Si eres como los típicos "guerreros medievales" que sólo querían a sus hijos como números de descendientes, pues se sigue siendo el mismo personaje, sin que cambie ni "tu vida", ni tu carácter, ni tu persona. En resumidas cuentas, aquello de "por mi hija/o, mato", lo dicen aquellos que se sienten culpables porque no dan el cariño a sus hijos y los tratan como meras "propiedades", tal como hacían los antiguos guerreros medievales. En realidad, no matan por sus hijos, matan por su orgullo herido.

El sentirse progenitor, que de eso es de lo que se trata, es mucho más el sentimiento de esa loba que cuida de sus lobeznos y que los traslada de cubil antes que el lobero descubra dónde están escondidos y pueda matarlos. Ése es el auténtico sentido de progenitor, el que protege a su descendencia. No el que mata por ella. El ser que mata es, pura y simplemente, destructor. El que protege es el auténtico progenitor, el auténtico padre, la auténtica madre.

Vocabulario:
  • Lobezno: Cachorro de lobo.
  • Cubil: Madriguera en la tierra, utilizada normalmente por fieras.
  • Lobero: Hombre que caza lobos por la remuneración señalada a quienes matan estos animales.
Escrito en el año de nuestro Señor de 2017, el 3 de febrero, en la festividad de San Blas.