domingo, 8 de enero de 2017

LCP Cap. 49: NGAI, DIOS DE LOS MAASAI. LA PRIMERA ENSEÑANZA DE MAKUTULE


Tras la ceremonia de adopción, Makutule pasó a vivir en el enkang de Obago. Formó parte de aquellos que cuidaban su ganado. Allí continuó aprendiendo y curtiéndose en la labor de pastor maasai. Pero estaba algo decepcionado. Makutule pensaba que al ser adoptado por el laibón, éste le iba a enseñar todo lo que sabía sobre hierbas, curaciones y demás artes de dominio de la adivinación y de la interpretación de los sueños. Sueños que, por otro lado, seguía teniendo y seguían cumpliéndose. A pesar de todo ello, Makutule trabajaba como el que más. No quería dejar en mal lugar a la estirpe de su padre. Estaba en manos de Obago. Debía tener paciencia.

Un día, bien avanzado el sol en el horizonte, vino Nyange a la zona del rebaño que cuidada por Makutule.

-Te llama nuestro padre. -le dijo.

Desde que Makutule había sido adoptado, Nyange era uno de los hijos de Obago que más cerca estaba siempre de él, no sólo ayudándole, sino también haciéndole sentir parte de la familia. De ahí que siempre usara el plural entre ellos a la hora de referirse a Obago, al contrario que otros hijos, ya mayores, ya morani, que dejaban claro su filiación natural al laibón.

Fotografía de Naomi Stolow
-¿Para qué me quiere?

Nyange sonrió de oreja a oreja. Sus blancos dientes brillaron con el sol.

-Siempre tan preguntón. Deja las vacas a mi cargo y vete a dónde está Obago. No creo que te arrepientas.

Así lo hizo Makutule, que en esos momentos no acertaba a qué era debida la solicitud de su presencia en la choza de Obago en una hora tan impropia. Marchaba cavilando para sus adentros, intentando recordar si había hecho algo tan malo que mereciera el ser retirado de inmediato de su labor y el presentarse ante su padre. Llegó a la choza, tomó aire y arrestos, y entró.

-Padre, laibón. -titubeó en la forma de dirigirse a Obago- Aquí estoy. Me has llamado, ¿no?

Obago estaba colocando algunas ramas y separando otras, se volvió un momento, le miró y le dijo de forma relajada.

-Sí. Enseguida estoy contigo. -y como solía ser su costumbre cuando trabajaba con plantas, empezó a hablar para sí mismo- Éste va... aquí, eso es. Esta otra, no, no, que no hay que confundirla con... Eso es. Aquí mejor. Mucho mejor. Ya está. Y ahora... tú te quedarás aquí, vieja cascarrabias. Bien. No me deis la lata, que tengo una tarea muy importante.

-¿Hablas con las plantas de verdad? -Makutule no pudo resistir la pregunta, al ver a Obago tan profundamente concentrado en su tarea. Éste al oír la pregunta del niño le miró y tras una exclamación, comenzó a reír, lo cual hizo que Makutule quedara entre confuso y avergonzado. Obago, al ver el azoramiento del muchacho, reaccionó de inmediato.

-¡No, Makutule, no! No hablo con las plantas. -se acercó al chico- Y gracias por pensar que puedo hablar con ellas. Cualquier otro pensaría que estaba loco, hablando a solas. -le pellizcó suavemente la mejilla, a lo que Makutule respondió con una sonrisa- Pero solamente tú y yo sabemos cosas que el resto de los humanos no saben, ¿verdad?

Obago se separó de Makutule esperando su reacción. Éste se quedó parado. No había hecho ningún gesto, ni a favor ni en contra de la pregunta planteada por el laibón. Le miró con unos ojos llenos de inocencia y le lanzó a su vez otra pregunta:

-¿Se refiere, padre, a los sueños?

Esta vez Makutule había usado la expresión de padre, pero más como señal de respeto que como de familiaridad o de cariño. Obago afirmó con la cabeza y añadió:

-Sí. A los sueños. A su cumplimiento. Y a todo lo que, a partir de hoy te enseñaré, si tú quieres.

-Padre, para eso vine aquí. -respondió Makutule lleno de alegría.

-Pero no deberás descuidar tus tareas como pastor maasai. -terció Obago- Seguirás cumpliendo todas ellas. Te circuncidarás. Cumplirás tu etapa como morani. Y cuando estés preparado, podrás ser laibón. El camino que vas a empezar hoy es muy largo. ¿Estás dispuesto a realizarlo?

-Es lo que más deseo. -Makutule no mentía.

-Pues hoy mismo empezamos. Todos los días, cuando recojas el ganado, vendrás a mi choza y yo te iré enseñando todo lo que debes saber sobre hojas, ramas, raíces, plantas, hierbas y sobre las dolencias de los hombres y del ganado. Cuando haya algo importante que debas ver, Nyange te llamará para que vengas conmigo y mientras él se quedará cuidando tu ganado. Al acabar por lo que te ha llamado, deberás volver a donde esté tu ganado y cuidar de él. ¿Entendido?

Makutule afirmó varias veces con movimientos de cabeza que denotaban la emoción que sentía.

-Y para comenzar hoy te voy a hablar de Ngai, de Dios. ¿Te habló Ikoneti de Ngai?

-Sí, padre. -esta última palabra la dijo dudando. Aun echaba de menos a su padre, pero no quería demostrarlo delante de Obago, y menos ahora que iba a comenzar su enseñanza como laibón. Obago, que lo notó, volvió a sonreir.

-No te preocupes. Es normal que eches de menos a tu anterior padre, a Ikoneti. Pero tanto él como yo, y tú también, sabemos que este cambio ha sido para bien tuyo y estamos totalmente conformes. -y cambiando el tono por otro más distendido- Bueno, cuéntame qué te dijo Ikoneti sobre Ngai.

Makutule le narró cómo les había llevado a lo alto de una loma a contarles el inicio del mundo mientras veían el atardecer; cómo les había contado a su hermano y a él el origen del pueblo Maasai, la razón por la que eran pastores y el resto de las historias. Al acabar, Obago exclamó:

-¡Vaya! Ya veo que me ha dejado poco que contarte sobre Ngai. -Makutule sonreía orgulloso- Pero aun así, voy a intentar contarte algo sobre Él, sobre Dios. Escucha atentamente.

Makutule prestó atención.


-Ngai habita en el cielo, su vida es la vida del cielo. El viento es su alimento; el relámpago, -conforme Obago mencionaba los distintos elementos atmosféricos, se movía delante del niño, intentando representarlos- el relámpago es el brillo de sus ojos; el trueno, su grito de alegría cuando ve algo que le gusta. Durante la estación de las lluvias, cuando los rebaños prosperan y los animales engordan, las gotas de lluvia son sus lágrimas de alegría. Ngai se desdobla en dos. El negro, el bueno; como es bueno el cielo oscuro, cubierto de nubes que traen la lluvia. El rojo, el malo; como es malo el cielo rojo de sol, que provoca la sequía. En la tormenta, los dos combaten entre sí; y cuando por fin llueve es señal que Ngai negro ha vencido, y nosotros somos bendecidos con la riqueza de los pastos para nuestros ganados.

Makutule había quedado embobado con la representación y con la historia que le había contado Obago. Éste le despidió para su choza, emplazándole para el siguiente día, después de que hubiera recogido el ganado en el interior del enkang.


Queridos amigos de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS. De esta forma comienza Makutule su formación como futuro laibón, como futuro veedor y sanador, del pueblo Maasai.

En las siguientes entregas le acompañaremos y nos encontraremos con los distintos métodos que usaban los maasai para hacer frente a las diferentes enfermedades que les surgían en su vida diaria, en la inmensa sabana africana.

Hasta esa nueva entrega, queridos amigos, nos vemos en la red.


viernes, 30 de diciembre de 2016

LCP Cap. 48: LA ADOPCIÓN MAASAI

Maasais del poblado de Selenkay, en Kenia. (Cortesía theplanetD)

Por fin llegó el día en que se iba a celebrar la ceremonia de adopción de Makutele por parte de Obago. Ikoneti, con toda su familia, sus mujeres, sus hijos, y todas las personas pertenecientes a su clan que se hallaban en la zona se dirigieron hacia el enkang de Obago. No siempre se realizaba una adopción y para muchos sería la única vez en su vida que presenciaran la ceremonia de adopción, por parte de un laibón, de un muchacho del poblado.

El grupo de Ikoneti llegó por la mañana temprano donde se encontraba Obago. Éste le recibió en las puertas de su enkang, junto a toda su familia. Tras los saludos respectivos, Obago acompañó a Ikoneti y a Makutule al interior de su choza. Cuando entraron en ella, la disposición de los distintos utensilios que utilizaba Obago para su labor diaria no había variado lo más mínimo. Obago se dirigió hacia un extremo de la choza y cogió un collar de cuentas azules, similar al que él llevaba colgado en su cuello. También cogió un cuerno de gerenuk, o antílope jirafa, y se dirigió a Makutule, Se colocó frente a él, en medio de la choza y le dijo:

-¡Makutule! Con este collar comienzas a ser miembro de la familia Obago. El collar de cuentas azules sólo lo porta la familia Obago. Y con el cuerno del gerenuk, que posee ntasim (magia) profundizas en la pertenencia a nuestra familia. Sólo los miembros más cercanos de la familia Obago lo poseen.

Obago le colocó el collar alrededor del cuello y dijo:

-Con este gesto te adopto como hijo.

Makutule estaba paralizado por la emoción. A pesar de saber lo que significaba el ritual, o quizá justamente por eso, no era capaz de mover un solo músculo. Simplemente atendía a todo aquello que ocurría a su alrededor.

Obago pasó a describirle como debía usar el ntasim -la magia- que le estaba entregando:

Gerenuk o Antílope Jirafa
Cuernos de Gerenuk
-Debes aprender a usar el cuerno de gerenuk, no sólo a llevarlo encima. Debes dejarlo que "vea" por tí. Si algo malo como un enemigo se aproxima, debes sostener el cuerno hacia el atacante, o soplar sobre él en la dirección del enemigo. Si hay un peligro en el suelo, como puede ser una serpiente, debes quitarte el collar y pasártelo alrededor de las piernas por dos veces. Si quieres algo de un hombre, apunta a su espalda con el cuerno sin que él te vea, y entonces pídele lo que quieras. Con este cuerno, ningún hechicero te dañará, ni siquiera el Wakamba, que es el más fuerte de los hechiceros.

Al llegar a este punto, Obago hizo una pausa. Miró al que iba a ser su hijo a partir de esa mañana y le preguntó:

-¿Sabes lo que hay en el interior del cuerno?

Makutule sacudió la cabeza en señal de negación. Estaba tan asombrado con todo lo que le estaba contando Obago, que ni siquiera acertaba a pensar alguna de sus curiosas preguntas. Obago prosiguió:

-En su interior hay una muy poderosa ntasim -magia-. Está formada por dos cosas. Una bola de pelo encontrada en el interior del estómago de un león. Y el hueso molido de la cabeza de una cobra. A lo que he sumado las raíces de dos arbustos para mi ntasim de sanación. -Obago aumentó la seriedad en su mirada- Esta ntasim no debe ser usada frívolamente, pero tampoco tienes porque esconderla. Todo el mundo reconocerá por el collar y por el cuerno que tú eres un Obago.

Con ello acababa la parte íntima de la ceremonia. Salieron de la choza, y tras recibir los vítores de la gente que se había reunido comenzaron los cánticos y los bailes.


Por la tarde, Makutele recibió el aviso de que Obago le esperaba en la Manyatta. Fue acompañado a la misma por un hijo de Obago, el que le había venido a avisar, Nyange. En el trayecto le preguntó:

-¿Para qué me quiere Obago?

-Falta la última parte de la ceremonia. -contestó Nyange.

-Yo creí que la ceremonia ya se había hecho esta mañana.

-La de adoptarte sí. Ahora falta presentarte al resto de la comunidad.

-¿Al resto? -preguntó Makutele sorprendido.

-No te preocupes. Ya lo verás. -le tranquilizó Nyange.

Cuando llegaron a la manyatta y entraron, Makutele vio a Obago sentado en su taburete, que era redondo y bajo. Estaba a la izquierda de la puerta de entrada. Ocho ancianos estaban sentados en círculo alrededor de él. Nyange se sentó a la derecha de Obago. Todos habían estado bebiendo y Obago tenía una gran calabaza que contenía naisho (hidromiel) y sus ojos estaban inyectados por haber disfrutado varias veces de dicha ambrosía. Con la lengua algo estropajosa, invitó a Makutule a sentarse a su izquierda, tirando de él de forma afectuosa y pasándole la calabaza que contenía el naisho. Makutule bebió un sorbo, más por no despreciar el ofrecimiento de su nuevo padre que porque realmente tuviera algún tipo de atracción hacia el brebaje.

Obago se dirigió a los ancianos y dijo:

-Hace muchos años yo vi que esto ocurriría. Vi que un niño soñaría con el futuro. ¡Yo lo soñé! Yo vi, además, paz para esta manyatta. ¿Soy o no soy Obago? Y ahora este niño está aquí. -afirmó rodeando con su brazo derecho a Makutule- Y no habrá daño para la manyatta.

Obago se inclinó hacia Makutule, acercó el collar y el cuerno de gerenuk a su boca y los escupió para bendecirlos. Después le hizo a Makutule una seña que éste no entendió muy bien. Nyange salió a su rescate, susurrándole:

-Quiere que hagas tú la misma acción.

Cogió el collar y el cuerno de Obago y escupió sobre ellos.

-¡Bien! -exclamó Obago, poniéndose en pie.

Al mismo tiempo, se pusieron en pie todos los que estaban en el interior de la manyatta, y salieron afuera. Había una gran multitud de Maasai que se había ido agrupando poco a poco en el exterior mientras había durado la ceremonia dentro del recinto. Obago se dirigió a ellos:

-¡De ahora en adelante Makutule es mi hijo! ¡Y todo el mundo en el lugar sabe que lo es! Y eres, Makutule, del clan Lukumai. Cuando Makutule vino, ninguno le conocía, ni sabía de donde era. Ahora yo le conozco y vosotros le conocéis. Le llamé aquí porque sé que es mi hijo. Soy yo quién lo traje. Ha cogido mi calabaza para beber naisho, luego no bebe solo. Por tanto, es mi hijo, ¿es verdad? -preguntó, dirigiéndose a los ancianos que habían estado dentro de la manyatta con él.

-¡Es verdad! -respondieron éstos al unísono.

-Y no quiero que él lo olvide o que yo me olvide de ello. Este es mi nkidong. Mi nkidong bendice por todas partes, hijos y ganado, ahora y dondequiera que sea.

Makutele estaba algo avergonzado de ser el centro de la atención. No sabía cómo tenía que comportarse, si tenía que decir algo o callar. Nuevamente fue Nyange quién vino en su auxilio.

-Tranquilo, ya estamos acabando. Tú solo siéntate y mira.

Así lo hizo Makutule. Obago comenzó a usar su calabaza nkidong, escupiendo en su interior y agitándola, para después lanzar las piedras que había en su interior y de esa forma predecir el futuro. Hizo muchas predicciones a lo largo de esa tarde, unas buenas y otras no tanto. Al final, la asamblea de ancianos terminó al atardecer con sus bendiciones y un coro sincopado de "Ngai, Ngai" (Dios, Dios), al que Makutule terminó uniéndose.

Y así acabó la ceremonia de adopción.


Queridos amigos de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS. Hemos asistido a uno de los ritos más tradicionales y raros en el pueblo Maasai. Ésto es así porque las adopciones dentro del pueblo Maasai, aunque son frecuentes entre miembros del mismo clan, son muy raras entre miembros de distintos clanes. Y si la adopción es llevada a cabo por un laibón, es excepcional que el individuo adoptado no pertenezca a su misma familia o su misma estirpe, dentro de los distintos grupos en que se divide la sociedad Maasai. Por eso, este episodio debía ser tan largo y detallado.

Y con este episodio rematamos el 2016. Pero las aventuras de Makutule, de su hermano Lengwesi, de Obago, de Ikoneti y de todos los demás miembros Maasai que iremos conociendo, seguirán acompañándonos en el próximo 2017. Hasta entonces, deseando que la entrada en el Nuevo Año sea favorable a todos vosotros, me despido cordialmente.

Nos vemos en la red.


sábado, 24 de diciembre de 2016

LA NOCHEBUENA DE RAFA


Rafa se dispuso a cenar. Había hecho la ronda, como todos los días, y la obra estaba tranquila. ¡Cómo no iba a estar tranquila! ¡Era Nochebuena! Prácticamente toda la gente estaría en su casa, celebrándola. Toda la gente, excepto gente como él. Le había pedido a su jefe permiso para esa noche, pero éste se mostró inflexible. No quería que por un descuido de un día, pudiera ocurrir algo que retrasara el ritmo de construcción de la edificación y no se pudiera entregar a tiempo. La respuesta, por tanto, fue un rotundo no. Por eso, cuando esa noche, sobre las ocho, vio cómo se marchaban los obreros felicitándole las Fiestas y cómo se quedaba solo, un vacío fue surgiendo en su corazón.

A pesar de ello, tenía que dar las gracias. Llevaba mes y medio en el trabajo. Había firmado un contrato para seis meses, lo cual era un auténtico triunfo, teniendo en cuenta como estaba el mercado de trabajo. Su mujer le había dicho que le acompañaría en la distancia; que, aunque separados, estarían juntos en el pensamiento.

Con el recuerdo de su mujer, se sentó a la mesa del contenedor que servía de garita de guardia, abrió los “tupper” que había traído y encendió el televisor. Recorrió las distintas cadenas, no encontrando nada que le apeteciera. El programa de un cantante famoso; una antología de villancicos; la típica película pastelera de Navidad; reparó en que una cadena retransmitía la misa del gallo. “¿Por qué no?” Hacía años que no iba. Le traía recuerdos de su niñez y su juventud. “No me hará daño, y así sí que será una Navidad distinta.” Se puso a verla cuando llamaron a la puerta de la garita.

Rafa se sobresaltó. “¿Quién será a estas horas? Como sean unos mocosos la vamos a tener. Ya no respetan ni días como hoy.” Se dirigió a la puerta y la abrió. Frente a él un joven, con barba de varios días, vestido con un chaquetón de paño, bajo el que se vislumbraba un jersey de lana. Tras él una joven, con un abrigo que le llegaba hasta los pies, y que tenía el pelo cubierto, le miraba con una mezcla de temor y de tristeza. Rafa se quedó callado. No esperaba encontrarse tal cuadro. Ante su silencio, el joven habló:

-Perdone, señor. –tenía acento árabe, y hablaba entrecortadamente- Se nos ha roto el coche y no tenemos dónde ir.

Rafa enseguida creyó entender la situación.

-¡Ah! No hay problema. –el joven sonrió- Ahora mismo llamo a una grúa para que os lleve al taller más cercano y…

-¡No, por favor! ¡No, señor! –la expresión suplicante del joven le dejó sorprendido a Rafa- Por favor, coche roto. No dinero para reparar.

-Pero al menos el coche tendrá seguro, ¿no?

Los dos jóvenes se miraron entre sí, e hicieron un gesto de no haber entendido qué les decía Rafa.

-Se…gu…ro. –volvió a decir Rafa- Papeles coche. Para reparar.

El joven entendió esta vez.

-No, señor. No seguro. Coche de mi padre. Yo cogérselo.

-Pues si no tenéis seguro ni dinero para reparar el coche, yo no os puedo ayudar. ¿Vosotros diréis qué queréis entonces?

-Señor. Sólo pedir usted pasar noche. Mañana nosotros marchar. –le dijo el joven.

-¡¿Un ocupa?! ¡¿En la obra?! Mi jefe me mata. –Rafa hablaba para sí- No, no puede ser.

-No molestar. –el muchacho insistió- En una de esas casas. –señaló a los barracones prefabricados dónde los obreros se cambiaban de ropa.

-¿Casas? ¡Pues sí que estamos buenos! Ahora llama casas a esos cuchitriles. A ver muchacho. Vosotros, ¿de dónde venís? –preguntó Rafa.

-¿Nosotros?

-Sí. –insistió Rafa.

-De Gaza.

Rafa se quedó helado. ¿Cómo era posible? Venían de Palestina, habían cruzado el Mediterráneo, y ahora estaban aquí pidiéndole alojamiento.

-¿Venís de Gaza? ¿Con el coche de tu padre? –preguntó incrédulo.

-Sí, a través de Egipto, Libia, Túnez, Argelia, Marruecos y hasta aquí ha aguantado el coche.

En ese momento, la joven lanzó un tímido gemido, se dobló mínimamente hacia delante y recuperó rápidamente la compostura.

-¿Le pasa algo? –preguntó Rafa al muchacho. Éste sonrió, la miró y ella devolvió la sonrisa.

-Está embarazada.

Rafa estaba cada vez más asombrado. Inmediatamente les hizo subir a los dos a la garita. Cuando la muchacha se deshizo del abrigo pudo comprobar el avanzado estado de gestación de la misma.

-¡Dios mío! Pero si está casi a punto. ¡Alma de Dios! ¿Por qué viajáis así?

El muchacho árabe dio a entender que no había comprendido esto último. Rafa corrigió.

-Primero, ante todo. ¿Por qué viajar así?

-¡Ah, ya! Mi familia es árabe, de Gaza. La suya es judía ortodoxa. Nos queríamos. Tanto que quedó embarazada. Queríamos evitar enfrentamientos. Y nos marchamos.

-Ya. Bueno. Evitar enfrentamientos. Como que hay mucha paz por allí. –dijo Rafa para sí- Bien, aun no nos hemos presentado. Mi nombre es Rafael. Pero me podéis llamar Rafa.

El muchacho cogió la mano que le extendió Rafa y se dieron un apretón. Después pasó a presentarse.

-El mío es Yusuf. Y…

-Y el mío es Miryam. –dijo la muchacha que se había arrellanado en el sillón del fondo de la garita. Su voz le sonó a Rafa muy dulce y melodiosa.

Rafa repartió su cena de Nochebuena entre los tres y tras una charla en la que Yusuf le explicó más ampliamente la historia de amor entre él y Miryam y su huida, fue terminando la velada. Los tres intentaron pasar la noche lo mejor posible, acomodándose a las pocas posibilidades que ofrecía la garita.

No sabía cuánto tiempo llevaba durmiendo Rafa, pero un grito de mujer le despertó. En un primer momento no supo bien dónde se encontraba. Estaba sentado, con la cabeza entre las manos, las cuales estaban entrelazadas y apoyadas sobre la mesa. La mesa de la garita. Ya recordaba. Era Nochebuena. Tenía la guardia de la obra. Había llegado una pareja de inmigrantes. Un muchacho joven con una… ¡No! ¡No podía ser! ¡Allí no! Se jugaba el puesto. El sueño se le fue de repente. Se levantó y se giró, justo cuando Yusuf le pedía:

-¡Por favor, Rafa! ¡Ayuda!

Rafa se acercó, cuando un nuevo grito de dolor cruzó el habitáculo de la garita y se perdió en la noche. Rafa confirmó sus peores sospechas. La muchacha estaba pariendo. ¿Cómo era posible? Bueno, eso no importaba en esos momentos, había que hacer algo. Yusuf le miraba con ojos suplicantes, Miryam respiraba agitadamente entre contracción y contracción.

-No os preocupéis, llamaré al 112. –dijo Rafa.

-¡No! –cortó Yusuf- No, por favor.

Rafa le miró sorprendido. ¿Qué pretendía que hiciera entonces? Él sabía muy poco de estas cosas. Cuatro nociones básicas que había aprendido del curso que siguió con su mujer antes que naciera su hijo, y del momento del parto, pero poco más.

-Yusuf, yo no sé de partos. Miryam necesita profesionales. Yo no lo soy.

-No dinero. No atenderán.

-No te preocupes. Aquí siempre atienden en una urgencia. Y ésto te aseguro que lo es.

Una nueva contracción, y un grito ahogado de Miryam pareció corroborar la aseveración de Rafa. Este volvió a coger el móvil, pero Yusuf insistió.

-Rafa, no. No tener papeles.

Rafa le miró, sacudió la cabeza en señal de desaprobación.

-No papeles, ¿eh? Pero sí cojones para preñarla y hacerla miles de kilómetros en su estado. –Yusuf se quedó perplejo- Perdona, estoy nervioso. No importan, os atenderán sin papeles. Lo único es que tendréis que aclarar más tarde la situación con vuestras familias.

-No. No ser posible. Tú no entiendes. –insistía Yusuf, con tono de súplica.

-Os aseguro que en el momento que les mostréis a su nieto, todos los enfados desaparecerán como por encanto. Sólo tendrán ojos para el bebé.

-No… -dijo nuevamente Yusuf.

Rafa, sin hacer caso ya al muchacho, cogió el móvil y marcó el 112, se lo puso en la oreja cuando oyó a Miryam:

-Mi padre le ha acusado de pertenecer a Hamas.

A Rafa estuvo a punto de caérsele el móvil. Hizo caso omiso a la locutora que en ese momento le preguntaba qué quería y cortó la comunicación. Una nueva contracción hizo que Miryam se retorciera y lanzara un gemido. Rafa miró a Miryam. En su cara vio una mezcla de ternura, amor, sinceridad. Hubo algo que le conmovió. No supo qué.

-¡Joder con tu padre! –y dirigiéndose a Yusuf- ¿Es verdad?

Yusuf respiró hondo.

-Sí, me acusó. Y no, no soy de Hamas.

Rafa dejó el móvil en la mesa, pidió a Yusuf que en los recipientes que viera por la garita se pusiera a calentar agua en el microondas lo más rápido posible. No había tiempo para fogatas. Buscó ropa de lana gruesa. Salió a los barracones dónde se cambiaban los obreros y cogió todas las toallas que pudo. “Ya las repondré y mientras me inventaré algo.” Volvió a la garita y se dirigió hacia Miryam. Le preguntó si había estado en algún parto antes. Afortunadamente, había presenciado el de alguna de sus primas. De esta forma, entre lo que recordaba la muchacha y él intentarían que el parto fuera lo mejor posible.

Miryam empezó a empujar cuando le venían las contracciones y a respirar en los descansos. Poco a poco el niño fue apareciendo por su seno. Yusuf se mantenía a la cabecera de Miryam, tal como le había pedido Rafa. Tras grandes esfuerzos, por fin salió la cabeza del bebé. Rafa, tal como dijeron en el curso, y con mucha delicadeza, la giró hacia uno de los lados, permitiendo que saliera un hombro y luego el otro. Con ello, terminó de salir el cuerpo del bebé. Miryam emitió un sollozo de alivio. Rafa entregó a Yusuf el bebé para que se lo pusiera a Miryam sobre su pecho, sin cortar aun el cordón, tal como se lo habían hecho a él en el hospital. Mientras estaba esperando para cortar el cordón y que saliera la placenta, miró a la pareja con el niño, pues había nacido varón. Vio la felicidad en sus rostros y Rafa se llenó de gozo.

La mañana siguiente, Rafa se despertó muy tarde. Le despertaron unos golpes en la puerta de la garita. ¿Qué había pasado? Miró a su alrededor. ¿Y Yusuf? ¿Y Miryam? ¿Y su hijo? Los golpes en la puerta eran insistentes y fuertes. Fue a abrir. Era su compañero, que le venía a relevar.

-¿Qué te pasaba, tío? ¿Tanto te pasaste ayer con la cena? –Rafa estaba aún medio confuso- He hecho la primera ronda y he revisado los barracones. Está todo en orden, salvo que faltan un montón de toallas. ¿Sabes tú algo de eso?

Rafa sonrió. “Entonces no fue un sueño”.

-Sí, he sido yo. Las necesité para una urgencia.

-Pues sí que tuvo que ser fuerte tío, porque faltan un montón.

-Sí que lo fue. Una pregunta. ¿No habrás visto a nadie por aquí cerca? O mientras venías de camino.

-A nadie. Ni un alma. ¿A quién iba a ver la mañana de Navidad, tío? ¿A Papa Noel de resaca? Has dormido más de la cuenta.

-Nada, nada, cosas mías. Ahora mismo recojo y te dejo la garita limpia.

-Sin prisa, tío. Total, no me tengo que ir hasta mañana.

Su compañero se sentó en una de las sillas. Rafa empezó a recoger, cuando se dio cuenta de que todo estaba limpio. No había rastro del acontecimiento de la noche pasada. “Ha debido ser Yusuf”. Pensó. Y volvió a su mente el recuerdo de la pareja y de lo vivido en esas pocas horas. Cuando ya se disponía a marchar, su compañero le dijo:

-Creo que ésto es para ti. –le alargó un sobre- Estaba bajo el mando de la tele. Por eso no le has visto. Al menos lleva tu nombre.

Rafa se extrañó, pero cogió el sobre. En efecto, en él ponía en letras mayúsculas: PARA RAFA.

-Sí, gracias.

-De nada, tío. A mandar. Feliz Navidad.

-Feliz Navidad. –y Rafa salió de la garita en dirección a su coche. Al meterse en el vehículo y antes de arrancarlo, abrió el sobre. Había un papel, y en él, garabateado, un mensaje para él.

“Querido Rafael: Nunca podremos agradecerte lo suficiente el haber sido nuestro ángel en esta noche tan gozosa. Yusuf, Miryam y el pequeño Emmanuel.”


viernes, 16 de diciembre de 2016

LCP Cap. 47: EL PACTO DE LOS HERMANOS


La animación en el enkang donde vivía Ikoneti con sus mujeres y sus hijos, entre los que se contaban Mwampaka, Lengwesi y Makutule, era muy superior a la de un día normal. Nadie había pensado nunca que algo tan extraordinario les pudiera llegar a ocurrir. La alteración de todos era evidente. Muy pocas veces un laibón adoptaba a un niño, y menos aún si pertenecía a un clan distinto al suyo. La noticia había llenado de estupor primero y después de admiración y alegría a la gente del poblado. Y aunque Makutule e Ikoneti no querían, pronto se difundió la causa de la adopción. Makutule tenía sueños en los que veía el futuro.


Mañana, tarde y noche Makutule y su madre se veían asediados a preguntas. ¿Cómo lo habían sabido? ¿Habían hecho algo especial? ¿Notó algo en su embarazo? Incluso Ikoneti, en un primer momento sufrió aquel asedio. Pero como patriarca pronto lo cortó. Conforme pasó el tiempo y en espera de la celebración de la adopción, la gente fue calmándose. Volvieron a sus tareas diarias. Al fin y al cabo, aún quedaba mucho tiempo para que Makutule se convirtiera en un auténtico laibón. Antes tenía que pasar, como todo buen Maasai, el periodo de pastor y después, tras el rito de la circuncisión, el periodo de guerrero, de Morani. Quedaban, pues, muchos años para que aquel niño fuera lo que el futuro, aparentemente, le deparaba en ese momento.


Y, además, para eso debía ocurrir otra cosa. El niño debía abandonar el poblado. Desde que se celebrara el rito de adopción Makutule ya no sería hijo de Ikoneti, sería hijo de Obago. Y debería abandonar el poblado, e irse a vivir con Obago y pasar allí toda su vida, como hijo suyo, sin otro lazo más de unión con el enkang de Ikoneti que los recuerdos que atesorara de su infancia. Y esa circunstancia hacía que una persona en concreto del enkang estuviera taciturno, triste, serio. Lengwesi era el que más afectado estaba por la marcha de Makutule. Era él el que había hecho todo lo posible para que su hermano resolviera el problema de los sueños. Estaba contento por eso; y estaba contento porque su hermano iba a hacer lo que más le gustaba. Pero eso no impedía que en su corazón empezara a sentir un vacío, que iba aumentando día a día.


Una mañana, mientras se dirigían hacia el rebaño de su padre, Lengwesi dijo a Makutule:

-Te irás y nos olvidarás.

Makutule, que no esperaba oír eso en absoluto, y mucho menos de su hermano, sonrió y le preguntó como si no hubiera entendido.

-¿Qué has dicho?

-Que acabarás olvidándonos. -dijo Lengwesi con seriedad.

-Pero, ¿hablas en serio? -preguntó- ¿cómo puedes decir eso?

-No pronto, ni en tiempos cercanos. Pero nuestro recuerdo se borrará de tu mente.

Makutule se paró. Se colocó enfrente de su hermano y le dijo:

-Puedes asegurar que nunca te olvidaré, hermano.

Ambos niños se miraron fijamente. Parecían dos pequeños guerreros en mitad de la sabana, con el sol al fondo que hacía descender sus primeros rayos sobre la planicie.

-Hagamos un pacto. -propuso Lengwesi.

-De acuerdo. -dijo Makutule- Pero un pacto de sangre.

Lengwesi quedó sorprendido de la audacia de su hermano. Normalmente, de la pareja que formaban, él era el audaz e intrépido mientras su hermano era el inteligente y razonable.

-Sabes que para ese tipo de pactos se necesitan testigos, se hace en público, se sacrifica una res que luego se sirve a los invitados al banquete. No tenemos res, ni podemos cumplir ninguna de las condiciones para realizarlo. -respondió Lengwesi.

Makutule le miró y sonrió.

-Está bien. Hay una cosa que sí podemos cumplir.

-¿Cuál?

-El juramento final. -respondió Makutule. Y sin dar tiempo a reaccionar a su hermano, colocó su mano derecha sobre el hombro izquierdo de Lengwesi y prosiguió- Yo, Makutule, hijo de Ikoneti, futuro hijo de Obago, juro y me comprometo a realizar un pacto de sangre con Lengwesi cuando tenga la capacidad de realizarlo correctamente.

Lengwesi estaba petrificado. No sabía cómo reaccionar. Fue su hermano quien le sacó de ese trance.

-¡Vamos! ¡Es tu turno!

Lengwesi levantó su mano derecha, la colocó sobre el hombro izquierdo de Makutule y dijo:

-Yo, Lengwesi, hijo de Ikoneti, juro y me comprometo a realizar un pacto de sangre con Makutule cuando tenga capacidad para hacerlo.

Lengwesi bajo el brazo. Los dos hermanos se miraron y sonrieron. De la sonrisa pasaron a la risa franca. Y así, riendo y jugando entre ellos llegaron donde se encontraba el ganado de su padre.


Queridos amigos de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS. Interrumpo aquí la narración sobre la vida de los dos niños Maasai, Makutule y Lengwesi para hacerme eco de lo que hace unos días me dijo una amiga mía respecto a estas entradas.

Concretamente, me comentó que las hacía de forma autoconclusiva. Por tanto, no se entendía que la historia de estos dos muchachos continuaba en el tiempo, que era un relato continuo, sino más bien que eran historias independientes. Dicho esto, repasé las últimas entradas y me encontré con que era verdad, podían tomarse como relatos independientes.

Por eso, desde aquí quiero deciros a todos los seguidores de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS que la historia de estos dos niños quiere reflejar las costumbres del pueblo Maasai tal y como eran antes que la colonización inglesa llegara a sus tierras y se vieran “invadidos” por nuestra civilización. Por tanto, todos los relatos referidos a Makutule, Lengwesi y los personajes que los acompañan se encuentran dentro de un mismo relato, que quiere mostraros la riqueza de la cultura Maasai.

Nada más que deciros por mi parte, salvo que sigáis disfrutando de esta serie de narraciones y que nos sigamos encontrando en este mar de bits que es internet.


Queridos amigos de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS, nos vemos en la red.


viernes, 9 de diciembre de 2016

LCP Cap. 46: LAS REGLAS DE ADOPCIÓN EN EL PUEBLO MAASAI


Obago vio venir a Ikoneti por el camino. Desde lejos le saludó. Ikoneti devolvió el saludo. Al llegar a la entrada de la choza, fue el primero en hablar, con la fórmula de rigor.

-Espero que tu ganado esté bien.

-Y yo espero que el tuyo esté bien. -respondió Obago- ¿A qué se debe tu visita?

-Laibón, tengo un problema con uno de mis hijos y vengo a pedirte consejo. -expuso respetuosamente Ikoneti.

-Pasemos dentro.

Obago le indicó la entrada y al mismo tiempo le dijo a uno de sus hijos que le ayudaban que no vería a nadie más mientras estuviera dentro de la choza.

La disposición de la choza había variado poco desde la vez que estuvo Ikoneti allí con sus dos hijos. La sencillez y la simplicidad presidía toda la decoración del lugar, si es que se podía hablar de decoración al referirse a ladisposición de las distintas hierbas, raíces, frutas y a los utensilios que usaba el laibón en su día a día. Obago le invitó a sentarse a Ikoneti y le dijo:
 
-Has tardado. Esperaba tu visita con anterioridad en el tiempo.

Ikoneti quedó algo sorprendido.

-¿Por qué? -acertó a preguntar.

-No, no, esta vez no han sido mis dotes de laibón, de veedor del futuro. -Obago sonrió- Simplemente un hijo tan curioso y audaz como el tuyo tarde o temprano te metería en un tipo de problema de esos de los que necesitas mi ayuda. Pero creí que iba a ser mucho antes.

-No, no es así exactamente. -respondió Ikoneti.

-Bien, cuéntame entonces y veremos qué tipo de ayuda necesitas.

Ikoneti comenzó a hablar.

-Has acertado en cuanto al niño. Sí, se trata de Makutule. Es el que fue tan impertinente preguntándote esas cosas la última vez que estuvimos aquí. Me alegro que te acuerdes de él. Desde aquel día trabaja conmigo con el ganado, y es aplicado, inteligente, laborioso. No ha dado problemas.


-¿Entonces? -preguntó Obago.

Ikoneti, que hasta ese momento había mantenido la mirada baja, alzó sus ojos y miró directamente a los de Obago.

-Tiene sueños en los que ve el futuro.

El silencio se hizo entre los dos. La expresión amable, casi risueña, de Obago, se transformó. Su cara se mostraba seria, preocupada. Había dejado por un momento de mirar a Ikoneti, para poder digerir mejor la noticia que éste le acababa de dar. Volvió a enfrentar su mirada.

-Eso es muy serio. ¿Estás seguro?

-No estaría aquí si no lo estuviera.

-¿Y qué pretendes? -interrogó Obago.

-Esos sueños le están produciendo un gran sufrimiento a mi hijo. -contestó Ikoneti- Como laibón, haz lo que consideres más adecuado. No me importa que deje de tenerlos. Yo, como padre, únicamente te pido que hagas lo posible para que mi hijo deje de sufrir por esos sueños.

El silencio volvió a instalarse entre los dos hombres. Obago reflexionó. Si Ikoneti le estaba pidiendo ésto, era porque el don de los sueños sería muy fuerte en el niño y estaría interfiriendo en su labor como pastor. Pero la solución podía traer al niño tanto sufrimiento como el que tenía ahora. De pronto se dio cuenta que no lo había preguntado:

-¿Por qué sufre el niño?

-Porque como no pertenece a vuestro clan, y sin embargo tiene esos sueños, -explicó el padre- cree que los tiene por alguna razón maligna o bien que le destinan a algo malo.

-En ese caso, la solución que puedo darte acabará con el problema, pero te dejará sin un hijo.

A Ikoneti se le heló la sangre. No podía ser que el laibón le estuviera proponiendo algo tan horrendo. Casi no se atrevía a preguntar. Pero había ido allí para ayudar a su hijo, y llegaría hasta donde hiciera falta.

-¿Cómo?

-Puedo adoptarle, -Ikoneti suspiró tranquilo- y tratarle como a uno de mis hijos. Por lo curioso que es y lo inteligente que dices que es, puede ser candidato incluso a ser un buen laibón.

-Pero, ¿puede ser? Quiero decir, ¿es posible? -a Ikoneti se le iluminaba la cara por momentos.

-Puede ser. -explicó Obago- Por lo general sólo hacemos adopciones entre miembros de nuestra familia inmediata, pero con tu hijo haré una excepción.

-¿Y cómo vivirá? -preguntaba Ikoneti, que aún no podía creerlo.

-Pues como cualquiera que es adoptado por un laibón. Se le tratará como a un hijo, se le dará ganado, se le arreglará su circuncisión y su matrimonio. A tales personas se les suele llamar "ol-onito".

-¿Cómo podría agradecértelo?

-Espera. -le indicó Obago- Él debe querer. Porque esta relación es terminable a voluntad. Si el adoptado decide romper la relación, se afeita el pelo y se va, pero tiene que dejar atrás todo, -remarcó esta última palabra- todo lo que se le ha dado. Esto último lo tiene que tener muy, muy claro.

Las últimas palabras del laibón devolvieron seriedad a todo el interior de la choza. Pasados unos segundos, Ikoneti contestó:

-Hablaré con Makutule y te traeré su respuesta. Por mi parte, si esa es la manera de mejorar a mi hijo, estoy dispuesto a prescindir de él.

Ikoneti se inclinó y salió por la puerta de la choza. Obago le vio salir. Sentía curiosidad. Makutule con sus sueños que se cumplían. Makutule, un "veedor". ¿Sería capaz de ser un laibón? En ese momento no lo sabía. El tiempo se encargaría de mostrárselo.

Paisaje Maasai, fotografiado por Chris Minihane