martes, 2 de junio de 2015

EL FINAL DE LA PRIMAVERA

El siguiente texto fue escrito por mí hace aproximadamente unos dos años. Se trata de uno de los primeros intentos por valorar hasta que punto mi capacidad para la escritura era lo suficientemente adecuada para emprender un blog como el que estáis leyendo. Vosotros decidiréis si es un buen estilo, o necesita aún retoques, muchos o pocos. Cualquier opinión vuestra será bienvenida. Un gran abrazo a todos.

EL FINAL DE LA PRIMAVERA

Cuando el Sol sale por el horizonte, toda la campiña se inunda de luz, y los verdes campos señalan el final de la primavera. Desde hace algunos días, las temperaturas han comenzado a subir. Y los verdes pastos de ahora, se convertirán pasado un tiempo, en ardientes secarrales que, después de la siega, dará su último tributo de malas hierbas al sol, que impenitente, continuará día tras día, surgiendo en el horizonte para realizar la tarea vivificadora y mortal a un tiempo que tiene encomendada.


No hay árboles. La llanura está cubierta de cultivos. Las plantas, que gracias a la mano del hombre, han invadido y sustituido de forma exitosa a los árboles de mayor porte no permiten ninguna zona de sombra. Hambrientas de la energía solar, acaparan toda ella para transformarla en tejido vegetal, y éste, a su vez, desarrollarse y criar el fruto, el milagro de la vida.


El fruto, la semilla de donde nacerá la nueva planta, se rodea de tejido vegetal transformado en sustancia nutritiva para que llame la atención a los otros seres que comparten su hábitat con la planta. A los animales. Éstos, consumiendo el fruto, el tejido nutritivo que rodea a la semilla, serán los encargados del transporte, y de la extensión del cultivo de estas plantas. Algo que permitía a las plantas dispersarse y ocupar nuevas tierras.


Sin embargo, las plantas no han podido calcular su efecto sobre una especie animal. El hacerse tan apetitosas ha marcado su futuro. Y su futuro es la esclavitud. La esclavitud por parte de un ser que sabe modificar por sí mismo el ambiente que le rodea. Y que lo sabe modificar con una rapidez nunca vista antes sobre la faz de la tierra. Esclavitud que la llevará a ser la protagonista única de multitud de tierras, de sembrados. Esclavitud en que será cuidada para que dé el máximo fruto. Esclavitud que le permitirá descuidar el sacrosanto empeño en salir adelante, pues ya no lo necesita. Esclavitud en que será mejorada día a día, se le apartarán las hierbas rivales y producirá ciento por uno. Esclavitud en la que tendrá todo para ser feliz. Pero que, al fin y al cabo, será esclavitud.

miércoles, 27 de mayo de 2015

CUEVAS (I): MAYO Y MARK TWAIN

Nos encontramos en el mes de Mayo. Este mes, según la tradición apostólica romana, es el mes dedicado a la Virgen María, a la Madre de Dios. Y por extrapolación, por extensión de ese sentimiento, más o menos real, de cariño hacia la Madre de Dios, es el mes en que recordamos y celebramos a las madres. Existe un día, el día de la madre, que es el primer domingo de mayo en la cultura latina y el segundo domingo de dicho mes en la anglosajona, en que felicitamos a las madres, les hacemos regalos, e intentamos, con más o menos fortuna, acompañarlas. Pero no, la entrada de hoy no va a ir sobre este tema.

Entonces ¿por qué esta introducción?¿Cuál es la causa de este "recordatorio"? Bien, simplemente se trata de algo muy sencillo. En el mes de abril, mi madre realizó un viaje, y en lugar de traerme camisetas con el nombre de la ciudad de destino, algún cachivache con el típico "Recuerdo de..." o cosas similares; sabiendo que me gusta la multitud de temas que pueden incluirse bajo un término tan ecléctico como manido con es el de "cultura"; me trajo como regalo una guía de unas cuevas que visitó. Yo se lo agradecí y lo dejé a mano para leerlo en el momento que tuviera un rato libre. A principios de mayo comencé a leerlo y tanto me atrapó que no sólo "cayó" en dos días escasos, sino que me animó a iniciar una nueva serie de entradas, que saldrían solapadas con las otras series.


¿Por qué hablar sobre cuevas? Conforme pensaba en darle forma a este tipo de entregas fuí recordando episodios de mi niñez. El primer contacto literario con una cueva fue a raíz de la lectura del libro de Mark Twain "Las aventuras de Tom Sawyer". Una parte de la trama, una de las más importantes de la trama diría yo, se desarrolla en una cueva. Es donde Tom debe enfrentarse y salir airoso de su encuentro con "los  malos" de la novela. Cuando uno es pequeño, y la imaginación rebosa por todos los poros de la piel, se proyecta junto al protagonista en su aventura. Así me pasó. Desde entonces "soñaba" con una aventura en una cueva, si no similar, sí parecida a la que vivía Tom Sawyer. Así pasaron unos pocos años hasta el contacto con una auténtica cueva.

En una de las romerías del pueblo al que pertenezco, la gente suele acompañar a la Virgen -volvemos nuevamente al mes de Mayo, y a la celebración de la Madre de Dios- en la explanada existente frente a una ermita, que está construida a la falda de un monte que queda a su espalda; y está flanqueada por otros dos montes que dan al recinto un aspecto de circo glaciar antiguo, aunque posiblemente aquí no llegaron las glaciaciones que hace miles de años cubrían casi toda Europa. Pues bien, en el monte, a las espaldas de la ermita, subiendo por uno de sus caminos, se encuentra una cueva que tiene el nombre de un bandolero de la localidad. En todo monte que se precie existe la leyenda de un bandolero, y una cueva habitada por éste. (Personajes heterodoxos; por Jesús Callejo: En el Minuto 27, segundo 44 empieza a hablar del Tío Camuñas, uno de los bandoleros que puede haber habitado esta cueva).




Cuando entré en la cueva me llevé una pequeña decepción. Se trataba de una oquedad, una grieta muy amplia, de cientos de metros cuadrados, pero de una altura baja. Una persona normal debía andar agachada sino quería golpearse repetidamente contra los salientes del techo. En el centro, un charco en una depresión de la roca hacía las veces de laguna. Quizá también perdiera su romanticismo porque había bastante gente entrando, saliendo, hablando que no permitían disfrutar del espectáculo de esa sala rupestre natural.


También me atrajo en bachillerato, el conocer como se formaban las cuevas, y sobre todo, las de tipo kárstico. Estas últimas es donde estalactitas y estalagmitas se multiplican dando lugar a formaciones curiosas, artísticas, a veces fantasmagóricas. Todo ello vino a mi cabeza conforme hojeaba y leía la guía que me habían traído precisamente de una de las cuevas kársticas más bellas de España y que, precisamente, corresponde a la primera cueva kárstica que visité.

Pero todo ello será el tema de mi próxima entrada de esta serie. Hasta entonces, queridos amigos, muy buenas tardes.

lunes, 25 de mayo de 2015

LAS CRISIS DE EDAD (III): CRISIS DE LOS CUARENTA


La crisis de los 40 es una crisis de tipo vivencial, mientras que la crisis de los 50 es más de tipo existencial. ¿Por qué digo esto? Me explico. A los cuarenta, el hombre que pasa por esta crisis, pues no todos la experimentan, pretende realizar una serie de actividades que se salen del patrón que la sociedad marca para su estatus de hombre maduro. Es la edad en que se compra una moto, en la que pretende cambiar su coche por otro que sea más o menos deportivo, aunque sólo sea por la carrocería externa. También es la edad de los escarceos amorosos y las infidelidades, en donde el hombre busca no sólo otra pareja, sino además busca seducir a mujeres jóvenes, a las cuales dobla en edad y que incluso podrían ser sus hijas. Porque este deseo erotomaníaco, que diría un psiquiatra, característico de esta crisis no es tanto por rechazo de la pareja actual, ni por atracción hacía una nueva pareja.


Se trata más bien de la autoafirmación de sí mismo. Se trata de sentirse atractivo, deseado. Justo en la edad en que los primeros hijos comienzan a dejar el "nido"; justo en la fase en que la vida en pareja corre el gran riesgo de convertirse en una rutina monótona; y justo cuando el organismo físico del hombre comienza a dar las primeras señales de deterioro, justo en ese instante surge una pulsión desde el interior del ser humano que hace que se rebele de su condición y que intente, en un último esfuerzo, ridículo en muchos casos, revivir su años de juventud. De esta forma presenta una serie de conductas extravagantes en el mejor de los casos, dramáticas por sus consecuencias sobre el núcleo familiar en otros, y que hemos venido en denominar "crisis de los cuarenta". He hablado desde el punto de vista masculino. Es el que conozco. En la mujer no dudo que ocurrirá similar. Pero me imagino que con ciertos matices, los cuales animo a quien lea ésto añada para una comprensión más completa de este fenómeno.


Pero la crisis de los cuarenta pasa. Es lo que tienen los fenómenos asociados a la edad. Que terminan pasando. Los 40 se acaban. Al final el hombre se da cuenta que la moto está muy bien para sentir el viento en la cara; pero también siente el asfalto atravesando el mono de cuero y alcanzan su piel cuando la moto derrapa por arena en una curva y cae en una carretera. El coche deportivo está muy bien; hasta que se da cuenta que el "gorila" de la "disco" tiene uno mejor que el suyo y al que no podría optar jamás. Que ir de "tío enrollao" con las niñas está muy bien; hasta que le dejan en la barra para ir al baño y le toca pagar las bebidas al cabo de un rato, mientras por la ventana del local ve como se montan el coche más cutre de otro tío más joven que él.

No lo reconocerá delante de nadie, pero dentro de sí se dará cuenta que su crisis de los cuarenta ya está pasada.


martes, 19 de mayo de 2015

ENSEÑARAS A VOLAR


Enseñarás a volar,
pero no volarán tu vuelo.
Enseñarás a soñar,
pero no soñarán tu sueño.
Enseñarás a vivir,
pero no vivirán tu vida.
Sin embargo...
en cada vuelo,
en cada vida,
en cada sueño,
perdurará siempre la huella
del camino enseñado.

Madre Teresa de Calcuta.

Hoy es un martes normal. Un día cualquiera en la vida de un ser humano cualquiera. Me refiero a mí. He salido a la terraza. Estoy imposibilitado por una lesión de rodilla que está durando más de lo que a mí me hubiera gustado. En la terraza me da el aire. Veo volar a las aves. Vencejos, palomas, gorriones, grajillas. Incluso a lo lejos, en lontananza como solían decir mis viejos profesores, puedo observar como asciende una cigüeña usando las corrientes térmicas. Ha volado hasta una de ellas y, con las alas extendidas, se deja ascender suavemente, formando círculos hacia el cielo, para alcanzar altura y después iniciar su jornada de caza, de alimentación. 


Lejos, quizá en mitad de la población dónde vivo, están sus polluelos. Estamos a mediados de mayo. Los cigüeñinos deben estar ya bastante crecidos. La esperarán en el nido, aleteando, ejercitando las alas para el primer vuelo. Para su primera experiencia con el aire, el viento, la libertad de movimientos en un fluido que les permite desplazarse en todas las direcciones del espacio. Pero antes deben aprender, deben crecer y deben ser "enseñados" por sus progenitores.

Y al leer una revista, encuentro esta poesía, esta reflexión de la Madre Teresa de Calcuta: "Enseñarás a volar, pero..." Pero esa es la grandeza de ser padres. Una grandeza que muchos padres no entienden. Los padres deben, debemos, enseñar a nuestros hijos a moverse en el mundo. Los padres debemos enseñar a soñar, debemos enseñar a vivir. Pero debemos tener en cuenta que nuestros hijos deben vivir su vida, soñar su sueño, volar su vuelo. 

Algo que muchos confunden es la educación con el adoctrinamiento. Muchos quieren que sus hijos sean lo que ellos quieren. Otros desean que sus hijos no cometan los mismos errores que ellos, y, debido a ello, cometen otro error: intentar dirigir la vida de sus hijos. Y algunos, llevados de un pensamiento de "progreso" mal entendido, dejan que sean sus hijos, y no ellos, los que marquen lo que aprenden y no aprenden, sin darles ningún tipo de criterio para que se puedan guiar. Es como si las cigüeñas no enseñaran los primeros pasos en el vuelo a sus crías. Éstas posiblemente acabarían cayendo al suelo y lastimándose, quizá tanto que no podrían levantar el vuelo.

Los padres debemos educar, enseñar el camino a nuestros hijos. Y se lo debemos enseñar según la mejor manera que conocemos nosotros para andar el camino. Debemos darles los instrumentos y mostrarles las habilidades necesarias para recorrer dicho camino. Cómo nosotros sabemos, sin vergüenza ni complejos, con la certeza que les estamos ayudando realmente. 

Pero además debemos ser valientes, y una vez que tienen las habilidades, dejarles caminar solos su propio camino. No podemos evitarles las caídas, ni las dificultades. Son ellos los que deben hacer su camino. Son ellos los que deben vivir su vida. Y somos nosotros, los padres, los que debemos realizar el último gran acto de amor hacia nuestros hijos:

Dejarles soñar su sueño.


jueves, 14 de mayo de 2015

LAS CRISIS DE EDAD (II): UN ANCIANO DE 40 AÑOS


Cuando el hombre estaba asediado por las enfermedades, cuando podía acabar en las garras o en las fauces de las bestias con las que compartía el hábitat, cuando congéneres suyos de otra tribu distinta podían acabar con su vida, era muy raro que superara los 30 años de vida. En esos tiempos lejanos al que llegaba a los 40 años se le consideraba anciano y, por ende, sabio. Había vivido mucho para alcanzar esa edad. Había sobrevivido muchas lunas para llegar a ser tan viejo. Había arrastrado muchos peligros para conseguir ser de los últimos, sino el último, de su generación y ahora tenía la sacrosanta tarea de transmitir toda su sabiduría, todo lo que había vivido, a los más jóvenes. Para que estos aprendieran. Para que cuando se hallaran ante las mismas circunstancias supieran qué hacer, cómo salir del atolladero que el destino ponía ante ellos. Para que no se vieran como el viejo anciano de la tribu se vio porque nadie le había advertido, nadie le había enseñado.





Y esta enseñanza la impartía el anciano, el anciano de 40 años, alrededor del fuego, en las noches de invierno, dentro de la cueva, o en una tienda hecha con pieles de los animales cazados por los adultos de la tribu. El crepitar de las llamas, el baile de las sombras que se proyectaban en las paredes de la cueva, el olor que desprendía la madera quemada, todo ello contribuía a que en la mente de los pequeños quedaran impresas las imágenes del relato que el más anciano de su grupo les contaba. Miles de años antes que los griegos inventaran la filosofía, y descubrieran que una de las mejores formas para aprender es el diálogo entre alumno y maestro; miles de años antes que Homero escribiera su narración de la guerra de Troya, a partir de la cual cientos de generaciones han ido sumando nuevas narraciones; ya el hombre, un humilde Homo sapiens, junto al fuego, en el interior de una cueva, sabía que una de las mejores formas de transmitir la propia experiencia es el diálogo y la narración. Porque, en realidad, lo que transmitimos es experiencia. Propia o ajena. Vivida o prestada. Practicada o estudiada. Pero experiencia, al fin y al cabo.

¿Y por qué la transmitía este anciano de 40 años? ¿Para que los más jóvenes aprendieran? Por supuesto, no cabe duda. ¿Porque ya sabía todo? Posiblemente no. ¿Porque prefería quedarse en la aldea a ir en la partida de caza con los adultos? Seguramente no. Entonces, ¿por qué transmitía su saber a los más jóvenes?

La respuesta es dramática. El anciano transmitía sus conocimientos porque no se perdieran con su muerte. El anciano se sentía morir. No porque se sintiera enfermo, o porque tuviera una herida o una lesión que fuera mal, no, nada de eso. Simplemente veía que había perdido un montón de capacidades. No salía en la partida de caza porque no podía seguir al resto. Se quedaba rezagado. Iba perdiendo vista y oído. Uno del grupo tenía que estar al tanto de él. Suponía una rémora en la partida de caza. ¿Dónde era útil? ¿Dónde podía pasar sus últimos años? ¿Qué cualidad, qué habilidad poseía que fuera más útil para el grupo? Su gran capacidad de retentiva. Su extraordinaria memoria. Y su supervivencia. Era el último de su generación. Había visto crecer a todos los de su alrededor, y todos, en mayor o menor medida, le tenían cariño. Por eso era él el que se encargaba de contar las historias de la tribu a los más pequeños. Y aunque no era el líder, cargo que ostentaba uno de los individuos adultos, a él recurrían para pedir consejo cuando los problemas acuciaban y no encontraban una solución adecuada a la situación en la que se encontraban en ese momento.


Este anciano, cuando moría, a los cuarenta y pocos años de edad, se sentía satisfecho de haber vivido una vida plena. De niño, había jugado con sus amigos y había escuchado las historias que le había contado el más anciano de la tribu. De adolescente había tenido sus primeros escarceos amorosos, y había acompañado a los mayores en las salidas de caza. De joven había sido integrado en el círculo de los adultos, había participado en las partidas de caza, había escogido pareja y tenido descendencia. De adulto, había formado parte del grupo influyente de la tribu, podría haber participado en alguna que otra escaramuza con tribus vecinas, e incluso con suerte podría haber liderado el grupo durante un tiempo más o menos largo. Por último, al hacerse mayor, habría cedido el testigo a los que venían detrás de él y se habría dedicado a enseñar a las generaciones futuras la historia de la tribu, como legado que pasa de generación en generación. También les habría enseñado su experiencia, con sus aciertos y sus errores, para que pudieran aprender de ellos. Y así, una noche, con el manto de las estrellas sobre su cabeza, el anciano de la tribu habría sonreído y cerrado sus ojos.