viernes, 10 de abril de 2015

DESARROLLO CEREBRAL HUMANO (VI)


Tras la Semana Santa, que ha traído acontecimientos trágicos que no nos hubiera gustado a ninguno haber presenciado, retomamos hoy nuestra serie de entradas sobre el desarrollo cerebral humano. Un tema totalmente contrapuesto a aquel del que trataba nuestro post anterior. 

Justamente este conjunto de entradas quiere hacer hincapié en la necesidad de la educación desde la más tierna edad para conseguir que el fanatismo y la necedad humanas no sean las características esenciales en el comportamiento de esa gran especie, con todos sus defectos, que enseñorea la Tierra en estos momentos. Me refiero, como no, al Homo sapiens.



Acabábamos el último post de esta serie sobre el cerebro humano en sus primeras etapas de crecimiento hablando de la Hipótesis de la clave social. Y hoy vamos a ahondar un poco más en ella. Y esta vez nos iremos hacia atrás en el tiempo. Y nos mantendremos en Estados Unidos, pero del estado de Washington, en la costa oeste, nos iremos a Kansas, a las llanuras centrales. Allí, en los años 60 del siglo XX, una joven graduada en psicología infantil trataba de ayudar a niños de preescolar a superar sus déficits de vocabulario y de dicción.


Se llamaba Betty Hart (1927-2012). Ella y sus compañeras se fueron dando cuenta que sus esfuerzos comenzaban muy tarde en la vida de los pequeños. Que éstos no eran capaces de captar aquello que querían transmitirles simplemente con la intervención "extra" que ellas les podían suministrar. En los años 60 y 70 se achacaban estos déficits a factores inalterables como las circunstancias sociales o la herencia, lo cual hacía que no se pudiera intervenir de forma adecuada frente a ellos. Sin embargo, ni la Dra. Hart ni sus colegas se dieron por vencidos y durante la década de los 80 revisaron un montón de casos para intentar encontrar una nexo en común.

Al final, encontraron algo: "necesitabamos saber que ocurría con los niños en casa y el principio del crecimiento de su vocabulario." De este sencillo razonamiento surgió un estudio del cual, junto con su antiguo supervisor durante los estudios de carrera, el Dr.Todd Risley, actual profesor emérito de psicología en la Universidad de Alaska, publicó un libro en 1995: "Meaningful differences in the everyday experience of young american children" en el que se detallan todas las peripecias por las que pasó su estudio hasta conseguir los resultados que encontraron.

Y uno de los principales resultados fue que, tal como se podía ver en el post número V de ésta serie, la influencia de los padres en el bebé es mucho mayor de lo que se podría suponer en un primer momento.

Para llevar a cabo su estudio, Betty y Todd agruparon a las familias en tres categorías distintas, según su nivel socioeconómico: aquellas que tenían estudios universitarios, aquellas que eran trabajadoras, y las que se encontraban recibiendo un subsidio por desempleo. Hicieron un seguimiento de sus hijos, desde que tenían 10 meses hasta que cumplían los 3 años y descubrieron lo siguiente:

1.- En los tres grupos de familias, los niños comenzaban a hablar a la misma edad y la estructura del lenguaje se desarrollaba adecuadamente.

2.- En las familias de mayor nivel cultural, el niño oía una media de 2.153 palabras/hora, los niños cuyos padres trabajaban bajaba la media a 1.251, y los que sus padres se encontraban en situación de paro era de tan sólo 616 palabras.

3.- A la edad de 3 años, el vocabulario acumulado por los hijos de padres universitarios era de 1.100 palabras, los de padres de clase trabajadora 750, y los de padres en paro 500.

4.- A la edad de 3 años, los resultados de test de inteligencia eran mejores en los niños del primer grupo y sus resultados escolares a los 9 años de edad fueron mejores.

Con este estudio, los autores se dieron cuenta que las diferencias con las que llegaban los niños en la escuela eran mayores y más intratables de lo que en un primer momento se hubiera creído. Los tres primeros años de vida en el hogar, en contacto con los padres, son mucho más importantes para el desarrollo cognitivo e intelectual del niño de lo que pudiera parecernos a los adultos. En ese periodo de su vida son especialmente maleables y dependen del adulto para "modelar" sus experiencias.

Desde el punto de vista del conocimiento, la experiencia es secuencial: la experiencia establece un hábito, éste lleva a una búsqueda que da lugar a una nueva experiencia y de esta manera se llega a experiencias más complejas que dan lugar a procesos de pensamiento más o menos complejos. Por otro lado, neurológicamente, el desarrollo de la corteza cerebral en la infancia, y sobre todo en la infancia temprana, se ve influenciado por la cantidad de tejido cerebral que se encuentre activado. Y esa activación se lleva a cabo gracias a la cantidad de experiencia a la que se enfrenta el niño y las opciones con las que tiene que "jugar". Por último, respecto al comportamiento, en la infancia temprana, casi toda la experiencia está mediada por la interacción con los adultos, sobre todo con los progenitores, en donde juega un papel fundamental el afecto que muestren hacia su bebé.


¿Qué nos quiere decir todo ésto? Que el niño, ya desde su más tierna infancia, desde que es bebé, es un ser complejo, necesitado de ayuda, sí, por supuesto, pero al mismo tiempo, con una gran cantidad de potencialidades que los padres podemos ayudar a que se expresen con algo tan sencillo como la atención, el cuidado, el afecto.

Nos queda aún un estudio más. Hasta que llegue, un afectuoso saludo.

viernes, 3 de abril de 2015

VIERNES SANTO EN GARISSA


Madrugada del 1 de abril de 2015. Te despiertan unos disparos. De pronto ves que tus compañeros gritan, se arma un revuelo, salen corriendo, irrumpen en el dormitorio que compartes con otros estudiantes como tú y oyes una ráfaga de disparos, y todo se vuelve negro.

Madrugada del 1 de abril de 2015. Te despierta el sonido de una detonación. La has escuchado muy cerca. Seguidamente oyes ráfagas de disparos. Ya las conoces. Estás estudiando con la esperanza de no volver a oírlos. Te levantas rápidamente. En la confusión, ves entrar a hombres armados en el dormitorio, os hacen ir hacia las aulas. Ves que es una encerrona. A la primera ventana abierta, tratas de saltar junto con otros, ya lo has hecho algunas veces. Oyes gritos, nuevas ráfagas de tiros. Oyes gritos ahogados de algunos compañeros, sientes un dolor agudo en el muslo izquierdo, pero sigues corriendo. Sabes que es lo único que te puede salvar.

Mañana del 1 de abril de 2015. Te han despertado la confusión, los gritos, las carreras de los compañeros, pero los peor ha sido los disparos. Has visto a estudiantes caer abatidos. Ahora os han llevado a un aula. Os están preguntando si sois musulmanes o cristianos. A los musulmanes los dejan ir. ¿Qué pasa? Temes lo peor. Preguntan si tenemos móviles. Los afortunados los sacan, creyendo que van a tener una oportunidad. "Llamad a vuestros padres" es la consigna. Nerviosos, marcan los números. Ya está. Ya los están llamando. "Ahora, despediros de ellos, vais a morir". Una ráfaga de balas recorre el aula. No noto nada, sólo la oscuridad.


Así hasta 149 historias ocurridas en la mañana del 1 de abril. No es necesario un testigo directo. Sólo con estar en contacto con la realidad de la zona, y los habrá mucho más dignos que yo, pueden describirlo de forma adecuada. He dudado mucho antes de escribir esta entrada. Debido a las fechas en que estamos en Occidente -la Semana Santa-, debido al asunto al que se refiere -el odio sin sentido-, debido al antecedente -24 de marzo, un copiloto estrella un avión en los Alpes con, curioso, 149 personas en su interior, todas ellas fallecidas- que podría llevar a comparaciones que siempre son y serán odiosas y en las que no quiero caer.

Pero hay algo que sí quisiera decir. El horror que vivieron 149 estudiantes, las vidas truncadas de 149 estudiantes sólo merecieron en los noticiarios de la mayoría del mundo occidental de 1 a 5 minutos. He de recordar que 5 personas con armas de fuego de repetición pueden provocar el mismo escenario de horror en cualquier lugar del planeta y que no podemos estar seguros, tal como se demostró en los atentados de París contra la revista Charlie Hebdo. Somos una aldea global para lo bueno y para lo malo. Y aquellos que quieren hacer daño, sean del signo que sean, se han dado cuenta de ello y están aprendiendo a jugar con las mismas cartas.


Hay una película que suelo recomendar ver siempre que puedo. "Hotel Rwanda". Está ambientado en el genocidio ruandés de 1994. Cuando todo Occidente miró hacia otro lado. Trata muy bien, sin entrar en el morbo, todo lo que supuso ese hecho histórico, centrando la historia en el esfuerzo del director de un hotel el "Mille Collines" para intentar librar primero a su familia, luego al hotel, y después a la gente que iba refugiándose en el hotel de la locura que estaba viviéndose en el exterior. Pues bien, por encima de las escenas de matanzas, que las hay, de cadáveres, traiciones, violencia, que las hay; la más dura, la que más marca todo el significado de la película y de lo que ocurrió en aquella ocasión en Ruanda en 1994 se da, como casi siempre en el buen cine, en la barra del bar del hotel en una conversación entre el comandante de las fuerzas de la ONU, interpretado por Nick Nolte, y el director del hotel, interpretado por Don Cheadle. Don Cheadle le está contando a Nick Nolte la esperanza que tiene de que la comunidad internacional, la ONU, tome cartas en el asunto, y tras mucho discutir Nick Nolte le espeta:
-¡No te has enterado! No le interesáis a nadie. No es que seáis negros. ¡Es que sois africanos!

Ocurría en 1994. Por desgracia, parece que sigue ocurriendo en 2015.

viernes, 27 de marzo de 2015

REFLEXIÓN AL ATARDECER


Hoy estoy desanimado. No tengo ganas. Sólo de hablar. De hablar con la gente, de hablar con quién sea. De lo que sea, de lo más trivial. Ni quiero leer. Ni quiero estudiar. Ni quiero televisión. Ni quiero ordenador. Ni quiero internet. Sólo hablar. O escribir.


Escribir. Con una pluma estilográfica. Rasgar las páginas. Derramar tinta como se derrama el ánimo al atardecer. Gastar tinta, como se gasta la sangre en las miles de pequeñas luchas del día a día. Hasta acabar el depósito. El anhelo y la meta no tienen sentido, pero ¿tienen sentido muchas de las discusiones diarias en las que nos enzarzamos? Nos perdemos en el detalle, en la minucia. Y lo paradójico es que no sabemos ver el detalle.


Mientras escribo esto y rasgo, dibujo las letras con las formas caligráficas que aprendí en la niñez. La ele con las curvas y un círculo en su base. La T mayúscula, como si fuera un sombrero de tres picos en la cabeza de un soldado de Carlos III. Hasta los números romanos, tan serios y sobrios, tienen su romanticismo. Es mi manera de evadirme de un mundo de prisas.


De un mundo que premia la eficacia por encima de la belleza. La ciencia por encima del arte. La tecnología por encima de la artesanía. La máquina por encima del hombre. Deberíamos recordar el final de la fábula de la cigarra y la hormiga:


La cigarra muere de frío en el duro invierno. La hormiga, gracias a lo que ha acumulado, sobrevive a la primavera. Pero cuando la hormiga sale a disfrutar de los rayos de sol, descubre que le falta algo. Le falta el canto de su amiga la cigarra. Y la hormiga, la diligente hormiga, muere de tristeza.

Queridos amigos, que no nos pase lo mismo. Buenas tardes.


miércoles, 25 de marzo de 2015

DESARROLLO CEREBRAL HUMANO (V)


En el post anterior nos quedábamos en el punto en que veíamos que el cerebro era capaz de reconocer errores gramaticales de idiomas que no conocía, y que ello lo podía realizar con solo un poco de ayuda consistente en repetición de las expresiones del idioma extranjero al que se exponía al niño o al bebé. Pero nos hacíamos la siguiente pregunta: si eso era así, ¿significaba que simplemente con un método artificial -una cinta de audio, o un archivo mp3- sería suficiente para que el bebé llegará a dominar una forma de comunicación compleja como es el lenguaje?


Esa respuesta nos la da otra neurocientífica. Esta vez nos tenemos que ir a la Universidad de Washington, no la ciudad, sino el estado de Washington. Saltamos de continente. De Europa nos vamos a América, a la costa del Pacífico, a la ciudad de Seattle.

Allí trabaja la Dra. Patricia Kuhl, la cual está realizando una serie de estudios sobre la adquisición del lenguaje en los niños. Y ha podido encontrar que hasta los 6 meses de edad, los bebés son capaces de discriminar cualquier tipo de sonido, tanto en la lengua materna como en otra lengua extranjera. Sin embargo, a partir de los 6 a los 12 meses de edad esa capacidad, aunque mejora un montón respecto a la lengua materna, prácticamente llega a perderse respecto a la identificación de sonidos en lengua extranjera.

Esto le llevó al planteamiento siguiente: y si exponemos a los bebés a un idioma totalmente distinto al materno, con distintos medios audiovisuales durante una serie de sesiones, ¿qué ocurrirá? Con este reto, la Dra. Kuhl y su equipo se pusieron en marcha. Seleccionaron a bebés de 9 meses de edad anglófonos y los dividieron en tres grupos de la siguiente forma:

1º/ 12 sesiones con tutores que les hablaban en mandarín, e interactuaban con ellos y les leían cuentos en ese idioma.

2º/ 12 sesiones en que a través de cintas de vídeo ven a esos tutores leyéndoles los mismos cuentos en mandarín.

3º/ 12 sesiones en que oyen en audio los mismos cuentos leídos por los mismos tutores en mandarín.

¿Qué ocurrió tras esas doce sesiones? Pues el primer grupo, aquellos que habían tenido el tutor, habían interactuado con él, eran capaces de discriminar el mandarín igual que un bebé nativo. Los otros dos grupos, que habían usado medios audiovisuales, no habían aprendido nada.

Es decir, aquel bebé que había tenido el contacto directo con el ser humano, con otro individuo de su propia especie, que había podido intercambiar mensajes sonoros, físicos, sensoriales, no sólo mediante la audición, sino también mediante la visión, el tacto, etc. ese bebé había conseguido aprender, aprehender, el significado de los sonidos que emitía el ser humano que compartía su tiempo con él.

Cuando, sin embargo, el ser humano era sustituido por una máquina, por muy sofisticada que fuera, por muy bien que imitara el efecto que quisiéramos que aprendiera el bebé, éste no se sentía en ningún momento estimulado a retener aquellos sonidos que algo inanimado producía y que el bebé no sabía si iban dirigidos a él o simplemente eran lanzados al espacio sin ningún tipo de intencionalidad.

Aquí la Dra. Patricia Kuhl nos habla de la Hipótesis de la clave social, es decir, la experiencia social abre la puerta al ser humano para el  desarrollo lingüístico, cognitivo y emocional. 

Yo, en mi humilde opinión, me atrevería a añadir algo más: la experiencia social abre la puerta al bebé a la vida en toda su extensión y maravilla.

Hasta la próxima entrada.


lunes, 16 de marzo de 2015

DESARROLLO CEREBRAL HUMANO (IV)


Hoy nos trasladamos al Departamento de Neuropsicología del Instituto Max Planck de Neurociencias y Cognición Humana en Leipzig. Allí existe otra investigadora, la Dra. Angela Friederici, neuropsicóloga y actualmente vicepresidenta de la Sociedad Max Planck que está realizando un estudio sobre la sintaxis y su modo de regulación desde el tejido cerebral.

De hecho, uno de los componentes fundamentales en el lenguaje humano es la sintaxis. La capacidad de mezclar las distintas palabras, los distintos sonidos para convertirlos en un lenguaje comprensible por parte del congénere que recibe dicha cadena de sonidos. Esta sintaxis establece las reglas en que se deben combinar las palabras para formar oraciones correctas.
Las bases neuroanatómicas, es decir, las zonas del cerebro en dónde se hallan las capacidades para poder realizar adecuadamente ese ejercicio de sintaxis que nos permite comunicarnos de una forma precisa, se encuentran bien localizadas en el individuo adulto. Forman lo que los científicos han dado en llamar el área de Broca y el área de Wernicke. Pero, sin embargo, los científicos aún no están de acuerdo en la aparición de las mismas en el cerebro en maduración del niño, del bebé.

Y aquí entra en juego el estudio que está llevando a cabo la Dra. Angela Friederici. Con minúsculos electrodos colocados en el cuero cabelludo, que producen una nula molestia para el niño, se registra las reacciones cerebrales del infante ante distintas frases que se le dan.

Pero el truco está en darles frases correctas e incorrectas en un idioma que no es el materno y que, por tanto, no conocen su sintaxis, ni han tenido posibilidad de conocer sus reglas previamente. ¿Qué es lo que se han ido encontrando la Dra. Friederici y sus colaboradores durante sus investigaciones? Pues bien, al principio, como era de esperar, las reacciones ante las frases que se les presentaban al bebé y al niño eran similares, no existía diferencia. Pero, sin embargo, tras varias rondas, en el transcurso de un tiempo tan escaso como de diez a quince minutos, las reacciones cerebrales empezaban a ser diferentes entre aquellas frases que eran correctas sintácticamente y aquellas otras que eran incorrectas.

¿Quería esto decir que el niño era capaz, por sí mismo, de comprender las reglas gramaticales de cualquier lengua, aunque no la hubiera aprendido? La Dra. Friederici, en las conclusiones a su trabajo nos razona más bien en otro sentido. Ella nos explica que la distinción que es capaz de hacer el cerebro del niño entre frases correctas e incorrectas en un idioma extraño no se debe a un conocimiento innato de sintaxis sino más bien a una "regularidad codificada fonológicamente". El cerebro tendría una plasticidad adecuada a esas edades tempranas de la vida que permitiría absorber los cambios y distinguir diferencias mínimas entre cadenas de sonidos aparentemente iguales, lo que facilitaría el aprendizaje.

Se ha podido observar que los niños, a los dos años y medio son capaces de corregir los errores gramaticales. Y que con tres años tienen un dominio más que adecuado de las reglas gramaticales, así como se de un aumento acelerado del vocabulario lo cual se vería favorecido por la creación de nuevas conexiones interneuronales que facilitarían la explosión lingüística que se da a partir de esa edad en los niños.


¿Pero es todo cuestión técnica, neuronal? ¿Bastaría con exponer a los niños a unos estímulos físicos? ¿O habría que tener en cuenta algún otro factor? Si me siguen en mi próxima entrada, en el próximo estudio que les mostraré, entenderán lo que quiero decir.