En el post anterior nos quedábamos en el punto en que veíamos que el cerebro era capaz de reconocer errores gramaticales de idiomas que no conocía, y que ello lo podía realizar con solo un poco de ayuda consistente en repetición de las expresiones del idioma extranjero al que se exponía al niño o al bebé. Pero nos hacíamos la siguiente pregunta: si eso era así, ¿significaba que simplemente con un método artificial -una cinta de audio, o un archivo mp3- sería suficiente para que el bebé llegará a dominar una forma de comunicación compleja como es el lenguaje?
Esa respuesta nos la da otra neurocientífica. Esta vez nos tenemos que ir a la Universidad de Washington, no la ciudad, sino el estado de Washington. Saltamos de continente. De Europa nos vamos a América, a la costa del Pacífico, a la ciudad de Seattle.
Esto le llevó al planteamiento siguiente: y si exponemos a los bebés a un idioma totalmente distinto al materno, con distintos medios audiovisuales durante una serie de sesiones, ¿qué ocurrirá? Con este reto, la Dra. Kuhl y su equipo se pusieron en marcha. Seleccionaron a bebés de 9 meses de edad anglófonos y los dividieron en tres grupos de la siguiente forma:
1º/ 12 sesiones con tutores que les hablaban en mandarín, e interactuaban con ellos y les leían cuentos en ese idioma.
2º/ 12 sesiones en que a través de cintas de vídeo ven a esos tutores leyéndoles los mismos cuentos en mandarín.
3º/ 12 sesiones en que oyen en audio los mismos cuentos leídos por los mismos tutores en mandarín.
¿Qué ocurrió tras esas doce sesiones? Pues el primer grupo, aquellos que habían tenido el tutor, habían interactuado con él, eran capaces de discriminar el mandarín igual que un bebé nativo. Los otros dos grupos, que habían usado medios audiovisuales, no habían aprendido nada.
Es decir, aquel bebé que había tenido el contacto directo con el ser humano, con otro individuo de su propia especie, que había podido intercambiar mensajes sonoros, físicos, sensoriales, no sólo mediante la audición, sino también mediante la visión, el tacto, etc. ese bebé había conseguido aprender, aprehender, el significado de los sonidos que emitía el ser humano que compartía su tiempo con él.
Cuando, sin embargo, el ser humano era sustituido por una máquina, por muy sofisticada que fuera, por muy bien que imitara el efecto que quisiéramos que aprendiera el bebé, éste no se sentía en ningún momento estimulado a retener aquellos sonidos que algo inanimado producía y que el bebé no sabía si iban dirigidos a él o simplemente eran lanzados al espacio sin ningún tipo de intencionalidad.
Aquí la Dra. Patricia Kuhl nos habla de la Hipótesis de la clave social, es decir, la experiencia social abre la puerta al ser humano para el desarrollo lingüístico, cognitivo y emocional.
Yo, en mi humilde opinión, me atrevería a añadir algo más: la experiencia social abre la puerta al bebé a la vida en toda su extensión y maravilla.
Hasta la próxima entrada.
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