domingo, 26 de marzo de 2017

LCP Cap. 56: LAS RELACIONES SEXUALES EN EL PUEBLO MAASAI

Frutos de la planta conocida por los Maasai como Olamuriaki. Foto de Max Lemayian

Tras la despedida del morani, a Makutule le quedaban muchas dudas, y empezó a preguntar. La primera era la más obvia.

-¿Qué hierbas le has dado para curarle a él y a todos los de su manyatta?

-Onyokie, pero también puedes usar olkokola, elmakutukut, y olamuriaki.

-¿Y esa enfermedad sale de la compañía de mujeres?

-Sí, Makutule.

-¡Pues no lo entiendo! He estado muchos años en compañía de mi madre, que es una de las mujeres más experimentadas que conozco, y a mí nunca me ha salido pus por el pene.

Obago lanzó una sonora carcajada. Recordó que Makutule estaba justo al borde de esa edad en que aún se ve al sexo opuesto como simple compañero de viaje, madres, tías, hermanas, abuelas si había suerte de verlas vivir. Pero pronto empezaría a notar otras cosas. Quizá habría llegado el momento de explicárselo.

Cráter del Ngorongoro, con las nubes cubriéndolo. Foto procedente del blog trekearth.com

Se sentó a la entrada de su cabaña, frente al paisaje que le brindaba la meseta de Maasailand, y le dijo:

-Ven, Makutule. Siéntate a mi lado.

El chico lo hizo.

-Cuando el morani ha hablado, cuando hemos hablado, de la compañía de las mujeres, no nos referíamos precisamente a la compañía que te hacía tu madre, antes que empezaras a ser pastor, o a la de tus hermanas jugando en el enkang.

-¿No? ¿Entonces? -preguntó Makutule.

-¿Sabes lo que quería decir cuando te he hablado de la unión de un hombre y una mujer?

-Creo... que... sí. -Makutule no quería reconocer su ignorancia. Obago, al notarlo, le retó.

-Muy bien. Pues entonces, cuéntamelo.

Joven maasai, Kenya. Foto de Johan Gerrits

-Pues que cuando un hombre se acuesta con una mujer varias veces, al final, la mujer queda preñada de un bebé. -relató Makutule de forma dubitativa.

-¿Y nada más? -siguió preguntando Obago.

-¿Qué quieres decir?

-¿Por qué cuando se acuestan un hombre y una mujer, y no cuando lo hacen dos hombres o dos mujeres?

Makutule estaba cada vez más perplejo. No sabía lo que le quería decir su maestro. Y esta última pregunta le dejó sumido en una profunda confusión. Lo había visto tan natural que nunca se lo había planteado, era algo que siempre había dado por hecho, como el respirar o el comer.

Obago, al ver el aturdimiento del muchacho, comenzó a explicarse.

-A ver, Makutule. Tú sabes que existen diferencias físicas entre el hombre y la mujer, ¿no?

-Sí, padre. Son... -iba a comenzar a decirlas, pero Obago levantó la mano, indicándole que no era necesario.

-No. Demasiado sé que las sabes. Ahora me toca hablarte de la razón por la que existen esas diferencias físicas.

-¡Si también las sé! -protestó el chico.

-No del todo, aprendiz de laibón, no del todo.

Makutule hizo un mohín de desagrado. No le gustaba fallar, pero menos le gustaba saber las cosas a medias. Cuando creía que sabía algo al completo se sentía tan orgulloso que cuando Obago le mostraba sus carencias, no podía evitar una reacción de disgusto y rebeldía.

-Te queda saber porque tu miembro viril se endurece al ver a una chica que te gusta.

Makutule sintió que le subía calor por la cara y que sus pabellones auriculares aumentaban de temperatura. Bajó los ojos, y Obago, que notó la reacción del muchacho, prosiguió.

-He acertado, ¿verdad?

-Sí, pero eso, ¿qué tiene que ver con que la mujer quede embarazada?

-Pues que necesitas un miembro bien duro para que ella quede encinta.

Makutule volvió a reaccionar tímidamente. Bajó la cabeza, emitió una risita nerviosa y notó como si de sus orejas saliera fuego.

-Te lo explicaré. -comenzó Obago.

Foto del blog venusrex,blogspot.com.es
El laibón empezó a contarle a Makutule directamente todas las reacciones fisiológicas que sufría el cuerpo de la mujer y del hombre en el caso que se diera la atracción física entre ambos. Describió con todo detalle cómo se comportaban ambos aparatos genitales, masculino y femenino, y lo que es más difícil, lo que sentían ambas personas en ese momento de atracción sexual.

Acto seguido, le describió el acto sexual. La unión del hombre y la mujer. La función que debía realizar su miembro. Cuál era la parte que le correspondía al receptáculo femenino. Y le narró todo el disfrute que podían alcanzar ambos en ese momento supremo. Y le añadió que justo por ser el momento de máximo disfrute entre dos seres humanos, justo entonces es cuando Ngai, el dios supremo de todos los Maasai, había dispuesto que se produjera la creación de un nuevo ser. Ese nuevo ser sería el culmen, el fruto, de ese momento mágico, de ese momento supremo que se llega a alcanzar entre dos seres humanos.

-Entonces, padre, -cortó Makutule la narración- ¿no siempre se alcanza ese momento supremo? Pues no siempre la mujer queda embarazada.

-Bien visto, Makutule. Por eso, para nosotros, los hijos son una bendición. -Makutule se puso algo triste. Obago, que adivinó sus pensamientos, añadió- Incluso los adoptados.

Obago le dio un pescozón cariñoso en la cabeza y el muchacho volvió a sonreír. El laibón regresó a su narración, contándole esta vez las costumbres de su pueblo. Cuando una mujer alcanza la pubertad y es circuncidada ya puede casarse, pero hasta el momento en que se case, tiene total libertad para mantener relaciones sexuales con guerreros jóvenes. Incluso casada, puede tener relaciones con compañeros del mismo grupo de edad de su marido, y también con antiguos conocidos o novios. Eso sí, los hijos, aunque fueran concebidos fuera del matrimonio, se consideran pertenecientes al marido y a su familia.

Las jóvenes viven en el enkang del padre hasta que se casan, y como pudo comprobar Makutule, no solamente la poligamia, que ya la había visto en su padre, sino la promiscuidad sexual, tanto masculina como femenina, estaba aceptada sin cortapisas en la sociedad Maasai. Por último, Obago le habló de la importancia que entre su pueblo se daba a la belleza física, de tal forma que le aconsejó que cuando quisiera enamorar a su primera mujer, estuviera bien atento a su apariencia y a su cuidado personal.

-Y ahora, pequeño laibón, -concluyó Obago- ve a descansar. Por hoy creo que has tenido bastante.

-Sí, padre. -contestó Makutule.

Tanto se había alargado la charla que la luna se encontraba ya colgada en el horizonte, cuando el muchacho salió de la choza del laibón.


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