domingo, 26 de marzo de 2017

LCP Cap. 56: LAS RELACIONES SEXUALES EN EL PUEBLO MAASAI

Frutos de la planta conocida por los Maasai como Olamuriaki. Foto de Max Lemayian

Tras la despedida del morani, a Makutule le quedaban muchas dudas, y empezó a preguntar. La primera era la más obvia.

-¿Qué hierbas le has dado para curarle a él y a todos los de su manyatta?

-Onyokie, pero también puedes usar olkokola, elmakutukut, y olamuriaki.

-¿Y esa enfermedad sale de la compañía de mujeres?

-Sí, Makutule.

-¡Pues no lo entiendo! He estado muchos años en compañía de mi madre, que es una de las mujeres más experimentadas que conozco, y a mí nunca me ha salido pus por el pene.

Obago lanzó una sonora carcajada. Recordó que Makutule estaba justo al borde de esa edad en que aún se ve al sexo opuesto como simple compañero de viaje, madres, tías, hermanas, abuelas si había suerte de verlas vivir. Pero pronto empezaría a notar otras cosas. Quizá habría llegado el momento de explicárselo.

Cráter del Ngorongoro, con las nubes cubriéndolo. Foto procedente del blog trekearth.com

Se sentó a la entrada de su cabaña, frente al paisaje que le brindaba la meseta de Maasailand, y le dijo:

-Ven, Makutule. Siéntate a mi lado.

El chico lo hizo.

-Cuando el morani ha hablado, cuando hemos hablado, de la compañía de las mujeres, no nos referíamos precisamente a la compañía que te hacía tu madre, antes que empezaras a ser pastor, o a la de tus hermanas jugando en el enkang.

-¿No? ¿Entonces? -preguntó Makutule.

-¿Sabes lo que quería decir cuando te he hablado de la unión de un hombre y una mujer?

-Creo... que... sí. -Makutule no quería reconocer su ignorancia. Obago, al notarlo, le retó.

-Muy bien. Pues entonces, cuéntamelo.

Joven maasai, Kenya. Foto de Johan Gerrits

-Pues que cuando un hombre se acuesta con una mujer varias veces, al final, la mujer queda preñada de un bebé. -relató Makutule de forma dubitativa.

-¿Y nada más? -siguió preguntando Obago.

-¿Qué quieres decir?

-¿Por qué cuando se acuestan un hombre y una mujer, y no cuando lo hacen dos hombres o dos mujeres?

Makutule estaba cada vez más perplejo. No sabía lo que le quería decir su maestro. Y esta última pregunta le dejó sumido en una profunda confusión. Lo había visto tan natural que nunca se lo había planteado, era algo que siempre había dado por hecho, como el respirar o el comer.

Obago, al ver el aturdimiento del muchacho, comenzó a explicarse.

-A ver, Makutule. Tú sabes que existen diferencias físicas entre el hombre y la mujer, ¿no?

-Sí, padre. Son... -iba a comenzar a decirlas, pero Obago levantó la mano, indicándole que no era necesario.

-No. Demasiado sé que las sabes. Ahora me toca hablarte de la razón por la que existen esas diferencias físicas.

-¡Si también las sé! -protestó el chico.

-No del todo, aprendiz de laibón, no del todo.

Makutule hizo un mohín de desagrado. No le gustaba fallar, pero menos le gustaba saber las cosas a medias. Cuando creía que sabía algo al completo se sentía tan orgulloso que cuando Obago le mostraba sus carencias, no podía evitar una reacción de disgusto y rebeldía.

-Te queda saber porque tu miembro viril se endurece al ver a una chica que te gusta.

Makutule sintió que le subía calor por la cara y que sus pabellones auriculares aumentaban de temperatura. Bajó los ojos, y Obago, que notó la reacción del muchacho, prosiguió.

-He acertado, ¿verdad?

-Sí, pero eso, ¿qué tiene que ver con que la mujer quede embarazada?

-Pues que necesitas un miembro bien duro para que ella quede encinta.

Makutule volvió a reaccionar tímidamente. Bajó la cabeza, emitió una risita nerviosa y notó como si de sus orejas saliera fuego.

-Te lo explicaré. -comenzó Obago.

Foto del blog venusrex,blogspot.com.es
El laibón empezó a contarle a Makutule directamente todas las reacciones fisiológicas que sufría el cuerpo de la mujer y del hombre en el caso que se diera la atracción física entre ambos. Describió con todo detalle cómo se comportaban ambos aparatos genitales, masculino y femenino, y lo que es más difícil, lo que sentían ambas personas en ese momento de atracción sexual.

Acto seguido, le describió el acto sexual. La unión del hombre y la mujer. La función que debía realizar su miembro. Cuál era la parte que le correspondía al receptáculo femenino. Y le narró todo el disfrute que podían alcanzar ambos en ese momento supremo. Y le añadió que justo por ser el momento de máximo disfrute entre dos seres humanos, justo entonces es cuando Ngai, el dios supremo de todos los Maasai, había dispuesto que se produjera la creación de un nuevo ser. Ese nuevo ser sería el culmen, el fruto, de ese momento mágico, de ese momento supremo que se llega a alcanzar entre dos seres humanos.

-Entonces, padre, -cortó Makutule la narración- ¿no siempre se alcanza ese momento supremo? Pues no siempre la mujer queda embarazada.

-Bien visto, Makutule. Por eso, para nosotros, los hijos son una bendición. -Makutule se puso algo triste. Obago, que adivinó sus pensamientos, añadió- Incluso los adoptados.

Obago le dio un pescozón cariñoso en la cabeza y el muchacho volvió a sonreír. El laibón regresó a su narración, contándole esta vez las costumbres de su pueblo. Cuando una mujer alcanza la pubertad y es circuncidada ya puede casarse, pero hasta el momento en que se case, tiene total libertad para mantener relaciones sexuales con guerreros jóvenes. Incluso casada, puede tener relaciones con compañeros del mismo grupo de edad de su marido, y también con antiguos conocidos o novios. Eso sí, los hijos, aunque fueran concebidos fuera del matrimonio, se consideran pertenecientes al marido y a su familia.

Las jóvenes viven en el enkang del padre hasta que se casan, y como pudo comprobar Makutule, no solamente la poligamia, que ya la había visto en su padre, sino la promiscuidad sexual, tanto masculina como femenina, estaba aceptada sin cortapisas en la sociedad Maasai. Por último, Obago le habló de la importancia que entre su pueblo se daba a la belleza física, de tal forma que le aconsejó que cuando quisiera enamorar a su primera mujer, estuviera bien atento a su apariencia y a su cuidado personal.

-Y ahora, pequeño laibón, -concluyó Obago- ve a descansar. Por hoy creo que has tenido bastante.

-Sí, padre. -contestó Makutule.

Tanto se había alargado la charla que la luna se encontraba ya colgada en el horizonte, cuando el muchacho salió de la choza del laibón.


sábado, 18 de marzo de 2017

LCP Cap. 55: LOS MAASAIS Y LAS ENFERMEDADES VENÉREAS

Guerrero Maasai. Foto de David Lazar.









Uno de los días en que fue llamado a la choza de Obago, Makutule se encontró en la puerta de la misma con un morani. El guerrero era alto, fuerte. Su musculatura estaba esculpida como las estatuas de los dioses griegos. No le sobraba ni un gramo de grasa. La majestuosidad de su porte y su imponente estampa, reflejada en el azul de la mañana impresionaron al aprendiz de laibón. El morani tenía adoptada una postura que usaban muchos de ellos, la postura de garza. Decían que esa postura les permitía otear el horizonte mientras descansaban de sus marchas o de sus ejercicios guerreros. Makutule disminuyó el ritmo de sus pasos y, descendiendo algo la cabeza ante el morani, en señal de respeto, entró a la choza.











Postura de la garza que adoptan los guerreros Maasai para descansar y otear el horizonte

Allí le estaba esperando Obago, que como solía hacer la mayoría de las veces, tras saludarle, le indicó que se colocara estratégicamente en un lugar para no perder comba de nada de lo que iba a ocurrir allí dentro. Makutule, como solía hacer, obedeció. Obago pidió al morani que pasara. Éste entró en la choza, dejando sus armas al lado de la entrada de la misma, tal como le indicó Obago. Pero cuando Obago le preguntó la causa de su consulta, miró a Makutule y dijo despectivamente:

-¿Delante de un niño tiene que hablar un morani?

Makutule miró a Obago. Éste no perdió la serenidad y respondió:

-No es un niño. Es un laibón como yo, que está aprendiendo la parte de curación que no da Ngai.

-Mi dolencia es de hombres, no de niños. -dijo el morani.

-Y el que ves aquí con nosotros no es un niño. Es un laibón, conociendo al pueblo al que va a tener que cuidar. -continuó firme Obago, sin perder la serenidad.

El morani volvió a mirar a Makutule con aires de superioridad. Miró a Obago. Dudó unos instantes. Por fin, dijo:

-Sólo oirá y verá.

-Sólo tenía previsto que oyera y viera. -contestó Obago, que no había perdido la sonrisa en ningún momento. El morani aun esperó un poco. Seguía dudando.

-Nadie lo sabrá. -volvió a pedir con voz autoritaria, de forma que más que una petición, sonaba a una orden.

-Nadie. -dijo Obago, y miró a Makutule haciéndole una señal con la cabeza. El muchacho, que estaba concentrado en la disputa entre ambos hombres, tardó un poco en entender lo que le quería decir su maestro, pero al final supo lo que le quería indicar, y afirmando ostensiblemente con la cabeza, dijo:

-Nadie. Absolutamente nadie.

-Bien. -el morani se relajó por primera vez desde que entró en la tienda.

Obago le pidió que se sentara, pues toda la conversación anterior la había mantenido de pie. El guerrero se sentó frente a Obago, y cuando el ambiente estuvo más distendido, el laibón le preguntó por su dolencia. El morani comenzó su historia.

-Desde hace unos días me sale pus por la punta del pene. Al orinar me escuece un montón, y duele. Así empezó todo. Después me dí cuenta que si antes de orinar me lo apretaba y expulsaba la pus, el dolor y el escozor era menor.

-¿Y cuánto tiempo te viene pasando? -preguntó Obago.

-Unos siete u ocho días.

-¿Has estado en compañía de mujeres?

-En la manyatta. Hace unos diez días o más. Después he salido a recorrer toda la región.

-¿Han sido las mismas de siempre o ha habido gente nueva?

-Había nuevos morani en la manyatta, y para celebrar su ingreso, vinieron todas sus hermanas. -el morani hizo un gesto pícaro hacia Obago, éste asintió haciéndole ver que le había entendido- La fiesta duró varios días.

-Y las hermanas de los nuevos morani eran muy experimentadas, ¿me equivoco? -preguntó Obago, con una sonrisa sarcástica. El morani, que no había captado la intención ni el tono del laibón continuó.

-¡Cómo lo sabes! Había una en concreto. -de pronto miró a Makutule y calló- Bueno, ya me entiendes.

-Sí, creo que sí. ¿Cuando vuelves a tu manyatta?

-Cuando acabe el recorrido. En diez o doce días.

-Me temo que vas a tener que regresar antes, mucho antes. -el guerrero miró con sorpresa a Obago- Tengo que confirmarlo, pero creo que has cogido una enfermedad muy contagiosa, traída por esas hermanas -recalcó lo de "hermanas"- de tus nuevos compañeros. Y tienes que llevarles la cura, a todos tus compañeros, y a las "hermanas", por supuesto.

El morani quedó sorprendido.

-¿Cómo?

-¿Me dejas que lo confirme? Sólo necesito ver el pus.

Gonorrea. Foto procedente del blog
onformacionsobreits.blogspot.com.es de Lourdes Marcelis
El guerrero afirmó con la cabeza y, a una señal de Obago, dejó al aire sus partes pudendas. Obago indicó a Makutule que se acercara. Una vez éste estuvo más cerca, Obago cogió el pene del sorprendido guerrero y lo empezó a exprimir. Al poco empezó a salir por el orificio de la uretra una sustancia mucopurulenta, de mal olor y peor aspecto. Obago enseñó a Makutule.

-Ves, pequeño laibón. Esta sustancia es parte de una enfermedad que se transmite cuando se unen un hombre y una mujer, y uno de ellos la tiene en su interior. Hay que tratarla lo antes posible, porque si no, pueden producirse terribles complicaciones.

El morani escuchaba atentamente la lección de Obago, más aun que el propio Makutule, que no perdía ripio. Obago prosiguió con su lección.

-Si no se trata, puede inflamar los conductos por donde sale el semen, y hacer al hombre estéril. Puede provocar el crecimiento de una bola en la base del pene que impida al hombre orinar, y haya que agujerear su tripa para sacar la orina. -el morani iba abriendo los ojos progresivamente- El pene se puede inflamar y puede doler de tal forma que cualquier leve roce sea inaguantable, incluso para el más valiente de los morani. Y si no se tratan a todos los que lo tienen, la repetición de la enfermedad hace que, al final, los aparatos de la procreación se atrofien y no sirvan.

-¡Laibón, -cortó el morani- dame inmediatamente el remedio y yo se lo llevaré a todos mis compañeros y a las hermanas que están con nosotros!

Obago le miró. La sorpresa, incredulidad y temor que había sentido momentos antes, se habían trocado en el morani en determinación y firmeza. Sus ojos mostraban toda la decisión de un guerrero maasai presto a la batalla. Obago sonrió amablemente al morani.

-No dudes que lo haré. Y lo voy a hacer ahora mismo.

Obago se levantó, fue hacia donde almacenaba el amasijo de hierbas que solía recoger en sus salidas por la sabana, y cuando estaba escogiendo entre ellas, paró un momento, se volvió y miró a Makutule.

-¡Pequeño laibón! ¿Qué haces que no estás aquí?

Makutule, que se había quedado ensimismado con todo lo que estaba ocurriendo delante de él, fue rápidamente al lado de Obago. Éste siguió escogiendo hierbas, haciendo montones, atándolos y apartándolos. Cuando ya creyó tener todo listo, con ayuda del chico, cogió todas las hierbas y las acercó al morani.

-Tenéis que tomar infusiones de éstas hierbas hasta que desaparezca el pus de vuestros penes. Tanto los que tenéis la enfermedad como los que no. Tenéis que tomar las infusiones el mismo número de días. -e intensificando el tono de voz- Y vuestras hermanas también lo tienen que tomar. El mismo número de días. -recalcó esto último.

El guerrero recogió todas las hierbas y agradeció a Obago su labor.

-Me aseguraré de que todo se haga como dices, laibón.

Y con los saludos de rigor, se despidió de ellos, comenzando su marcha hacia el horizonte de la sabana.

Pero a Makutule le quedaban muchas cosas por preguntar.

Guerrero Maasai en el P. N. del Masai-Mara. Foto procedente del blog
 iconoadnspain08.blogspot.com.es de Manuel Iglesias Fernández
Sin embargo, queridos amigos de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS, para saber todas las dudas que a Makutule le había sugerido esta nueva enfermedad que Obago le enseñó ese día; para conocer las respuestas que el sabio laibón le va a dar a nuestro aprendiz, será necesario esperar a la próxima entrega de esta serie en que nos queremos adentrar en la cultura de los pueblos indígenas y que, en el caso de los Maasai, estamos intentando hacerla mucho más amena presentando la vida de dos protagonistas, Makutule y Lengwesi, desde su niñez.

Por cierto, para quien no lo haya adivinado todavía, la enfermedad es -tal como está indicado en la tercera foto- la gonorrea.

Hasta la próxima ocasión, queridos amigos, nos vemos en la red.

viernes, 10 de marzo de 2017

LCP Cap. 54: LA ADAPTACIÓN A LA VIRUELA DE LOS MAASAI (II)

Conjunto de chozas Maasai, en el interior de un Enkang o poblado.

Cuando Obago y Makutule se acercaban al enkang que era su destino, el niño notó algo raro:

-Hay mucho silencio, ¿no, padre?

-Así es. -le contestó Obago- Está muriéndose el jefe del enkang, y están todos a la espera. Ni siquiera los niños tienen la algarabía normal. Se están preparando para el luto.

-Entonces, ¿qué hacemos nosotros aquí?

-Tranquilo, Makutule. Ya lo verás. Tú quédate junto a mí, y no pierdas detalle de todo lo que yo haga.

Maasai con su maza y su túnica roja. Fotografía de Rita Willaert

Obago y Makutule alcanzaron la puerta del enkang. Allí les esperaba un maasai, con su maza en la mano, vestido con la túnica a cuadros rojos. Tras los saludos rituales a Obago, les dirigió a una de las chozas. En el pequeño trecho, Makutule se sorprendió al cruzarse con la mirada triste de dos o tres niños. El resto de las personas que veía, estaban en la entrada de sus chozas, con un semblante serio.

Obago y Makutule se introdujeron en el interior de la choza seguidos por el maasai. Una vez que sus ojos se adaptaron a la penumbra que reinaba en el interior, pudieron ver la figura de un hombre tendido en un jergón. Se trataba de un anciano, como se podía adivinar por su pelo cano y las arrugas de su cara. Su mirada estaba clavada en un punto fijo del infinito.

-Aún respira. Por lo demás, creemos que ya ni oye, ni ve, ni siente.

Quién había hablado era el maasai que les había acompañado todo el tiempo.

-¿Eres tú el principal maasai del enkang después de tu padre? -preguntó Obago.

-Sí. Yo tomaré el mando cuando él muera. -respondió- Espero haberte avisado a tiempo.

-Lo has hecho. -le contestó Obago- ¿Sabes que vas a hacer una gran labor para toda la nación Maasai?

-Mi padre y yo siempre nos hemos sentido orgullosos de ser maasais, y de serlo hasta el último momento.

-¿Quieres estar presente? -le preguntó Obago.

-¿Es doloroso?

Ampollas de viruela.
-No lo notará y es muy sencillo. Es sólo pinchar las ampollas.

-Entonces, estaré presente. -el semblante del maasai reflejaba seriedad y determinación.

Obago procedió a sacar una calabaza pequeña, junto con una espina de acacia. Los tres, Obago, Makutule y el hijo del moribundo se acercaron al anciano, el cual no movió un solo músculo. Obago comenzó el procedimiento. Con mucha delicadeza retiró la piel de cabra que cubría al anciano; acercó la boquilla de la calabaza a las ampollas que veía tenían mayor cantidad de pus, y las pinchó con la espina de acacia en un punto de tal forma que, al salir el pus, cayera sobre la boca abierta de la calabaza. Así, de manera meticulosa, fue recorriendo todas las partes del cuerpo del anciano que estaban al alcance, pues decidió no moverlo. Makutule y el maasai, hijo del moribundo, veían cómo Obago recogía delicadamente el pus de las ampollas en la pequeña calabaza, y cómo, pacientemente, iba de una parte a otra para no dejar un resquicio de piel sin inspeccionar.

Espina de Acacia karoo

Cuando Obago dio por terminado el procedimiento, había pasado bastante tiempo, y el sol estaba alto en el horizonte. Al salir de la choza, los rayos del astro rey les cegaron durante unos breves instantes. Una vez recuperados, Obago y Makutule fueron despedidos por el hijo a la entrada del enkang, e iniciaron su camino de vuelta a casa. Poco tardó Makutule en preguntar.

-De todas formas no lo entiendo. ¿Para qué queremos el pus de las ampollas? Es un moribundo. Le ha podido la enfermedad. ¿De qué nos sirve?

Obago sonrió. Esperaba la pregunta. Y le gustaba la forma directa en que la planteaba Makutule. Al muchacho le gustaba hacer las cosas sabiendo la explicación, no le bastaba con una simple afirmación o un simple "porque sí". Sabía que esta vez lo iba a tener más complicado para explicárselo.

-Porque con el pus del moribundo evitamos la enfermedad mortal. -dijo simplemente Obago.

-¿Qué? -preguntó Makutule incrédulo- ¿Cómo va a ser eso?

-¿A qué parece una barbaridad?

-De entrada, sí.

-Pues más barbaridad es lo que vamos a hacer con este pus. -Makutule le miró con semblante inquisitivo- Haremos arañazos en los brazos de los que no los tengan hechos antes esos arañazos y los untaremos con pequeñas cantidades de este pus.

-¿Cómo?

-Lo que me recuerda que tú no lo tienes hecho todavía. -dijo Obago divertido.

-Ni loco. -soltó Makutule en ese momento.

-Tranquilo. -intentó sosegar Obago a Makutule, que se había puesto a negar con la cabeza- ¿No quieres saber cómo funciona?

El muchacho había perdido toda la curiosidad. Obago, viendo que no se tranquilizaba, se paró y le señaló una marca en su brazo.

Cicatriz que dejaba la vacuna de la viruela

-Mira. Aquí está mi señal. Aquí me lo hicieron a mí. Soy uno de los primeros que lo recibí.

El muchacho se acercó a mirar.

-Tú... fuiste...

-¡Sí! Uno de los primeros. Y gracias a ello, aquí estoy. Ahora, ¿quieres saber cómo funciona?

Makutule seguía mirando la marca. Se había quedado embobado. Obago le sacó de su ensimismamiento.

-¡Vamos! ¡Makutule! ¡Qué te lo tengo que contar! ¿Quieres ser laibón o no?

El muchacho respondió de inmediato.

-¡Sí, sí! ¡Cuentámelo!

Y durante el resto del camino Obago le explicó la forma en que, al usar el pus de un enfermo agonizante, la enfermedad que se provocaba en la persona sana era mucho más leve, casi como una gripe y que, al pasarla, habían comprobado que la forma grave de la viruela, la que era capaz de matar a un hombre sano, ya no les atacaba. Hablando de todo esto, alcanzaron su enkang, rayando el atardecer africano.

Atardecer en Maasailand. Fotografía de Robert Mark

sábado, 4 de marzo de 2017

LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN


Me animo a hablar desde aquí de algo tan cacareado últimamente en los distintos medios de comunicación y por las distintas personalidades y los diferentes personajillos mediáticos que han saltado a las pantallas de dichos "mass media", como se decía hace ya demasiado tiempo, para intentar reflexionar sobre ese supuesto "derecho" a la libertad de expresión.


Porque mucha gente cree que la libertad de expresión supone que yo puedo decir lo que me place, emitir la opinión que me de la gana sobre cualquier asunto, esté o no informado sobre el mismo; no hablemos, por supuesto, que sea alguien que tenga conocimiento profundo del tema, eso queda totalmente descartado. Yo tengo mi derecho a opinar sobre lo que sea lo que me venga en gana, y nadie tiene porque poner trabas a mi derecho de dar mi opinión. También, dentro de esa libertad de expresión, puedo expresar mi enfado, mi indignación ante la labor de cierto sector de la sociedad, a la que considero que es la culpable de mi situación o de la situación general de mi colectivo o de la situación del país. Por supuesto, también puedo expresar, como no, mi mofa, mis ganas de reírme de lo mal que andan las cosas, mis ganas de reírme de lo mal que visten ahora los jóvenes, o los mayores, de aquello que me hace gracia, o de aquello que, sinceramente me parece ridículo. Dentro de mi libertad de expresión cabe el poder expresarme sobre todo lo que a mí me parece, en la forma que a mí me parece y sin que nadie me ponga trabas a cómo lo hago o cómo lo expreso, que para eso tengo la libertad de expresión.

Pero, sin embargo, queridos amigos de CULTURAYSERENIDAD, dentro de la libertad de expresión hay una parte tan importante como el derecho, que es la tolerancia ante ese derecho. Y eso va por unos y por otros. La tolerancia a lo siguiente:

1.- Tolerar que haya gente que piense lo contrario a lo que pienso yo.

2.- Tolerar que haya gente que piense que lo que yo expreso es mentira.

3.- Tolerar que haya gente que piense que lo que yo expreso es una aberración.

4.- Tolerar que haya gente que piense que lo que yo expreso va en contra de la decencia y de la moralidad.

5.- Tolerar que haya gente que piense que lo que yo expreso va en contra de mis libertades como persona y como ser humano.

6.- Tolerar que haya gente que piense que lo que yo expreso es un insulto a sus creencias y a su forma de ser.

7.- Tolerar que haya gente que piense que lo que yo expreso es una ridiculización de sus creencias y su forma de vida.

8.- Tolerar que haya gente que no me acepte como soy y que lo diga abiertamiente.

9.- Tolerar que haya gente que, usando la propia libertad de expresión, me rechace.

10.- Tolerar que haya gente que, usando la propia libertad de expresión, me insulte, me ridiculice, me discrimine.

Podría seguir, pero creo que estos diez puntos servirían para que, si realmente están preocupados por la libertad de expresión, piensen un poco que la libertad de expresión no es tanto un derecho que tienen sino un deber de tolerancia que se muestra hacia el que es diferente a todos ustedes, en aras de una convivencia en paz dentro de una sociedad civilizada.


Y un agradecimiento a Drag Sethlas por parte de los cristianos no estaría mal. Cuando a Jesús, a Jesucristo, le crucificaron, hubo muchos como Drag Sethlas, como todos los que han aplaudido la actuación de Drag Sethlas, que se burlaban de Él y le decían que si tan Dios se creía porqué no hacía un milagro y bajaba de la cruz. Una reflexión. Si en los evangelios, escritos por cristianos para cristianos, dejaron "sólo" esta burla, ¿se pueden imaginar la cantidad de chanzas, burlas e insultos que recibiría Jesucristo en los momentos previos a su muerte? Comparado con eso, lo de Drag Sethlas se convierte en una simple, sencilla y, por desgracia, pobre anécdota.


jueves, 2 de marzo de 2017

LCP Cap. 53: LA ADAPTACIÓN A LA VIRUELA DE LOS MAASAI (I)

Amanecer en el Masai Mara. Fotografía de Xavier Jubierre

Hubo un día que a Makutule se le dijo que no fuera con el rebaño sino que se presentara a primera hora en la choza de Obago. De esta forma, al rayar el sol en el horizonte, en pleno amanecer, ya estaba Makutule esperando en la puerta de la choza. Obago, desde dentro, podía vislumbrar su figura, a contraluz. Makutule estaba creciendo, se estaba haciendo mayor. Obago sonrió y salió donde le esperaba el muchacho.

-¡Buenos días, Makutule! -saludó Obago.

-¡Buenos días, padre! -contestó Makutule, que ya usaba la fórmula "padre" con familiaridad.

-He querido que hoy estés conmigo, porque tengo que ir a un sitio a recoger un antídoto para una enfermedad. Y tú tienes que aprender a recogerlo.

Obago, al contrario que Ikoneti, le solía explicar a Makutule paso por paso todo lo que iban a hacer y las razones por lo que lo hacían. Su forma de comportarse contrastaba vivamente con la del serio jefe maasai que había sido su anterior padre.

-Sí, padre. ¿De qué enfermedad se trata?

La curiosidad de Makutule, la capacidad de asombro, el poder de interrogarse acerca de las cosas que veía, todo ello había sido potenciado por Obago. Todo aquello que Ikoneti había reprimido, Obago lo había dejado florecer y desarrollarse, para ir dándole forma adecuada.

-¿Recuerdas esa enfermedad con ampollas llenas de pus por todo el cuerpo que termina con la vida de algunos de nuestros más poderosos guerreros?

Obago se estaba refiriendo a la viruela. Obago había vivido en su infancia uno de los grandes brotes que diezmó a la población Maasai. Después de ese episodio, la enfermedad daba la cara solamente en casos sueltos, sobre todo en personas que eran débiles o estaban previamente enfermos. Estos últimos casos son los que había visto Makutule. Sin embargo, Obago se refería a la gran epidemia de su niñez.

Viriones de la viruela.
-Que termina con la vida de nuestros más poderosos guerreros. -repitió Makutule tratando de recordar- Lo siento, no recuerdo la muerte de ningún morani por enfermedad en los últimos tiempos.

Obago sonrió. No pretendía que se acordara.

-No me refiero a nuestro tiempo, Makutule. Me refiero a mi niñez. Recuerda todo lo que te he contado sobre mi niñez.

Makutule volvió a pensar, a intentar recordar, a dar vueltas a su cabeza, pero nada. Al final tuvo que rendirse.

-Lo siento, no recuerdo. -reconoció algo compungido.

-Un buen laibón no sólo debe conocer lo que pasó en su tiempo. O lo que sucederá mediante los sueños. Un buen laibón debe saber todo lo que pueda sobre el pueblo Maasai. -dijo Obago en tono serio, rayando el enfado.

Makutule quedó cabizbajo. No le gustaba fallar, y menos ante preguntas de Obago, y de esa forma. Obago dejó pasar unos momentos y añadió en un tono más cordial:

-No te preocupes. La próxima vez pon un poco más de atención. Sólo quería hacerte ver lo difícil que es ser laibón. -le revolvió el pelo con la mano- Y que siempre se nos pueden pasar cosas. Te lo vuelvo a contar, estate atento.

Y Obago le repitió la historia de la viruela y del daño que causó en el pueblo Maasai, así como la forma que habían descubierto para defenderse de ella. Así siguieron durante todo el camino, que les ocupó la mitad de la mañana.