De esta forma tan contundente acaba la parábola del
pobre Lázaro y del rico que se lee hoy en todas las iglesias del mundo católico.
Y me resisto a hablar del rico “Epulón”, pues es un
nombre inventado, ya que en el texto evangélico en ningún momento se nombra de
ninguna manera al poseedor de tan inmensa fortuna en la tierra y tan desdichado
destino después de su muerte. Simplemente sabemos que es rico, y que en su
puerta se encuentra un mendigo que se llama Lázaro.
De esta parábola se puede hablar mucho, durante
largo tiempo, y se pueden extraer un montón de reflexiones, obteniéndose un
gran número de conclusiones. Pero esta vez me quiero referir sólo a una. A algo
que ya había experimentado a lo largo de mi vida, a pesar que, como buen
testarudo que soy algunas veces, solía rebelarme contra ello. Y se trata
precisamente de lo que trata el final de la parábola. Cuando la gente, el ser
humano, no quiere convencerse, nunca dará su brazo a torcer.
Sábana Santa de Turín. Imagen frontal. |
Hace unos años, una persona me preguntó si creía
que la Sábana Santa era auténtica o era otra estafa más dentro de la multitud
de reliquias falsas que andan pululando por el mundo. Mi respuesta fue tan
sincera como aplastante: “Quizá sea la reliquia más auténtica que exista pero
el que yo crea o no crea en la existencia de Jesús como Hijo de Dios no depende
de una prueba científica. De hecho, el que mi creencia en una determinada Fe o
Religión dependa de una prueba científica pervierte dicha creencia.”
¿A dónde quiero llegar? A algo que ya decía Jesús
hace 2.000 años. Y que es sumamente actual. Aquél que no quiera creer en algo,
por muchas pruebas científicas que se le presenten seguirá sin creer. ¿Nos
quieres decir, querido Jesús que es actual porque actualmente no creemos en un
Dios? ¿No son aquellos fanáticos de un Dios, los del DAESH, los que la traen liada,
los “culpables” de todo lo que está pasando?
DAESH. El fin de la foto es expresión gráfica del texto, no publicidad del grupo. |
No. Mi visión no es tan estrecha. Mi reflexión no
es tan corta. Es actual porque el hombre occidental del s. XXI no es que no
crea en un Dios, es que no cree en unos valores que le hagan que a los pobres
del s. XXI les permitan “saciarse de lo que caía de la mesa del rico” (Lc 16,
21). El mundo occidental, el primer mundo es el poseedor de la mayor parte de la
riqueza de este planeta. Las fortunas más grandes, las sociedades más
avanzadas, las rentas per cápita más altas, los sistemas de bienestar mejores
se encuentran en nuestra parte del planeta. Somos los “ricos”, con gran diferencia,
respecto del resto de la humanidad. Y como tal nos comportamos. Vestimos bien,
gastamos nuestras riquezas, disfrutamos de nuestros niveles de vida. Hasta aquí
no quiero que nadie vea una denuncia a ese nivel de vida.
Pero, sin embargo, cuando la parte de la humanidad
más desgraciada, que sufre necesidad por guerra, cataclismos, o por nuestro
propio enriquecimiento, nos pide ayuda, no solemos mover un dedo. Como
sociedad, me refiero. Hay grandes esfuerzos a partir de organizaciones y
personas particulares, pero como sociedad no movemos un dedo. Hagan una prueba.
Durante siete días, en las conversaciones de sus círculos de amistades,
simplemente lleven la cuenta de las veces que se habla del drama de los
refugiados. ¿Una? ¿Tres? ¿Cinco? ¿O ninguna? Bastante tenemos con el día a día.
Eso sí, si sale la foto de un niño lleno de sangre y de polvo, si hablaremos de
ello, porque es impactante, es “espectáculo”. Así somos los seres humanos.
Niña refugiada en el puerto de Calais |
Pero cuando alguien que realmente se da cuenta del
infierno que se vive en los distintos lugares del mundo de dónde llegan los
refugiados que llaman a las puertas del “primer mundo” y pide “que les dé
testimonio de estas cosas” (Lc 16, 28) no solemos hacerle caso. O solemos
hacerle caso los 3 minutos que dura el reportaje del telediario; o nos “solidarizamos”
indignándonos con los dirigentes de los países que provocan todos estos hechos.
Pero nada más. No nos movemos más. Nuestra movilización se limita a esos
minutos del reportaje. Luego nuestra vida es nuestra y de nadie más. Como el
rico de la parábola.
Entonces, alguien que aún cree en la capacidad de
sorpresa de nuestro mundo. Alguien que aún cree que un golpe espectacular puede
mover las conciencias dormidas del primer mundo. Alguien que aún cree que este primer mundo cree en los milagros y se maravilla con las cosas maravillosas. Alguien,
en fin, que tiene algo de fe en raza humana, dice que “si un muerto va a ellos,
se arrepentirán.” (Lc 16, 30). Entonces es cuando oirá desde el seno de Abrahán
las palabras que encabezan la entrada de hoy:
“NO SE CONVENCERÁN NI AUNQUE RESUCITE UN MUERTO”
Refugiados sirios llegando a la costa de Mitilene |
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