lunes, 20 de febrero de 2017

LCP Cap. 52: EL TRACOMA, LA SARNA Y LA MALARIA ENTRE LOS MAASAI


Parque Nacional de Tarangire, durante la estación seca
Tras las lluvias, conforme la sabana se iba secando y las fuentes de agua se reducían en cantidad, al mismo tiempo que la hierba se iba agostando, el número de moscas y de otros pequeños insectos parecía aumentar en el ambiente. Aunque ésto no era verdad, el hecho de la reducción de la humedad hacía que estos dípteros se volvieran más molestos, tanto para el ganado, como para el hombre. Y unos de los que más sufrían estas molestias eran los pastores maasais. Al ir recorriendo la sabana con sus vacas, al tener que cuidarlas; no solamente procurándoles comida, agua y seguridad, sino curando sus heridas, atendiendo sus partos, limpiando sus llagas, se veían en continuo contacto con los molestos insectos. Y estos insectos, como no, les transmitían enfermedades.

León joven en el cráter del Ngorongoro
Una de las más graves tenía por diana los ojos, tanto del ganado como de los humanos. Y entre ellas estaba el tracoma. El tracoma era una bacteria que introducida de forma subrepticia por la mosca en el ojo de la vaca o de la persona, se desarrolla en sus tejidos provocando en primer lugar una inflamación del ojo, para después dar lugar a la aparición de una nube y una cicatrización de la zona afectada. Tras ello, las pestañas suelen curvarse hacia dentro del ojo, y al final raspan el mismo, provocando el cuadro de ceguera, con lo que se pierde por completo la visión del ojo afectado. Para estas dolencias, Obago usaba la savia de tres plantas, el enkilenyai, el olorrondo, y el osuguroi. No siempre conseguía la recuperación de la visión, sobre todo en aquellos casos en los que el daño estaba muy avanzado.

Tracoma. Foto tomada por Andrea Peterson/USAID



Había otra enfermedad que se podía ver de vez en cuando. Cuando aparecía, afectaba a una familia al completo, desde bebés hasta ancianos. Obago insistía al jefe del grupo en que cambiaran el emplazamiento de su enkang y quemaran el antiguo junto a todas sus posesiones. Unas veces era obedecido. Otras le miraban con cara de incredulidad y asombro. Cuando Obago percibía que no le iban a hacer caso; era entonces cuando Obago recurría a su autoridad como laibón, a su parte de "veedor", o para entenderlo mejor, de mago. Soplaba el nkindong, echaba las piedras sobre la piel de cabra y les vaticinaba lo que pasaría si no hacían lo que les estaba pidiendo. No les estaba contando nada más que la verdad. Si no destruían el origen de la enfermedad, ésta continuaría con ellos, por muchos remedios que Obago les diera. Ésta enfermedad era la sarna.
Sarcoptes scabiei. El parásito de la sarna

Para curar la sarna en el ser humano, Obago tenía tres soluciones. La primera era la savia de un árbol, el oltiamae. La segunda, llamada emakat, se trataba de extender ceniza humedecida en las partes afectadas del enfermo. La tercera precisaba de la piel de una oveja matada recientemente; se cubría la piel dañada con ella y se dejaba durante algún tiempo. Todas estas soluciones hacían salir al parásito de la piel y permitían su expulsión al exterior y la muerte del mismo.

Existían otras enfermedades que no se correspondían con la llegada o con el final de ninguna de las estaciones. Una en concreto, provocaba en los hombres, y también en las mujeres, unos cuadros de calentura, sudoración profusa, adormecimiento y confusión o bien agitación en los cuales decían y hacían cosas sin sentido aparente. Estos episodios podían durar tres o cuatro días y dejaban a la persona que los sufría totalmente deshecha, en una situación de profunda debilidad. Makutule vio bastantes casos junto con Obago y descubrió que era una de las enfermedades más difíciles de tratar. Obago usaba indistintamente la savia de esumeita o de los árboles oiti, o bien las raíces del árbol olkinyei. Si se le administraba al enfermo al principio del episodio, éste era mucho más corto, menos intenso, y la recuperación mucho mejor. Se trata de la enfermedad que conocemos en occidente como malaria.

Hojas y frutos del árbol llamado en Maa, idioma maasai, Olkinyei

viernes, 3 de febrero de 2017

LOS AUTÉNTICOS PROGENITORES

Ambulancias Sermas. Fotografía diario 20minutos.

Hace ya algunos días que nació mi hija. Vino a lo grande, queriendo emular a su padre. Ahora estamos todos muy contentos, con las molestias típicas de los primeros días, pero felices por tenerla entre nosotros. Nos llena su cara redonda, sus mofletes, sus ojazos, su boquita que tan pronto se abre ocupando toda la cara como se mantiene pequeña como una pequeña intumescencia bajo la naricilla. Todos la queremos un montón. Y disputamos quien la quiere más. Todos según cada uno entiende el querer a una personita así.

Ha habido tal cúmulo de sentimientos, tal vorágine de sensaciones distintas, que es imposible expresarlas en unas cuantas líneas. Y ahora, pasado este tiempo más. Imposible encontrar cinco minutos de sosiego para poder escribir con serenidad sobre ella, y menos aun que llegue  la madre y espíe lo que escribes, como en este momento.

Es verdad que tener un hijo te cambia la vida. En muchos sentidos. Pero no en el sentido exagerado emocionalmente que te cuenta mucha gente. Te cambia la vida porque quieres a la personita de forma distinta a como has querido hasta entonces. De forma más responsable. Te hace ser más persona. De alguna manera te madura. 

Ahora, eso sí, te madura siempre y cuando te sientas realmente el padre de esa persona. Si eres como los típicos "guerreros medievales" que sólo querían a sus hijos como números de descendientes, pues se sigue siendo el mismo personaje, sin que cambie ni "tu vida", ni tu carácter, ni tu persona. En resumidas cuentas, aquello de "por mi hija/o, mato", lo dicen aquellos que se sienten culpables porque no dan el cariño a sus hijos y los tratan como meras "propiedades", tal como hacían los antiguos guerreros medievales. En realidad, no matan por sus hijos, matan por su orgullo herido.

El sentirse progenitor, que de eso es de lo que se trata, es mucho más el sentimiento de esa loba que cuida de sus lobeznos y que los traslada de cubil antes que el lobero descubra dónde están escondidos y pueda matarlos. Ése es el auténtico sentido de progenitor, el que protege a su descendencia. No el que mata por ella. El ser que mata es, pura y simplemente, destructor. El que protege es el auténtico progenitor, el auténtico padre, la auténtica madre.

Vocabulario:
  • Lobezno: Cachorro de lobo.
  • Cubil: Madriguera en la tierra, utilizada normalmente por fieras.
  • Lobero: Hombre que caza lobos por la remuneración señalada a quienes matan estos animales.
Escrito en el año de nuestro Señor de 2017, el 3 de febrero, en la festividad de San Blas.