La especie humana alcanza su plenitud física en la tercera década de su existencia. Entre los 20 y los 30 años, el sistema muscular y el aparato óseo, al cual se fija y al que mueve, consiguen lo que hoy se llamaría el nivel óptimo de eficacia, el mayor rendimiento. Todo ello, por supuesto, si en las dos décadas anteriores, de los 0 a los 20 años, la nutrición ha sido la adecuada y el ejercicio el correspondiente como para conseguir un crecimiento sano de ambos sistemas, óseo y muscular, y una tonificación adecuada de este último. Fuera de ese límite, siempre tendremos las excepciones que, bien por genética, bien por estilo de vida, como los deportistas, consiguen mantener unos niveles físicos, no ya adecuados, sino óptimos, hasta edades bien avanzadas.
Estudios realizados sobre grandes masas de población muestran que el máximo rendimiento de nuestro sistema nervioso central en cuanto a funciones superiores, es decir, nuestro máximo desarrollo mental, se alcanza en la cuarta década de la vida, de los 30 a los 40 años. A partir de los 40 años viviríamos de las rentas. Lo que no hubiéramos desarrollado a esa edad, olvidémoslo, ya no lo desarrollaremos. Los hay aún más agoreros, que dicen que el declive intelectual comenzaría a los 20 ó 25 años. Como quiera que sea, es cierto que a partir de los 40 años de edad el organismo comienza un declive natural. Y comienza a sufrir pérdida en una serie de aparatos y sistemas, sobre todo en lo que se refiere a la funcionalidad de los mismos. Aquellos que han sido más ejercitados, y cuidados, durante más tiempo, sufrirán menor declive. Por eso, un deportista de élite que se haya tomado en serio su profesión, como lo hacen la mayoría de ellos, y al que le hayan respetado las lesiones tendrá una vida activa más prolongada. Y por eso una persona que haya cultivado las distintas ramas del saber a lo largo de su vida y haya conseguido hacer de esto su profesión, tendrá una vida intelectual más prolongada.
Pero, tal como decía más arriba, el intelectual juega con una ventaja fisiológica sobre el deportista. Hasta hace algunos años, se creía que las neuronas no se duplicaban. Nacías con un número determinado de ellas y esas eran las que tenías para toda la vida. Además, actuaban como "sacos" de memoria. Se les echaban datos y ahí se quedaban almacenados. Si la neurona moría por alguna razón, como isquemia o alcohol, los datos se perdían y no había forma de recuperarlos. Las investigaciones de los últimos años han mostrado que el proceso es mucho más complejo. Las neuronas no sólo serían capaces de duplicarse y por tanto tener unidades nuevas dispuestas a adquirir, a "cargar", nuevos conocimientos. La clave de la memoria no estaría tanto en los "sacos" de memoria que pensaban nuestros padres que eran las neuronas, sino más bien en los circuitos entre las distintas neuronas, y no en los circuitos físicos en sí, sino en la forma en que se interconectan entre ellos. Y esa capacidad de crear interconexiones se mantiene hasta edades muy avanzadas, eso sí, siempre que se haya mantenido una vida activa en el campo intelectual.