Esta mañana, en una emisora de radio, una economista reconocía que el conjunto de su profesión no había sido capaz de pronosticar la gran crisis económica que afecta al mundo occidental desde el año 2008.
Y uno se pregunta cómo es posible que personas formadas, que sabe; o al menos creen saber; cómo funcionan los entresijos de un entramado tan complejo como es el de las finanzas del mundo occidental, no se hallan dado cuenta de lo que iba a ocurrir cuando alguien, en algún sitio quisiera materializar los beneficios de una transacciones financieras, y al hacerlo descubriera que había estado comprando y vendiendo la nada.
La nada es uno de los principales personajes del libro "La historia interminable" de Michael Ende. Una recomendación literaria magnífica para niños de 10 a 20 años -sí, hasta 20 años, e incluso para adultos- y que en estas fechas puede suponer un regalo fuera de lo normal. En el libro, el protagonista, Bastian, debe luchar para que la Nada no se apropie del país de Fantasía. No descubro el final para que aquellos que no lo han leído disfruten de esta obra.
Nosotros, por desgracia, en nuestro mundo real no hemos tenido ningún "Bastian". No hemos tenido ningún héroe o ningún niño; pues a veces para comprender las cosas más complicadas hay que ser tan simple como una niño; que se diera cuenta de esa "nada" financiera que estaba creciendo con el beneplácito de toda la comunidad de expertos en economía del primer mundo. Que nos avisara que esa "nada" terminaría mostrándose como realmente es y acabaría con los sueños de riqueza y opulencia de las sociedades de ese primer mundo al que pertenecemos.
Porque no nos llamemos a engaño. Aquello que nos mantenía ciegos ante la enorme bola de vacío que se estaba creando, era nuestro afán de riqueza y opulencia, no el estado de bienestar, como algunos sectores de opinión quieren hacernos creer. Quisimos tener mucho; cuando tuvimos mucho quisimos tener más; y así fuimos alimentando el enorme edificio de opulencia hasta que éste no pudo sostenerse y se desmoronó. Porque eso es lo que le ocurre a los edificios que se construyen sin cimientos: Que al alcanzar un cierto tamaño, caen por su propio peso.
Así ocurrió en la crisis del 2008. En los años anteriores se jugo tanto con la ambición humana que al final lo que se construyó fue un castillo en el aire. Y los castillos en el aire son muy bonitos, pero sólo se sostienen en los cuentos.
sábado, 29 de noviembre de 2014
viernes, 28 de noviembre de 2014
PENSAMIENTO EN BLANCO
Ahora y siempre, el conseguir una buena expresión corporal y personal deviene en algo sutil y hasta a veces estrambótico. Eso se suele pensar cuando la tinta azul se deja fluir dibujando las palabras que forma la mente sin que lo expresen de viva voz las cuerdas vocales.
Que por qué he empezado así este comentario del día de hoy. Quizá porque este lleno de melancolía, al haber sido sustituido el rasgueo de una pluma estilográfica o de un lápiz sobre una papel, pro el mecánico tecleo de un aparato que sirve para consumir, cada día más rápido, los pensamientos -o los "no pensamientos", quien sabe- de la persona que escribe.
Quizá porque tenga un terrible dolor de cabeza y ésta es la forma de intentar olvidarlo y jugarle la trastada de no hacerle el caso que viene solicitando desde la mañana. Quizá sea producto del delirio que me provoca una fiebre que se está adueñando de mí, poco a poco, y que hará que esté enfermo los próximos días.
Quizá simplemente porque quiero comprobar el funcionamiento de un utensilio de escritura que ha llegado a mí esta mañana y estoy ansioso por darle vida. O quizá, pura y simplemente, tenga algo que decir, o no.
Que por qué he empezado así este comentario del día de hoy. Quizá porque este lleno de melancolía, al haber sido sustituido el rasgueo de una pluma estilográfica o de un lápiz sobre una papel, pro el mecánico tecleo de un aparato que sirve para consumir, cada día más rápido, los pensamientos -o los "no pensamientos", quien sabe- de la persona que escribe.
Quizá porque tenga un terrible dolor de cabeza y ésta es la forma de intentar olvidarlo y jugarle la trastada de no hacerle el caso que viene solicitando desde la mañana. Quizá sea producto del delirio que me provoca una fiebre que se está adueñando de mí, poco a poco, y que hará que esté enfermo los próximos días.
Quizá simplemente porque quiero comprobar el funcionamiento de un utensilio de escritura que ha llegado a mí esta mañana y estoy ansioso por darle vida. O quizá, pura y simplemente, tenga algo que decir, o no.
miércoles, 26 de noviembre de 2014
CURIOSIDADES SOBRE LA CIUDAD DE MANILA
Curiosidades que acabo de aprender esta semana.
Manila, la capital de Filipinas, es la ciudad en donde primero se fundó una "Chinatown". Sí, un barrio chino como los de otras famosas ciudades con San Francisco, Barcelona, etc. ¿Por qué? Allá por el 1595 se dejó que los chinos se establecieran en Manila por parte de las autoridades españolas. Pretendían de esa manera abrir una ruta comercial y de intercambio con China. Se les permitió construir según sus propias costumbres, pagar propios impuestos, hasta comerciar con su propia moneda.
Otra curiosidad sobre Manila. Posee la universidad más antigua del continente Asiático. Allá por el s. XVII, ahí ya ando un poco menos ducho en cifras, a los dominicos se les ocurrió que una de las mejores formas de difundir la religión y la cultura de la metrópoli era fundar una universidad y así hicieron, permitiendo que desde allí se difundiera el saber de occidente, en una esquina del oriente y en competencia con el poderoso vecino chino.
Por último decir que aunque España perdió las Filipinas en 1898, este país no consiguió la independencia real hasta 1946. Durante estos años los EE.UU. ejercieron una especie de "protectorado".
A pesar de la independencia, Filipinas nunca se alejo de la órbita estadounidense y de ésta manera su idioma oficial, el tagalo, se comparte como lengua vehicular con el inglés, quedando marginada la lengua española.
Curioso ¿no?
Manila, la capital de Filipinas, es la ciudad en donde primero se fundó una "Chinatown". Sí, un barrio chino como los de otras famosas ciudades con San Francisco, Barcelona, etc. ¿Por qué? Allá por el 1595 se dejó que los chinos se establecieran en Manila por parte de las autoridades españolas. Pretendían de esa manera abrir una ruta comercial y de intercambio con China. Se les permitió construir según sus propias costumbres, pagar propios impuestos, hasta comerciar con su propia moneda.
Chinatown en Manila |
Pontificia y Real Universidad de Santo Tomás |
El U.S.S. Raleigh en acción en 1898 |
Curioso ¿no?
martes, 18 de noviembre de 2014
EL ENGAÑO DE LOS OBJETIVOS
La realización de un objetivo suele deparar, en la persona que lo consigue, la suficiente autoestima como para desarrollar tareas futuras con una mayor motivación y disposición para nuevos logros. Por el mismo motivo, el no alcanzar dicho objetivo, lo único que crea es frustración y desaliento. Todas las personas con estudios en psicología, aunque no sean psicólogos, lo saben.
Sin embargo, estamos viviendo una época en que, teniendo los trabajadores mejor formados, parece que las personas que deben plantear dichos objetivos, es decir, los dirigentes, sean del cariz que sean, son los que menos idea presentan en cuanto al motivar y obtener los mejores resultados de un grupo de trabajadores.
Y para plantear objetivos razonables simplemente hay que usar el sentido común. A un niño de 40 kg. no se le suele pedir que cargue a sus espaldas un fardo de 50 kg. Tampoco a un viejo de 80 años se le pide que cargue con ese mismo fardo. Bien está en que confiar en la bondad y responsabilidad humana es pecar de "buenismo". Pero el otro extremo, el considerar al hombre como un ser carente de valores, de autoestima, al que hay que forzar al máximo para obtener algún provecho de él, resulta sumamente desesperanzador y, no lo dudemos, contraproducente.
No estamos viviendo una época de analfabetismo, como en siglos pasados, en donde leer y escribir correspondía a las clases dirigentes. En esos siglos pasados, el principal logro de cualquier familia humilde era conseguir que uno de sus miembros llegara a leer y escribir, para, de esa manera, liberarse de las cadenas de la ignorancia, que permitía en las clases dirigentes manipular a sus "súbditos", nunca mejor empleada dicha palabra.
Actualmente, la gran mayoría de la población de los países desarrollados no sólo sabe leer y escribir, sino que tiene unos estudios lo suficientemente avanzados como para poder formarse una idea propia sobre las circunstancias que la rodean. Y si esas circunstancias no corresponden a su manera de enfocar la vida, luchar para cambiarlas. En suma, rebelarse.
El forzar las condiciones de trabajo, el supeditar las mejoras laborales a la consecución de unos objetivos de todo punto inalcanzables, lleva, como dije al principio, al desaliento y , por último, a la frustración.
Y no nos olvidemos, las grandes revoluciones, los grandes cambios sociales, a lo largo de la historia, han surgido cuando la frustración se ha adueñado de la base humana de la sociedad.
Sin embargo, estamos viviendo una época en que, teniendo los trabajadores mejor formados, parece que las personas que deben plantear dichos objetivos, es decir, los dirigentes, sean del cariz que sean, son los que menos idea presentan en cuanto al motivar y obtener los mejores resultados de un grupo de trabajadores.
Y para plantear objetivos razonables simplemente hay que usar el sentido común. A un niño de 40 kg. no se le suele pedir que cargue a sus espaldas un fardo de 50 kg. Tampoco a un viejo de 80 años se le pide que cargue con ese mismo fardo. Bien está en que confiar en la bondad y responsabilidad humana es pecar de "buenismo". Pero el otro extremo, el considerar al hombre como un ser carente de valores, de autoestima, al que hay que forzar al máximo para obtener algún provecho de él, resulta sumamente desesperanzador y, no lo dudemos, contraproducente.
No estamos viviendo una época de analfabetismo, como en siglos pasados, en donde leer y escribir correspondía a las clases dirigentes. En esos siglos pasados, el principal logro de cualquier familia humilde era conseguir que uno de sus miembros llegara a leer y escribir, para, de esa manera, liberarse de las cadenas de la ignorancia, que permitía en las clases dirigentes manipular a sus "súbditos", nunca mejor empleada dicha palabra.
Actualmente, la gran mayoría de la población de los países desarrollados no sólo sabe leer y escribir, sino que tiene unos estudios lo suficientemente avanzados como para poder formarse una idea propia sobre las circunstancias que la rodean. Y si esas circunstancias no corresponden a su manera de enfocar la vida, luchar para cambiarlas. En suma, rebelarse.
El forzar las condiciones de trabajo, el supeditar las mejoras laborales a la consecución de unos objetivos de todo punto inalcanzables, lleva, como dije al principio, al desaliento y , por último, a la frustración.
domingo, 9 de noviembre de 2014
EL LIBRO DE JOB
"Tienes más paciencia que el santo Job".
¿Cuántas veces hemos oído distintas versiones de esta frase? Solemos usarla cuando es necesario armarse de paciencia ante un acontecimiento, un hecho, un obstáculo o un problema que surge en nuestra vida y al cual debemos hacerle frente con un poco de inteligencia y un mucho de paciencia. Solemos acordarnos de este varón de virtudes que nos presenta la Biblia, concretamente el Antiguo Testamento, creyendo que la característica fundamental de su carácter es, era, la paciencia. Sin embargo, nada más lejos de la realidad.
Vayamos por partes. El libro de Job forma parte del conjunto de libros sapienciales que tiene el Antiguo Testamento. Dentro de este grupo se incluyen libros como el de la Sabiduría o el libro del Eclesiastés, en los cuales se pretende dar una serie de consejos para vivir de forma virtuosa y alcanzar la felicidad. Otros grupos son los libros históricos, los proféticos y otros más que no vienen al caso.
¿Por qué se incluye al libro de Job dentro del grupo de los sapienciales? Al ser Job un varón virtuoso, ¿no estaría mejor agrupado dentro de los proféticos? ¿O quizá, dentro de los históricos?
Quién haya leído el libro de Job, se habrá dado cuenta que no relata ninguna historia. Salvo al principio en que hace una introducción al personaje de Job, contando quién es y como ha llegado a la situación de la que parte el relato; y al final en que, de forma muy sucinta, comenta la conclusión de la historia y su vida después del episodio al que se refiere el libro. Todo el libro es una discusión entre Job y tres amigos suyos. En esta discusión Job no para de lamentarse un momento de su situación de abandono. Y se interroga; por otra parte como hace el hombre de hoy; que si Dios, si Yahvé, es justo, porqué le ha dejado llegar a la situación de desamparo en que se encuentra: pobre, despreciado por todos, llagado y enfermo.
Sus amigos tratan de razonar con él. Conforme se lee lo que le dicen los amigos, uno se va dando cuenta de que se trata de las mismas explicaciones que nosotros, en el s. XXI, damos a esa constante pregunta: si Dios existe ¿por qué permite el mal?
Cada uno de los tres amigos le presenta un aspecto distinto de la supuesta "justicia divina". Cada uno de ellos trata de rebatir los pensamientos que surgen de un hombre cansado, repudiado, desesperado. Porque Job no se muestra paciente en ningún momento. Da la réplica a sus interlocutores, y les desarma con deducciones contundentes. Y siempre acaba con un lamento de desesperanza hacia Dios, hacia Yahvé.
La supuesta "paciencia" de Job brilla por su ausencia. Job no se conforma con sus suerte. No ve que Dios, que Yahvé, le corresponda al comportamiento que Job tuvo cuando le iban bien las cosas. Cree ser merecedor de un premio, no de un castigo como el que sufre. Cree que Dios ha sido injusto con él, y le reclama a Dios justicia, le reclama a Yahvé el "lícito" y correspondiente intercambio: "Yo me he portado bien, Tú me tienes que favorecer".
Al llegar a este punto, un joven, que ha estado observando, entra en escena. El lector cree que está llegando a la conclusión. Pero no es así. Job también rebate, e incluso recrimina, el razonamiento del joven. Job no está de acuerdo con todo lo que ha oído y su queja continúa, ahora creyendo de forma indiscutible que tiene razón y que no existe derecho para que él sufra la suerte que está viviendo en ese momento.
Será por sus brillantes razonamientos, será por su continua reclamación de mejor suerte, o será por su continuo dirigirse a Dios, a Yahvé, para pedirle explicaciones; sea por lo que fuere, Dios, Yahvé aparece al final de la obra para responder a Job.
Y no se presenta como conciliador. Le rebate todas sus quejas de forma categórica. Con una única idea: Dios no pide permiso para hacer lo que hace. Dios no es un comerciante que intercambia favores. Nadie, ni siquiera el hombre más justo sobre la faz de la Tierra, nadie puede pedirle cuentas a Dios.
Dios amonesta a Job, no por sus pensamientos, ni por sus reclamaciones, ni siquiera por su desesperanza. Dios amonesta a Job por querer ponerse a Su altura, por pensar que la relación con Él, con Yahvé, consiste en un trueque de mercancías en que una parte está obligada por la otra a cumplir el contrato. Job quiere que Dios actúe según él considera justo y Yahvé le recuerda a Job que nadie puede juzgar las acciones divinas, y mucho menos establecer con Él una relación de trueques, una relación comercial.
El libro de Job nos viene a enseñar, entre otras cosas, que el hombre es criatura de Dios, y como tal, no puede pretender comprender el porqué del comportamiento divino.
Al final del libro, y cuando Job reconoce su arrogancia, al haber querido pedir cuentas a Dios, y pide disculpas, le es devuelta su salud, su familia y su fortuna. Se trata de un final "feliz" añadido en los últimos renglones del libro, pero que no altera para nada el mensaje sapiencial de la historia de Job.
¿Cuántas veces hemos oído distintas versiones de esta frase? Solemos usarla cuando es necesario armarse de paciencia ante un acontecimiento, un hecho, un obstáculo o un problema que surge en nuestra vida y al cual debemos hacerle frente con un poco de inteligencia y un mucho de paciencia. Solemos acordarnos de este varón de virtudes que nos presenta la Biblia, concretamente el Antiguo Testamento, creyendo que la característica fundamental de su carácter es, era, la paciencia. Sin embargo, nada más lejos de la realidad.
Vayamos por partes. El libro de Job forma parte del conjunto de libros sapienciales que tiene el Antiguo Testamento. Dentro de este grupo se incluyen libros como el de la Sabiduría o el libro del Eclesiastés, en los cuales se pretende dar una serie de consejos para vivir de forma virtuosa y alcanzar la felicidad. Otros grupos son los libros históricos, los proféticos y otros más que no vienen al caso.
¿Por qué se incluye al libro de Job dentro del grupo de los sapienciales? Al ser Job un varón virtuoso, ¿no estaría mejor agrupado dentro de los proféticos? ¿O quizá, dentro de los históricos?
Quién haya leído el libro de Job, se habrá dado cuenta que no relata ninguna historia. Salvo al principio en que hace una introducción al personaje de Job, contando quién es y como ha llegado a la situación de la que parte el relato; y al final en que, de forma muy sucinta, comenta la conclusión de la historia y su vida después del episodio al que se refiere el libro. Todo el libro es una discusión entre Job y tres amigos suyos. En esta discusión Job no para de lamentarse un momento de su situación de abandono. Y se interroga; por otra parte como hace el hombre de hoy; que si Dios, si Yahvé, es justo, porqué le ha dejado llegar a la situación de desamparo en que se encuentra: pobre, despreciado por todos, llagado y enfermo.
Sus amigos tratan de razonar con él. Conforme se lee lo que le dicen los amigos, uno se va dando cuenta de que se trata de las mismas explicaciones que nosotros, en el s. XXI, damos a esa constante pregunta: si Dios existe ¿por qué permite el mal?
Cada uno de los tres amigos le presenta un aspecto distinto de la supuesta "justicia divina". Cada uno de ellos trata de rebatir los pensamientos que surgen de un hombre cansado, repudiado, desesperado. Porque Job no se muestra paciente en ningún momento. Da la réplica a sus interlocutores, y les desarma con deducciones contundentes. Y siempre acaba con un lamento de desesperanza hacia Dios, hacia Yahvé.
La supuesta "paciencia" de Job brilla por su ausencia. Job no se conforma con sus suerte. No ve que Dios, que Yahvé, le corresponda al comportamiento que Job tuvo cuando le iban bien las cosas. Cree ser merecedor de un premio, no de un castigo como el que sufre. Cree que Dios ha sido injusto con él, y le reclama a Dios justicia, le reclama a Yahvé el "lícito" y correspondiente intercambio: "Yo me he portado bien, Tú me tienes que favorecer".
Al llegar a este punto, un joven, que ha estado observando, entra en escena. El lector cree que está llegando a la conclusión. Pero no es así. Job también rebate, e incluso recrimina, el razonamiento del joven. Job no está de acuerdo con todo lo que ha oído y su queja continúa, ahora creyendo de forma indiscutible que tiene razón y que no existe derecho para que él sufra la suerte que está viviendo en ese momento.
Será por sus brillantes razonamientos, será por su continua reclamación de mejor suerte, o será por su continuo dirigirse a Dios, a Yahvé, para pedirle explicaciones; sea por lo que fuere, Dios, Yahvé aparece al final de la obra para responder a Job.
Y no se presenta como conciliador. Le rebate todas sus quejas de forma categórica. Con una única idea: Dios no pide permiso para hacer lo que hace. Dios no es un comerciante que intercambia favores. Nadie, ni siquiera el hombre más justo sobre la faz de la Tierra, nadie puede pedirle cuentas a Dios.
Dios amonesta a Job, no por sus pensamientos, ni por sus reclamaciones, ni siquiera por su desesperanza. Dios amonesta a Job por querer ponerse a Su altura, por pensar que la relación con Él, con Yahvé, consiste en un trueque de mercancías en que una parte está obligada por la otra a cumplir el contrato. Job quiere que Dios actúe según él considera justo y Yahvé le recuerda a Job que nadie puede juzgar las acciones divinas, y mucho menos establecer con Él una relación de trueques, una relación comercial.
El libro de Job nos viene a enseñar, entre otras cosas, que el hombre es criatura de Dios, y como tal, no puede pretender comprender el porqué del comportamiento divino.
Al final del libro, y cuando Job reconoce su arrogancia, al haber querido pedir cuentas a Dios, y pide disculpas, le es devuelta su salud, su familia y su fortuna. Se trata de un final "feliz" añadido en los últimos renglones del libro, pero que no altera para nada el mensaje sapiencial de la historia de Job.
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