martes, 4 de julio de 2017

LCP Cap. 62: LA CIRCUNCISIÓN FEMENINA. EL EMORATA (III).


-¿Por qué? -preguntó Lengwesi extrañado.

-Porque nuestra comunidad Maasai nos reserva todo lo bueno y todos los honores al varón. -en el tono de voz Lengwesi no pudo apreciar el orgullo que notaba en su padre cuando hacía afirmaciones similares. Su tío era distinto y Lengwesi lo sabía.

-¿Sabes cómo es la circuncisión de la muchacha maasai? -le preguntó nuevamente a Lengwesi. Como éste le negó con la cabeza, su tío se dispuso a contársela.

-Pues no está tan llena de ceremonia ni de fasto. Sí, tiene que buscar el árbol "alatim" para ponerlo en la puerta de su casa, como tú lo vas a hacer hoy. Sí, sus padres tienen que preparar cerveza de miel, como los tuyos. No necesita plumas de avestruz; y hasta puede gritar, llorar y quejarse en la circuncisión, porque no se espera de ella que sea valiente.

-¿De verdad? -preguntó Lengwesi en un tono de sorpresa, y añadió- Entonces es más fácil que lo nuestro.

-Hasta cierto punto, Lengwesi, hasta cierto punto. -dijo su tío- ¿Sabes qué le cortan en la circuncisión?

-No.

-¿Qué te imaginas?

-Pues la piel externa, como a nosotros.

El tío de Lengwesi sonrió amargamente. En su interior pensó que así debía de ser. Pero no. La respuesta era más dura.

Durante la circuncisión, una mujer agarra la muñeca de la muchacha a la que se circuncida. Foto cortesía de Meeri Koutaniemi—Echo

-No, querido sobrino. Les cortan el clítoris y los labios internos.

Lengwesi paró un momento de andar. Dirigió su vista a su tío y lo miró fijamente a los ojos. Su tío mantenía la sonrisa amarga, con un punto de socarronería.

-¡Me estás mintiendo! -exclamó Lengwesi- ¡No puede ser ! ¡Si es...

-Sí. -le cortó su tío- Es la parte de mayor placer en el acto sexual. Y no, no te estoy mintiendo.

Lengwesi no entraba en sí.

-Entonces... -acertó a decir Lengwesi al cabo de un rato.

-Nosotros llevamos la mejor parte. Y hay más.

Lugar de la ceremonia de circuncisión, una vez que dicha ceremonia ha acabado. Foto cortesía de Meeri Koutaniemi—Echo

-¿Más? -preguntó Lengwesi incrédulo.

-Una vez que está circuncidada está lista para casarse. Antes no. Pero, si comete un "pequeño" desliz y queda embarazada, además de la gran humillación que acarrea a toda la familia, ya no sirve para casarse. Ya está "estropeada" para una boda. -Lengwesi escuchaba atentamente- Sólo puede esperar que haya algún hombre que la acepte y adopte al niño como suyo.

-Lo cual es muy raro. -completó Lengwesi.

-Así es. -dijo su tío- Pero, ¿sabes lo más gracioso?

-No, tío.

-¿Sabes lo que le pasa al hombre que causó el embarazo, si es que se llega a saber quién es?

-No. ¿Qué le ocurre? -preguntó el muchacho, interesado con todo lo que le estaba contando su tío.

-Bueno, en realidad es un buen castigo para un Maasai.

El tío de Lengwesi dejó unos segundos de hablar. Lengwesi que estaba ansioso por saberlo, pero que sabía que a su tío le gustaba causar expectación, esperó sin perder un ápice de su curiosidad. Al cabo de ese tiempo, su tío retomó la explicación:

-El embarazo cuesta siete cabezas de ganado al que la preña, pero; y ahora viene lo gracioso; si la chica se circuncida, sólo le costará un ternero.

-¿Cómo? -preguntó Lengwesi, que no salía de su asombro.

-Ya sabes. Si dejas preñada a alguna incircuncisa, convéncela para se circuncide antes de pagar la multa. ¡Te saldrá más barato! -una risa sorda y una sacudida de cabeza siguieron a ésta última afirmación.

-Ahora entiendo lo que me decías, tío.

Joven Maasai con la cabeza afeitada. El afeitado de cabeza forma parte de los ritos de paso a la edad adulta de la cultura Maasai. Foto cortesía de Javier Carcamo.

lunes, 12 de junio de 2017

LCP Cap. 61: EL EMORATA. LA CIRCUNCISIÓN MAASAI (II). EL LAIYOK.


Ikoneti, como buen maasai, respetuoso de las tradiciones, ya tenía todo preparado para el Emorata de Lengwesi. Ya había comprado el toro que necesitaba para la celebración. De la misma manera, había dispuesto miel en cantidad suficiente, mezclada con agua y unas determinadas raíces, en varias calabazas junto al fuego de la boma, en las últimas dos semanas, para proceder a su fermentación. De esta forma había obtenido la cerveza con que iba a agasajar a los familiares y amistades que acudieran al Emorata. Cuando faltaran dos o tres días, lo filtraría y lo dispondría en calabazas más pequeñas, para que su distribución fuera más fácil.


Lengwesi había cumplido con su tarea. Había recolectado las suficientes plumas de avestruz. Éso le permitiría que el periodo de aislamiento tras el Emorata se limitara únicamente al necesario para la cura y cicatrización del corte que se le iba a realizar cuando se le extirpara el prepucio. Las plumas del avestruz las necesitaba para la corona con la que se decoraban la cabeza los jóvenes recién circuncidados.

Otros aspirantes a morani debían esperar cazando pájaros, una vez que se habían curado, y usando las plumas de dichas aves para su tocado, lo cual hacía que su periodo de aislamiento se alargara meses. Por otro lado, aquellos que gritaban o lloraban durante la circuncisión debían lucir un tocado en la cabeza de plumas grises, no de colores, como lucía el resto, los que sí se habían aguantado las ganas; los que sí se habían comportado como valientes morani.

Muchacho maasai neocircuncidado con tocado de plumas de avestruz.

Ikoneti, al pedir a Lengwesi que recogiera las plumas de avestruz, blancas, contaba con ello. Conocía de sobra la valentía de su hijo y sabía que no gritaría ni lloraría.

Esa mañana, un alboroto que llenaba de gritos, cánticos y llamadas todo el enkang, despertó a Lengwesi. Era el día previo al Emorata, y de pronto se abrió la cortina de la choza donde Lengwesi estaba durmiendo.

-¡Lengwesi! ¡Sal! ¡Qué empieza el Laiyok!

El Laiyok era el rito de purificación previo al Emorata y que se realizaba el día anterior. Comenzaba temprano por la mañana. El grupo de los muchachos que iban a ser circuncidados se dirigía al arroyo más cercano para lavarse.

-¡Qué no se te olvide la calabaza! -volvió a atronar la voz en el interior de la choza.

-Vamos Lengwesi, levántate. -esta vez era su madre quién le conminaba a levantarse- Si no, tu tío nos va a dejar sordos.

Lengwesi se desperezó, cogió la calabaza y salió al exterior de la choza, donde le esperaba su tío. Éste, al verle, le introdujo en el grupo de los que iban a ser circuncidados y continuaron llamando a los que quedaban por despertar.

Una vez estuvieron todos, iniciaron el camino hacia el arroyo que, naciendo de las montañas cercanas, discurría rápido en su primer tramo para luego, al llegar al llano, enlentecer su camino provocando una zona pantanosa. Ellos se dirigían al tramo alto, allí donde las aguas corrían libres y rápidas.

-Escogió muy bien tu padre el nuevo asentamiento. -el tío de Lengwesi siempre había estado unido a la familia de Ikoneti.

-Sí, tío. Fue un acierto. Sobre todo la fuente de agua tan cercana.

-¿Te has entrenado para mañana? -los muchachos maasai que van a ser circuncidados suelen practicar con los compañeros, pellizcándose fuertemente la piel del prepucio, intentando aguantar todo lo posible sin pestañear.

-Sí, tío. -fue la respuesta de Lengwesi.

-Me alegro. Y me alegro que seas un varón. -dijo entonces su tío.

-¿Por qué? -preguntó Lengwesi extrañado.


Pero ese porqué que Lengwesi le pregunta tan extrañado a su tío, lo encontraremos en la próxima entrega de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS.

Hasta ese momento, queridos amigos, nos vemos en la red.

martes, 6 de junio de 2017

LCP Cap. 60: EL EMORATA. LA CIRCUNCISIÓN MAASAI. (I)

Jóvenes Maasai en la ceremonia del Emorata.

Han pasado varios años y Lengwesi ha ido creciendo. Ya casi no queda nada, a sus quince años, del niño que aquel primer día, guíado por su padre, acompañó a su hermano Makutule por primera vez al rebaño de vacas. Y escucharon por primera vez la historia de Dios, de Ngai. Desde entonces han pasado multitud de cosas. La adopción de Makutule por parte de Obago, el laibón de la zona en que se encontraban. La muerte de Mwampaka en una de las muchas incursiones maasais para la obtención de ganado de otras tribus. El funeral de este último y el posterior traslado del enkang, tal como mandaba la tradición, a un día de distancia del lugar donde se encontraban antes. Pero ahora llegaba una ocasión muy especial para él, para su vida. La ceremonia del Emorata.

La ceremonia del Emorata era aquella en la que un muchacho maasai deja de ser un niño para convertirse en un morani, en un joven guerrero. Es aquella en donde comienza a contar algo para la comunidad maasai. No suele celebrarse todos los años, de ahí que la edad de los que la realizan puede oscilar entre trece y dieciocho años. Lengwesi alcanzaba los quince.

Jóvenes en los que se ha realizado la circuncisión y se les está realizando los cuidados posteriores

Los preparativos habían comenzado tiempo atrás. Un día su padre, Ikoneti, le había llamado a su presencia.

-Padre, aquí estoy. ¿Para qué me querías?

Avestruz
-Cuando acabe la estación de las lluvias -comenzó Ikoneti sin preámbulos- se va a celebrar el Emorata y tú ya estás preparado para pasarlo. -a Lengwesi le brillaron los ojos de alegría- Debes ir guardando aquellas plumas de avestruz que veas que son dignas para la ceremonia.

-Sí, padre. -contestó Lengwesi. Ikoneti le miró seriamente, pues no esperaba la interrupción.

-No he acabado. -Lengwesi bajó la cabeza en señal de respeto- Yo iré preparando la miel para la fabricación de cerveza; y me encargaré de elegir la cabra con la que pagaré al Torrobo que te circuncidará. -Ikoneti observó una cara de extrañeza en Lengwesi- ¿Pasa algo, Lengwesi?

Lengwesi se atrevió a hablar.

-Sí, padre. Creí que serías tú el que me circuncidaría.

Ikoneti esbozó una leve sonrisa, y después continuó con gesto serio:

-No. Yo como padre, junto con tu madre, tenemos que hacer la pantomima de retorcernos y gritar de dolor. Es el papel que nos corresponde en el Emorata. Tú, en cambio, debes estar callado y mostrar en todo momento tu valentía.

-Sí, padre.

-De acuerdo. Una última pregunta, ¿has tenido sexo en algún momento con una mujer circuncidada?

A Lengwesi le sorprendió que le interrogara sobre ese particular.

-No, padre. ¿Por qué me lo preguntas?

Los maasai no tienen ningún tipo de tabú en cuanto a las relaciones sexuales. Sin embargo, hay cierto tipo de ellas que conllevan una serie de penalizaciones. Una era la que le había preguntado Ikoneti, por eso le aclaró:

Cuchillo de circuncisión Maasai
-Si lo hubieras tenido, los cuchillos de tu circuncisión se volverían malditos y habría que avisarlo al Torrobo antes que aceptara circuncidarte. ¡Me costaría otra cabra más! -acabó Ikoneti con sorna.

Dado que veía a su padre con mejor humor que otros días, Lengwesi se atrevió a preguntarle una duda que le había quedado.

-¿Puedo preguntarle una duda, padre?

-Dí.

-¿Quién es un Torrobo? ¿Tiene que ser obligatoriamente uno quién me circuncide? ¿Por qué no puede ser un familiar?

-Los Torrobo, Lengwesi, -Ikoneti le había puesto la mano sobre el hombro al muchacho- simbolizan a nuestros antepasados, a los antepasados de los Maasai. Según la leyenda, vivieron en el Parakwo (Jardín del Edén). También son los oficiantes en las ceremonias para atraer la lluvia, y también los llamamos para los funerales. Por ello quiero que sea un Torrobo el que te circuncide. ¿Lo has entendido?

-Sí, padre. -contestó Lengwesi con una amplia sonrisa.

-Tú preocupaté de no llorar o gritar durante la ceremonia, pues entonces me llenarás de vergüenza y la riña que te esperará de mi parte la recordarás toda tu vida.

-Sí, padre. Descuida, padre. Estarás orgulloso.

Y Lengwesi se alejó del lado de Ikoneti.


jueves, 11 de mayo de 2017

LCP Cap. 59: EL ENTIERRO MAASAI


Hoy pongo en vuestras manos (de forma metafórica, pues es a través de las redes) una entrega más de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS. Fue escrita en diciembre del año pasado. Es la última escrita entonces. Había hecho un “colchón” importante para intentar que desde ese momento hasta ahora pudiera extenderme en mi otra actividad como escritor, pero por circunstancias me ha sido imposible. Entre esas circunstancias ha estado la promoción de mi primera novela, PERTURBACIÓN, que me ha supuesto mucho más tiempo del que sospechaba en un primer momento.

Por otro lado, al releer la entrada antes de publicarla, me encontré con que no iba a lograr seleccionar ninguna foto que pudiera captar la idea que quería transmitir en dicha entrada, con lo que debía recurrir a algo que no se me da muy bien: el dibujo. De ahí que en esta entrada, la práctica totalidad de la misma es autoría mía, incluido el material gráfico.

El caso es que aquí está la entrada que os prometí, de la que hablé en mi última presentación en Ciempozuelos, de la que dije que estuvierais atent@s, y que me comentarais qué os había parecido. Por ello, va dedicada expresamente a tod@s vosotros.

Con todo cariño, comienza EL ENTIERRO MAASAI


Dibujo realizado por el autor del blog

El enkang estaba lleno de tristeza. Conforme Obago se iba acercando a él, podía escuchar los lamentos y los lloros de las mujeres, los gritos de las plañideras y el rítmo sincopado de los cánticos de los hombres. Cuando llegó a la entrada del enkang fue recibido por uno de los hijos de Ikoneti, que le saludó ceremoniosamente. Conforme pasaba al interior del recinto y se dirigía a la choza principal, Obago observaba las parihuelas y los bultos preparados al lado de las chozas, señal inequívoca de que todo el grupo se disponía para marcharse.

Al atravesar la entrada de la choza y pasar al interior, tuvo que agacharse. Conforme sus ojos se acostumbraron a la penumbra reinante pudo ir distinguiendo la escena que se desarrollaba en el lugar.

Ikoneti, que estaba de espaldas a la puerta, estaba de pie, rígido, con la mirada fija en el cuerpo que estaba tendido en el centro de la choza. Alrededor del cuerpo, varias mujeres estaban sentadas, llorando, pero sin tanto ruido como las plañideras que se encontraban fuera. Sus lágrimas rodaban por sus mejillas, sus lamentos de tristeza surgían de sus bocas lentamente, como la brisa en la noche, sin aspavientos. A ambos lados del cuerpo, del cadáver, había dos morani, de pie, enhiestos. Portaban sus lanzas, sus escudos, las largas trenzas les caían por la espalda, una de ellas por delante, por la frente, Estaban haciendo guardia, como si rindieran honores al cuerpo muerto del compañero. En el centro, el cadáver, al cual le faltaba una pierna, que le habían amputado en un vano intento por salvar su vida. En el centro, el cuerpo de Mwampaka.

Dibujo realizado por el autor del blog

Obago se colocó al lado de Ikoneti. Este no se movió un ápice. Obago siguió viendo detalles que le llamaban la atención. Había ramaje y maleza acumulada en la base de la pared de la choza. El cadáver estaba elevado sobre una especie de altar hecho con maderas entre las que también se habían introducido ramas finas. El suelo aparecía aparentemente sin limpiar de restos vegetales secos y de estiércol de vaca, también seco. Obago se imaginó el tipo de entierro que preparaba Ikoneti. "Ngai tajapaki tooinaipuko inona". (Dios, cobíjame bajo tus alas) se oía susurrar a las mujeres. Obago se dirigió a Ikoneti.

-Ikoneti. Estoy aquí para acompañarte en tu dolor.

Ikoneti se volvió hacia Obago. Le miró a los ojos y con un movimiento de cabeza le indicó que saliera con él al exterior. Una vez estuvieron fuera los dos hombres, Ikoneti le dijo:

-Era uno de mis mejores hijos. Era un gran morani. ¿Por qué Ngai lo quiso muerto tan pronto?

-Ngai ake naiyiola. (Sólo Dios sabe) -contestó Obago- Unos mueren, otros viven.

-Pero es mi hijo el que ha muerto hoy. -dijo Ikoneti. Obago le miró. Ikoneti mantenía la mirada perdida en el horizonte. Su rostro expresaba una profunda tristeza; no ira, ni enfado, tan sólo tristeza.

Tras unos momentos de silencio, Obago le preguntó:

-¿Cómo vas a despedir a Mwampaka?

Ikoneti se irguió más aún, tensó toda la musculatura de su cuerpo, y sin desviar la vista del horizonte dijo:

-Como se merece. ¡Cómo un gran guerrero!

Cuando en un enkang se produce la muerte de uno de sus miembros, todo el grupo recoge sus utensilios y, tras quemar por completo el enkang con el cadáver en su interior, deambula durante un día y una noche completos en busca de otro lugar donde establecerse. Así lo había pensado realizar Ikoneti.

Dibujo realizado por el autor del blog

-Ikoneti. Admito tu disposición a hacer las cosas como marca la tradición, -comenzó diciendo Obago- y creo que un morani como Mwampaka se merece tal honor. Pero tú mismo me dijiste que había que pensar en las nuevas circunstancias. El hombre blanco nos está presionando en nuestras propias tierras. No tenemos la misma libertad de movimientos que antes. Cuando desplazamos nuestros enkangs corremos el riesgo de chocar con otro grupo o de sobrepasar el límite de las tierras fértiles, y acabar en tierras áridas, baldías. -Ikoneti seguía mirando al infinito- Quizá debieras pensar otra forma de honrar a tu gran guerrero. -acabó diciendo Obago.

En ese momento, Ikoneti giró su cabeza, enfrentó su mirada a la de Obago y dijo:

-¿Me lo dice aquel que llevó a mi grupo de morani a la lucha contra la aldea wacamba? -Obago, sosteniéndole la mirada, movió la cabeza en señal afirmativa- ¿Me lo dice aquel laibón que no consiguió salvar a mi hijo Mwampaka de la muerte?

Obago le siguió manteniendo la mirada.

-Así es, Ikoneti.

-Entonces díme, sabio laibón. ¿Murió mi hijo como un guerrero?

Obago sabía lo que significaba esa respuesta. Pero, sin embargo, no podía dar otra distinta.

-Sí. Mwampaka, hijo de Ikoneti, murió como un guerrero, como un morani.

-Pues entonces será honrado como un guerrero.

Obago no dijo más. Sabía que llegados a ese punto, no era posible convencer a Ikoneti. Se despidió de él. Éste, a su vez, se despidió de Obago con una expresión respetuosa y vio cómo se perdía a lo largo del sendero.

Durante la tarde se dispusieron todas las cosas para la marcha. El grupo se reunió en la entrada del enkang. En su interior sólo quedaban Ikoneti y alguno de los morani. Ikoneti entró solo a la choza dónde estaba el cadáver de su hijo Mwampaka. Portaba en su mano derecha una antorcha encendida con la que alumbró toda la estancia. Solamente entonces, a solas, al ir aplicando la tea en la base de la cama de palos y ramas sobre la que habían colocado a su hijo muerto; solamente entonces, Ikoneti se permitió llorar. Pero fue un llanto silencioso, de unas pocas lágrimas, que brotaron de sus ojos y descendieron por sus mejillas hasta caer al suelo, Al tiempo que terminó de aplicar la antorcha en el amasijo de ramas se recuperó del momento de debilidad y salió al exterior. Su rostro volvía a ser duro como el acero.

-¡Vayámonos! -dijo a los morani.

Éstos, con antorchas, fueron aplicando el fuego de las mismas a las distintas chozas y a partes de la pequeña empalizada del enkang. Una vez hecho ésto, salieron al exterior, allí les esperaba todo el grupo. Ikoneti se puso a la cabeza y empezó a andar.

Dibujo realizado por el autor del blog

Al cabo de un tiempo, cuando el crepitar de las llamas sobre la madera ya no se oía, cuando la brisa ya no traía olor a madera quemada, Ikoneti paró. Era el atardecer. Se giró sobre sí mismo y vio lo que había sido su enkang consumiéndose bajo las llamas. Ya quedaba muy poco. Allí, en medio de aquel fuego se había consumido el cuerpo de su hijo. Estaba sumido en ese pensamiento cuando una voz le hizo volver a la realidad.

-Es una pena que nuestro enkang acabe así quemado, ¿verdad, padre? -era Lengwesi.

Ikoneti le miró, vio su figura, que iba moldeándose con la dura vida de pastor, su altivez, a pesar de que aún ni siquiera alcanzaba la edad para la circuncisión, y sintió en su interior, en lo profundo de su tristeza, el renacimiento de la esperanza. Tras mirar a los ojos al muchacho, Ikoneti volvió a mirar al enkang que ya se había reducido a unas pequeñas llamitas en mitad de la sabana y dijo:

-Tapala amoo etii ake Ngai. (No importa, porque Dios todavía está presente).

Foto de Elena Cerezo

miércoles, 26 de abril de 2017

LCP Cap. 58: LA INCURSIÓN MILITAR MAASAI


Había una actividad frenética en la manyatta. Se habían reunido los morani de toda la zona que cubría Obago. Éste, junto con Kanyi y el consejero maasai, estaban terminando de planificar el ataque a la aldea wacamba y el robo de ganado de la misma. Los exploradores que habían enviado traían malas noticias. Los wacambas estaban alerta. Tenían vigías alrededor de la aldea y veían las chozas iluminadas más de lo habitual, con más movimiento de gente entre ellas de lo que era normal.

-Nos esperan. -dijo el consejero.

-Habrá que pensar en usar el sigilo y... -Obago fue cortado en su razonamiento por Kanyi.

-O lanzar un ataque directo y aplastante.

Estuvieron discutiendo así un buen rato hasta que por fin se pusieron de acuerdo. Lo principal era neutralizar a los wacambas que estaban de guardia, e inmediatamente lanzar el ataque. Mientras se desarrollara la batalla, los morani especializados en conducir el ganado fuera de la boma del enemigo, lo sacarían y se lo llevarían hacia su terreno. Una vez que decidieron así el plan de ataque, se lo transmitieron a los morani que estaban allí congregados.


Los morani que se habían preparado como fuerzas de choque se habían pintado con tiza blanca, tinte ocre o pintura negra, tanto el cuerpo como la cara; se adornaban unos con plumas de avestruz, otros con la melena de león; y portaban sus armas, la lanza, la espada corta o machete, y el escudo ovalado de cuero. Se agruparon todos y a una señal de Kanyi se dirigieron a la aldea wacamba. Obago quedó en la retaguardia con algunos otros maasai.

Estos maasai eran considerados como los cirujanos. Habían estudiado anatomía en el ganado, los huesos, los músculos, los tejidos. Llegaban a dominar técnicas como la amputación de miembros y la sutura de heridas mediante nervios de vaca, obteniendo resultados muy favorables tanto para la curación de la herida como para la funcionalidad del miembro.

El grupo guerrero llegó dónde se encontraba la aldea wacamba. Esperaron silenciosos, agazapados, confundidos entre los arbustos. Fueron los exploradores. los que antes habían reconocido la zona, los que se ocuparon de los vigías. Sólo que uno de ellos acertó a lanzar un gemido lo suficientemente fuerte como para alertar al resto de los hombres de la aldea.


En ese momento se desencadenó la tormenta humana. Un estruendoso vendaval de gritos, carreras, armas brillantes, se abatió sobre la aldea. A este ataque los wacambas reaccionaron con palos, flechas y espadas y la batalla se fue haciendo más y más cruenta. Kanyi intentó que los morani rodearan el ganado para facilitar la labor de los pastores, pero los wacambas presentaron una defensa encarnizada, no permitiendo dicha acción. La lucha se prolongó durante algún tiempo, sin avances en uno u otro sentido. Al darse cuenta de ello, Kanyi ordenó la retirada, con una parte del ganado, aquel que podían llevar con ellos, dejando atrás otra parte, en manos de sus legítimos dueños, los wacambas, los cuales lo habían defendido tan valientemente.

El grupo de morani se retiró, dejando atrás a varios muertos, y llevando entre sus filas a varios heridos. Y sin haber obtenido toda la cantidad de ganado que pretendían. Al menos conducían un rebaño lo suficientemente importante como para poder cumplir con las familias de los muertos en combate, a quienes correspondía una parte del botín; con el laibón, a quién correspondía otra parte; y así sucesivamente.

Cuando llegaron a la manyatta, enseguida se distribuyó a los heridos y tanto el laibón como los cirujanos se pusieron a realizar su labor. Las heridas se cosían, se valoraba si era necesaria alguna amputación, cuando, de pronto, llamaron al laibón:

-¡Por favor! ¡Creo que necesita amputar! ¿Querría confirmármelo, laibón? -era uno de los cirujanos más experimentados.

Obago fue de inmediato. Vio la herida. El corte llegaba al hueso y seccionaba varios de los vasos principales. El morani se estaba desangrando. Se podía considerar un milagro que estuviera vivo.

-¡Corta! -fue la orden taxativa que dio Obago.

El cirujano procedió de inmediato al proceso de amputación, con el que intentaría parar la hemorragia que estaba sufriendo el morani y de esa forma salvarle la vida.

Obago, por su parte, dirigió su vista al morani para decirle lo que iban a hacer y darle palabras de alivio, pero al verlo, un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Aquel morani era Mwampaka, el hijo de Ikoneti.