viernes, 16 de diciembre de 2016

LCP Cap. 47: EL PACTO DE LOS HERMANOS


La animación en el enkang donde vivía Ikoneti con sus mujeres y sus hijos, entre los que se contaban Mwampaka, Lengwesi y Makutule, era muy superior a la de un día normal. Nadie había pensado nunca que algo tan extraordinario les pudiera llegar a ocurrir. La alteración de todos era evidente. Muy pocas veces un laibón adoptaba a un niño, y menos aún si pertenecía a un clan distinto al suyo. La noticia había llenado de estupor primero y después de admiración y alegría a la gente del poblado. Y aunque Makutule e Ikoneti no querían, pronto se difundió la causa de la adopción. Makutule tenía sueños en los que veía el futuro.


Mañana, tarde y noche Makutule y su madre se veían asediados a preguntas. ¿Cómo lo habían sabido? ¿Habían hecho algo especial? ¿Notó algo en su embarazo? Incluso Ikoneti, en un primer momento sufrió aquel asedio. Pero como patriarca pronto lo cortó. Conforme pasó el tiempo y en espera de la celebración de la adopción, la gente fue calmándose. Volvieron a sus tareas diarias. Al fin y al cabo, aún quedaba mucho tiempo para que Makutule se convirtiera en un auténtico laibón. Antes tenía que pasar, como todo buen Maasai, el periodo de pastor y después, tras el rito de la circuncisión, el periodo de guerrero, de Morani. Quedaban, pues, muchos años para que aquel niño fuera lo que el futuro, aparentemente, le deparaba en ese momento.


Y, además, para eso debía ocurrir otra cosa. El niño debía abandonar el poblado. Desde que se celebrara el rito de adopción Makutule ya no sería hijo de Ikoneti, sería hijo de Obago. Y debería abandonar el poblado, e irse a vivir con Obago y pasar allí toda su vida, como hijo suyo, sin otro lazo más de unión con el enkang de Ikoneti que los recuerdos que atesorara de su infancia. Y esa circunstancia hacía que una persona en concreto del enkang estuviera taciturno, triste, serio. Lengwesi era el que más afectado estaba por la marcha de Makutule. Era él el que había hecho todo lo posible para que su hermano resolviera el problema de los sueños. Estaba contento por eso; y estaba contento porque su hermano iba a hacer lo que más le gustaba. Pero eso no impedía que en su corazón empezara a sentir un vacío, que iba aumentando día a día.


Una mañana, mientras se dirigían hacia el rebaño de su padre, Lengwesi dijo a Makutule:

-Te irás y nos olvidarás.

Makutule, que no esperaba oír eso en absoluto, y mucho menos de su hermano, sonrió y le preguntó como si no hubiera entendido.

-¿Qué has dicho?

-Que acabarás olvidándonos. -dijo Lengwesi con seriedad.

-Pero, ¿hablas en serio? -preguntó- ¿cómo puedes decir eso?

-No pronto, ni en tiempos cercanos. Pero nuestro recuerdo se borrará de tu mente.

Makutule se paró. Se colocó enfrente de su hermano y le dijo:

-Puedes asegurar que nunca te olvidaré, hermano.

Ambos niños se miraron fijamente. Parecían dos pequeños guerreros en mitad de la sabana, con el sol al fondo que hacía descender sus primeros rayos sobre la planicie.

-Hagamos un pacto. -propuso Lengwesi.

-De acuerdo. -dijo Makutule- Pero un pacto de sangre.

Lengwesi quedó sorprendido de la audacia de su hermano. Normalmente, de la pareja que formaban, él era el audaz e intrépido mientras su hermano era el inteligente y razonable.

-Sabes que para ese tipo de pactos se necesitan testigos, se hace en público, se sacrifica una res que luego se sirve a los invitados al banquete. No tenemos res, ni podemos cumplir ninguna de las condiciones para realizarlo. -respondió Lengwesi.

Makutule le miró y sonrió.

-Está bien. Hay una cosa que sí podemos cumplir.

-¿Cuál?

-El juramento final. -respondió Makutule. Y sin dar tiempo a reaccionar a su hermano, colocó su mano derecha sobre el hombro izquierdo de Lengwesi y prosiguió- Yo, Makutule, hijo de Ikoneti, futuro hijo de Obago, juro y me comprometo a realizar un pacto de sangre con Lengwesi cuando tenga la capacidad de realizarlo correctamente.

Lengwesi estaba petrificado. No sabía cómo reaccionar. Fue su hermano quien le sacó de ese trance.

-¡Vamos! ¡Es tu turno!

Lengwesi levantó su mano derecha, la colocó sobre el hombro izquierdo de Makutule y dijo:

-Yo, Lengwesi, hijo de Ikoneti, juro y me comprometo a realizar un pacto de sangre con Makutule cuando tenga capacidad para hacerlo.

Lengwesi bajo el brazo. Los dos hermanos se miraron y sonrieron. De la sonrisa pasaron a la risa franca. Y así, riendo y jugando entre ellos llegaron donde se encontraba el ganado de su padre.


Queridos amigos de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS. Interrumpo aquí la narración sobre la vida de los dos niños Maasai, Makutule y Lengwesi para hacerme eco de lo que hace unos días me dijo una amiga mía respecto a estas entradas.

Concretamente, me comentó que las hacía de forma autoconclusiva. Por tanto, no se entendía que la historia de estos dos muchachos continuaba en el tiempo, que era un relato continuo, sino más bien que eran historias independientes. Dicho esto, repasé las últimas entradas y me encontré con que era verdad, podían tomarse como relatos independientes.

Por eso, desde aquí quiero deciros a todos los seguidores de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS que la historia de estos dos niños quiere reflejar las costumbres del pueblo Maasai tal y como eran antes que la colonización inglesa llegara a sus tierras y se vieran “invadidos” por nuestra civilización. Por tanto, todos los relatos referidos a Makutule, Lengwesi y los personajes que los acompañan se encuentran dentro de un mismo relato, que quiere mostraros la riqueza de la cultura Maasai.

Nada más que deciros por mi parte, salvo que sigáis disfrutando de esta serie de narraciones y que nos sigamos encontrando en este mar de bits que es internet.


Queridos amigos de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS, nos vemos en la red.


viernes, 9 de diciembre de 2016

LCP Cap. 46: LAS REGLAS DE ADOPCIÓN EN EL PUEBLO MAASAI


Obago vio venir a Ikoneti por el camino. Desde lejos le saludó. Ikoneti devolvió el saludo. Al llegar a la entrada de la choza, fue el primero en hablar, con la fórmula de rigor.

-Espero que tu ganado esté bien.

-Y yo espero que el tuyo esté bien. -respondió Obago- ¿A qué se debe tu visita?

-Laibón, tengo un problema con uno de mis hijos y vengo a pedirte consejo. -expuso respetuosamente Ikoneti.

-Pasemos dentro.

Obago le indicó la entrada y al mismo tiempo le dijo a uno de sus hijos que le ayudaban que no vería a nadie más mientras estuviera dentro de la choza.

La disposición de la choza había variado poco desde la vez que estuvo Ikoneti allí con sus dos hijos. La sencillez y la simplicidad presidía toda la decoración del lugar, si es que se podía hablar de decoración al referirse a ladisposición de las distintas hierbas, raíces, frutas y a los utensilios que usaba el laibón en su día a día. Obago le invitó a sentarse a Ikoneti y le dijo:
 
-Has tardado. Esperaba tu visita con anterioridad en el tiempo.

Ikoneti quedó algo sorprendido.

-¿Por qué? -acertó a preguntar.

-No, no, esta vez no han sido mis dotes de laibón, de veedor del futuro. -Obago sonrió- Simplemente un hijo tan curioso y audaz como el tuyo tarde o temprano te metería en un tipo de problema de esos de los que necesitas mi ayuda. Pero creí que iba a ser mucho antes.

-No, no es así exactamente. -respondió Ikoneti.

-Bien, cuéntame entonces y veremos qué tipo de ayuda necesitas.

Ikoneti comenzó a hablar.

-Has acertado en cuanto al niño. Sí, se trata de Makutule. Es el que fue tan impertinente preguntándote esas cosas la última vez que estuvimos aquí. Me alegro que te acuerdes de él. Desde aquel día trabaja conmigo con el ganado, y es aplicado, inteligente, laborioso. No ha dado problemas.


-¿Entonces? -preguntó Obago.

Ikoneti, que hasta ese momento había mantenido la mirada baja, alzó sus ojos y miró directamente a los de Obago.

-Tiene sueños en los que ve el futuro.

El silencio se hizo entre los dos. La expresión amable, casi risueña, de Obago, se transformó. Su cara se mostraba seria, preocupada. Había dejado por un momento de mirar a Ikoneti, para poder digerir mejor la noticia que éste le acababa de dar. Volvió a enfrentar su mirada.

-Eso es muy serio. ¿Estás seguro?

-No estaría aquí si no lo estuviera.

-¿Y qué pretendes? -interrogó Obago.

-Esos sueños le están produciendo un gran sufrimiento a mi hijo. -contestó Ikoneti- Como laibón, haz lo que consideres más adecuado. No me importa que deje de tenerlos. Yo, como padre, únicamente te pido que hagas lo posible para que mi hijo deje de sufrir por esos sueños.

El silencio volvió a instalarse entre los dos hombres. Obago reflexionó. Si Ikoneti le estaba pidiendo ésto, era porque el don de los sueños sería muy fuerte en el niño y estaría interfiriendo en su labor como pastor. Pero la solución podía traer al niño tanto sufrimiento como el que tenía ahora. De pronto se dio cuenta que no lo había preguntado:

-¿Por qué sufre el niño?

-Porque como no pertenece a vuestro clan, y sin embargo tiene esos sueños, -explicó el padre- cree que los tiene por alguna razón maligna o bien que le destinan a algo malo.

-En ese caso, la solución que puedo darte acabará con el problema, pero te dejará sin un hijo.

A Ikoneti se le heló la sangre. No podía ser que el laibón le estuviera proponiendo algo tan horrendo. Casi no se atrevía a preguntar. Pero había ido allí para ayudar a su hijo, y llegaría hasta donde hiciera falta.

-¿Cómo?

-Puedo adoptarle, -Ikoneti suspiró tranquilo- y tratarle como a uno de mis hijos. Por lo curioso que es y lo inteligente que dices que es, puede ser candidato incluso a ser un buen laibón.

-Pero, ¿puede ser? Quiero decir, ¿es posible? -a Ikoneti se le iluminaba la cara por momentos.

-Puede ser. -explicó Obago- Por lo general sólo hacemos adopciones entre miembros de nuestra familia inmediata, pero con tu hijo haré una excepción.

-¿Y cómo vivirá? -preguntaba Ikoneti, que aún no podía creerlo.

-Pues como cualquiera que es adoptado por un laibón. Se le tratará como a un hijo, se le dará ganado, se le arreglará su circuncisión y su matrimonio. A tales personas se les suele llamar "ol-onito".

-¿Cómo podría agradecértelo?

-Espera. -le indicó Obago- Él debe querer. Porque esta relación es terminable a voluntad. Si el adoptado decide romper la relación, se afeita el pelo y se va, pero tiene que dejar atrás todo, -remarcó esta última palabra- todo lo que se le ha dado. Esto último lo tiene que tener muy, muy claro.

Las últimas palabras del laibón devolvieron seriedad a todo el interior de la choza. Pasados unos segundos, Ikoneti contestó:

-Hablaré con Makutule y te traeré su respuesta. Por mi parte, si esa es la manera de mejorar a mi hijo, estoy dispuesto a prescindir de él.

Ikoneti se inclinó y salió por la puerta de la choza. Obago le vio salir. Sentía curiosidad. Makutule con sus sueños que se cumplían. Makutule, un "veedor". ¿Sería capaz de ser un laibón? En ese momento no lo sabía. El tiempo se encargaría de mostrárselo.

Paisaje Maasai, fotografiado por Chris Minihane

viernes, 2 de diciembre de 2016

LCP Cap. 45: LA CONFIDENCIA DE LENGWESI

Alrededores del Parque Nacional del Serengeti, al final de la estación seca. Tanzania.

La estación seca estaba llegando a su final. Pronto llegarían las lluvias y la hierba nuevamente volvería a crecer en la sabana, produciendo y renovando, como cada año, el milagro de la vida. También, pasado algún tiempo, vendrían las grandes manadas de herbívoros, principalmente ñús y cebras; y con ellos los leones, el gran animal que sirve de símbolo al pueblo Maasai.

Grandes manadas de ñus con algunos rebaños de cebras entre ellos. Parque Nacional del Serengeti, Tanzania.

Pero aún quedaba algo de tiempo para que ocurriera todo eso, y mientras tanto había que conducir el ganado a los charcos y a los arroyos que, desde el tiempo de los antepasados, los Maasai sabían que todavía gozaban de suficiente cantidad de agua para que sus reses abrevaran adecuadamente.

Ikoneti, con sus hijos, iba dirigiendo de esta forma su ganado cuando notó una pequeña presencia a su lado. Era su hijo Lengwesi.


-¿Qué quieres, Lengwesi? ¿Tienes algún problema con el ganado?

-Ninguno. -contestó el niño.

Durante el tiempo que llevaba de pastor había ganado en audacia, aunque también sabía que a su padre debía tratarle con respeto.

-Entonces, ¿por qué estás aquí? -la pregunta que le hizo su padre sonó más a un reproche.

-El ganado que cuido está estupendamente. -afirmó Lengwesi sin hacer caso al tono de su padre- Por eso me permito abandonarlo un momento para comentarle, padre, -remarcó la palabra "padre"- un problema que me preocupa bastante.

-¿Tan importante es? -preguntó Ikoneti sin cambiar el tono de voz.

-Sí, padre. -volvió a repetir "padre" como fórmula de respeto.

-Espero que así sea. -esta vez el tono era de enfado- Vamos, cuenta.

-Se trata de Makutule. Tiene sueños en los que adivina el futuro.

Ikoneti se quedó paralizado como una estatua. De todas las reacciones que había previsto Lengwesi, ésta era la que menos habría esperado.

-¿Adivina el futuro? -preguntó Ikoneti, sin moverse un ápice.

-Sí, padre.

-¿Estás seguro? ¿No será invención suya?

-No, padre. Eso creí yo también, pero no. Le viene en sueños lo que va a suceder al día siguiente o a los pocos días.

Ikoneti suspiró. Todo su cuerpo se relajó.

-Y lo peor -continuó Lengwesi- es que está muy preocupado porque cree que es malo, que al no pertenecer al clan del laibón, eso no puede ser más que una mala señal.

-¿Una mala señal? -preguntó el padre.

-Sí, padre. Que esa capacidad que tiene es porque está destinado para el mal. -el tono del muchacho paso a ser de súplica- No habría alguna forma de convencerle de lo contrario, o de que no volviera a tener esos sueños. Tú sabes mucho. Seguro que sabes también como resolver esto y quitarle esas ideas de la cabeza a Makutule, porque yo lo he intentado pero no he podido. -Lengwesi tenía los ojos enrojecidos y estaba luchando por no llorar. Un Maasai no llora.

Ikoneti se acuclilló frente a él y le sujetó con sus fuertes manos por sus hombros.

-Escucha, Lengwesi. Has hecho lo que debías. Hablaré con tu hermano. Y haré lo posible por arreglar su problema, ¿de acuerdo?

Lengwesi afirmó con un movimiento de cabeza, empezó a sonreír. Ikoneti, que por un momento se había mostrado tierno, se alzó sobre sus piernas, adoptó nuevamente una pose seria y le dijo:

-Y ahora a tu ganado. Que ya lo has dejado mucho tiempo sin cuidar.

Lengwesi le lanzó una sonrisa en la que resaltaba la blancura de su dentadura.

-Sí, padre. Por supuesto.

Y se marchó, corriendo hacía donde estaba su parte del ganado.


domingo, 27 de noviembre de 2016

ANTE LA "CANONIZACIÓN" MEDIÁTICA DE FIDEL CASTRO

El pasado viernes por la noche fallecía a los 90 años de edad Fidel Castro, dictador de Cuba desde 1959. Desde entonces se están dando numerosas reacciones en todo el mundo. Y como estoy escuchando reacciones muy positivas, halagadoras y casi canonizantes de la figura histórica, que por supuesto que lo es, de dicho personaje, me he puesto a reflexionar sobre lo que ha conseguido en su país y en el mundo durante los (2016-1959=57) 57 años transcurridos desde que tomó por las armas la nación cubana. Porque aquel primero de enero de 1959 don Fidel Castro no subió al poder de forma democrática, sino a través de un procedimiento militar, una guerrilla que luchaba contra un régimen dictatorial, de derechas, que permitía que el tío Sam considerara a Cuba como su "cantina" particular del Caribe. Pero, ¿tras echar al régimen dictatorial de Batista, instauró una democracia en Cuba? No, que yo sepa.

Primer punto en su contra. El régimen que instauró fue otro régimen tan dictatorial y represivo como al que había sustituido. Barrió a la oposición de la forma en que la barrían por aquel tiempo las dictaduras de izquierdas, eso sí, "en aras de la libertad del pueblo". El pueblo era libre, siempre y cuando pensara lo mismo que Fidel Castro. A Fidel no le temblaba el pulso si había que matar a algún opositor. No se si eso es ser luchador por la libertad o simplemente un dictador más.

Luego llegó el enfrentamiento con los Estados Unidos y el alineamiento con la URSS. Por supuesto, los EE.UU. también tuvieron mucha culpa. Eso de intentar invadir la isla, de intentar asesinarlo cientos de veces, fracasando vergonzosamente está muy mal, señores de la CIA. Pero la deriva extremista, sí, extremista que dio a su régimen Fidel hizo que se produjera un bloqueo por parte de EE.UU. tan fuerte que el mundo no ha vivido otro hasta que ha llegado la situación de Gaza e Israel, décadas después. Cual fue la consecuencia de tanta lucha contra el "imperialismo yankee", un bloqueo que sumió al país en unos niveles de pobreza cada vez más acuaciantes.

En un primer momento, pudo salvarse gracias a la ayuda soviética, pero cuando el régimen soviético se vino abajo, la pobreza aumentó. Los coches se reciclaban, las paredes no se pintaban, la economía se inventaba. Para evitar que los cubanos se dieran cuenta de lo mal que estaban se estableció una política restrictiva de viajes al exterior. No se daban visados de salida. El que salía normalmente no podía volver. Y llegó la crisis de los balseros. Empezaron a abandonar la isla en balsas. A cubrir los 150 kilómetros que les separaban de las costas de Florida en balsas mal hechas para alcanzar la "tierra prometida", aquel lugar donde, al menos, podrían hablar mal de Fidel sin temor a que algún miembro de la seguridad le tachara de opositor y le encarcelara o algo peor. O simplemente, donde se pudiera comer todos los días.

Ya vamos teniendo varios puntos en contra de esta "gran figura histórica del siglo XX". No sólo es el dictador de un régimen autoritario y represivo, sino que permite que su pueblo se muera de hambre. Sigamos.

Cuando ocurre todo esto, es el tiempo en que la URSS empieza a desmoronarse. Y Fidel empieza a acercarse a una institución en la que ve un apoyo seguro. ¡Oh, sorpresa! La iglesia católica. Va totalmente en contra de sus dictados. El régimen castrita es marxista y por tanto ateo y anticatólico, ¿cómo es posible? Fidel es astuto y ya es perro viejo. Si consigue una buena relación con la iglesia católica se le abrirán muchas puertas. Y así ocurre. Primero con Juan Pablo II, y después con sus sucesores, consigue un acercamiento y una distensión, que después ha continuado su hermano Raúl Castro que ha permitido una mayor apertura al exterior y una consideración del régimen cubano. Aquí sí hay que reconocer que los Castro deben apuntarse un tanto.

Pero se mantienen todos los postulados del régimen. Se mantiene toda la política exterior, interior, con respecto a la oposición, a la libertad de expresión, etc.

Resultado: Fidel Castro es un Dictador de un régimen Totalitario y Represivo que es Responsable de la Muerte a sangre fría de miles de cubanos, de Seres Humanos, y ha llevado durante estos 57 años al Pueblo Cubano a unos niveles de Pobreza que yo no los quiero para mi pueblo.

No niego que sea una figura histórica del siglo XX, que lo es, pero no deja de ser un dictador como los que sufrieron durante el siglo XX países como Alemania, Italia y España.


Para terminar con una nota de humor, contaré un chiste que estaba de moda en la época de la presidencia de Jimmy Carter: se encuentran debatiendo en un plató de televisión dos políticos, uno norteamericano y otro cubano sobre la libertad en sus países y dice el norteamericano:

-Nosotros (acento yankee) en Estados Unidos tenemos tal libertad que yo entró en el jardín de la Casablanca, subo las escaleras de la Casablanca, abro la puerta de la Casablanca, entro en el despacho oval, me siento en la silla del presidente Carter, me fumo un puro del presidente Carter y le digo al presidente Carter lo que me da la gana de lo mal que lo hace.

A lo que responde el cubano.

-Eso no es nada (acento cubano). Nosotros, en Cuba, tenemos más libertad aún, porque yo entró en el Palacio de la Revolución, paso al despacho del presidente Castro, me siento en la silla del presidente Castro, me fumo un puro del presidente Castro y le digo al presidente Castro lo que me da la gana de ¡lo mal que lo hace el presidente Carter!


sábado, 26 de noviembre de 2016

LCP Cap. 44: LOS SUEÑOS DE MAKUTULE

Dos niños Maasai a la entrada de su choza

Una tarde, al acabar el día, estaban los dos niños en la puerta de su choza. Estaban hablando de cómo les había ido en el trabajo con las vacas de su padre, cuando Makutule le dijo a Lengwesi:

-¿Te acuerdas de la visita al laibón?

-Sí, Makutule. ¿Por qué lo preguntas?

-Porque la noche anterior la soñé. -respondió Makutule en un tono de voz bajo, confidente.

-¿Cómo que la soñaste? -le interrogó Lengwesi.

Meshuko, laibón de Tanzania.
-Sí. Soñé la escena de la mujer, y la de nosotros entrando en la choza, y la de la elección de las plantas, el enfado de nuestro padre, pero sobre todo -y aquí Makutule hizo una parada en la narración de su sueño y acercó su cara a la de su hermano, que le estaba mirando con estupefacción- sobre todo vi la faz de ese hombre, del laibón, preguntándome una y otra vez: ¿quién eres? ¿quién eres? ¿quién eres?

Lengwesi soltó una risotada, mientras echaba su cuerpo hacia atrás.

-¡Venga ya! Me estás mintiendo. Quieres contarme una historia de miedo, pero ya no trago. ¡No olvides que ya somos pastores Maasai! Y un día nos circuncidarán. ¡Ahí sí que sabrás lo que es el miedo!

-¡Qué no, hermano! ¡Qué lo que te estoy contando es la verdad! ¡Qué soñé que se iba a producir antes que ocurriera!

-Bueno, vale. Pongamos que es verdad.

-¡Que lo es! -insistió Makutule. Lengwesi le miró.

-Bien. Es verdad. Y eso, ¿de qué nos sirve ahora?

Makutule lanzó un suspiro, dejó caer los brazos a lo largo del cuerpo, y apoyó su espalda, que la había mantenido erguida durante la conversación, sobre la pared de la choza.

-Me imagino que de nada. -dijo con tristeza- Pero necesitaba contárselo a alguien. Tengo sueños en los que veo cosas que luego pasan al día siguiente, a los dos días, o varios días más tarde.

-¿No es el primero? -preguntó su hermano.

-No.

-¿Y desde cuándo los vienes teniendo?

-Desde que recuerdo que sueño. Al principio no le di importancia. Pero desde aquel día que conocimos al laibón, no hago más que darle vueltas.

-¿No será que quieres ser laibón y te estás inventando todo esto? -dijo Lengwesi con un tono entre pícaro y enojado.

-Sí, me gustaría ser laibón, pero ya nos dijo padre bien claro que es algo que se hereda. Por lo que desde entonces deseché la idea, y por eso mismo me preocupan más estos sueños.

Lengwesi hizo una mueca de asombro.

-No entiendo. Si lo tienes claro, ¿por qué te preocupan unos cuantos sueños?

-Porque si no me corresponde ser laibón, porque no pertenezco a su clan, y sin embargo tengo sueños como un laibón, -Lengwesi seguía muy atento el razonamiento de su hermano- entonces yo, ¿quién soy realmente? Si el laibón es el "veedor" bueno de nuestro pueblo y a mí no me toca serlo, ¿me toca ser el malo?

La cara de Makutule expresaba una tristeza muy profunda. Lengwesi le miró a los ojos.

-No, hermano. No te toca ser el malo. Tiene que haber otra explicación, y la encontraremos. -diciendo esto último abrazó fuertemente a su hermano.