sábado, 2 de mayo de 2020

ESOS ADORABLES PEQUEÑUELOS Cap. 20: ¿Final?


He de pedir perdón a todos aquellos que, aunque pocos, hayan seguido la serie de mi blog dedicada a las andanzas de mi hija. Llevo cerca de dos meses sin publicar una entrada. Ello es debido a dos cosas. La primera, que debido a cuestiones de trabajo me he tenido que desplazar lejos de donde vivo, y me he tenido que establecer durante unos meses en un nuevo "emplazamiento". La segunda es que no calculé bien y no he tenido capacidad para poder escribir nuevas entradas hasta hace muy poco tiempo. Me faltaba primero conexión a internet y, segundo, teclado adecuado para poder realizar de forma correcta lo que estoy haciendo en estos momentos, que es, ni más ni menos que escribir.

Por el momento dejaré de hablar de mi hija. Cumplió tres años, me encuentro separada de ella y la "morriña" hace que me entristezca cuando hablo de ella o la veo en alguno de los vídeos que me mandan, no cuando la veo a través de vídeo-llamadas con el móvil. Por tanto acabo hoy la serie dedicada a mi niña para pasar a hablar de otras cosas. Y acabo a lo grande.


Resulta que mi mujer ha estado durante varias semanas aquejada de un dolor de espalda en la zona lumbar. Este dolor le bajaba por la pierna izquierda, convirtiéndose en una ciática difícil de controlar y que hacía que se sintiera imposibilitada en algunas ocasiones. Pues, ¿dónde llega la última y estupenda anécdota de mi niña? En su respuesta a la situación.

Al ver a su madre dolorida y que, sin embargo, hacía esfuerzos por levantarse, en alguna ocasión, segun me ha contado mi mujer, ha ido corriendo adonde estaba ella y le ha dicho:

-¡Espera, espera! Que yo te ayudo.

Y, ni corta ni perezosa, le ha puesto la mano en la espalda, ella, lo "mico" que es, que no le llega casi con la cabeza a la zona lumbar, le ha puesto, digo, la mano en la espalda para ayudar a su madre a levantarse y a desplazarse por el piso.


Lo más extraordinario es que ha surgido de ella misma. Nadie la ha indicado, ni mucho menos aleccionado, que tenía que ayudar a su madre. Ha sido ella misma la que ha entendido que tenía que cuidarla.

Sin más, acabo aquí la serie, aunque puede que en lugar de ser un "adiós", sea un "hasta luego".

Queridos amigos, nos vemos en la red.


lunes, 23 de marzo de 2020

ESOS ADORABLES PEQUEÑUELOS. Cap. 19: Moras y frambuesas

Moras
La anécdota de hoy es más corta y más sencilla, aunque refleja las lecciones que, a veces, recibimos los adultos de los niños. Y no me refiero a lecciones de las que hayan aprendido en la escuela, o por sus parientes, o en la televisión, del tipo de: "Mamá, no se come con la boca llena", "Papá, primero hay que rellenar los vasos de los demás antes de llenar el tuyo de agua", o "Mamá, si querías esa ropa, ¿por qué le has dicho al dependiente que te lo tenías que pensar?"

No. Me refiero a algo más profundo, que penetra más en la mente del niño, y además de enseñarnos cómo funciona su cerebro, es decir, lo sencillo y al mismo tiempo apabullante de su lógica, nos indica el nivel de enrevesamiento que tiene la nuestra, por la cantidad de pre-juicios (es decir, juicios previos) con que la llenamos al cabo de los años.


Entro en materia. Habíamos acabado el plato principal de la comida de ese día y tocaba el postre. Había que ir por él a la cocina. Mi mujer se dispuso a ello, pues sabía que para mí serían unas mandarinas y para ella una naranja. Pero quedaba nuestra hija, de 2 años y 11 meses. Normalmente le gustan las moras y las frambuesas, y nunca dice que no a un buen cuenco de semejantes golosinas naturales. Toda confiada, mi mujer le dijo a la niña:

- Y para Raquel tengo ahí un tazón de moras y frambuesas. ¿Verdad que sí?

- No quiero. -dijo la niña con tranquilidad.

Tanto a mi mujer como a mí nos dejó sorprendidos. Más a mi mujer, que volvió a preguntar:

- Pero si te gustan mucho las moras. ¿Por qué no las quieres? ¿Es que ya no te gustan?

Atención a la respuesta de la niña:

- Las moras y frambuesas unas veces me gustan y otras no. Y ahora no me gustan.


Así de sencillo. No es que ya no le gustarán. No es que estuviera enfadada con alguno de nosotros y lo usará como llamada de atención. No es que quisiera otra cosa, porque ese día, de hecho, no tomó postre. Era simple y llanamente que nos recordaba algo que todos nosotros no solemos darnos cuenta en el periodo adulto: las cosas, sea fruta u otro tipo de estímulos, no gustan de manera continua. Hoy te gustan, mañana no, pasado sí. Y eso les ocurre igual a los niños. Hoy les apetece algo que ayer no querían y que mañana no querrán. Pero eso no significa que no les apetezca de forma general, simplemente habrá ocasiones en que no disfruten con ello, o que no tengan ganas de ese juguete, diversión, chuche o alimento en ese momento.

Es decir, para todos nosotros, los "adultos": cuando alguien no quiere algo en un momento determinado, no significa que no lo vaya a querer en otro momento. Y sobre todo, que siempre existe la libertad de escoger, incluso la de rechazar aquello que nos gusta.

Las moras y frambuesas le gustan, pero cuando ella quiere. Una "pequeña" lección.

Queridos amigos, nos vemos en la red.


jueves, 19 de marzo de 2020

ESOS ADORABLES PEQUEÑUELOS. Cap.18: La muleta.

Me recuerda mi mujer un hecho qué ha pasado en esta última Navidad. Ha estado unos días con nosotros mi madre.

La mujer, aparte de otras afecciones, sufre una hernia discal lumbar. Fue estudiada por neurocirugía y debido precisamente a las otras enfermedades que posee, y las complicaciones que éstas pudieran dar en la intervención quirúrgica, decidieron que no solo no la operarían, sino que no querían ni saber nada del asunto. El resultado fue que la "desecharon" para realizar en ella ningún tipo de operación y la dieron de alta. Y allí te las compongas.


Ésto ocurrió hace ya algunos años. De unos meses esta parte, parece que la hernia debe haber aumentado, pues no solamente le duele más, sino que el dolor le recorre, le "dimana", de la cadera hasta la punta de los pies. Cómo médicamente no se podía hacer gran cosa, ni corta ni perezosa, sin encomendarse a Dios ni al diablo, se compro una muleta, la cual usa con mucho orgullo, y diría que hasta alegría, porque además de ayudarla en sus desplazamientos largos, léase fuera de la casa, permite mantener su estatus de mujer enferma como el soldado que luce las medallas al valor.

Bueno al lío. Mi hija ha estado con ella estos días y, por supuesto, le ha preguntado por qué lleva la muleta. Mi madre le ha contestado en todo momento que la lleva porque le duele la pierna. Junto con ello, mi niña, recordemos que aún no ha cumplido los 3 años, ha visto que bastantes veces nos costaba a mi mujer y a mí desplazarla para que saliera a la calle. Y siempre que conseguíamos que saliera a dar una vuelta teníamos el "soniquete" de que le dolía la pierna, cosa que no niego en ningún momento punto. Y por fin, gracias al consabido "soniquete", conseguia que el paseo fuera más corto y regresáramos antes a casa.


Pues bien, hace unos días mi hija no quería bajar a la calle en brazos, sino que la cogiera su madre. Empezó que le dolía la rodilla como papá. Al ver que papá, o sea yo, le decía que por eso bajaba todas las mañanas a andar, para mejorar la rodilla, cambio de táctica. ¿Qué dijo? "¡Mamá, me duele la pierna!" Al insistir su madre en que se pusiera andar y no se quejará, ya os amazing eyes por dónde van los tiros, le pidió a su madre, ¡una muleta!

La niña había visto que al estar la abuela coja y con muleta la hacíamos más caso, e intentó hacer lo mismo con nosotros. Pero da la casualidad que no resultó. A mi hija todavía la puedo coger en brazos, darla vueltas y moverla a mi antojo, físicamente, porque mentalmente ha salido muy fina, y de eso va precisamente esta serie de entradas. A mi madre, por fortuna o por desgracia, ya no la puedo mover a mi antojo,  ni física ni mentalmente. Porque, además, eso de que los ancianos se vuelven como niños y se les puede engañar fácilmente ¡miau! como dicen en mi pueblo.


Con todo, ya le llegará la edad a mi hija de que me empiece a dar vueltas a mí, en la que todos los padres coinciden que es la peor edad: la adolescencia.

Queridos amigos, nos vemos en la red.


domingo, 1 de marzo de 2020

ESOS ADORABLES PEQUEÑUELOS. Cap. 17: ¿Los animales no piensan?

HUSKY SIBERIANO
Bajando en el ascensor y tratando de sacar un tema para que se le quitara la rabieta del día, le comenté:

-¿Sabes que podemos ver ahora a Brooklin y le puedes saludar?

Brooklyn es el perro de una vecina, un husky siberiano muy bonito, y solemos coincidir justo cuando nos vamos a la guardería. Su dueña llega con él de darle el primer paseo de la mañana. Pues su respuesta fue totalmente lógica:

-Los animales no hablan.

Ante aquello, y como ya la conozco, no me arredré y seguí atacando el tema.

-Pero seguro que pensará qué le pasa a esta niña que no me saluda.

Ella siguió en sus trece:

-Los animales no piensan.

Mi experiencia, incluso con animales salvajes, me sirvió perfectamente para pillarla el renuncio. Así que la contesté:

-¿Tu estás segura de que no piensan?


La callada por respuesta, con lo que insistí otro poco más:

-¿Entonces cómo saben distinguir si se quieren ir a derecha o izquierda, o quiénes son sus amos?

Calló. Y al ver que no estaba el perro con su dueña en el portal, exclamó:

-¡No está Brooklyn!

-Claro -le dije-, porque a veces coincidimos con ellos y otras veces no.

No sé si aprendió algo, lo que yo sí me di cuenta es de que razonaba, con tan sólo 2 años y 10 meses, de forma mucho más compleja de lo que habría pensado nunca.


sábado, 29 de febrero de 2020

ESOS ADORABLES PEQUEÑUELOS Cap. 16: El Padrenuestro

Imagen de COVID-19
Hoy, 29 de febrero, como día que tan solo se repite cada 4 años, y enmedio de la psicosis generalizada provocada por una nueva pandemia vírica, cuya mortalidad es menor que la de la gripe, os voy a contar una historia de mi hija cuando tenía 2 años y pico y comenzaba a hablar.

Kenneth David Kaunda
Siguiendo la máxima del dirigente africano Kenneth David Kaunda, presidente de Zambia durante los años 70 y 80 del pasado siglo, que dice: "...hay que enseñar a los hijos aquello que crees mejor para ellos, porque más tarde, cuando sean jóvenes y se hagan adultos, ya tendrán tiempo de decidir por sí mismos lo que es bueno para ellos...", me dispuse a enseñar a mi hija una oración que, no por ser común, es menos importante: El padrenuestro.

Decir que la cita a la que me he referido viene en el libro "Carta a mis hijos", escrito por el dignatario zambiano en la mitad de su carrera política. Si doy la referencia de este libro es porque creo que es una lectura muy recomendable para cualquier persona que se interese por conocer el pensamiento y filosofía de vida de uno de los dirigentes africanos más destacables.

Pues bien, siguiendo, como digo, esta máxima, me puse a enseñar a mi hija de dos años y medio aproximadamente el Padrenuestro. Estábamos en la cama, intentando que se durmiera y, antes de dormir, le dije que le quería enseñar una nueva oración. Dijo que sí y empecé a decírsela. Ella iba repitiendo lo que yo decía y en algún momento se intentaba adelantar y adivinar lo que seguía. Y aquí vino la anécdota.

Cuando yo llegaba a la parte que decía: "... no nos dejes caer..." ella siguió la frase con una espontaneidad que yo no hubiera esperado, y saltó diciendo:
-Al suelo.
No puede aguantar la risa. La oración, para quién no lo sepa, dice así: "...no nos dejes caer en tentación..." Ella por supuesto ni se imaginaba que uno pudiera caerse en cualquier otro sitio distinto que el suelo, y mucho menos en "tentación" porque, como muy niña que era, no sabía que era eso. Con lo que su oración quedó en "...no nos dejes caer al suelo..."

Posteriormente, tras acabar de reír, le corregí el fallo, aunque más bien era la continuación más lógica a esa frase.

Hasta aquí mi episodio de hoy de "Esos adorables pequeñuelos". Nos vemos en la red.