sábado, 2 de noviembre de 2019

ORACIÓN DE MAIMÓNIDES

Estatua de Maimónides, en el barrio judío de Córdoba. España

Oh Dios, llena mi alma de amor por mi arte y por todas las criaturas.

Que no admita que la sed de ganancia y el afán de gloria me influencien en el ejercicio de mi arte, porque los enemigos de la verdad y del amor de los hombres podrían fácilmente hacerme abusar y apartarme de hacer bien a tus hijos.

Sostén la fuerza de mi corazón para que esté siempre pronto a servir al pobre y al rico, al amigo y al enemigo, al bueno y al malo.

Haz que no vea en el hombre más que al que sufre.

Que mi espíritu se mantenga claro en el lecho del enfermo, que no se distraiga por cualquier pensamiento extraño, para que tenga presente todo lo que la experiencia y la ciencia le enseñaron; porque grandes y sublimes son los progresos de la ciencia que tienen como finalidad conservar la salud y la vida de todas las criaturas.

Haz que mis pacientes tengan confianza en mí y en mi arte y que sigan mis consejos y prescripciones.

Aleja del lecho de mis pacientes a los charlatanes, al ejército de parientes que dan mil consejos y a aquéllos que saben siempre todo; porque es una injerencia peligrosa que, por vanidad, hace malograr las mejores intenciones y lleva muchas veces a la muerte.

Si los ignorantes me censuran y escarnecen, otórgarne que el amor de mi arte, como una coraza, me torne invulnerable, para que pueda perseverar en la verdad sin atender al prestigio, al renombre y a la edad de mis detractores. Otórgame, Dios mío, la indulgencia y la paciencia necesaria al lado de los pacientes apasionados o groseros.

Haz que sea moderado en todo, pero insaciable en mi amor por la ciencia. Aparta de mí la idea de que lo puedo todo.

Dame la fuerza, la voluntad y la ocasión para arnpliar cada vez más mis conocimientos.

Que pueda hay descubrir en mi saber cosas que ayer no sospechaba, porque el arte es grande, pero el espíritu del hombre puede avanzar siempre más adelante.

Maimónides. Historical/Getty Images

sábado, 27 de julio de 2019

ORACIÓN


Hoy he confirmado que alguien querido para mí, C.C., a quién conocí en un sanatorio, ha fallecido. Rezo una oración por su alma, y le pido que me ayude en mis circunstancias, porque estoy seguro, sin necesidad de canonización ninguna; estoy seguro de que está al lado del Señor.


Gracias por tus llamadas y tu existencia, C. Siempre estaré en deuda contigo.




viernes, 12 de abril de 2019

UN MIRLO, MI HIJA Y UNA ALEGRÍA TONTA

Mirlo (Turdus merula)

Tras mucho tiempo sin publicar nada, hoy me atrevo a escribir unas líneas. Va a ser simplemente una reflexión y me gustaría compartirla con todos vosotros.

Hoy, al bajar a la niña a la guardería donde va, estábamos saliendo de casa y, de pronto, ella vio un pájaro frente a nosotros. Se trataba de un mirlo (Turdus merula). Para quién no lo conozca, el mirlo es un ave pequeña, de aproximadamente 10-15 cm, de color negro intenso y pico rojo los individuos adultos, y que suele vivir en el sotobosque y las arboledas al lado de los ríos.


Pertenece al orden de los paseriformes, los que llamamos vulgarmente pájaros, y gracias a su gran capacidad de adaptación, ha asentado sus "reales" en los distintos jardines y parques de nuestras ciudades. La humedad que provocamos los seres humanos al regarlos, el césped, los setos que sirven para dividir o rodear los espacios dedicados a los vegetales frente a nuestros portales, le han venido de maravilla a éste pequeño pájaro.

Pues bien. Ahora viene la alegría tonta. Mi hija, que tiene poco más de dos años, al verle le ha señalado y con voz ilusionada ha dicho: "írlo". ¿Qué que tiene eso de especial? Yo creí que sólo iba a decir pájaro, u otra cosa por el estilo, en su "media lengua". Pero no. Ha reconocido perfectamente a la especie, y sin yo decir nada le ha dado su nombre común.


Me imagino que ésto os habrá pasado a muchos con vuestros hijos. No lo cuento por lo extraordinario, sino por la alegría que me he llevado. Como muchos me conocéis, sabéis que me gusta mucho la naturaleza y el medio ambiente. Me hubiera gustado que mi hija creciera en un mundo más natural, más unido a la Tierra, como yo hace ya bastantes años. Pero su vida es distinta, no sé si será mejor o peor, pero distinta. Aunque me alegra que en esencia, se fije en las cosas naturales y sepa reconocerlas. ¿Se me cae la baba? Pues sí. Sería de necios no reconocerlo.

Muchas gracias por vuestra lectura, y, Dios mediante, sin saber cuando, nos volveremos a ver en la red.


jueves, 9 de agosto de 2018

LA SANTIDAD DE SANTA MÓNICA


Queridos amigos de CULTURA Y SERENIDAD, nuevamente traemos a colación un tema religioso a ésta ventana a la cultura. Y, ¿por qué? Pues porque el que ésto escribe ha estado leyendo, ya lo dije al entrada pasada, "Las Confesiones", de San Agustín. Y, aparte de todo el legado teológico que nos hace llegar desde aquellos finales del s. III y principios del s. IV de nuestra era, ha habido dos cosas que a este humilde lector le han llamado la atención.

La primera ya la conté al semana pasada. Lo poco que habla San Agustín sobre su hijo Adeodato. La segunda, toca hoy, y es sobre Santa Mónica, la madre de San Agustín.

La muerte de Santa Mónica (Ottaviano Nelli, 14-10-1420, iglesia de San Agustín en Gubbio, Italia)
En un primer momento me iba a referir, y lo haré, a su muerte, tal como la relata su hijo. Pero, sin embargo, releyendo su historia, y teniendo en cuenta que no se conoce canonización oficial, sino que tan sólo se celebraba su memoria el 4 de mayo. Con el advenimiento del nuevo calendario gregoriano en el s. XVI se consideró que habría que pasar su fiesta un día antes de la de San Agustín, es decir, al 27 de agosto, que está cerca de nosotros; digo que reflexionando sobre todo ello cambié el título de la entrada. Y le pusé el que rige más arriba.

Pero empezaré por su muerte, narrada en el libro IX de Las Confesiones, de San Agustín:

"...cayó enferma con grandes fiebre. Uno de esos días tuvo un desvanecimiento, perdió los sentidos y no reconocía a los que la rodeaban. Acudimos todos... Y luego, viéndonos sumidos en una asombrada tristeza, continuó: "Aquí sepultaréis a vuestra madre...Sólo os ruego que me recordéis siempre ante el altar del Señor". Y habiendo expresado este último deseo con las palabras que pudo concertar, se hundió en el silencio, y su enfermedad se agravó... Y fue así como al noveno día de su enfermedad y al año quincuagésimo sexto de su vida y al trigésimo tercero de la mía, salió de su cuerpo aquella alma pía y religiosa." (Las Confesiones, libro IX, capítulo 11; San Agustín).

Lo primero que me sorprendió de la muerte de Santa Mónica fue que, rodeada de dos de sus hijos y de aquellos que la querían, nadie habla de avisar a un médico. Ninguno de los presentes habla de la posibilidad de que haya una cura para sus fiebres. Y esto me produjo un fuerte contraste. Un fuerte contraste con el momento actual en que vivimos, en que lo primero que acudimos, ante cualquier mal, es a alguién que nos pueda curar, alguién que nos resuelva el problema de salud. No tenemos la serenidad suficiente para aceptar la evolución de las cosas.


Pero nadie piense que yo esté acusando a San Agustín de no recurrir al consejo o a la sabiduría de algún médico que hubiera en la ciudad de Ostia, donde su madre murió. No. Lo que digo es que no lo refleja en sus "confesiones", no se preocupa de dejar por escrito que hizo todo lo materialmente posible para "salvar" la vida de su madre, no se preocupa porque el lector crea que la dejara morir sin poner remedio a las fiebres que provocaron su fallecimiento. No le importa tanto el salvar la vida de su madre, como el estar junto a ella en esos momentos. Y después relatará detalladamente todo el dolor que sintió su corazón con semejante pérdida.


En resumen, me resultó curiosa la serenidad que muestra un hombre del s. III-IV de nuestra era ante la muerte, mientras un hombre civilizado, que le aventaja en 17 siglos de avances científicos y tecnológicos, se encuentra totalmente desarmado ante el miedo a la muerte. Porque, amigos míos, ¿de qué nos valen los adelantos científicos y técnicos si no nos dan la serenidad necesaria para enfrentarnos a las grandes encrucijadas de la vida? San Agustín, no por ser santo, sino por ser un hombre de su tiempo, tenía esa serenidad. Sinceramente, para mí la quisiera.

Hasta aquí, lo que había pensado hablar de Santa Mónica en esta entrada. Pero ahora viene la parte que me hizo reflexionar. ¿Por qué se le hizo Santa a Mónica, la madre de San Agustín? Mi sorpresa fue mayor aún cuando descubrí que no existe ningún registro de canonización. Pero, sin embargo, siempre se la ha celebrado como la patrona de madres y esposas, desde la alta Edad Media hasta nuestros días. Y es Francisco de Sales, en el s. XVI, quién se refiere a ella como ejemplo para madres y esposas. ¿Qué es lo que más haría de Mónica una santa? ¿Su profunda religiosidad? ¿La vida dedicada a un marido que la maltrataba y la engañaba? ¿El cuidado que ponía en sus hijos, sobre todo el más descarriado, Agustín? En cualquier momento podéis acceder en la web a su biografía. Con escribir Santa Mónica en un buscador, os saldrán bastantes páginas sobre su vida. Os ánimo a que lo hagáis, su vida merece una mención aparte.


Pero aquí sólo voy a hacer referencia a aquello que creo que hace Santa a Mónica. Y que ella misma lo dice, por boca de su hijo Agustín, en Las Confesiones: "Sólo os ruego que me recordéis siempre ante el altar del Señor". Santa Mónica rezó y rezó, pidió a Dios por su hijo descarriado, rogó al Ser Todopoderoso que hiciera que su hijo no se perdiera. Un obispo le llegó a decir un día: "Esté tranquila, es imposible que se pierda el hijo de tantas lágrimas." Y su hijo no sólo no se perdió, sino que fue bautizado y Mónica lo pudo ver. Y su hijo no sólo no se perdió, sino que constituye actualmente uno de los pílares teológicos de la Iglesia, a la que amaba tanto Santa Mónica.

Viendo todo esto, me surje una duda. San Agustín, Padre de la Iglesia por sus numerosos escritos y defensa de la Iglesia frente a las distintas herejías del momento, se yergue como un gigante en la Historia de la Iglesia. Pero, Santa Mónica, con su comportamiento humilde, callado, generoso; con su rezar y rogar contínuo ante Dios, fue la que hizo de San Agustín lo que fue. ¿Quién es más santo? ¿El que habla mucho de Dios o el que reza y ora ante Dios? ¿El que busca la verdad, encontrando a Dios, como San Agustín, o la persona que confía plenamente en el Ser Supremo, en que será escuchada, y no desiste de su ruego, en la seguridad de que Dios se lo concederá?

Para mí creo que la respuesta está clara, y seguro que San Agustín me daría la razón. ¿Y para vosotros?

Queridos amigos, hasta la próxima entrada. Nos vemos en la red.

Santa Mónica y San Agustín en Ostia, Italia.

jueves, 26 de julio de 2018

"QUE NO TE IMPORTE QUEMARTE"


En estos días de verano, cerca de la canícula, a uno le da por descansar y dejar volar su mente hacia los distintos recuerdos que tiene en su vida. Y en virtud de estar comenzando a leer "Los Siete Pilares de la Sabiduría", escrito por T. E. Lawrence allá por la decada de los veinte del siglo pasado, recordé una de las primeras escenas de la película protagonizada por Peter O'Toole y Omar Shariff, "Lawrence de Arabia". Se trata de lo siguiente.


En ella, Lawrence hace una apuesta, para pasar el rato, con otros oficiales del ejército británico. La apuesta consiste en ver quien aguanta más una cerilla encendida entre sus dedos. Sea verdad o ficción, como podréis comprender, quien gana es Lawrence, que aguanta la llama de la cerilla, incluso cuando ésta alcanza la yema de sus dedos. Sus otros compañeros le preguntan:
-¿Cómo es posible? ¿No te quemas?
Lawrence responde afirmativamente, a lo que su interlocutor vuelve a preguntar.
-Entonces... ¿Dónde está el truco?
Lawrence, mirando fijamente a la llama que aun baila entre sus dedos, contesta:
-El truco está... en que no te importe quemarte.

Castillo Qasr al-Azraq. Centro de operaciones de Lawrence de Arabia.

¿Que por qué empiezo la entrada contando esta anécdota? T. E. Lawrence "de Arabia" fue uno de esos personajes que, de cuando en cuando, nos brinda la humanidad. Fue un estudioso, un entusiasta, de la arquitectura medieval. Más bien se podría decir que de las construcciones defensivas. Y también se sintió atraído desde un primer momento por Oriente Medio, pero no como los románticos del siglo XIX, que se imaginaban escenas fantasiosas, sacadas de las Mil y Una Noches. No, Lawrence quiso realizar un acercamiento mucho más real. De hecho, para la realización de su tesis doctoral, recorrió todos los castillos de la zona del Levante mediterráneo (actuales Israel, Libano, Siria, Jordania), registrando sus características de construcción y defensivas.

Fue ese conocimiento de Oriente Medio, en aquel entonces una parte del Imperio Turco, lo que le llevó a que en la I Guerra Mundial fuera destinado por el Ejército Británico como espía en la zona. Pero más que espía, lo que se le había encargado era una misión mucho más amplia. Fomentar la revolución y el separatismo árabe frente al Imperio Turco, el cual ya estaba entrando en una más que evidente decadencia.


Pero T. E. Lawrence hizo mucho más que fomentarlo. Ayudó a crear nuevamente la identidad árabe, estuvo al lado de los que lideraron el movimiento de secesión e independencia del pueblo árabe, les aconsejó incluso más allá de las órdenes recibidas por parte de sus superiores, realizó junto a ellos incursiones a puertos y trenes. En fin, se implicó de forma muy importante en la lucha del pueblo árabe por su independencia del poder turco.

Cuando una persona normal, como yo, se acerca a este personaje, siente algo así como la "aureola" que rodea al mismo, y se siente atraído por él. Pero esa atracción es justo por el personaje, por el mito creado alrededor de un hombre. Posteriormente, he leído biografías, escuchado programas radiofónicos, por supuesto ví en su momento "Lawrence de Arabia" (De la cual, y en contra de la opinión general, creo que es una de las interpretaciones menos acertadas de Peter O'Toole) y fruto de todo eso se descubre al hombre.


Y tal como dice en el inicio de su libro "Los Siete Pilares de la Sabiduría", en que relata todos estos años pasados con los árabes y su experiencia con ellos, se implicó tanto, al tener que mimetizarse con ellos en cuanto a costumbres y cultura, que, al final, no sabe a qué cultura pertenece. Se siente un advenedizo, un extraño en la cultura árabe, pues su adaptación ha sido toda ella consecuencia de su misión de espionaje dentro de ese pueblo. Pero esa adaptación, esa mimetización, esa convivencia con el pueblo árabe en las situaciones extremas que vivió, le hace perder su personalidad de caballero británico. Y aquí es donde comienza el mito.

Lawrence, convertido ya en Lawrence de Arabia, será uno de los que más intente, en la medida de sus posibilidades, que se cumpla realmente la promesa que el gobierno británico hizo a los árabes. La existencia de una nación árabe independiente. Pero las circunstancias del tiempo; las luchas, una vez vencido y deshecho el Imperio Turco, entre las distintas facciones del pueblo árabe; la intención británica y francesa de asegurar la llegada de petróleo a las metrópolis en las mejores condiciones posibles; todo ello, digo, dará al traste con su sincera idea de conseguir una auténtica e independiente patria árabe.

Por eso, al principio de su libro, T. E. Lawrence nos habla como disculpándose. Se presenta como un simple peón (y realmente así fue) dentro del Ejército Británico que cumplió con la misión que se le había encomendado: levantar en armas toda una zona del Imperio Turco para que éste no pudiera centrar todo su poder militar en enfrentarse a las potencias europeas. Sin embargo, y quizá ahí resida lo más importante del mito de Lawrence de Arabia, T. E. Lawrence se identificó con el pueblo árabe, creyó en la independencia del pueblo árabe y les enseñó a reclamarla y luchar por ella.


Tal como empezaba mi entrada de hoy, Lawrence se "quemó" por una idea, por un ideal, que aún hoy, 100 años después, sigue sin cumplirse.

Queridos amigos de CULTURA Y SERENIDAD, nos vemos en la red.