lunes, 30 de enero de 2017

LCP Cap.51: CURA MAASAI PARA LOMBRICES INTESTINALES

Queridos amigos. Debido a causas personales, muy felices por mi parte, no he podido colgar el episodio correspondiente de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS.

Con la entrada de hoy, retomamos la aventura de Makutule, el muchacho Maasai a través del cual estamos descubriendo las tradiciones y costumbres de este pueblo milenario. Espero os guste y goce de vuestro aprecio.

En la última entrada, Makutule iniciaba su aprendizaje como laibón. Empezaba por conocer los conceptos generales de lo que será en un futuro su labor dentro de su pueblo. A partir de hoy, va a ir descubriendo las soluciones particulares a cada problema al que pueda enfrentarse.

Cebras de Thompson bajo la lluvia. Foto de APW/Laly Lichtenfeld

En la estación de las lluvias las madrugadas son frías en Maasailand, en la tierra Maasai. Las temperaturas bajan efecto de la humedad, ayudadas por la altitud, pues suelen ser mesetas que pueden superar los mil metros de altura sobre el nivel del mar. Pero eso al pueblo Maasai no le importa, pues muy pocas veces ve el mar. Sin embargo, es en esa época cuando Obago, el laibón del cual Makutule estaba recibiendo toda la enseñanza para convertirse en nuevo y sabio laibón, tenía la mayor afluencia de pacientes aquejados de lo que llamaba "frío común", y que él solía curar con diversas hierbas. Osokonoi, iseketek, lolpurkel eran los nombres de las que usaba y que Makutule tuvo que aprender. Las utilizaba indistintamente, según la disponibilidad de las mismas en el campo, cuando salía a recolectarlas. En esas salidas, el muchacho fue aprendiendo a distinguir unas hierbas de otras, los lugares más frecuentes de crecimiento para cada una de ellas. También aprendió cómo evitar el encuentro con los animales salvajes peligrosos, y con las alimañas.


Un buen día llegó a la choza una madre con su hijo. El chico tendría más o menos la edad de Makutule, pero estaba muy flaco. A pesar de ello, comía un montón. Pero nada le servía para engordar. La madre había recorrido un camino muy largo, de varias jornadas, pues le habían dicho que Obago era el laibón que podría solucionárselo. Obago escuchó a la madre atentamente y después le pidió algo que sorprendió a Makutule. ¡Quería meter el dedo en el culo del chico! La madre quedó parada por unos segundos, pero al fin y al cabo, no iba a haber recorrido tan largo camino en balde.

Ante la mirada atenta de su pupilo Makutule, Obago lo primero que hizo fue explicar al niño lo que iba a hacer y para qué: iba a encontrar la razón de su delgadez. El niño miró a su madre con los ojos muy abiertos. Ella asentía con la cabeza, sonriendo a su hijo, aunque en su interior aun guardaba dudas de la "técnica" de ese laibón. El niño confió en su madre y se dejó hacer. Obago usó el meñique, el dedo más pequeño, para causar el menor daño posible. Antes se lo untó en grasa de vaca. Al ir a introducirlo, pidió al niño que hiciera fuerza como si expulsara las heces. Ésto permitió el paso más fácilmente al meñique. Una vez en su interior, giró el dedo por dos veces y lo sacó.

Oxiurus adultos

Al extraerlo, salieron unas bolitas, como especie de bolsitas muy pequeñas, y unos filamentos que empezaron a retorcerse. Al verlos la madre y el niño retrocedieron espantados; sobre todo la madre, pues creyó que a su hijo le había poseído un demonio. Obago necesitó de toda su paciencia y de gran parte de su tiempo para convencerla de que aquello que había salido por el ano de su hijo no era ningún demonio, sino lombrices, unos simples gusanos muy pequeños, unos parásitos que invadían el intestino y que provocaban la extrema delgadez del niño.

La buena noticia es que esta situación podía remediarse. Tenía cura. Los parásitos podían ser expulsados del intestino del niño. Se podía conseguir que las lombrices abandonaran el cuerpo del niño. Se realizaba una mezcla en agua hervida de olmugutan e iseketek, dos hierbas, y se tomaba por boca. Este brebaje era el encargado de matar a las lombrices, a esos "demonios" que estaban evitando que su hijo se desarrollara adecuadamente, como cualquier otro niño maasai.

Albizia antihelmíntica Brongn. Conocida por el pueblo Maasai como Olmugutan.
Gladiolus watsonioides, cortesía de John Grimshaw's Garden Diary. Posiblemente la flor conocida por los Maasai como iseketek

domingo, 15 de enero de 2017

LCP Cap. 50: EL CONOCIMIENTO MÉDICO MAASAI

Planicie del Serengeti. Fotografía por Guido Masé

Así empezaron a transcurrir los días para Makutule. Cada día, tras encerrar el ganado en el cercado, se dirigía a la choza de Obago a recibir sus lecciones, las cuales absorbía por entero, como una esponja absorbe el agua del mar, para aprovechar al máximo los nutrientes, que en este caso eran las enseñanzas que le aportaba Obago, el laibón, su padre.

Así fue como empezó a saber que ciertos árboles, arbustos y plantas, además de forraje para los animales, o de proporcionar fruto para los humanos, tenían ciertas propiedades curativas que bien aprovechadas por el laibón, podrían ser altamente beneficiosas para la comunidad Maasai. De hecho, en lengua Maa, la propia del pueblo Maasai, árbol y medicina se denominan con el mismo vocablo: olchani.

Primero Obago enseñó a Makutule una serie de reglas generales. Había plantas que sólo se encontraban en zonas agrestes y montañosas, en las áreas llamadas "isupuki"; mientras que otras distintas solamente las encontraría entre los arbustos que abundaban en las planicies, en zonas llanas y más bien en terreno bajo, el conocido como "il purkeli".

También le fue enseñando, a lo largo de las numerosas veladas que pasaron bajo la luna de la noche africana, el tipo de enfermedades que debía esperar que aparecieran según el cambio que se diera en el tiempo atmosférico. Si los cambios de tiempo eran muy bruscos y repentinos, solían traer consigo resfriados y fiebre. Si los alimentos y el agua se hallaban en mal estado, podrían transmitir enfermedades rápidamente y provocar epidemias. Había que tener especial cuidado después de las lluvias, cuando los mosquitos eran muy numerosos, pues era el tiempo en que se transmitía con mayor facilidad el "enkojongani", la malaria.

Un día preguntó Obago al pupilo:

-Ante un árbol de crecimiento lento. ¿Qué parte del árbol usarías para sanar una enfermedad que fuera muy común?

Makutule se quedó pensativo. La pregunta tenía trampa. Llevaba ya tiempo con Obago para saber que tras la interrogación vendría una lección. Pensó, decidió y contestó:

-La hoja.

Obago sonrió.

-Veo que están surtiendo fruto las enseñanzas y no caen en saco roto los consejos que te doy. Pero, ¿por qué las hojas?

Makutule contestó sin titubear.

-Al usar las hojas, éstas son las más fáciles para su nuevo crecimiento y regeneración. El resto, raíces, cortezas, ramas, incluso tallos en la base del árbol, tardarían más tiempo, y correríamos el riesgo al usar algunos de ellos de que el árbol se echara a perder y muriera.


-Así es. -Obago estaba orgulloso de la explicación que le acababa de exponer Makutule- Creo que ya estás listo para pasar a la siguiente fase.

-¿La siguiente fase? -preguntó sorprendido Makutule- ¿Y en qué consiste esa fase?

-Pasar a detallarte los remedios para todos los males y enfermedades que sufre el pueblo Maasai.

Desde ese momento, Makutule fue requerido más veces que antes, sacándole de su rebaño a distintas horas, para que asistiera a las diferentes intervenciones que realizaba Obago. Ante la puerta de Obago pasaban hombres y mujeres maasai con sus quejas, tales como dolores de cabeza, dolores de pecho, cardenales, y otras llegaban a ser tan peregrinas como la pérdida de una cabritilla de la que se había encaprichado la hija de un anciano maasai. Obago escuchaba todas estas solicitudes con paciencia y al final soplaba su nkindong y tiraba las piedras, repartiendo las soluciones a cada uno según las piedras y los brebajes que correspondían a sus quejas físicas. Para eso mezclaba ciertas hierbas, que Makutule fue conociendo poco a poco, con leche, agua o sopa, según la dolencia del individuo. De esa forma cuidaba de sus cuerpos y de sus espíritus.

Maasai con dos calabazas dónde guardan la leche o bien la mezcla de leche y sangre. Cortesía
del blog "The adventures of Rob & Kathleen"


Queridos amigos de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS. Como hemos podido ver, en esta entrada Makutule comienza a tomar contacto con las generalidades del conocimiento Maasai sobre las dolencias que afligen a su pueblo desde el punto de vista sanitario.

En las próximas entradas, iremos conociendo las distintas soluciones que el pueblo Maasai da a diferentes enfermedades que sufren a lo largo de su vida y cómo intentaban curarlas con los medios que tenían a su alcance antes de la llegada de los antibióticos.

Les invito, os invito, a que sigáis conmigo los siguientes capítulos de esta aventura en la que estamos conociendo, poco a poco, las costumbres, creencias, y tradiciones de uno de los pueblos de leyenda del apasionante continente africano: el pueblo Maasai.

Queridos amigos, hasta la próxima entrada. Nos vemos en la red.

domingo, 8 de enero de 2017

LCP Cap. 49: NGAI, DIOS DE LOS MAASAI. LA PRIMERA ENSEÑANZA DE MAKUTULE


Tras la ceremonia de adopción, Makutule pasó a vivir en el enkang de Obago. Formó parte de aquellos que cuidaban su ganado. Allí continuó aprendiendo y curtiéndose en la labor de pastor maasai. Pero estaba algo decepcionado. Makutule pensaba que al ser adoptado por el laibón, éste le iba a enseñar todo lo que sabía sobre hierbas, curaciones y demás artes de dominio de la adivinación y de la interpretación de los sueños. Sueños que, por otro lado, seguía teniendo y seguían cumpliéndose. A pesar de todo ello, Makutule trabajaba como el que más. No quería dejar en mal lugar a la estirpe de su padre. Estaba en manos de Obago. Debía tener paciencia.

Un día, bien avanzado el sol en el horizonte, vino Nyange a la zona del rebaño que cuidada por Makutule.

-Te llama nuestro padre. -le dijo.

Desde que Makutule había sido adoptado, Nyange era uno de los hijos de Obago que más cerca estaba siempre de él, no sólo ayudándole, sino también haciéndole sentir parte de la familia. De ahí que siempre usara el plural entre ellos a la hora de referirse a Obago, al contrario que otros hijos, ya mayores, ya morani, que dejaban claro su filiación natural al laibón.

Fotografía de Naomi Stolow
-¿Para qué me quiere?

Nyange sonrió de oreja a oreja. Sus blancos dientes brillaron con el sol.

-Siempre tan preguntón. Deja las vacas a mi cargo y vete a dónde está Obago. No creo que te arrepientas.

Así lo hizo Makutule, que en esos momentos no acertaba a qué era debida la solicitud de su presencia en la choza de Obago en una hora tan impropia. Marchaba cavilando para sus adentros, intentando recordar si había hecho algo tan malo que mereciera el ser retirado de inmediato de su labor y el presentarse ante su padre. Llegó a la choza, tomó aire y arrestos, y entró.

-Padre, laibón. -titubeó en la forma de dirigirse a Obago- Aquí estoy. Me has llamado, ¿no?

Obago estaba colocando algunas ramas y separando otras, se volvió un momento, le miró y le dijo de forma relajada.

-Sí. Enseguida estoy contigo. -y como solía ser su costumbre cuando trabajaba con plantas, empezó a hablar para sí mismo- Éste va... aquí, eso es. Esta otra, no, no, que no hay que confundirla con... Eso es. Aquí mejor. Mucho mejor. Ya está. Y ahora... tú te quedarás aquí, vieja cascarrabias. Bien. No me deis la lata, que tengo una tarea muy importante.

-¿Hablas con las plantas de verdad? -Makutule no pudo resistir la pregunta, al ver a Obago tan profundamente concentrado en su tarea. Éste al oír la pregunta del niño le miró y tras una exclamación, comenzó a reír, lo cual hizo que Makutule quedara entre confuso y avergonzado. Obago, al ver el azoramiento del muchacho, reaccionó de inmediato.

-¡No, Makutule, no! No hablo con las plantas. -se acercó al chico- Y gracias por pensar que puedo hablar con ellas. Cualquier otro pensaría que estaba loco, hablando a solas. -le pellizcó suavemente la mejilla, a lo que Makutule respondió con una sonrisa- Pero solamente tú y yo sabemos cosas que el resto de los humanos no saben, ¿verdad?

Obago se separó de Makutule esperando su reacción. Éste se quedó parado. No había hecho ningún gesto, ni a favor ni en contra de la pregunta planteada por el laibón. Le miró con unos ojos llenos de inocencia y le lanzó a su vez otra pregunta:

-¿Se refiere, padre, a los sueños?

Esta vez Makutule había usado la expresión de padre, pero más como señal de respeto que como de familiaridad o de cariño. Obago afirmó con la cabeza y añadió:

-Sí. A los sueños. A su cumplimiento. Y a todo lo que, a partir de hoy te enseñaré, si tú quieres.

-Padre, para eso vine aquí. -respondió Makutule lleno de alegría.

-Pero no deberás descuidar tus tareas como pastor maasai. -terció Obago- Seguirás cumpliendo todas ellas. Te circuncidarás. Cumplirás tu etapa como morani. Y cuando estés preparado, podrás ser laibón. El camino que vas a empezar hoy es muy largo. ¿Estás dispuesto a realizarlo?

-Es lo que más deseo. -Makutule no mentía.

-Pues hoy mismo empezamos. Todos los días, cuando recojas el ganado, vendrás a mi choza y yo te iré enseñando todo lo que debes saber sobre hojas, ramas, raíces, plantas, hierbas y sobre las dolencias de los hombres y del ganado. Cuando haya algo importante que debas ver, Nyange te llamará para que vengas conmigo y mientras él se quedará cuidando tu ganado. Al acabar por lo que te ha llamado, deberás volver a donde esté tu ganado y cuidar de él. ¿Entendido?

Makutule afirmó varias veces con movimientos de cabeza que denotaban la emoción que sentía.

-Y para comenzar hoy te voy a hablar de Ngai, de Dios. ¿Te habló Ikoneti de Ngai?

-Sí, padre. -esta última palabra la dijo dudando. Aun echaba de menos a su padre, pero no quería demostrarlo delante de Obago, y menos ahora que iba a comenzar su enseñanza como laibón. Obago, que lo notó, volvió a sonreir.

-No te preocupes. Es normal que eches de menos a tu anterior padre, a Ikoneti. Pero tanto él como yo, y tú también, sabemos que este cambio ha sido para bien tuyo y estamos totalmente conformes. -y cambiando el tono por otro más distendido- Bueno, cuéntame qué te dijo Ikoneti sobre Ngai.

Makutule le narró cómo les había llevado a lo alto de una loma a contarles el inicio del mundo mientras veían el atardecer; cómo les había contado a su hermano y a él el origen del pueblo Maasai, la razón por la que eran pastores y el resto de las historias. Al acabar, Obago exclamó:

-¡Vaya! Ya veo que me ha dejado poco que contarte sobre Ngai. -Makutule sonreía orgulloso- Pero aun así, voy a intentar contarte algo sobre Él, sobre Dios. Escucha atentamente.

Makutule prestó atención.


-Ngai habita en el cielo, su vida es la vida del cielo. El viento es su alimento; el relámpago, -conforme Obago mencionaba los distintos elementos atmosféricos, se movía delante del niño, intentando representarlos- el relámpago es el brillo de sus ojos; el trueno, su grito de alegría cuando ve algo que le gusta. Durante la estación de las lluvias, cuando los rebaños prosperan y los animales engordan, las gotas de lluvia son sus lágrimas de alegría. Ngai se desdobla en dos. El negro, el bueno; como es bueno el cielo oscuro, cubierto de nubes que traen la lluvia. El rojo, el malo; como es malo el cielo rojo de sol, que provoca la sequía. En la tormenta, los dos combaten entre sí; y cuando por fin llueve es señal que Ngai negro ha vencido, y nosotros somos bendecidos con la riqueza de los pastos para nuestros ganados.

Makutule había quedado embobado con la representación y con la historia que le había contado Obago. Éste le despidió para su choza, emplazándole para el siguiente día, después de que hubiera recogido el ganado en el interior del enkang.


Queridos amigos de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS. De esta forma comienza Makutule su formación como futuro laibón, como futuro veedor y sanador, del pueblo Maasai.

En las siguientes entregas le acompañaremos y nos encontraremos con los distintos métodos que usaban los maasai para hacer frente a las diferentes enfermedades que les surgían en su vida diaria, en la inmensa sabana africana.

Hasta esa nueva entrega, queridos amigos, nos vemos en la red.


viernes, 30 de diciembre de 2016

LCP Cap. 48: LA ADOPCIÓN MAASAI

Maasais del poblado de Selenkay, en Kenia. (Cortesía theplanetD)

Por fin llegó el día en que se iba a celebrar la ceremonia de adopción de Makutele por parte de Obago. Ikoneti, con toda su familia, sus mujeres, sus hijos, y todas las personas pertenecientes a su clan que se hallaban en la zona se dirigieron hacia el enkang de Obago. No siempre se realizaba una adopción y para muchos sería la única vez en su vida que presenciaran la ceremonia de adopción, por parte de un laibón, de un muchacho del poblado.

El grupo de Ikoneti llegó por la mañana temprano donde se encontraba Obago. Éste le recibió en las puertas de su enkang, junto a toda su familia. Tras los saludos respectivos, Obago acompañó a Ikoneti y a Makutule al interior de su choza. Cuando entraron en ella, la disposición de los distintos utensilios que utilizaba Obago para su labor diaria no había variado lo más mínimo. Obago se dirigió hacia un extremo de la choza y cogió un collar de cuentas azules, similar al que él llevaba colgado en su cuello. También cogió un cuerno de gerenuk, o antílope jirafa, y se dirigió a Makutule, Se colocó frente a él, en medio de la choza y le dijo:

-¡Makutule! Con este collar comienzas a ser miembro de la familia Obago. El collar de cuentas azules sólo lo porta la familia Obago. Y con el cuerno del gerenuk, que posee ntasim (magia) profundizas en la pertenencia a nuestra familia. Sólo los miembros más cercanos de la familia Obago lo poseen.

Obago le colocó el collar alrededor del cuello y dijo:

-Con este gesto te adopto como hijo.

Makutule estaba paralizado por la emoción. A pesar de saber lo que significaba el ritual, o quizá justamente por eso, no era capaz de mover un solo músculo. Simplemente atendía a todo aquello que ocurría a su alrededor.

Obago pasó a describirle como debía usar el ntasim -la magia- que le estaba entregando:

Gerenuk o Antílope Jirafa
Cuernos de Gerenuk
-Debes aprender a usar el cuerno de gerenuk, no sólo a llevarlo encima. Debes dejarlo que "vea" por tí. Si algo malo como un enemigo se aproxima, debes sostener el cuerno hacia el atacante, o soplar sobre él en la dirección del enemigo. Si hay un peligro en el suelo, como puede ser una serpiente, debes quitarte el collar y pasártelo alrededor de las piernas por dos veces. Si quieres algo de un hombre, apunta a su espalda con el cuerno sin que él te vea, y entonces pídele lo que quieras. Con este cuerno, ningún hechicero te dañará, ni siquiera el Wakamba, que es el más fuerte de los hechiceros.

Al llegar a este punto, Obago hizo una pausa. Miró al que iba a ser su hijo a partir de esa mañana y le preguntó:

-¿Sabes lo que hay en el interior del cuerno?

Makutule sacudió la cabeza en señal de negación. Estaba tan asombrado con todo lo que le estaba contando Obago, que ni siquiera acertaba a pensar alguna de sus curiosas preguntas. Obago prosiguió:

-En su interior hay una muy poderosa ntasim -magia-. Está formada por dos cosas. Una bola de pelo encontrada en el interior del estómago de un león. Y el hueso molido de la cabeza de una cobra. A lo que he sumado las raíces de dos arbustos para mi ntasim de sanación. -Obago aumentó la seriedad en su mirada- Esta ntasim no debe ser usada frívolamente, pero tampoco tienes porque esconderla. Todo el mundo reconocerá por el collar y por el cuerno que tú eres un Obago.

Con ello acababa la parte íntima de la ceremonia. Salieron de la choza, y tras recibir los vítores de la gente que se había reunido comenzaron los cánticos y los bailes.


Por la tarde, Makutele recibió el aviso de que Obago le esperaba en la Manyatta. Fue acompañado a la misma por un hijo de Obago, el que le había venido a avisar, Nyange. En el trayecto le preguntó:

-¿Para qué me quiere Obago?

-Falta la última parte de la ceremonia. -contestó Nyange.

-Yo creí que la ceremonia ya se había hecho esta mañana.

-La de adoptarte sí. Ahora falta presentarte al resto de la comunidad.

-¿Al resto? -preguntó Makutele sorprendido.

-No te preocupes. Ya lo verás. -le tranquilizó Nyange.

Cuando llegaron a la manyatta y entraron, Makutele vio a Obago sentado en su taburete, que era redondo y bajo. Estaba a la izquierda de la puerta de entrada. Ocho ancianos estaban sentados en círculo alrededor de él. Nyange se sentó a la derecha de Obago. Todos habían estado bebiendo y Obago tenía una gran calabaza que contenía naisho (hidromiel) y sus ojos estaban inyectados por haber disfrutado varias veces de dicha ambrosía. Con la lengua algo estropajosa, invitó a Makutule a sentarse a su izquierda, tirando de él de forma afectuosa y pasándole la calabaza que contenía el naisho. Makutule bebió un sorbo, más por no despreciar el ofrecimiento de su nuevo padre que porque realmente tuviera algún tipo de atracción hacia el brebaje.

Obago se dirigió a los ancianos y dijo:

-Hace muchos años yo vi que esto ocurriría. Vi que un niño soñaría con el futuro. ¡Yo lo soñé! Yo vi, además, paz para esta manyatta. ¿Soy o no soy Obago? Y ahora este niño está aquí. -afirmó rodeando con su brazo derecho a Makutule- Y no habrá daño para la manyatta.

Obago se inclinó hacia Makutule, acercó el collar y el cuerno de gerenuk a su boca y los escupió para bendecirlos. Después le hizo a Makutule una seña que éste no entendió muy bien. Nyange salió a su rescate, susurrándole:

-Quiere que hagas tú la misma acción.

Cogió el collar y el cuerno de Obago y escupió sobre ellos.

-¡Bien! -exclamó Obago, poniéndose en pie.

Al mismo tiempo, se pusieron en pie todos los que estaban en el interior de la manyatta, y salieron afuera. Había una gran multitud de Maasai que se había ido agrupando poco a poco en el exterior mientras había durado la ceremonia dentro del recinto. Obago se dirigió a ellos:

-¡De ahora en adelante Makutule es mi hijo! ¡Y todo el mundo en el lugar sabe que lo es! Y eres, Makutule, del clan Lukumai. Cuando Makutule vino, ninguno le conocía, ni sabía de donde era. Ahora yo le conozco y vosotros le conocéis. Le llamé aquí porque sé que es mi hijo. Soy yo quién lo traje. Ha cogido mi calabaza para beber naisho, luego no bebe solo. Por tanto, es mi hijo, ¿es verdad? -preguntó, dirigiéndose a los ancianos que habían estado dentro de la manyatta con él.

-¡Es verdad! -respondieron éstos al unísono.

-Y no quiero que él lo olvide o que yo me olvide de ello. Este es mi nkidong. Mi nkidong bendice por todas partes, hijos y ganado, ahora y dondequiera que sea.

Makutele estaba algo avergonzado de ser el centro de la atención. No sabía cómo tenía que comportarse, si tenía que decir algo o callar. Nuevamente fue Nyange quién vino en su auxilio.

-Tranquilo, ya estamos acabando. Tú solo siéntate y mira.

Así lo hizo Makutule. Obago comenzó a usar su calabaza nkidong, escupiendo en su interior y agitándola, para después lanzar las piedras que había en su interior y de esa forma predecir el futuro. Hizo muchas predicciones a lo largo de esa tarde, unas buenas y otras no tanto. Al final, la asamblea de ancianos terminó al atardecer con sus bendiciones y un coro sincopado de "Ngai, Ngai" (Dios, Dios), al que Makutule terminó uniéndose.

Y así acabó la ceremonia de adopción.


Queridos amigos de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS. Hemos asistido a uno de los ritos más tradicionales y raros en el pueblo Maasai. Ésto es así porque las adopciones dentro del pueblo Maasai, aunque son frecuentes entre miembros del mismo clan, son muy raras entre miembros de distintos clanes. Y si la adopción es llevada a cabo por un laibón, es excepcional que el individuo adoptado no pertenezca a su misma familia o su misma estirpe, dentro de los distintos grupos en que se divide la sociedad Maasai. Por eso, este episodio debía ser tan largo y detallado.

Y con este episodio rematamos el 2016. Pero las aventuras de Makutule, de su hermano Lengwesi, de Obago, de Ikoneti y de todos los demás miembros Maasai que iremos conociendo, seguirán acompañándonos en el próximo 2017. Hasta entonces, deseando que la entrada en el Nuevo Año sea favorable a todos vosotros, me despido cordialmente.

Nos vemos en la red.


sábado, 24 de diciembre de 2016

LA NOCHEBUENA DE RAFA


Rafa se dispuso a cenar. Había hecho la ronda, como todos los días, y la obra estaba tranquila. ¡Cómo no iba a estar tranquila! ¡Era Nochebuena! Prácticamente toda la gente estaría en su casa, celebrándola. Toda la gente, excepto gente como él. Le había pedido a su jefe permiso para esa noche, pero éste se mostró inflexible. No quería que por un descuido de un día, pudiera ocurrir algo que retrasara el ritmo de construcción de la edificación y no se pudiera entregar a tiempo. La respuesta, por tanto, fue un rotundo no. Por eso, cuando esa noche, sobre las ocho, vio cómo se marchaban los obreros felicitándole las Fiestas y cómo se quedaba solo, un vacío fue surgiendo en su corazón.

A pesar de ello, tenía que dar las gracias. Llevaba mes y medio en el trabajo. Había firmado un contrato para seis meses, lo cual era un auténtico triunfo, teniendo en cuenta como estaba el mercado de trabajo. Su mujer le había dicho que le acompañaría en la distancia; que, aunque separados, estarían juntos en el pensamiento.

Con el recuerdo de su mujer, se sentó a la mesa del contenedor que servía de garita de guardia, abrió los “tupper” que había traído y encendió el televisor. Recorrió las distintas cadenas, no encontrando nada que le apeteciera. El programa de un cantante famoso; una antología de villancicos; la típica película pastelera de Navidad; reparó en que una cadena retransmitía la misa del gallo. “¿Por qué no?” Hacía años que no iba. Le traía recuerdos de su niñez y su juventud. “No me hará daño, y así sí que será una Navidad distinta.” Se puso a verla cuando llamaron a la puerta de la garita.

Rafa se sobresaltó. “¿Quién será a estas horas? Como sean unos mocosos la vamos a tener. Ya no respetan ni días como hoy.” Se dirigió a la puerta y la abrió. Frente a él un joven, con barba de varios días, vestido con un chaquetón de paño, bajo el que se vislumbraba un jersey de lana. Tras él una joven, con un abrigo que le llegaba hasta los pies, y que tenía el pelo cubierto, le miraba con una mezcla de temor y de tristeza. Rafa se quedó callado. No esperaba encontrarse tal cuadro. Ante su silencio, el joven habló:

-Perdone, señor. –tenía acento árabe, y hablaba entrecortadamente- Se nos ha roto el coche y no tenemos dónde ir.

Rafa enseguida creyó entender la situación.

-¡Ah! No hay problema. –el joven sonrió- Ahora mismo llamo a una grúa para que os lleve al taller más cercano y…

-¡No, por favor! ¡No, señor! –la expresión suplicante del joven le dejó sorprendido a Rafa- Por favor, coche roto. No dinero para reparar.

-Pero al menos el coche tendrá seguro, ¿no?

Los dos jóvenes se miraron entre sí, e hicieron un gesto de no haber entendido qué les decía Rafa.

-Se…gu…ro. –volvió a decir Rafa- Papeles coche. Para reparar.

El joven entendió esta vez.

-No, señor. No seguro. Coche de mi padre. Yo cogérselo.

-Pues si no tenéis seguro ni dinero para reparar el coche, yo no os puedo ayudar. ¿Vosotros diréis qué queréis entonces?

-Señor. Sólo pedir usted pasar noche. Mañana nosotros marchar. –le dijo el joven.

-¡¿Un ocupa?! ¡¿En la obra?! Mi jefe me mata. –Rafa hablaba para sí- No, no puede ser.

-No molestar. –el muchacho insistió- En una de esas casas. –señaló a los barracones prefabricados dónde los obreros se cambiaban de ropa.

-¿Casas? ¡Pues sí que estamos buenos! Ahora llama casas a esos cuchitriles. A ver muchacho. Vosotros, ¿de dónde venís? –preguntó Rafa.

-¿Nosotros?

-Sí. –insistió Rafa.

-De Gaza.

Rafa se quedó helado. ¿Cómo era posible? Venían de Palestina, habían cruzado el Mediterráneo, y ahora estaban aquí pidiéndole alojamiento.

-¿Venís de Gaza? ¿Con el coche de tu padre? –preguntó incrédulo.

-Sí, a través de Egipto, Libia, Túnez, Argelia, Marruecos y hasta aquí ha aguantado el coche.

En ese momento, la joven lanzó un tímido gemido, se dobló mínimamente hacia delante y recuperó rápidamente la compostura.

-¿Le pasa algo? –preguntó Rafa al muchacho. Éste sonrió, la miró y ella devolvió la sonrisa.

-Está embarazada.

Rafa estaba cada vez más asombrado. Inmediatamente les hizo subir a los dos a la garita. Cuando la muchacha se deshizo del abrigo pudo comprobar el avanzado estado de gestación de la misma.

-¡Dios mío! Pero si está casi a punto. ¡Alma de Dios! ¿Por qué viajáis así?

El muchacho árabe dio a entender que no había comprendido esto último. Rafa corrigió.

-Primero, ante todo. ¿Por qué viajar así?

-¡Ah, ya! Mi familia es árabe, de Gaza. La suya es judía ortodoxa. Nos queríamos. Tanto que quedó embarazada. Queríamos evitar enfrentamientos. Y nos marchamos.

-Ya. Bueno. Evitar enfrentamientos. Como que hay mucha paz por allí. –dijo Rafa para sí- Bien, aun no nos hemos presentado. Mi nombre es Rafael. Pero me podéis llamar Rafa.

El muchacho cogió la mano que le extendió Rafa y se dieron un apretón. Después pasó a presentarse.

-El mío es Yusuf. Y…

-Y el mío es Miryam. –dijo la muchacha que se había arrellanado en el sillón del fondo de la garita. Su voz le sonó a Rafa muy dulce y melodiosa.

Rafa repartió su cena de Nochebuena entre los tres y tras una charla en la que Yusuf le explicó más ampliamente la historia de amor entre él y Miryam y su huida, fue terminando la velada. Los tres intentaron pasar la noche lo mejor posible, acomodándose a las pocas posibilidades que ofrecía la garita.

No sabía cuánto tiempo llevaba durmiendo Rafa, pero un grito de mujer le despertó. En un primer momento no supo bien dónde se encontraba. Estaba sentado, con la cabeza entre las manos, las cuales estaban entrelazadas y apoyadas sobre la mesa. La mesa de la garita. Ya recordaba. Era Nochebuena. Tenía la guardia de la obra. Había llegado una pareja de inmigrantes. Un muchacho joven con una… ¡No! ¡No podía ser! ¡Allí no! Se jugaba el puesto. El sueño se le fue de repente. Se levantó y se giró, justo cuando Yusuf le pedía:

-¡Por favor, Rafa! ¡Ayuda!

Rafa se acercó, cuando un nuevo grito de dolor cruzó el habitáculo de la garita y se perdió en la noche. Rafa confirmó sus peores sospechas. La muchacha estaba pariendo. ¿Cómo era posible? Bueno, eso no importaba en esos momentos, había que hacer algo. Yusuf le miraba con ojos suplicantes, Miryam respiraba agitadamente entre contracción y contracción.

-No os preocupéis, llamaré al 112. –dijo Rafa.

-¡No! –cortó Yusuf- No, por favor.

Rafa le miró sorprendido. ¿Qué pretendía que hiciera entonces? Él sabía muy poco de estas cosas. Cuatro nociones básicas que había aprendido del curso que siguió con su mujer antes que naciera su hijo, y del momento del parto, pero poco más.

-Yusuf, yo no sé de partos. Miryam necesita profesionales. Yo no lo soy.

-No dinero. No atenderán.

-No te preocupes. Aquí siempre atienden en una urgencia. Y ésto te aseguro que lo es.

Una nueva contracción, y un grito ahogado de Miryam pareció corroborar la aseveración de Rafa. Este volvió a coger el móvil, pero Yusuf insistió.

-Rafa, no. No tener papeles.

Rafa le miró, sacudió la cabeza en señal de desaprobación.

-No papeles, ¿eh? Pero sí cojones para preñarla y hacerla miles de kilómetros en su estado. –Yusuf se quedó perplejo- Perdona, estoy nervioso. No importan, os atenderán sin papeles. Lo único es que tendréis que aclarar más tarde la situación con vuestras familias.

-No. No ser posible. Tú no entiendes. –insistía Yusuf, con tono de súplica.

-Os aseguro que en el momento que les mostréis a su nieto, todos los enfados desaparecerán como por encanto. Sólo tendrán ojos para el bebé.

-No… -dijo nuevamente Yusuf.

Rafa, sin hacer caso ya al muchacho, cogió el móvil y marcó el 112, se lo puso en la oreja cuando oyó a Miryam:

-Mi padre le ha acusado de pertenecer a Hamas.

A Rafa estuvo a punto de caérsele el móvil. Hizo caso omiso a la locutora que en ese momento le preguntaba qué quería y cortó la comunicación. Una nueva contracción hizo que Miryam se retorciera y lanzara un gemido. Rafa miró a Miryam. En su cara vio una mezcla de ternura, amor, sinceridad. Hubo algo que le conmovió. No supo qué.

-¡Joder con tu padre! –y dirigiéndose a Yusuf- ¿Es verdad?

Yusuf respiró hondo.

-Sí, me acusó. Y no, no soy de Hamas.

Rafa dejó el móvil en la mesa, pidió a Yusuf que en los recipientes que viera por la garita se pusiera a calentar agua en el microondas lo más rápido posible. No había tiempo para fogatas. Buscó ropa de lana gruesa. Salió a los barracones dónde se cambiaban los obreros y cogió todas las toallas que pudo. “Ya las repondré y mientras me inventaré algo.” Volvió a la garita y se dirigió hacia Miryam. Le preguntó si había estado en algún parto antes. Afortunadamente, había presenciado el de alguna de sus primas. De esta forma, entre lo que recordaba la muchacha y él intentarían que el parto fuera lo mejor posible.

Miryam empezó a empujar cuando le venían las contracciones y a respirar en los descansos. Poco a poco el niño fue apareciendo por su seno. Yusuf se mantenía a la cabecera de Miryam, tal como le había pedido Rafa. Tras grandes esfuerzos, por fin salió la cabeza del bebé. Rafa, tal como dijeron en el curso, y con mucha delicadeza, la giró hacia uno de los lados, permitiendo que saliera un hombro y luego el otro. Con ello, terminó de salir el cuerpo del bebé. Miryam emitió un sollozo de alivio. Rafa entregó a Yusuf el bebé para que se lo pusiera a Miryam sobre su pecho, sin cortar aun el cordón, tal como se lo habían hecho a él en el hospital. Mientras estaba esperando para cortar el cordón y que saliera la placenta, miró a la pareja con el niño, pues había nacido varón. Vio la felicidad en sus rostros y Rafa se llenó de gozo.

La mañana siguiente, Rafa se despertó muy tarde. Le despertaron unos golpes en la puerta de la garita. ¿Qué había pasado? Miró a su alrededor. ¿Y Yusuf? ¿Y Miryam? ¿Y su hijo? Los golpes en la puerta eran insistentes y fuertes. Fue a abrir. Era su compañero, que le venía a relevar.

-¿Qué te pasaba, tío? ¿Tanto te pasaste ayer con la cena? –Rafa estaba aún medio confuso- He hecho la primera ronda y he revisado los barracones. Está todo en orden, salvo que faltan un montón de toallas. ¿Sabes tú algo de eso?

Rafa sonrió. “Entonces no fue un sueño”.

-Sí, he sido yo. Las necesité para una urgencia.

-Pues sí que tuvo que ser fuerte tío, porque faltan un montón.

-Sí que lo fue. Una pregunta. ¿No habrás visto a nadie por aquí cerca? O mientras venías de camino.

-A nadie. Ni un alma. ¿A quién iba a ver la mañana de Navidad, tío? ¿A Papa Noel de resaca? Has dormido más de la cuenta.

-Nada, nada, cosas mías. Ahora mismo recojo y te dejo la garita limpia.

-Sin prisa, tío. Total, no me tengo que ir hasta mañana.

Su compañero se sentó en una de las sillas. Rafa empezó a recoger, cuando se dio cuenta de que todo estaba limpio. No había rastro del acontecimiento de la noche pasada. “Ha debido ser Yusuf”. Pensó. Y volvió a su mente el recuerdo de la pareja y de lo vivido en esas pocas horas. Cuando ya se disponía a marchar, su compañero le dijo:

-Creo que ésto es para ti. –le alargó un sobre- Estaba bajo el mando de la tele. Por eso no le has visto. Al menos lleva tu nombre.

Rafa se extrañó, pero cogió el sobre. En efecto, en él ponía en letras mayúsculas: PARA RAFA.

-Sí, gracias.

-De nada, tío. A mandar. Feliz Navidad.

-Feliz Navidad. –y Rafa salió de la garita en dirección a su coche. Al meterse en el vehículo y antes de arrancarlo, abrió el sobre. Había un papel, y en él, garabateado, un mensaje para él.

“Querido Rafael: Nunca podremos agradecerte lo suficiente el haber sido nuestro ángel en esta noche tan gozosa. Yusuf, Miryam y el pequeño Emmanuel.”