miércoles, 22 de junio de 2016

LCP XXVI: EL LADO OSCURO DE LOS KARO


Tras la ceremonia del pilla, una vez que el joven karo ha saltado sobre los cuatro bueyes y ha conseguido su estatus de adulto dentro de la gente de la aldea, este joven ya podrá casarse. La elegida puede ser alguien que haya sido escogida por los padres previamente, o bien alguien con quien ya ha mantenido relaciones sexuales o con quien mantiene una relación de convivencia de mayor o menor tiempo de duración. Pero para unirse en matrimonio, precisaba pasar la ceremonia del pilla.

La unión de ambos se da por hecha, no siendo la dote que tiene que entregar el novio a la familia de la novia un problema. En primer lugar porque es fija: 127 cabras, ni una más, ni una menos. En segundo lugar, porque no la tiene que entregar de golpe. Puede entregarla poco a poco, a lo largo del tiempo. A partir de ese momento, los dos jóvenes son bendecidos por ambas familias y sus descendientes son aceptados como parte de las familias y del poblado.

Pero, ¿por qué, Jesús, nos hablas del lado oscuro de los karo? Hasta ahora, y desde que se pasa el pilla, sólo hemos visto cosas positivas. Se les allana el camino a los jóvenes, a la feliz pareja que, por fin, se pueden unir sin problemas. ¿Por qué nos titulas la entrada de hoy "El lado oscuro"?

Porque, queridos amigos de "La cultura de los pueblos", cualquier acercamiento a estos pueblos quedaría cojo si no me refiriera también a una de las costumbres que a nosotros, como occidentales y desde una cultura "humanística", nos puede resultar repulsiva.


Los karo, queridos amigos, practican el amor libre. Cualquier individuo, llegada la madurez sexual, puede tener encuentros sexuales con otro miembro del poblado. No importa y no va a influir para nada en su futura unión con un hipotético marido o una hipotética esposa. Pero, si de esas relaciones surge un descendiente, éste es declarado "mingi", maldito. Al ser maldito, es preciso deshacerse de él. Y, por tanto, el recién nacido es abandonado en la naturaleza para que el frío, el hambre, o los animales salvajes le conduzcan a la muerte. Si no se hace así, no sólo la familia, sino el poblado entero se llenará de mala suerte y de desgracias. Por tanto, los karo practicaban, parecer ser que hasta 2012, el infanticidio ritual. Pero no solamente son mingi, malditos, los niños nacidos fuera del matrimonio. Los que presentan alguna deformidad, los que presentan problemas en su desarrollo también son declarados mingi, y deben ser abandonados en la naturaleza.

He encontrado un video en youtube correspondiente a un reportaje sobre este problema fechado el 30/07/2014. Está en francés. Lo he traducido al español para aquellos que no lo entendieran y transcribo el texto debajo de él. En este caso, no comentaré. Simplemente dejaré que cada uno de nosotros saque sus propias conclusiones. Pues todas y cada una de ellas serán válidas.

Queridos amigos, nos seguimos viendo en la red.


Varias tribus en Etiopía como la Karo, Hamer y Bana, matan a los gemelos recién nacidos y a los niños ilegítimos que consideran que son una maldición.
Además de matar a los niños nacidos de padres no casados, los bebés gemelos, o los niños cuyos dientes superiores crecen antes que los inferiores también son considerados malditos.
Se ha informado de que si sus hijos malditos no se matan, la tribu se verá afectada por la sequía o las enfermedades.

El esposo de Buko Balguda, de 45 años, no ha realizado un ritual tribal que consiste en saltar sobre los bueyes antes de su matrimonio.
La reunión de la aldea, por tanto, no le ha reconocido oficialmente como marido, y 15 niños de la pareja han sido considerados ilegítimos.
Los descendientes de Balguda fueron arrojados al río para ser devorados por los cocodrilos o fueron abandonados en la naturaleza.

La tradición de matar a los "hijos de maldición" de la tribu Karo terminó en 2012 después de que una organización benéfica llamada "Omo Infancia Intervenida" lo denunciara.
Sin embargo, otras tribus como Hamer y Bana habrían matado cerca de 300 niños cada año a causa de la superstición.

martes, 14 de junio de 2016

MASACRE HOMÓFOBA, DISFRAZADA DE MATANZA ISLÁMICA


Cuando pensaba que hoy debía publicar la siguiente entrega de "La cultura de los pueblos", me venía a la cabeza lo ocurrido la madrugada del domingo en Orlando, Florida. A las dos de la madrugada, una persona, armada de una pistola y un fusil semiautomático, había asaltado una sala de fiestas de ambiente homosexual, o gay, como queramos llamarlo y había disparado contra todos los que se encontraban allí en ese momento. El resultado fue 50 personas muertas y 53 heridos, 11 de ellos de extrema gravedad.
Más adelante, se iban sabiendo los datos. El asaltante había llamado minutos antes al número de emergencias declarando su lealtad al DAESH. En un primer momento saltaron las alarmas, pues todo el mundo creyó que se trataba de un nuevo atentado perpetrado por terroristas islámicos en suelo estadounidense, el peor desde el ocurrido a las Torres Gemelas. De hecho, al DAESH le faltó tiempo para confirmar que el autor de la matanza había actuado movido por los ideales de su pensamiento radical.


Sin embargo, la verdad que va surgiendo es mucho más compleja, como suele ocurrir. El autor de la matanza era un individuo que en realidad actuó contra la comunidad gay de Orlando. Tenía problemas de sociabilidad, había estado casado y se había divorciado a los cuatro meses con denuncia de malos tratos por parte de su mujer. Lo último que se ha sabido es que él mismo era homosexual y, de hecho, frecuentaba el local dónde realizó la matanza. Con lo cual se puede concluir que ha sido la "ida de olla" de otro inadaptado en una sociedad como la norteamericana donde comprar y usar un arma semiautomática es más fácil que obtener el carnet de conducir. ¿O no?


¿Por qué hago esta última afirmación? Porque la repercusión, incluso mediática, ha tenido un carácter mucho menos, digamos, incisivo. No ha habido grandes manifestaciones en el sentido de "Je suis Orlando"; no ha habido grandes vigilias; no ha habido grandes llamamientos a la concordia entre los distintos sectores que forman la sociedad. Parece ser que no eran necesarios. A fin de cuentas, se trata de un gay resentido con su tendencia sexual que agarra un AR-15 y se lía a tiros contra otros gays que sí son capaces de vivir sanamente su condición de homosexuales. Y yo pregunto entonces:
¿La vida de esas 50 personas valen menos? ¿Son menos importantes, para no hacerles los homenajes que merecen? ¿No han muerto también víctimas del odio, de la intransigencia, de una manera errónea de entender al hombre y al mundo en que vivimos? Si la respuesta a esta última pregunta es sí, ¿no merecen los mismos homenajes que todos aquellos otros que mueren por las mismas causas y que tanto destacamos?


He mirado en mis redes sociales. Poco, muy poco se ha hablado de este suceso de Orlando. De hecho, en una de ellas, prácticamente nada. Por eso he comenzado esta reflexión. Pero al llegar al final de la misma, me surge una pregunta. Una pregunta que, al mismo tiempo, me indigna y me escandaliza:
¿No será que estos 50 muertos nos pillan lejos en el espacio? ¿No será que estas 50 vidas truncadas, al fin y al cabo, se suman a uno más de los tiroteos que nos tiene acostumbrados la nación americana? Y algo peor aún, y que me indigna más, si cabe ¿no será, en el fondo, que la condición sexual de las víctimas nos lleve a alzar menos la voz? No es mi caso. Alzo mi voz en contra de toda violencia, en contra de todo odio, en contra de toda muerte.

martes, 7 de junio de 2016

LCP XXV: LA ESTÉTICA DEL PUEBLO KARO


Queridos amigos de "La cultura de los pueblos". Veíamos en la última entrada dedicada al pueblo Karo, cómo el joven Molu conseguía saltar los cuatro bueyes, tal como mandaba el ritual en el pueblo Karo, en su etnia, y de esta forma obtenía el rango, el estatus, de adulto, de persona madura. Y junto a él, todo el poblado lo celebraba. Pero dejemos por un momento disfrutando al joven con su recién conseguido nivel social y pasemos a hablar de algo que, si hemos sido un poco avispados, hemos podido observar en las distintas fotos que han ido apareciendo en las entradas correspondientes a este pueblo: su estética.


Los Karo se caracterizan por presentar una manera muy representativa de adornarse el cuerpo. Su pintura es ornamental y simbólica, y se realiza en los rostros y en los cuerpos, a veces cubriendo casi por completo toda la superficie de la piel, sin dejar ni un minúsculo poro de la misma libre de color. Nos podemos encontrar en ellos desde finos detalles muy elaborados, realizados con gran cuidado con los dedos, y que destacan por su belleza y armonía; hasta toscas pinturas, extendidas con las palmas de las manos, en las cuales más parece que les hayan dado brochazos de pintura para cubrir el cuerpo, sin ningún tipo de finalidad, que el que hayan intentado realizar algún tipo de dibujo ritual.


Cuando los dibujos son más delicados y finos, suelen cubrir la zona de la cara y el pecho, y se muestran de forma orgullosa al resto de los individuos de la aldea. Combinan varios colores: el blanco que lo obtienen del yeso de los terraplenes de la zona, el negro que lo sacan del carbón, y el amarillo ocre y el rojizo a partir de minerales que suelen encontrar en zonas cercanas a la orilla del río Omo. Sin embargo, el usado con más profusión, y por el que suelen ser más conocidos, es el blanco, con el que suelen ocupar la mayor parte de su piel.


martes, 24 de mayo de 2016

LCP XXIV: LA CELEBRACION DEL RITO "PILLA" DE MOLU (2ª parte)


El joven Molu estaba preparado para ese día. Se había ejercitado durante mucho tiempo en los riscos, al lado del río, saltando de una a otra de las rocas, salvando las distancias que había entre ellas, de cresta en cresta de las piedras que remarcaban el borde del río Omo, el cual transcurría al lado de su poblado. También se había entrenado con los troncos caídos que se podían encontrar en los bordes del bosque ribereño, con sus ramas retorcidas. 


Pero su padre siempre le había avisado que no era lo mismo saltar sobre algo inerme, algo quieto, que sobre un animal, sobre un ser vivo, que estaba en continuo movimiento, aunque estuviera sujeto por alguno de sus compañeros. Por ello Molu también ensayó con alguna de las cabras que tenía su padre. Los pobres animales, al sentir el peso del muchacho encima de su cuerpo, habían salido corriendo y balando espantadas, y Molu había terminado con sus huesos por los suelos con gran regocijo por parte de su grupo de amigos. Cuando lo vio su padre, sacudió la cabeza y le volvió a decir:

-Hijo, cuando aprenderás. Una cabra no es un buey. Nunca se está lo suficientemente preparado. No te obsesiones.-y, sonriendo, le daba un pequeño pescozón en la cabeza. 

En su interior, sin embargo, su padre se sentía orgulloso de la tenacidad y entrega del muchacho. Sabía que lo lograría. Por eso dispuso los medios para que la ceremonia se celebrara de forma pronta, sin escatimar en gastos. No pudo obtener prestados, como era lo habitual, los bueyes de los Hamer; no al menos para la fecha que quería realizar el rito de la pilla. Se decidió, por tanto, comprarlos a los Dassanetch, que era otra de las formas que tenían los Karo de obtener dichos bueyes para la ceremonia. Y el día había llegado.

Cuando Molu salió de la choza, del ono, se vio rodeado de las jóvenes del poblado que con sus cánticos y bailes le agasajaban. Es la manera que tienen en la tribu Karo de desear buena suerte al muchacho en la pilla. Molu se sintió algo aturdido, con tanto ruido ensordecedor, pues al cántico había que sumarle el ruido de los collares, pulseras, brazaletes, de los que pueden colgar distintos tipos de campanillas, y toda clase de abalorios que provocan un ruido que hacía que el jolgorio atronara los oídos del joven Molu. A éste le vinieron a rescatar sus compañeros y entre enfrentamientos verbales, más fingidos que reales, se fueron dirigiendo al lugar dónde se iba a celebrar la pilla. Conforme Molu se acercaba al lugar, iba olvidando el ambiente que le rodeaba e iba notando como el temblor que le había nacido en el estómago se convertía en nudo y éste ascendía hacía la garganta.

De pronto los vio frente a él. Había cuatro bueyes. Eran cuatro cebúes, con sus gibas y sus cuernos característicos. Estaban preparados, juntos. Sólo quedaba alinearlos. Para ello era necesario que él se preparara, diera la señal de estar listo. Ya no oía todo el griterío de su alrededor. Se había congregado casi todo el poblado. El pilla era el principal acontecimiento del pueblo, y solía acudir toda la gente. Molu sólo tenía la mente puesta en su reto: saltar los cuatro bueyes.

Lentamente, se fueron colocando en fila. Costado junto a costado. Molu se deshizo de todo lo superfluo. Tenía hasta cuatro intentos, y conque lo consiguiera una vez era suficiente. Miró el lomo del primer animal. Levantó el brazo. Dio un paso atrás y comenzó la carrera. Saltó. Uno, dos...al tercer salto se le resbaló el pie entre el lomo del tercer y cuarto buey. Los compañeros le sujetaron. Había fallado. La algarabía aumentó. Miró a su padre. Éste le mantuvo la mirada, serena, con una leve sonrisa.


Volvió al punto de partida. Fijó su vista en los lomos de los animales. Arrancó la carrera, saltó. Uno, dos...y se escurrió. Esta vez en el segundo animal. La algarabía disminuyó, y un rumor de desencanto planeó por el lugar. Molu bajó la cabeza. Estaba avergonzado. Dio la vuelta. Casi no quería, pero volvió a mirar a su padre. Éste le miraba de forma serena, y le hizo un gesto de asentimiento con la cabeza, manteniendo la sonrisa. Molu se le quedó mirando.

Llegó al punto de salida. Seguía mirando a su padre. De pronto, le comprendió, le devolvió el gesto de asentimiento, y se dispuso a saltar sobre los bueyes. Miró el lomo del primero y emprendió la marcha. Uno, dos, tres, cuatro. Un grito de cientos de voces llenó el cielo africano. Molu lo había conseguido. Todos le estaban abrazando. Todos le felicitaban. Ya había subido de estatus. Ya era un adulto. Un hombre. Molu miró a su padre. Éste se acercó a él. Y los dos se fundieron en un abrazo.



martes, 17 de mayo de 2016

LCP XXIII: LA CELEBRACION DEL RITO "PILLA" DE MOLU (1ª parte)


Queridos amigos, nuestro viaje de hoy no sólo se va a circunscribir a un espacio determinado, el suroeste de Etiopía, el valle del río Omo; no sólo nos vamos a introducir en la vida y costumbres de un pueblo que habita las orillas más fértiles de dicho río, el pueblo Karo; sino que, además, vamos a realizar un viaje en el tiempo. Vamos a acompañar a nuestro protagonista, el anciano Molu, al que conocíamos en entradas pasadas, en uno de los momentos más importantes en la vida de un varón karo: la ceremonia del "pilla". ¿Qué es el pilla? El pilla es la ceremonia de iniciación en el que el joven karo adquiere el estatus de miembro de pleno derecho en la sociedad karo. Pero dejemos que el relato protagonizado por Molu sea el que nos guíe.


Molu notó como la luz comenzaba a entrar entre el entramado de troncos que formaban la pared del "ono", de la choza que pertenecía a su padre. Poco a poco, conforme iba iluminándose la estancia circular, Molu iba intentando desperezarse, desembarazarse del poco sueño que aún le quedaba. Sonrió. ¡Sueño! Se había pasado la mitad de la noche en vela pensando en el acontecimiento de ese día. Le había dado tiempo a repasar muchas escenas de su vida. Los recuerdos le venían a saltos. Unos detrás de otros.


Ono (choza) vivienda karo, junto al cobertizo para la estación seca


Uno de ellos, de los más tempranos en su vida, era cuando jugaba frente al ono, frente a la vivienda, en un cobertizo que tenía su padre, y que usaban en la estación seca para dormir. Allí revolvía los pocos utensilios que tenía su madre, le escondía cosas, le tiraba otras, se reía, y su madre le reprendía. Pero su sonrisa siempre podía con ella. Y la reprimenda nunca pasaba de una voz más o menos alta y un amago de golpe, que no llegaba a materializarse. Otra de sus travesuras era jugar con las termitas, cuando sus padres y otra gente del poblado trataban de exterminarlas. Las termitas solían dañar los ono, sus chozas, por lo que había que renovar los troncos de las paredes dos veces por año. Al niño le gustaba observarlas, sobre todo a las termitas soldado. Sus amplias cabezas con las enormes tenazas le dejaban boquiabierto. Molu sonreía al recordar esos ratos.

Después le llegaron los recuerdos de más mayor, cuando ya era un niño preguntón. Así se lo decía su madre. Su padre en cambio, siempre le contestaba. Y siempre le llevaba consigo.
-Padre. Eso que tenemos al principio de la casa, ¿qué es? -y el padre contestaba.
-Eso Molu, se llama "mulda". Es un armazón de troncos en forma de Y donde colgamos distintas cosas. Rabos, orejas y hasta las pezuñas de los búfalos. Se hace de una manera distinta según cada familia. Sirve para distinguirnos unos a otros.
-Pero padre, hay también una a la entrada del poblado.
-Esa sirve para distinguirnos como clan. Hay muldas que son familiares y muldas que pertenecen al clan.-y Molu quedaba satisfecho de aprender algo nuevo.


Un día que Molu estaba paseando con su padre llegaron a un extremo del poblado. Allí había un terreno cuya entrada estaba señalada de forma especial y ante la cual el padre de Molu se paró.
-Padre, ¿por qué paramos?
-Porque no podemos pasar.
-¿Y por qué no? -Molu estaba en esa edad en que los niños se vuelven insistentes en sus cuestiones. Su padre se arrodilló frente a él, fijó sus ojos en los suyos y le dijo:
-Molu, ¿ves este sitio que hay aquí? -el niño miró fijamente el lugar.
-Sí, padre.
-Pues bien. Se trata de un espacio sagrado. Se llama "marmar", y solamente pueden entrar los adultos de nuestro pueblo que estén casados. Aquí se ofician las ceremonias más importantes.
-Entonces, ¿yo no puedo entrar? -preguntó Molu con un tono de decepción.
-No, Molu, hasta que no seas adulto y no estés casado, no.-la respuesta de su padre fue firme. El niño le miró a los ojos y le dijo:
-¿Y cómo se consigue eso? -su padre se rio a carcajadas.
-No te preocupes Molu. No te preocupes. Ya te llegará.

Molu, en el ono, ese amanecer, ya sabía cómo se conseguía hacerse adulto. De hecho, se iba a hacer adulto a través de la ceremonia de ese día.

Pero vamos a dejar que sea en la próxima entrada dónde veamos cómo Molu alcanza el estatus de madurez dentro del pueblo karo. Hasta ese momento, queridos amigos, nos vemos en la red.