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domingo, 15 de enero de 2017

LCP Cap. 50: EL CONOCIMIENTO MÉDICO MAASAI

Planicie del Serengeti. Fotografía por Guido Masé

Así empezaron a transcurrir los días para Makutule. Cada día, tras encerrar el ganado en el cercado, se dirigía a la choza de Obago a recibir sus lecciones, las cuales absorbía por entero, como una esponja absorbe el agua del mar, para aprovechar al máximo los nutrientes, que en este caso eran las enseñanzas que le aportaba Obago, el laibón, su padre.

Así fue como empezó a saber que ciertos árboles, arbustos y plantas, además de forraje para los animales, o de proporcionar fruto para los humanos, tenían ciertas propiedades curativas que bien aprovechadas por el laibón, podrían ser altamente beneficiosas para la comunidad Maasai. De hecho, en lengua Maa, la propia del pueblo Maasai, árbol y medicina se denominan con el mismo vocablo: olchani.

Primero Obago enseñó a Makutule una serie de reglas generales. Había plantas que sólo se encontraban en zonas agrestes y montañosas, en las áreas llamadas "isupuki"; mientras que otras distintas solamente las encontraría entre los arbustos que abundaban en las planicies, en zonas llanas y más bien en terreno bajo, el conocido como "il purkeli".

También le fue enseñando, a lo largo de las numerosas veladas que pasaron bajo la luna de la noche africana, el tipo de enfermedades que debía esperar que aparecieran según el cambio que se diera en el tiempo atmosférico. Si los cambios de tiempo eran muy bruscos y repentinos, solían traer consigo resfriados y fiebre. Si los alimentos y el agua se hallaban en mal estado, podrían transmitir enfermedades rápidamente y provocar epidemias. Había que tener especial cuidado después de las lluvias, cuando los mosquitos eran muy numerosos, pues era el tiempo en que se transmitía con mayor facilidad el "enkojongani", la malaria.

Un día preguntó Obago al pupilo:

-Ante un árbol de crecimiento lento. ¿Qué parte del árbol usarías para sanar una enfermedad que fuera muy común?

Makutule se quedó pensativo. La pregunta tenía trampa. Llevaba ya tiempo con Obago para saber que tras la interrogación vendría una lección. Pensó, decidió y contestó:

-La hoja.

Obago sonrió.

-Veo que están surtiendo fruto las enseñanzas y no caen en saco roto los consejos que te doy. Pero, ¿por qué las hojas?

Makutule contestó sin titubear.

-Al usar las hojas, éstas son las más fáciles para su nuevo crecimiento y regeneración. El resto, raíces, cortezas, ramas, incluso tallos en la base del árbol, tardarían más tiempo, y correríamos el riesgo al usar algunos de ellos de que el árbol se echara a perder y muriera.


-Así es. -Obago estaba orgulloso de la explicación que le acababa de exponer Makutule- Creo que ya estás listo para pasar a la siguiente fase.

-¿La siguiente fase? -preguntó sorprendido Makutule- ¿Y en qué consiste esa fase?

-Pasar a detallarte los remedios para todos los males y enfermedades que sufre el pueblo Maasai.

Desde ese momento, Makutule fue requerido más veces que antes, sacándole de su rebaño a distintas horas, para que asistiera a las diferentes intervenciones que realizaba Obago. Ante la puerta de Obago pasaban hombres y mujeres maasai con sus quejas, tales como dolores de cabeza, dolores de pecho, cardenales, y otras llegaban a ser tan peregrinas como la pérdida de una cabritilla de la que se había encaprichado la hija de un anciano maasai. Obago escuchaba todas estas solicitudes con paciencia y al final soplaba su nkindong y tiraba las piedras, repartiendo las soluciones a cada uno según las piedras y los brebajes que correspondían a sus quejas físicas. Para eso mezclaba ciertas hierbas, que Makutule fue conociendo poco a poco, con leche, agua o sopa, según la dolencia del individuo. De esa forma cuidaba de sus cuerpos y de sus espíritus.

Maasai con dos calabazas dónde guardan la leche o bien la mezcla de leche y sangre. Cortesía
del blog "The adventures of Rob & Kathleen"


Queridos amigos de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS. Como hemos podido ver, en esta entrada Makutule comienza a tomar contacto con las generalidades del conocimiento Maasai sobre las dolencias que afligen a su pueblo desde el punto de vista sanitario.

En las próximas entradas, iremos conociendo las distintas soluciones que el pueblo Maasai da a diferentes enfermedades que sufren a lo largo de su vida y cómo intentaban curarlas con los medios que tenían a su alcance antes de la llegada de los antibióticos.

Les invito, os invito, a que sigáis conmigo los siguientes capítulos de esta aventura en la que estamos conociendo, poco a poco, las costumbres, creencias, y tradiciones de uno de los pueblos de leyenda del apasionante continente africano: el pueblo Maasai.

Queridos amigos, hasta la próxima entrada. Nos vemos en la red.

domingo, 8 de enero de 2017

LCP Cap. 49: NGAI, DIOS DE LOS MAASAI. LA PRIMERA ENSEÑANZA DE MAKUTULE


Tras la ceremonia de adopción, Makutule pasó a vivir en el enkang de Obago. Formó parte de aquellos que cuidaban su ganado. Allí continuó aprendiendo y curtiéndose en la labor de pastor maasai. Pero estaba algo decepcionado. Makutule pensaba que al ser adoptado por el laibón, éste le iba a enseñar todo lo que sabía sobre hierbas, curaciones y demás artes de dominio de la adivinación y de la interpretación de los sueños. Sueños que, por otro lado, seguía teniendo y seguían cumpliéndose. A pesar de todo ello, Makutule trabajaba como el que más. No quería dejar en mal lugar a la estirpe de su padre. Estaba en manos de Obago. Debía tener paciencia.

Un día, bien avanzado el sol en el horizonte, vino Nyange a la zona del rebaño que cuidada por Makutule.

-Te llama nuestro padre. -le dijo.

Desde que Makutule había sido adoptado, Nyange era uno de los hijos de Obago que más cerca estaba siempre de él, no sólo ayudándole, sino también haciéndole sentir parte de la familia. De ahí que siempre usara el plural entre ellos a la hora de referirse a Obago, al contrario que otros hijos, ya mayores, ya morani, que dejaban claro su filiación natural al laibón.

Fotografía de Naomi Stolow
-¿Para qué me quiere?

Nyange sonrió de oreja a oreja. Sus blancos dientes brillaron con el sol.

-Siempre tan preguntón. Deja las vacas a mi cargo y vete a dónde está Obago. No creo que te arrepientas.

Así lo hizo Makutule, que en esos momentos no acertaba a qué era debida la solicitud de su presencia en la choza de Obago en una hora tan impropia. Marchaba cavilando para sus adentros, intentando recordar si había hecho algo tan malo que mereciera el ser retirado de inmediato de su labor y el presentarse ante su padre. Llegó a la choza, tomó aire y arrestos, y entró.

-Padre, laibón. -titubeó en la forma de dirigirse a Obago- Aquí estoy. Me has llamado, ¿no?

Obago estaba colocando algunas ramas y separando otras, se volvió un momento, le miró y le dijo de forma relajada.

-Sí. Enseguida estoy contigo. -y como solía ser su costumbre cuando trabajaba con plantas, empezó a hablar para sí mismo- Éste va... aquí, eso es. Esta otra, no, no, que no hay que confundirla con... Eso es. Aquí mejor. Mucho mejor. Ya está. Y ahora... tú te quedarás aquí, vieja cascarrabias. Bien. No me deis la lata, que tengo una tarea muy importante.

-¿Hablas con las plantas de verdad? -Makutule no pudo resistir la pregunta, al ver a Obago tan profundamente concentrado en su tarea. Éste al oír la pregunta del niño le miró y tras una exclamación, comenzó a reír, lo cual hizo que Makutule quedara entre confuso y avergonzado. Obago, al ver el azoramiento del muchacho, reaccionó de inmediato.

-¡No, Makutule, no! No hablo con las plantas. -se acercó al chico- Y gracias por pensar que puedo hablar con ellas. Cualquier otro pensaría que estaba loco, hablando a solas. -le pellizcó suavemente la mejilla, a lo que Makutule respondió con una sonrisa- Pero solamente tú y yo sabemos cosas que el resto de los humanos no saben, ¿verdad?

Obago se separó de Makutule esperando su reacción. Éste se quedó parado. No había hecho ningún gesto, ni a favor ni en contra de la pregunta planteada por el laibón. Le miró con unos ojos llenos de inocencia y le lanzó a su vez otra pregunta:

-¿Se refiere, padre, a los sueños?

Esta vez Makutule había usado la expresión de padre, pero más como señal de respeto que como de familiaridad o de cariño. Obago afirmó con la cabeza y añadió:

-Sí. A los sueños. A su cumplimiento. Y a todo lo que, a partir de hoy te enseñaré, si tú quieres.

-Padre, para eso vine aquí. -respondió Makutule lleno de alegría.

-Pero no deberás descuidar tus tareas como pastor maasai. -terció Obago- Seguirás cumpliendo todas ellas. Te circuncidarás. Cumplirás tu etapa como morani. Y cuando estés preparado, podrás ser laibón. El camino que vas a empezar hoy es muy largo. ¿Estás dispuesto a realizarlo?

-Es lo que más deseo. -Makutule no mentía.

-Pues hoy mismo empezamos. Todos los días, cuando recojas el ganado, vendrás a mi choza y yo te iré enseñando todo lo que debes saber sobre hojas, ramas, raíces, plantas, hierbas y sobre las dolencias de los hombres y del ganado. Cuando haya algo importante que debas ver, Nyange te llamará para que vengas conmigo y mientras él se quedará cuidando tu ganado. Al acabar por lo que te ha llamado, deberás volver a donde esté tu ganado y cuidar de él. ¿Entendido?

Makutule afirmó varias veces con movimientos de cabeza que denotaban la emoción que sentía.

-Y para comenzar hoy te voy a hablar de Ngai, de Dios. ¿Te habló Ikoneti de Ngai?

-Sí, padre. -esta última palabra la dijo dudando. Aun echaba de menos a su padre, pero no quería demostrarlo delante de Obago, y menos ahora que iba a comenzar su enseñanza como laibón. Obago, que lo notó, volvió a sonreir.

-No te preocupes. Es normal que eches de menos a tu anterior padre, a Ikoneti. Pero tanto él como yo, y tú también, sabemos que este cambio ha sido para bien tuyo y estamos totalmente conformes. -y cambiando el tono por otro más distendido- Bueno, cuéntame qué te dijo Ikoneti sobre Ngai.

Makutule le narró cómo les había llevado a lo alto de una loma a contarles el inicio del mundo mientras veían el atardecer; cómo les había contado a su hermano y a él el origen del pueblo Maasai, la razón por la que eran pastores y el resto de las historias. Al acabar, Obago exclamó:

-¡Vaya! Ya veo que me ha dejado poco que contarte sobre Ngai. -Makutule sonreía orgulloso- Pero aun así, voy a intentar contarte algo sobre Él, sobre Dios. Escucha atentamente.

Makutule prestó atención.


-Ngai habita en el cielo, su vida es la vida del cielo. El viento es su alimento; el relámpago, -conforme Obago mencionaba los distintos elementos atmosféricos, se movía delante del niño, intentando representarlos- el relámpago es el brillo de sus ojos; el trueno, su grito de alegría cuando ve algo que le gusta. Durante la estación de las lluvias, cuando los rebaños prosperan y los animales engordan, las gotas de lluvia son sus lágrimas de alegría. Ngai se desdobla en dos. El negro, el bueno; como es bueno el cielo oscuro, cubierto de nubes que traen la lluvia. El rojo, el malo; como es malo el cielo rojo de sol, que provoca la sequía. En la tormenta, los dos combaten entre sí; y cuando por fin llueve es señal que Ngai negro ha vencido, y nosotros somos bendecidos con la riqueza de los pastos para nuestros ganados.

Makutule había quedado embobado con la representación y con la historia que le había contado Obago. Éste le despidió para su choza, emplazándole para el siguiente día, después de que hubiera recogido el ganado en el interior del enkang.


Queridos amigos de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS. De esta forma comienza Makutule su formación como futuro laibón, como futuro veedor y sanador, del pueblo Maasai.

En las siguientes entregas le acompañaremos y nos encontraremos con los distintos métodos que usaban los maasai para hacer frente a las diferentes enfermedades que les surgían en su vida diaria, en la inmensa sabana africana.

Hasta esa nueva entrega, queridos amigos, nos vemos en la red.


viernes, 16 de diciembre de 2016

LCP Cap. 47: EL PACTO DE LOS HERMANOS


La animación en el enkang donde vivía Ikoneti con sus mujeres y sus hijos, entre los que se contaban Mwampaka, Lengwesi y Makutule, era muy superior a la de un día normal. Nadie había pensado nunca que algo tan extraordinario les pudiera llegar a ocurrir. La alteración de todos era evidente. Muy pocas veces un laibón adoptaba a un niño, y menos aún si pertenecía a un clan distinto al suyo. La noticia había llenado de estupor primero y después de admiración y alegría a la gente del poblado. Y aunque Makutule e Ikoneti no querían, pronto se difundió la causa de la adopción. Makutule tenía sueños en los que veía el futuro.


Mañana, tarde y noche Makutule y su madre se veían asediados a preguntas. ¿Cómo lo habían sabido? ¿Habían hecho algo especial? ¿Notó algo en su embarazo? Incluso Ikoneti, en un primer momento sufrió aquel asedio. Pero como patriarca pronto lo cortó. Conforme pasó el tiempo y en espera de la celebración de la adopción, la gente fue calmándose. Volvieron a sus tareas diarias. Al fin y al cabo, aún quedaba mucho tiempo para que Makutule se convirtiera en un auténtico laibón. Antes tenía que pasar, como todo buen Maasai, el periodo de pastor y después, tras el rito de la circuncisión, el periodo de guerrero, de Morani. Quedaban, pues, muchos años para que aquel niño fuera lo que el futuro, aparentemente, le deparaba en ese momento.


Y, además, para eso debía ocurrir otra cosa. El niño debía abandonar el poblado. Desde que se celebrara el rito de adopción Makutule ya no sería hijo de Ikoneti, sería hijo de Obago. Y debería abandonar el poblado, e irse a vivir con Obago y pasar allí toda su vida, como hijo suyo, sin otro lazo más de unión con el enkang de Ikoneti que los recuerdos que atesorara de su infancia. Y esa circunstancia hacía que una persona en concreto del enkang estuviera taciturno, triste, serio. Lengwesi era el que más afectado estaba por la marcha de Makutule. Era él el que había hecho todo lo posible para que su hermano resolviera el problema de los sueños. Estaba contento por eso; y estaba contento porque su hermano iba a hacer lo que más le gustaba. Pero eso no impedía que en su corazón empezara a sentir un vacío, que iba aumentando día a día.


Una mañana, mientras se dirigían hacia el rebaño de su padre, Lengwesi dijo a Makutule:

-Te irás y nos olvidarás.

Makutule, que no esperaba oír eso en absoluto, y mucho menos de su hermano, sonrió y le preguntó como si no hubiera entendido.

-¿Qué has dicho?

-Que acabarás olvidándonos. -dijo Lengwesi con seriedad.

-Pero, ¿hablas en serio? -preguntó- ¿cómo puedes decir eso?

-No pronto, ni en tiempos cercanos. Pero nuestro recuerdo se borrará de tu mente.

Makutule se paró. Se colocó enfrente de su hermano y le dijo:

-Puedes asegurar que nunca te olvidaré, hermano.

Ambos niños se miraron fijamente. Parecían dos pequeños guerreros en mitad de la sabana, con el sol al fondo que hacía descender sus primeros rayos sobre la planicie.

-Hagamos un pacto. -propuso Lengwesi.

-De acuerdo. -dijo Makutule- Pero un pacto de sangre.

Lengwesi quedó sorprendido de la audacia de su hermano. Normalmente, de la pareja que formaban, él era el audaz e intrépido mientras su hermano era el inteligente y razonable.

-Sabes que para ese tipo de pactos se necesitan testigos, se hace en público, se sacrifica una res que luego se sirve a los invitados al banquete. No tenemos res, ni podemos cumplir ninguna de las condiciones para realizarlo. -respondió Lengwesi.

Makutule le miró y sonrió.

-Está bien. Hay una cosa que sí podemos cumplir.

-¿Cuál?

-El juramento final. -respondió Makutule. Y sin dar tiempo a reaccionar a su hermano, colocó su mano derecha sobre el hombro izquierdo de Lengwesi y prosiguió- Yo, Makutule, hijo de Ikoneti, futuro hijo de Obago, juro y me comprometo a realizar un pacto de sangre con Lengwesi cuando tenga la capacidad de realizarlo correctamente.

Lengwesi estaba petrificado. No sabía cómo reaccionar. Fue su hermano quien le sacó de ese trance.

-¡Vamos! ¡Es tu turno!

Lengwesi levantó su mano derecha, la colocó sobre el hombro izquierdo de Makutule y dijo:

-Yo, Lengwesi, hijo de Ikoneti, juro y me comprometo a realizar un pacto de sangre con Makutule cuando tenga capacidad para hacerlo.

Lengwesi bajo el brazo. Los dos hermanos se miraron y sonrieron. De la sonrisa pasaron a la risa franca. Y así, riendo y jugando entre ellos llegaron donde se encontraba el ganado de su padre.


Queridos amigos de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS. Interrumpo aquí la narración sobre la vida de los dos niños Maasai, Makutule y Lengwesi para hacerme eco de lo que hace unos días me dijo una amiga mía respecto a estas entradas.

Concretamente, me comentó que las hacía de forma autoconclusiva. Por tanto, no se entendía que la historia de estos dos muchachos continuaba en el tiempo, que era un relato continuo, sino más bien que eran historias independientes. Dicho esto, repasé las últimas entradas y me encontré con que era verdad, podían tomarse como relatos independientes.

Por eso, desde aquí quiero deciros a todos los seguidores de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS que la historia de estos dos niños quiere reflejar las costumbres del pueblo Maasai tal y como eran antes que la colonización inglesa llegara a sus tierras y se vieran “invadidos” por nuestra civilización. Por tanto, todos los relatos referidos a Makutule, Lengwesi y los personajes que los acompañan se encuentran dentro de un mismo relato, que quiere mostraros la riqueza de la cultura Maasai.

Nada más que deciros por mi parte, salvo que sigáis disfrutando de esta serie de narraciones y que nos sigamos encontrando en este mar de bits que es internet.


Queridos amigos de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS, nos vemos en la red.


viernes, 9 de diciembre de 2016

LCP Cap. 46: LAS REGLAS DE ADOPCIÓN EN EL PUEBLO MAASAI


Obago vio venir a Ikoneti por el camino. Desde lejos le saludó. Ikoneti devolvió el saludo. Al llegar a la entrada de la choza, fue el primero en hablar, con la fórmula de rigor.

-Espero que tu ganado esté bien.

-Y yo espero que el tuyo esté bien. -respondió Obago- ¿A qué se debe tu visita?

-Laibón, tengo un problema con uno de mis hijos y vengo a pedirte consejo. -expuso respetuosamente Ikoneti.

-Pasemos dentro.

Obago le indicó la entrada y al mismo tiempo le dijo a uno de sus hijos que le ayudaban que no vería a nadie más mientras estuviera dentro de la choza.

La disposición de la choza había variado poco desde la vez que estuvo Ikoneti allí con sus dos hijos. La sencillez y la simplicidad presidía toda la decoración del lugar, si es que se podía hablar de decoración al referirse a ladisposición de las distintas hierbas, raíces, frutas y a los utensilios que usaba el laibón en su día a día. Obago le invitó a sentarse a Ikoneti y le dijo:
 
-Has tardado. Esperaba tu visita con anterioridad en el tiempo.

Ikoneti quedó algo sorprendido.

-¿Por qué? -acertó a preguntar.

-No, no, esta vez no han sido mis dotes de laibón, de veedor del futuro. -Obago sonrió- Simplemente un hijo tan curioso y audaz como el tuyo tarde o temprano te metería en un tipo de problema de esos de los que necesitas mi ayuda. Pero creí que iba a ser mucho antes.

-No, no es así exactamente. -respondió Ikoneti.

-Bien, cuéntame entonces y veremos qué tipo de ayuda necesitas.

Ikoneti comenzó a hablar.

-Has acertado en cuanto al niño. Sí, se trata de Makutule. Es el que fue tan impertinente preguntándote esas cosas la última vez que estuvimos aquí. Me alegro que te acuerdes de él. Desde aquel día trabaja conmigo con el ganado, y es aplicado, inteligente, laborioso. No ha dado problemas.


-¿Entonces? -preguntó Obago.

Ikoneti, que hasta ese momento había mantenido la mirada baja, alzó sus ojos y miró directamente a los de Obago.

-Tiene sueños en los que ve el futuro.

El silencio se hizo entre los dos. La expresión amable, casi risueña, de Obago, se transformó. Su cara se mostraba seria, preocupada. Había dejado por un momento de mirar a Ikoneti, para poder digerir mejor la noticia que éste le acababa de dar. Volvió a enfrentar su mirada.

-Eso es muy serio. ¿Estás seguro?

-No estaría aquí si no lo estuviera.

-¿Y qué pretendes? -interrogó Obago.

-Esos sueños le están produciendo un gran sufrimiento a mi hijo. -contestó Ikoneti- Como laibón, haz lo que consideres más adecuado. No me importa que deje de tenerlos. Yo, como padre, únicamente te pido que hagas lo posible para que mi hijo deje de sufrir por esos sueños.

El silencio volvió a instalarse entre los dos hombres. Obago reflexionó. Si Ikoneti le estaba pidiendo ésto, era porque el don de los sueños sería muy fuerte en el niño y estaría interfiriendo en su labor como pastor. Pero la solución podía traer al niño tanto sufrimiento como el que tenía ahora. De pronto se dio cuenta que no lo había preguntado:

-¿Por qué sufre el niño?

-Porque como no pertenece a vuestro clan, y sin embargo tiene esos sueños, -explicó el padre- cree que los tiene por alguna razón maligna o bien que le destinan a algo malo.

-En ese caso, la solución que puedo darte acabará con el problema, pero te dejará sin un hijo.

A Ikoneti se le heló la sangre. No podía ser que el laibón le estuviera proponiendo algo tan horrendo. Casi no se atrevía a preguntar. Pero había ido allí para ayudar a su hijo, y llegaría hasta donde hiciera falta.

-¿Cómo?

-Puedo adoptarle, -Ikoneti suspiró tranquilo- y tratarle como a uno de mis hijos. Por lo curioso que es y lo inteligente que dices que es, puede ser candidato incluso a ser un buen laibón.

-Pero, ¿puede ser? Quiero decir, ¿es posible? -a Ikoneti se le iluminaba la cara por momentos.

-Puede ser. -explicó Obago- Por lo general sólo hacemos adopciones entre miembros de nuestra familia inmediata, pero con tu hijo haré una excepción.

-¿Y cómo vivirá? -preguntaba Ikoneti, que aún no podía creerlo.

-Pues como cualquiera que es adoptado por un laibón. Se le tratará como a un hijo, se le dará ganado, se le arreglará su circuncisión y su matrimonio. A tales personas se les suele llamar "ol-onito".

-¿Cómo podría agradecértelo?

-Espera. -le indicó Obago- Él debe querer. Porque esta relación es terminable a voluntad. Si el adoptado decide romper la relación, se afeita el pelo y se va, pero tiene que dejar atrás todo, -remarcó esta última palabra- todo lo que se le ha dado. Esto último lo tiene que tener muy, muy claro.

Las últimas palabras del laibón devolvieron seriedad a todo el interior de la choza. Pasados unos segundos, Ikoneti contestó:

-Hablaré con Makutule y te traeré su respuesta. Por mi parte, si esa es la manera de mejorar a mi hijo, estoy dispuesto a prescindir de él.

Ikoneti se inclinó y salió por la puerta de la choza. Obago le vio salir. Sentía curiosidad. Makutule con sus sueños que se cumplían. Makutule, un "veedor". ¿Sería capaz de ser un laibón? En ese momento no lo sabía. El tiempo se encargaría de mostrárselo.

Paisaje Maasai, fotografiado por Chris Minihane

viernes, 2 de diciembre de 2016

LCP Cap. 45: LA CONFIDENCIA DE LENGWESI

Alrededores del Parque Nacional del Serengeti, al final de la estación seca. Tanzania.

La estación seca estaba llegando a su final. Pronto llegarían las lluvias y la hierba nuevamente volvería a crecer en la sabana, produciendo y renovando, como cada año, el milagro de la vida. También, pasado algún tiempo, vendrían las grandes manadas de herbívoros, principalmente ñús y cebras; y con ellos los leones, el gran animal que sirve de símbolo al pueblo Maasai.

Grandes manadas de ñus con algunos rebaños de cebras entre ellos. Parque Nacional del Serengeti, Tanzania.

Pero aún quedaba algo de tiempo para que ocurriera todo eso, y mientras tanto había que conducir el ganado a los charcos y a los arroyos que, desde el tiempo de los antepasados, los Maasai sabían que todavía gozaban de suficiente cantidad de agua para que sus reses abrevaran adecuadamente.

Ikoneti, con sus hijos, iba dirigiendo de esta forma su ganado cuando notó una pequeña presencia a su lado. Era su hijo Lengwesi.


-¿Qué quieres, Lengwesi? ¿Tienes algún problema con el ganado?

-Ninguno. -contestó el niño.

Durante el tiempo que llevaba de pastor había ganado en audacia, aunque también sabía que a su padre debía tratarle con respeto.

-Entonces, ¿por qué estás aquí? -la pregunta que le hizo su padre sonó más a un reproche.

-El ganado que cuido está estupendamente. -afirmó Lengwesi sin hacer caso al tono de su padre- Por eso me permito abandonarlo un momento para comentarle, padre, -remarcó la palabra "padre"- un problema que me preocupa bastante.

-¿Tan importante es? -preguntó Ikoneti sin cambiar el tono de voz.

-Sí, padre. -volvió a repetir "padre" como fórmula de respeto.

-Espero que así sea. -esta vez el tono era de enfado- Vamos, cuenta.

-Se trata de Makutule. Tiene sueños en los que adivina el futuro.

Ikoneti se quedó paralizado como una estatua. De todas las reacciones que había previsto Lengwesi, ésta era la que menos habría esperado.

-¿Adivina el futuro? -preguntó Ikoneti, sin moverse un ápice.

-Sí, padre.

-¿Estás seguro? ¿No será invención suya?

-No, padre. Eso creí yo también, pero no. Le viene en sueños lo que va a suceder al día siguiente o a los pocos días.

Ikoneti suspiró. Todo su cuerpo se relajó.

-Y lo peor -continuó Lengwesi- es que está muy preocupado porque cree que es malo, que al no pertenecer al clan del laibón, eso no puede ser más que una mala señal.

-¿Una mala señal? -preguntó el padre.

-Sí, padre. Que esa capacidad que tiene es porque está destinado para el mal. -el tono del muchacho paso a ser de súplica- No habría alguna forma de convencerle de lo contrario, o de que no volviera a tener esos sueños. Tú sabes mucho. Seguro que sabes también como resolver esto y quitarle esas ideas de la cabeza a Makutule, porque yo lo he intentado pero no he podido. -Lengwesi tenía los ojos enrojecidos y estaba luchando por no llorar. Un Maasai no llora.

Ikoneti se acuclilló frente a él y le sujetó con sus fuertes manos por sus hombros.

-Escucha, Lengwesi. Has hecho lo que debías. Hablaré con tu hermano. Y haré lo posible por arreglar su problema, ¿de acuerdo?

Lengwesi afirmó con un movimiento de cabeza, empezó a sonreír. Ikoneti, que por un momento se había mostrado tierno, se alzó sobre sus piernas, adoptó nuevamente una pose seria y le dijo:

-Y ahora a tu ganado. Que ya lo has dejado mucho tiempo sin cuidar.

Lengwesi le lanzó una sonrisa en la que resaltaba la blancura de su dentadura.

-Sí, padre. Por supuesto.

Y se marchó, corriendo hacía donde estaba su parte del ganado.


sábado, 26 de noviembre de 2016

LCP Cap. 44: LOS SUEÑOS DE MAKUTULE

Dos niños Maasai a la entrada de su choza

Una tarde, al acabar el día, estaban los dos niños en la puerta de su choza. Estaban hablando de cómo les había ido en el trabajo con las vacas de su padre, cuando Makutule le dijo a Lengwesi:

-¿Te acuerdas de la visita al laibón?

-Sí, Makutule. ¿Por qué lo preguntas?

-Porque la noche anterior la soñé. -respondió Makutule en un tono de voz bajo, confidente.

-¿Cómo que la soñaste? -le interrogó Lengwesi.

Meshuko, laibón de Tanzania.
-Sí. Soñé la escena de la mujer, y la de nosotros entrando en la choza, y la de la elección de las plantas, el enfado de nuestro padre, pero sobre todo -y aquí Makutule hizo una parada en la narración de su sueño y acercó su cara a la de su hermano, que le estaba mirando con estupefacción- sobre todo vi la faz de ese hombre, del laibón, preguntándome una y otra vez: ¿quién eres? ¿quién eres? ¿quién eres?

Lengwesi soltó una risotada, mientras echaba su cuerpo hacia atrás.

-¡Venga ya! Me estás mintiendo. Quieres contarme una historia de miedo, pero ya no trago. ¡No olvides que ya somos pastores Maasai! Y un día nos circuncidarán. ¡Ahí sí que sabrás lo que es el miedo!

-¡Qué no, hermano! ¡Qué lo que te estoy contando es la verdad! ¡Qué soñé que se iba a producir antes que ocurriera!

-Bueno, vale. Pongamos que es verdad.

-¡Que lo es! -insistió Makutule. Lengwesi le miró.

-Bien. Es verdad. Y eso, ¿de qué nos sirve ahora?

Makutule lanzó un suspiro, dejó caer los brazos a lo largo del cuerpo, y apoyó su espalda, que la había mantenido erguida durante la conversación, sobre la pared de la choza.

-Me imagino que de nada. -dijo con tristeza- Pero necesitaba contárselo a alguien. Tengo sueños en los que veo cosas que luego pasan al día siguiente, a los dos días, o varios días más tarde.

-¿No es el primero? -preguntó su hermano.

-No.

-¿Y desde cuándo los vienes teniendo?

-Desde que recuerdo que sueño. Al principio no le di importancia. Pero desde aquel día que conocimos al laibón, no hago más que darle vueltas.

-¿No será que quieres ser laibón y te estás inventando todo esto? -dijo Lengwesi con un tono entre pícaro y enojado.

-Sí, me gustaría ser laibón, pero ya nos dijo padre bien claro que es algo que se hereda. Por lo que desde entonces deseché la idea, y por eso mismo me preocupan más estos sueños.

Lengwesi hizo una mueca de asombro.

-No entiendo. Si lo tienes claro, ¿por qué te preocupan unos cuantos sueños?

-Porque si no me corresponde ser laibón, porque no pertenezco a su clan, y sin embargo tengo sueños como un laibón, -Lengwesi seguía muy atento el razonamiento de su hermano- entonces yo, ¿quién soy realmente? Si el laibón es el "veedor" bueno de nuestro pueblo y a mí no me toca serlo, ¿me toca ser el malo?

La cara de Makutule expresaba una tristeza muy profunda. Lengwesi le miró a los ojos.

-No, hermano. No te toca ser el malo. Tiene que haber otra explicación, y la encontraremos. -diciendo esto último abrazó fuertemente a su hermano.


sábado, 5 de noviembre de 2016

LCP Cap. 41: LA LEYENDA DEL PRIMER LAIBÓN


El sol se encontraba ya alto en el horizonte, e Ikoneti había adoptado un ritmo alto a su paso, por lo que los niños debían seguirlo sin descuidarse. No podían casi hablar entre ellos, pues si se paraban un momento, luego les tocaba correr un buen trecho, tanto era el terreno que les adelantaba su padre. Una vez pasado un rato, Makutule preguntó a su padre:

-¿Y el laibón sabía qué le pasaba a la mujer a través de las piedras?

-Puede ser. -la respuesta de Ikoneti fue no solo corta. El tono fue cortante. Sin embargo, Makutule no se arredró y volvió a la carga.

-¿Y solamente por el dibujo de las piedras en la piel de cabra podía saber cuál era el mejor remedio para los males de la mujer?

-Quizá. -Ikoneti contestaba de forma lacónica, y sin bajar el ritmo de la caminata. Había vuelto a la seriedad que le caracterizaba. Makutule aceleraba el paso para ponerse a su lado, dispuesto a preguntarle una vez más.

-¿Entonces basta con saber los dibujos de las piedras para aprender a ser un laibón?

-No. -Ikoneti iba acortando las respuestas e iba acelerando el paso. Lengwesi se acercó a Makutule.


-Le estás enfadando hermano. No creo que sea muy prudente que sigas preguntando.

-Pero es que me ha gustado todo lo que he visto, y ha dicho que nos iba a enseñar.

-¿Qué estáis cuchicheando? -preguntó Ikoneti en tono de enfado.

-Nada, -dijo esta vez Lengwesi- que nos ha gustado tanto la choza del laibón que nos preguntábamos si nos traerías alguna vez más.

Ikoneti se paró de repente. Todo su cuerpo se tensó. Los niños, que le estaban viendo desde la espalda sintieron un temor atávico, que les surgía desde el interior de su mente, fruto de las historias contadas por su madre sobre sus antepasados. Estaban ellos solos, en medio de la sabana africana, dos niños de pocos años frente a un adulto que les doblaba en tamaño y que tenía todos los músculos de su cuerpo definidos por años de duro trabajo con el ganado y al aire libre. Al final, Ikoneti respiró hondo, todo su cuerpo se relajó, se volvió hacia los niños, se acuclilló y les dijo:

-Hijos míos. Acercaros un momento. Os voy a contar el origen del laibón.

Y se dispuso a contarles la historia del primer laibón.

-Un día, dos de nuestros guerreros, uno del clan de Ilmolelian y otro del clan de Ilaiser, decidieron salir a cazar. Llevaban ya mucho tiempo de batida, y no conseguían nada. De pronto, descubrieron en el bosque a un niño que se encontraba solo. No encontraron a nadie en los alrededores a quién pudiera pertenecer el niño. No había signo de que hubiera habido presencia humana y, sin embargo, el niño estaba allí. El niño tampoco les daba ninguna pista de nada.

"Decidieron llevárselo al poblado. Al poco el guerrero del clan de Ilmolelian, que era quién realmente había descubierto al niño, tuvo que marcharse, y lo dejó al cuidado del otro guerrero, del clan de Ilaiser. Este guerrero lo cuidó como si fuera hijo suyo. Tanto es así que lo convirtió en su hijo, y lo educó como tal.

"Al cabo del tiempo, el muchacho demostró tener poderes maravillosos. Sacaba el ganado en tiempos de sequía y las vacas volvían bien alimentadas. Caía la lluvia y la hierba crecía en las tierras dónde el muchacho cuidaba el ganado. Después empezaron a darse cuenta de sus dotes para la curación, y por último de sus capacidades para ver el futuro. Este muchacho fue el primer laibón.

-¡Qué historia más bonita! -dijo Lengwesi.

-¿Y qué le pasó, padre? -preguntó Makutule.

-Pues que tomó a sus mujeres, tuvo hijos y éstos heredaron sus poderes, ¿entendéis? -Ikoneti hizo esta pregunta en un tono insinuante.

-¡Qué tienes que heredar esos poderes! -dijo Makutule.

-Que los heredan ellos solamente. -añadió Lengwesi entristecido.

-¿Cómo? -preguntó inmediatamente Makutule

-Eso es lo que os quiero hacer ver. -concluyó Ikoneti- El laibón hereda sus poderes, porque todos pertenecen al clan de Ilaiser. A nosotros nos está encargado el ganado, y vosotros, como yo, como mi padre, y como el padre de mi padre, deberéis ser buenos pastores y buenos guerreros. Pero laibón solamente se puede ser si se ha nacido en ese clan. Al resto de los clanes les está vetado.

-Pero, ¿por qué? ¿No hay ninguna otra forma?

-No. -dijo tajante Ikoneti.

-Pero padre, si yo quisiera...-insistió Makutule.

-Te deberías de olvidar. -cortó nuevamente Ikoneti- Tú serás pastor, morani, y maasai. Te casarás y tendrás hijos, como yo. Y pertenecerás al consejo del poblado, como yo, que es algo tan importante o más que el laibón.

-¡Vaya mier...

-¡Makutule! -riñó Ikoneti a su hijo.

-Sí, padre. -dijo con tono resignado el niño.
Padre Maasai con sus hijos pequeños. Arusha. 2011.

-Es mejor que sepáis desde ya lo que podéis y no podéis esperar de la vida. Vuestro lugar en ella y todo lo que os está permitido alcanzar. -Ikoneti miró a los niños. Quizá les estaba dando una lección demasiado compleja para su edad- Cuanto más tardéis en saber hasta dónde podéis llegar, más tardaréis en frustraros y más tardaréis en seguir adelante como auténticos Maasais. Y seáis pastores, morani, ancianos o laibón, por encima de todo quiero que no olvidéis nunca lo que sois. Sois Maasais.

-Sí, padre. -dijeron ambos niños.

-Y ahora vayamos al ganado, que os tengo que dar los primeros conocimientos sobre el ganado. ¿O os creéis que sólo los laibones tienen conocimientos?

sábado, 29 de octubre de 2016

LCP Cap. 40: LA HIERBA OLKILORITI

Interior de una choza Maasai

Cuando la mujer dejó a solas al laibón, Ikoneti, que se había mantenido en todo momento respetuosamente a una prudente distancia, se acercó:

-Obago. -así se llamaba el laibón, Ikoneti se había inclinado en señal de respeto- Aquí tienes la sangre que me pediste.

-Gracias, Ikoneti. -dijo Obago, y viendo a los dos niños, dijo- Hoy has traído a dos de tus hijos.

-Sí. Son los que empiezan la labor de pastoreo.

-Dos nuevos Masai.

-Así es. -dijo con orgullo Ikoneti.

-Entrad a mi casa. -les invitó Obago. Los cuatro entraron en la choza. Tras un momento de oscuridad, los ojos se acostumbraron a la penumbra que reinaba en la cabaña. Estaba cubierta casi por completo, con pequeños agujeros diseminados, por donde la luz del sol luchaba por entrar en forma de pequeños rayos que no servían del todo para iluminar suficientemente la estancia. Conforme se fue viendo, los dos niños empezaron a fijarse en todas las cosas que poseía el laibón. Hojas, raíces, plantas, pieles, cortezas de árboles.

-Bueno, déjame ver la sangre. -dijo Obago.

-Aquí la tienes. -respondió Ikoneti, entregándole la calabaza llena de la sangre del buey. Obago miró en su interior.

-Bien, bien. -se dirigió a un estante- Y ahora metemos esto... -hablaba para sí mismo cuando una vocecilla le sacó de su circunloquio.

-¿Para qué? -era Makutule. Ikoneti le miró con enfado. No se interrumpía al laibón mientras trabajaba. Su labor era muy importante. Y ahora estaba preparando una medicina para un muchacho de la tribu que estaba mal. Obago se sorprendió, miró con cara seria al chiquillo y éste se quedó algo cohibido. Lengwesi, que estaba acostumbrado a las preguntas a destiempo de su hermano, le dijo susurrando.

-Creo que has metido la pata.
Niños Maasai de aproximadamente la edad de los dos protagonistas del relato

Makutule miró a su padre y vio el enfado en su cara, tuvo la sensación de haber hecho algo grave. Volvió a mirar al laibón. Éste seguía mirándole con la cara sería.

-¿Quién lo pregunta? -dijo Obago, sin cambiar la cara. Ikoneti comenzaba a disculparse pero un leve gesto de la mano del laibón le indicó que callase, cosa que hizo al momento.

-Makutule. -dijo el niño.

-¿Y quién es Makutule para preguntar tal cosa? -continuó el laibón. Makutule quería que se le tragara la tierra.

-Soy Makutule, hijo de Ikoneti. -acertó a decir el niño. El laibón se acercó al niño, se acuclilló frente a él. Continuaba con la cara seria. Makutule miraba a su padre. Ikoneti tenía también cara seria. Lengwesi le hizo un gesto de no tener ni idea. Obago le dijo:

-No te he preguntado tu nombre, ni el de tu padre, niño, sino que quién eres. ¿Lo sabes?

Makutule estaba hecho un lío. Si no quería su nombre, ni el de su padre, ¿qué quería? No podía ser el que era pastor, pues no lo era. Ni que fuera un niño, pues eso cambiaría con el tiempo. Sólo podía ser una cosa. Makutule se estiró todo lo que pudo, para aparentar ser mayor y dijo con todo el aplomo del que era capaz.

-Soy un Masai.

Obago sonrió, se levantó de la posición de cuclillas en la que estaba y puso su mano sobre la cabeza de Makutule.

-¡Sí señor! ¡Eso es! -y dirigiéndose a Ikoneti- Tienes una buena pieza en este chavalillo. Y merece saber para qué mezclo la hierba olkiloriti con la sangre del buey.
Acacia nilótica. Productora de la llamada "goma arábiga", utilizada por los curanderos africanos como tónico y que podría estar emparentada con la olkiloriti

Obago se volvió a acuclillar delante de Makutule.

-Mira. Mirad los dos. -dijo, llamando también a Lengwesi que había quedado un poco retrasado- Mezclo la sangre del buey recién obtenida con la hierba del olkiloriti porque eso da más fuerza al muchacho al que le voy a suministrar esta poción. Un muchacho de nuestra tribu al que se le ha hecho la circuncisión se encuentra bastante enfermo, y no conseguimos que se recupere. Se ha intentado con alimentos fuertes para el cuerpo, pero nada. Ahora le vamos a dar sangre pura de buey, que le quitará todo el agotamiento que siente.

-¿Y la olkiloriti? -cortó Makutele. Ikoneti volvió a enfadarse. Obago rió abiertamente. Al acabar de reír, se dirigió al padre.

-Ikoneti, enseña a tu hijo a no hablar hasta que callen los mayores, sino tendrá grandes problemas en su vida.

-Sí, laibón. -fue la respuesta del padre.

-La olkiloriti, curioso Masai Makutule, servirá para limpiarle todo el tubo digestivo de la suciedad que pueda tener. Para dejarle limpio de todo aquello que pueda haberle producido la enfermedad. Y, además, le proporcionará las ganas para ponerse en marcha en su nueva etapa como morani. ¿Sabes lo qué es un morani, curioso Makutule?

El niño sonrió, y orgulloso de saber la respuesta, se irguió y dijo:

-¡Sí, señor! ¡Un morani es un guerrero Masai! Mi hermano y yo lo seremos tras nuestra etapa de pastor.

Obago volvió a reír abiertamente. Ikoneti también sonrió, enseñando su blanca dentadura. El ambiente se distendió más aún. Hasta Lengwesi le dio un pequeño pescozón a su hermano en el hombro y los dos niños comenzaron a reír. Al acabar las risas, Obago habló:

-Así es, pequeño Makutule. Y me da a mí que tú y tu hermano vais a ser unos auténticos morani. Compadezco al león al que vayáis a cazar. No tendrá ninguna posibilidad de escape.

Y de esta forma agradable y simpática, el padre y los dos hijos se despidieron del laibón, iniciando el camino a casa.
Guerrero Maasai observando el cráter del Ngorongoro desde lo alto de una de las crestas que formar la barrera natural de dicha sima volcánica.

domingo, 16 de octubre de 2016

LCP Cap. 39: EL LAIBÓN MAASAI. MUCHO MÁS QUE UN HECHICERO.

Calabaza en la que los Maasai recogen la sangre y la leche de las vacas, para su mezcla y su consumo.

Una vez que había obtenido la cantidad de sangre del buey que el laibón le había pedido, Ikoneti llamó a sus hijos.

-¡Lengwesi, Makutule! ¡Venid aquí!

Inmediatamente los dos niños dejaron la compañía de Mwampaka y corrieron hacia donde estaba su padre.

-Venid conmigo. Vamos a visitar al laibón.

Los niños se pusieron muy contentos. Iban a conocer a una de las principales figuras del poblado Masai. El Laibón es la principal autoridad religiosa, experto en rituales y proveedor de encantos y medicinas, además de consejero espiritual. Pero, sobre todo profeta, "veedor" tal como les gusta llamarse, del más allá; de aquello que va a suceder. Y, basándose en esas profecías, puede ayudar a su gente.

Laibón Maasai. 
También se ocupa de asesorar sobre la oportunidad de entrar en guerra contra las tribus vecinas, fabricar medicinas para proteger a los guerreros de las armas enemigas, autorizar las ceremonias de circuncisión y las correspondientes a los grupos de edad así como realizar los ritos de fertilidad, tanto para las personas como para atraer las lluvias. Ikoneti recordaba cómo, hacía varias generaciones, hubo un laibón que predijo la llegada de los europeos, la llegada del hombre blanco.

Ikoneti se dirigió junto con sus hijos hacia un enkang cercano. Los dos niños no habían estado nunca allí. A la entrada del enkang se encontraron con un hombre anciano, con el cabello cano, muy corto, sentado a la puerta de una de las chozas del mismo. Estaba atendiendo a una mujer Maasai. Esta, por lo que pudieron oír los niños, estaba consultando al anciano por problemas de fertilidad. No conseguía quedarse embarazada.

La mujer no lograba traer descendencia después de la boda, y ello le estaba causando problemas. No se le asignaban cabezas de ganado y estaba siendo relegada a un último lugar en el enkang de su marido. El anciano la estaba escuchando atentamente. Le hizo una serie de preguntas en idioma Maa, que es el idioma propio de los Maasai. Después del pequeño interrogatorio, extendió una piel de cabra entre ambos y cogió un cuerno de buey hueco, tapado en su base por un trozo de cuero y comenzó a agitarlo vigorosamente. Paró un momento y pidió a la mujer que escupiera en su interior. Ésta lo hizo tal como le pidió el laibón.

Ikoneti pudo observar que la mujer se había puesto sus mejores galas. Lucía grandes collares de cuentas colocados uno tras otro. Los brazos y los tobillos se encontraban ceñidos con gruesos filamentos de cobre a modo de pulseras. Enormes pendientes colgaban de los lóbulos de sus orejas, que aún no se habían alargado lo suficiente. Y su cabeza mostraba un color ocre, fruto de la mezcla de ese mineral con sebo de vaca, que había usado la mujer para resaltar su afeitado. Todo estaba previsto para causar la mejor impresión al laibón.
Mujer Maasai, luciendo sus collares, con profusión de cuentas, y los pendientes que provocan enormes dilataciones del lóbulo de la oreja.

El laibón volvió a agitar el cuerno de buey durante un momento y dejó caer su contenido. Una riada de piedras redondeadas de distintos tamaños y colores, claras, grises, oscuras, se esparcieron por la piel de cabra que se encontraba entre la mujer y el anciano. Éste miró fijamente la imagen que habían formado las piedras y, acto seguido, miró a la mujer. Sonrió.

-Tengo la solución para tus problemas. -le dijo.

A partir de ahí le fue detallando lo que debía hacer para volverse fértil. En ese momento, apareció un muchacho que le traía en un cuenco unas ramas y unas raíces. Machacó ramas y raíces en un mortero hasta que se transformaron en un polvo fino. Se lo dio a la mujer para su consumo, mezclándolo bien con líquido, bien con alimento. La mujer se marchó agradecida.
Panorámica del cráter del Ngorongoro en época de lluvias.

domingo, 9 de octubre de 2016

LCP Cap. 38: EL ORIGEN DE LA FUERZA MAASAI

Pastor Maasai en Tanzania.

Makutule y Lengwesi vieron como su padre se dirigía a uno de los muchachos que cuidaban el ganado.

-¡Mwampaka!

-Sí, padre. -contestó solícito el muchacho.

-Te presento a Makutule y Lengwesi. Mis nuevos hijos. -Los niños quedaron un poco retrasados, como avergonzados. No esperaban que allí hubiera otros miembros de la familia de Ikoneti- Quedan a tu cuidado. Les enseñarás todo lo que tienen que hacer para cuidar las vacas. Vendrán a partir de hoy todos los días, y se ocuparán de un puñado de ellas. Las pastorearan, las llevarán a las zonas más verdes, a los riachuelos más cristalinos, velarán porque no se pongan enfermas y porque sus terneros crezcan sanos. ¿Entendido?

-Sí, padre. -el rostro del muchacho no mostraba ninguna emoción en especial. Y sin decir nada más sobre el tema, añadió- Tengo el buey preparado. ¿Sacamos ya la sangre?

-Sí. -respondió Ikoneti- Y así aprenderán estos dos. ¿Queréis ver de dónde obtenemos nosotros toda la fuerza que nos hace tan poderosos? -les preguntó a los niños.

Los dos chavales afirmaron con la cabeza. Se habían vuelto un poco vergonzosos. Mwampaka les empezó a hablar:

-Venid conmigo. Yo os lo contaré.

Anciano y niño con su ganado, en las inmediaciones del P. N. del Masai Mara
Y los tres se adelantaron unos pasos. Ikoneti los siguió indolentemente. Mwampaka comenzó a narrarles cómo los Maasai obtenían toda la fuerza de la sangre de su ganado. Cuando uno de ellos estaba enfermo, agotado o después del rito de la circuncisión había quedado debilitado, se le daba a beber sangre de buey. Ésta le hacía que se recuperara rápidamente y que pronto volviera a ser el guerrero que era previamente. Normalmente era el laibón quien indicaba la necesidad de que el enfermo tomara la sangre del animal. El laibón es una mezcla de adivino, médico, consejero espiritual y sacerdote. Son aquellos que se ocupan de mantener y enseñar la religión tradicional dentro de la sociedad Maasai.

Llegaron al lugar donde se encontraba el buey. El animal estaba pastando tranquilamente, ajeno al rito del que iba a ser protagonista. Mwampaka miró a su padre de reojo, sonrió y se dirigió a los niños.

-¡Bueno! ¿Cuál de los dos le va a sujetar?

Los niños se quedaron de piedra. La alzada del buey superaba sus cabezas. De hecho, La punta de sus cuernos superaba la altura de Mwampaka. Tanto Makutele como Lengwesi empezaron a tartamudear.

-¿Nosotros?

-Sí. Si queréis ser pastores, tendréis que sujetar animales como éste. -los niños miraban a Ikoneti, el cual asentía con la cabeza. Ellos se veían impotentes. Mwampaka se divertía con la pequeña broma que les estaba gastando. Llamó a otro muchacho que estaba cerca, el cual llegó con un arco y una flecha.

-Bueno, pues si no os atrevéis, lo tendré que hacer yo. -los niños negaron con la cabeza. Mwampaka miró a su padre. Éste sonrió y nuevamente asintió, en este caso a Mwampaka, y este último les dijo a los dos niños- Fijaos bien.


Mwampaka se acercó al buey, por delante. Comenzó a hablarle de forma muy pausada, el buey levantó la cabeza y al ver que era él, volvió a bajar la testuz y siguió pastando. El muchacho le empezó a acariciar la giba y poco a poco se fue dirigiendo al cuello. Al mismo tiempo, su padre se iba colocando al otro lado del animal, a la altura de la cabeza. Cuando Mwampaka alcanzó la altura del cuello, rodeó éste con una correa de cuero, momento que aprovechó Ikoneti para agarrar fuertemente la cornamenta del bovino. Mwampaka ató fuertemente la correa al cuello del animal, de tal forma que enseguida se notó la yugular del buey bajo la piel. El muchacho que había llamado Mwampaka se colocó frente a la misma y lanzó la flecha a quemarropa, provocando un agujero en la piel del animal de donde brotó un chorro abundante de sangre.


Inmediatamente, Ikoneti dispuso la calabaza que llevaba debajo del chorro de sangre, esperó el tiempo que consideró adecuado, y cuando creyó que ya tenía suficiente hizo una señal a su hijo. Éste aflojó el nudo de la correa. La sangre dejó de brotar tan rápido y el muchacho del arco cerró la herida con un empaste que tenía preparado y que consistía en una mezcla de tierra y estiércol. Esa mezcla de tierra y estiércol hizo que se coagulara muy pronto la sangre y se cerrara la herida de tal forma que el buey no perdió más del litro o litro y medio que Ikoneti había extraído. Más o menos la cantidad que el laibón le había pedido para un muchacho de la aldea, que se encontraba enfermo.

Makutule se acercó al muchacho del arco.

-¿Cómo es la punta de la flecha?

-Mírala tú mismo, está hecha de madera, la punta la tiene roma, ¿sabes por qué?

-¿Así no penetra mucho?

-Premio para el niño listo. ¡Ikoneti! -llamó al padre- Tienes aquí a un curiosillo, que le gusta saber trucos, quizá fuera mejor que se lo dejaras al laibón para que le enseñara el oficio.

Ikoneti se volvió, vio la escena y sonrió. Ya se había dado cuenta que Makutule tenía una curiosidad superior al resto de sus hijos. Siempre andaba preguntando el porqué de las cosas. Quizá fuera verdad, pero mientras, deseaba que se hiciera un pastor, un guerrero y un Maasai.