miércoles, 26 de julio de 2017

LCP Cap. 65: EL PERIODO DE AISLAMIENTO EN LA CIRCUNCISIÓN MAASAI (VI)


Lengwesi despertó la mañana siguiente. La noche había sido agitada. Había tenido un sueño muy raro. En el sueño se habían mezclado todos los acontecimientos de los últimos días. La búsqueda del árbol "alatím", la conversación con su tío, el baño ritual, el agua del hacha, el rapado de cabeza y cuerpo, las sandalias, plantar el "alatím", y por fin, la ceremonia de la circuncisión. Pero todo estaba mezclado de forma abigarrada y sin sentido. Tan pronto era mujer como hombre. Tan pronto le circuncidaba su padre, su tío, como era él el que circuncidaba a ambos. Su madre lloraba casi siempre que salía en el sueño. Algo muy curioso, porque Lengwesi nunca la había visto llorar.

Poco a poco, conforme fue despertándose, fue dándose cuenta del dolor que comenzaba a sentir en su miembro viril. Éste se hallaba erecto y, aunque no sangraba ni supuraba, la zona de corte lucía un rojo intenso. Lengwesi dejó atrás el sueño y sacudiendo la cabeza salió al exterior. Sabía lo que le correspondía ahora. Unirse al grupo de recién circuncidados, aislarse en una choza preparada para ello y vivir a base de la caza de pájaros, mientras se recuperaban de la herida de la circuncisión.

Durante este tiempo de aislamiento, los recién circuncidados se visten con pieles animales que se han teñido de negro usando aceite y carbón de leña. En todo el tiempo del aislamiento dejan crecer su pelo. Las plumas de los pájaros las usarán para decorar una especie de tocado en la cabeza que llevarán al acabar su aislamiento, momento en el que también se pintan la cara de blanco. Por eso Ikoneti le había pedido a Lengwesi que recogiera plumas de avestruz, para el tocado que luciría al acabar su periodo de aislamiento.


Y así fue como Lengwesi pasó su periodo de aislamiento y recuperación de la circuncisión. Ikoneti hubiera querido que saliera antes, pero Lengwesi prefirió salir al mismo tiempo que el resto de sus compañeros, a los treinta y ocho días. Aunque tenía las plumas de avestruz y el preparado de Makutule para poder salir antes, decidió quedarse con sus compañeros. El emplasto lo repartió a partes iguales entre todos; y, a pesar de que fue de los primeros en recuperarse, resolvió esperar a los que presentaban una recuperación más lenta. Se preocupaba por todos los de su grupo, y cada día cuidaba de que los heridos tuvieran una evolución adecuada. De esta forma, sin proponérselo, fue convirtiéndose en el líder natural del grupo.

Cuando llegó el día de salir del aislamiento, todos salieron contentos, con su cara pintada de blanco, con su tocado de plumas, la mayoría de ellos de avestruz, y totalmente recuperados de la ceremonia de la circuncisión.


El grupo fue recibido en el enkang con gran alegría. Un nuevo grupo de moranis se añadía a los que había en el poblado. Nuevos guerreros, jóvenes, fuertes y que sabían valerse por sí mismos entraban por la puerta de la boma, de la pequeña pared de espino que se levanta alrededor del poblado para hacer desistir a las fieras, animales o no, de atacar el poblado.

Al llegar cada uno a su choza, había un nuevo ritual que cumplir. El afeitado de cabeza; la pintura de todo el cuerpo, de cabeza a los pies, de color ocre; y el vestido de la toga roja como auténticos morani.

Pero aún les quedaba algo para que fueran respetados y se consagraran definitivamente como guerreros morani.

Aquello que aún falta por cumplir, tanto para Lengwesi como para el resto de sus compañeros, lo descubriremos en la próxima entrega de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS.

Hasta entonces, queridos amigos, tengan un buen día. Nos vemos en la red.


Foto cortesía de Elena Cerezo

miércoles, 19 de julio de 2017

LCP Cap. 64: LA CIRCUNCISIÓN MAASAI (V). EL ALATIM Y LA BEBIDA RITUAL

Acacia Tortolis. La especie de acacia más común de la sabana africana.

El día grande amaneció por fin para Lengwesi. Su madre le despertó y él, que casi no había podido conciliar el sueño al pensar en la nueva etapa que iniciaba a partir de esa madrugada, se levantó de un salto, cogió su árbol "Alatim", y salió a la puerta de su choza a plantarlo.

La tarde anterior, tras mucho buscar, encontró un buen tallo de acacia de unos cinco a diez centímetros de longitud. Lo que medía la palma de su mano abierta, según le había dicho su padre. Había decidido que lo mejor era plantar, como "alatim" a la puerta de su casa, una acacia. Eran los árboles más numerosos de la sabana, podían alcanzar los once metros de altura y su tronco un grosor de un metro. Pero lo más importante era que sus ramas, a partir de determinada altura, se distribuían de manera horizontal, dando lugar a una benéfica sombra alrededor de su tronco, de la que se aprovechaban todos los animales de la sabana. Por estas razones, Lengwesi se decidió por la acacia.

Al poco de plantarla, llegaron a la choza su padre junto con su tío y dos de sus primos. Eran los parientes, ya circuncidados, que Lengwesi había escogido para que le acompañaran en la operación, y le sujetaran durante la misma si ello llegaba a ser necesario. A todos ellos se les unió su madre, y el resto de sus hermanos y familiares. De esta manera, todos juntos se prepararon para la llegada del Torrobo, que sería el que celebraría la ceremonia.

Mujer Okiek con su bebé en brazos.

Tuvieron que esperar un tiempo a que llegara, pero por fin hizo acto de presencia el Okiek (los Maasai llaman a los Torrobo Okiek) que había contratado su padre para realizar la circuncisión. Alguien que no fuera maasai, que no perteneciera al grupo étnico maasai, no sería capaz de distinguir a un Okiek de un Maasai. Su manera de vestir era muy parecida, así como sus adornos; pero los Okiek no pasaban de ser una burda imitación de la elegancia en la apostura, en la vestimenta y en los complementos que caracterizan a los Maasai. Ikoneti estaba orgulloso de que, por mucho que lo intentaran, los Okiek nunca los igualarían.

-¿Está el muchacho dispuesto? -preguntó el Torrobo al llegar a la choza, delante de la cual estaba reunida toda la familia.

-Sí. -era Ikoneti quién respondía, con su voz, fuerte, segura, profunda.

El Torrobo sacó un paquete de tela de su morral y lo desplegó en el suelo, al lado del fuego. En él llevaba envueltos los cuchillos de la circuncisión. Una vez abierto, levantó la vista al grupo y ordenó:

-Que se acerque el muchacho.

Lengwesi se acercó lentamente a él, seguido por su tío y sus dos primos. Lo hizo de forma pausada, casi parsimoniosa. Una vez estuvo junto al Torrobo, éste le examinó el miembro viril, el cual, debido a la emoción que embargaba al muchacho, se hayaba erecto.

-¡Vaya! -se sorprendió el hombre- Tenemos un buen calibre.

El tono que usó fue totalmente neutro. Todos estaban esperando el momento cumbre. Y llegó. El Torrobo agarró la punta de la piel del prepucio de Lengwesi con una mano de forma firme y estiró de ella. El muchacho notó el tirón pero no expresó ninguna muestra de dolor. Sus padres, sin embargo, y tal como mandaba la tradición, empezaron a quejarse a voz en grito. Con la otra mano, el hombre, que sostenía firmemente el cuchillo, comenzó a cortar sin ningún tipo de titubeo la piel del prepucio que cubría el glande y el pene del muchacho. Tanto Ikoneti como la madre de Lengwesi estallaron en un alboroto de gritos, lloros, chillidos, quejas, pataleos. Sin embargo, el muchacho se mantenía firme. Ni siquiera fue necesaria la intervención de sus primos, ni la de su tío. Por dentro, Lengwesi luchaba porque una lágrima furtiva, que pugnaba por salir, no se dejara ver al exterior.

Por fin, la operación acabó. El Torrobo guardó sus cuchillos, felicitó al muchacho y a sus padres y continuó con su labor. Para Lengwesi quedaba una última ceremonia antes de retirarse a curar la herida de la circuncisión.

-Ya puedes beber la sangre de la vaca. -le acercó un recipiente su padre, donde estaban mezcladas la sangre de una ternera con leche agria. Lengwesi bebió.

-Gracias, padre. -acertó a decir. El dolor empezaba a invadirle por entero.

-¡Muy bien, muchacho! -le dijo su tío- Ya no tienes que agacharte delante de nosotros para que te toquemos la cabeza. ¡Ya eres morani!


-Sí, pero ahora dejad que le hagamos la primera cura, antes que se vaya con el grupo a la cabaña de aislamiento. -terció su madre, que prácticamente arrancó a Lengwesi de manos de sus tíos, primos y hermanos.

Lengwesi lo agradeció. Estaba ya muy mareado. Se sentía a punto de desplomarse. El interior de la choza lo notó con una familiaridad extraña, como si las horas pasadas fuera de la misma hubieran sido días o meses. Al contárselo a su madre, ésta le explicó:

-La sensación de la circuncisión y la fuerza que tenéis que hacer para no llorar os produce ese efecto.

Le estaba poniendo una cataplasma hecha con hierbas, leche y estiércol.

-Ésto te clamará. Ya lo verás. -le decía mientras se la aplicaba en el miembro viril, con mucha delicadeza- ¿A qué no sabes quién te la ha preparado?

-No, madre. ¿Quién?

-Tu hermano. Makutule.

-¡Qué bien! Makutule. -y Lengwesi cayó en un sueño muy profundo.

Foto cortesía de Elena Cerezo

martes, 11 de julio de 2017

LCP Cap. 63: LA CIRCUNCISIÓN MAASAI (IV). EL ENGARE ENDOLU


Con toda esta conversación habían llegado al arroyo. Éste corría salvaje, raudo, hacia la planicie. Sus aguas eran cristalinas. Provenían de un manantial que se hallaba mucho más arriba, cerca de la cumbre. Lengwesi recordaba haber ascendido la corriente del arroyo, junto con alguno de sus amigos, en busca del manantial, hacía ya algún tiempo. En uno de los recodos del arroyo, un muro de rocas no les permitió continuar el camino, por lo que no consiguieron alcanzar la fuente del mismo. Pero la excursión les sirvió para conocer otro tipo de fauna diferente a la que estaban acostumbrados. Los colobos, monos que vivían en los árboles, avisaban de su paso al resto de los habitantes del bosque. Dik-diks de bosque, más pequeños que los de sabana. Y multitud de paseriformes, pájaros de vivos colores, mucho más abundantes y variados que en el llano; y que precisamente necesitan los colores para comunicarse en el sotobosque.

Una voz le sacó a Lengwesi de sus recuerdos. Era la de su tío.

-¡Vamos, muchacho! ¡Desnúdate! ¡Qué hay que lavarte de la cabeza al dedo gordo del pie!

Ya se oían las primeras quejas seguidas de los primeros reproches. El agua, como era de esperar por el lugar y el momento del día, estaba bastante fría. Y los acompañantes les estaban afeando la conducta a sus jóvenes aspirantes a circuncisos.

-¡Pues buenos estamos si os quejáis por un poco de agua fría!

-¡Menudo papelón vais a hacer mañana!

-¿Y así estáis de preparados para la ceremonia de mañana?

Lengwesi, a pesar de que el agua fría le penetraba por todos los poros de su piel como agujas, procuró en todo momento no quejarse ni ofrecer el menor atisbo de dolor o impresión.

-Tranquilo, chico. -le decía su tío mientras le restregaba fuertemente la piel- No pasa nada porque ahora se muestre uno quejica. Lo importante es mañana, en la circuncisión. ¡Ahí es donde se acrisola el valor! -esto último lo había dicho en un tono serio y triste al mismo tiempo.

Calabazas Maasai
Lengwesi tenía los dos pies metidos en un recipiente, de tal forma que toda el agua usada para limpiarlo caía y se recogía en dicho recipiente. Una vez quedó lavado, ese agua que había sido usada para su aseo y que estaba sucia se guardó en la calabaza que había cogido Lengwesi al salir de la choza. En el viaje de vuelta fue nuevamente su tío quien explicó al muchacho el significado de esa agua:

Hacha Maasai de mediados s. XX
-El agua que llevas en la calabaza, Lengwesi, es el agua de la limpieza de toda tu juventud incircuncisa. Se llama "Engare Endolu" (agua del hacha) porque cuando llegues a tu choza la guardarás toda la noche junto con un hacha. Este agua simboliza el lavado y al limpieza de todas las transgresiones que hayas hecho desde tu niñez hasta el día de hoy.

-De acuerdo, tío. -respondió el muchacho.

-Porque mañana, Lengwesi, recuérdalo bien, el corte de la carne te convertirá de muchacho a hombre. Te hará un auténtico Maasai.

Tío y sobrino se miraron con complicidad. Ya se hallaban cerca del enkang. En la entrada al mismo, expectantes, se encontraban los niños de menor edad, que estaban atentos a todo lo que suponía la preparación para la gran fiesta del Emorata que se iba a celebrar al día siguiente. Entre el barullo formado por los pilluelos entraron los aspirantes a morani, y cada uno de ellos se dirigió a su cabaña. Allí les esperaba su madre. A Lengwesi le recibió la suya.

-Madre, aquí estoy con la Engare Endolu. -le dijo el muchacho alargándole la calabaza que contenía el agua de su limpieza ritual. Su madre sonrió. Era una sonrisa franca, en la que dejaba ver su dentadura que, a pesar del paso de los años y los embarazos que había sufrido, se conservaba sana. Estaba orgullosa de que otro de sus hijos fuera a hacerse morani, guerrero maasai.

-Vamos, entra. Encontrarás el hacha en el rincón más alejado de la puerta. -le indicó a Lengwesi- Y luego vuelve fuera, que hay que continuar con la preparación.

-¡Sí, madre!

Lengwesi entró sin que se lo repitieran dos veces. Su madre quedó sola por un momento, y miró las navajas que tenía preparadas para afeitar la cabeza de su hijo, para que después él mismo se afeitara el resto del cuerpo, así como el vestido nuevo y las sandalias que debía usar a partir de ahora y que serían las primeras posesiones que tendría, pues todo lo que le había pertenecido hasta ahora debía abandonarlo.

Lengwesi salió rápidamente.

-¡Ya estoy aquí, madre!

-Muy bien. Pues empecemos. -y cogiendo uno de los cuchillos comenzó a rapar cuidadosamente la cabeza de su hijo.

-Madre.

-Sí, hijo mío.


-El tío me ha contado que el Emorata de la mujer es más duro que el del hombre.

-¿Y por qué cree él que es más duro? -se interesó la madre.

-Porque dice que os cortan más carne y de la parte más sensible del cuerpo.

La madre de Lengwesi quedó paralizada. Siempre le había dado gracias a Ngai (Dios) por haber tenido sólo varones, y no tener que someter a ningún retoño suyo a lo que ella sufrió en el Emorata. Pero nunca imaginó que uno de sus hijos pudiera preguntarle precisamente eso. Tras unos segundos, siguió rasurando la cabeza de su hijo.

-¿Por qué te ha contado eso?

-No sé. -dijo Lengwesi tranquilamente- Surgió en la conversación.

-Me imagino que quería hablarte como si fueras ya un morani. -dijo su madre más relajadamente- Sus razones tendría.

-Entonces, ¿es verdad? -Lengwesi insistió. Su madre creyó que ya no era ningún niño y que no debía zafarse de la pregunta, por mucho que a ella le resultara dolorosa.

-Sí, Lengwesi. Sí es verdad. -y cambiando el tono de voz a uno totalmente autoritario- Y ahora, aspirante a morani, eres tú el que te tienes que rapar el resto del cuerpo. Y recuerda que después debes limpiarte adecuadamente, sin dejarte un sólo pelo.

Lengwesi aseguró a su madre que así lo haría y cogió otro de los cuchillos que había, comenzando a rasurarse adecuadamente todos los pelos que quedaban en su cuerpo. Cuando toda su piel quedó bien limpia de ningún pelo, se dirigió a su madre. Ésta le revisó de arriba a abajo.

-Bien. Ahora te toca ponerte este vestido y estas sandalias nuevas, que son signo de tu nueva etapa. -Lengwesi se puso la vestimenta y las sandalias. Su madre añadió:

-Ahora tienes que buscar el árbol "Alatim". Es el árbol que vas a plantar mañana por la mañana, y que será símbolo de tu hombría. Así que ya sabes, -y se acercó a él para darle un abrazo, tras lo cual completó la frase- ya sabes, busca el más fuerte y el que mejor arraigue.

-Así lo haré, madre.

Ella vio como Lengwesi salía del enkang. Estaba segura que lo lograría. Era un muchacho valiente e inteligente. Pero ésta era la prueba más fácil de todas a las que se tenía que enfrentar a partir de ahora.


martes, 4 de julio de 2017

LCP Cap. 62: LA CIRCUNCISIÓN FEMENINA. EL EMORATA (III).


-¿Por qué? -preguntó Lengwesi extrañado.

-Porque nuestra comunidad Maasai nos reserva todo lo bueno y todos los honores al varón. -en el tono de voz Lengwesi no pudo apreciar el orgullo que notaba en su padre cuando hacía afirmaciones similares. Su tío era distinto y Lengwesi lo sabía.

-¿Sabes cómo es la circuncisión de la muchacha maasai? -le preguntó nuevamente a Lengwesi. Como éste le negó con la cabeza, su tío se dispuso a contársela.

-Pues no está tan llena de ceremonia ni de fasto. Sí, tiene que buscar el árbol "alatim" para ponerlo en la puerta de su casa, como tú lo vas a hacer hoy. Sí, sus padres tienen que preparar cerveza de miel, como los tuyos. No necesita plumas de avestruz; y hasta puede gritar, llorar y quejarse en la circuncisión, porque no se espera de ella que sea valiente.

-¿De verdad? -preguntó Lengwesi en un tono de sorpresa, y añadió- Entonces es más fácil que lo nuestro.

-Hasta cierto punto, Lengwesi, hasta cierto punto. -dijo su tío- ¿Sabes qué le cortan en la circuncisión?

-No.

-¿Qué te imaginas?

-Pues la piel externa, como a nosotros.

El tío de Lengwesi sonrió amargamente. En su interior pensó que así debía de ser. Pero no. La respuesta era más dura.

Durante la circuncisión, una mujer agarra la muñeca de la muchacha a la que se circuncida. Foto cortesía de Meeri Koutaniemi—Echo

-No, querido sobrino. Les cortan el clítoris y los labios internos.

Lengwesi paró un momento de andar. Dirigió su vista a su tío y lo miró fijamente a los ojos. Su tío mantenía la sonrisa amarga, con un punto de socarronería.

-¡Me estás mintiendo! -exclamó Lengwesi- ¡No puede ser ! ¡Si es...

-Sí. -le cortó su tío- Es la parte de mayor placer en el acto sexual. Y no, no te estoy mintiendo.

Lengwesi no entraba en sí.

-Entonces... -acertó a decir Lengwesi al cabo de un rato.

-Nosotros llevamos la mejor parte. Y hay más.

Lugar de la ceremonia de circuncisión, una vez que dicha ceremonia ha acabado. Foto cortesía de Meeri Koutaniemi—Echo

-¿Más? -preguntó Lengwesi incrédulo.

-Una vez que está circuncidada está lista para casarse. Antes no. Pero, si comete un "pequeño" desliz y queda embarazada, además de la gran humillación que acarrea a toda la familia, ya no sirve para casarse. Ya está "estropeada" para una boda. -Lengwesi escuchaba atentamente- Sólo puede esperar que haya algún hombre que la acepte y adopte al niño como suyo.

-Lo cual es muy raro. -completó Lengwesi.

-Así es. -dijo su tío- Pero, ¿sabes lo más gracioso?

-No, tío.

-¿Sabes lo que le pasa al hombre que causó el embarazo, si es que se llega a saber quién es?

-No. ¿Qué le ocurre? -preguntó el muchacho, interesado con todo lo que le estaba contando su tío.

-Bueno, en realidad es un buen castigo para un Maasai.

El tío de Lengwesi dejó unos segundos de hablar. Lengwesi que estaba ansioso por saberlo, pero que sabía que a su tío le gustaba causar expectación, esperó sin perder un ápice de su curiosidad. Al cabo de ese tiempo, su tío retomó la explicación:

-El embarazo cuesta siete cabezas de ganado al que la preña, pero; y ahora viene lo gracioso; si la chica se circuncida, sólo le costará un ternero.

-¿Cómo? -preguntó Lengwesi, que no salía de su asombro.

-Ya sabes. Si dejas preñada a alguna incircuncisa, convéncela para se circuncide antes de pagar la multa. ¡Te saldrá más barato! -una risa sorda y una sacudida de cabeza siguieron a ésta última afirmación.

-Ahora entiendo lo que me decías, tío.

Joven Maasai con la cabeza afeitada. El afeitado de cabeza forma parte de los ritos de paso a la edad adulta de la cultura Maasai. Foto cortesía de Javier Carcamo.

lunes, 12 de junio de 2017

LCP Cap. 61: EL EMORATA. LA CIRCUNCISIÓN MAASAI (II). EL LAIYOK.


Ikoneti, como buen maasai, respetuoso de las tradiciones, ya tenía todo preparado para el Emorata de Lengwesi. Ya había comprado el toro que necesitaba para la celebración. De la misma manera, había dispuesto miel en cantidad suficiente, mezclada con agua y unas determinadas raíces, en varias calabazas junto al fuego de la boma, en las últimas dos semanas, para proceder a su fermentación. De esta forma había obtenido la cerveza con que iba a agasajar a los familiares y amistades que acudieran al Emorata. Cuando faltaran dos o tres días, lo filtraría y lo dispondría en calabazas más pequeñas, para que su distribución fuera más fácil.


Lengwesi había cumplido con su tarea. Había recolectado las suficientes plumas de avestruz. Éso le permitiría que el periodo de aislamiento tras el Emorata se limitara únicamente al necesario para la cura y cicatrización del corte que se le iba a realizar cuando se le extirpara el prepucio. Las plumas del avestruz las necesitaba para la corona con la que se decoraban la cabeza los jóvenes recién circuncidados.

Otros aspirantes a morani debían esperar cazando pájaros, una vez que se habían curado, y usando las plumas de dichas aves para su tocado, lo cual hacía que su periodo de aislamiento se alargara meses. Por otro lado, aquellos que gritaban o lloraban durante la circuncisión debían lucir un tocado en la cabeza de plumas grises, no de colores, como lucía el resto, los que sí se habían aguantado las ganas; los que sí se habían comportado como valientes morani.

Muchacho maasai neocircuncidado con tocado de plumas de avestruz.

Ikoneti, al pedir a Lengwesi que recogiera las plumas de avestruz, blancas, contaba con ello. Conocía de sobra la valentía de su hijo y sabía que no gritaría ni lloraría.

Esa mañana, un alboroto que llenaba de gritos, cánticos y llamadas todo el enkang, despertó a Lengwesi. Era el día previo al Emorata, y de pronto se abrió la cortina de la choza donde Lengwesi estaba durmiendo.

-¡Lengwesi! ¡Sal! ¡Qué empieza el Laiyok!

El Laiyok era el rito de purificación previo al Emorata y que se realizaba el día anterior. Comenzaba temprano por la mañana. El grupo de los muchachos que iban a ser circuncidados se dirigía al arroyo más cercano para lavarse.

-¡Qué no se te olvide la calabaza! -volvió a atronar la voz en el interior de la choza.

-Vamos Lengwesi, levántate. -esta vez era su madre quién le conminaba a levantarse- Si no, tu tío nos va a dejar sordos.

Lengwesi se desperezó, cogió la calabaza y salió al exterior de la choza, donde le esperaba su tío. Éste, al verle, le introdujo en el grupo de los que iban a ser circuncidados y continuaron llamando a los que quedaban por despertar.

Una vez estuvieron todos, iniciaron el camino hacia el arroyo que, naciendo de las montañas cercanas, discurría rápido en su primer tramo para luego, al llegar al llano, enlentecer su camino provocando una zona pantanosa. Ellos se dirigían al tramo alto, allí donde las aguas corrían libres y rápidas.

-Escogió muy bien tu padre el nuevo asentamiento. -el tío de Lengwesi siempre había estado unido a la familia de Ikoneti.

-Sí, tío. Fue un acierto. Sobre todo la fuente de agua tan cercana.

-¿Te has entrenado para mañana? -los muchachos maasai que van a ser circuncidados suelen practicar con los compañeros, pellizcándose fuertemente la piel del prepucio, intentando aguantar todo lo posible sin pestañear.

-Sí, tío. -fue la respuesta de Lengwesi.

-Me alegro. Y me alegro que seas un varón. -dijo entonces su tío.

-¿Por qué? -preguntó Lengwesi extrañado.


Pero ese porqué que Lengwesi le pregunta tan extrañado a su tío, lo encontraremos en la próxima entrega de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS.

Hasta ese momento, queridos amigos, nos vemos en la red.